Año 1823. En las profundidades de la América salvaje, el
explorador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) participa junto a su hijo mestizo
Hawk en una expedición de tramperos que recolecta pieles. Tras ser atacados por
los nativos, los tramperos inician el camino de regreso a casa. Por desgracia,
durante el trayecto, Glass resulta gravemente herido después de ser atacado por
un oso y abandonado a su suerte por un traicionero miembro del grupo, John Fitzgerald
(Tom Hardy). Con el anhelo de la venganza como única meta, Glass regresará de
entre los muertos para dar caza al repugnante traidor, atravesando territorio
hostil con la muerte pisándole los talones a cada paso.
Comentario:
Western y venganza. Dos palabras que en los últimos tiempo parecen ir bien cogidas
de la mano. Sirvan de ejemplo películas como “Seraphim Falls”, “Django
Unchained” o las no tan conocidas (por no haberse estrenado comercialmente en
España) “The
Salvation”, “Sweet Vengeance (Sweetwater)” o la especialmente
recomendable “The
Dark Valley” (una co-producción austro-alemana protagonizada por el británico Sam Riley).
El leitmotiv de la venganza, muy trillado ya en géneros como el
thriller, parece haber encontrado una segunda casa en el western; género que,
gracias a Dios, se niega a desaparecer. Desde luego, la producción del llamado
aquí “cine del oeste” es minoritaria si la comparamos con sus años de esplendor
(que concluyeron con la llegada de la década de los 70), pero que se siga
pisando ese terreno con un puñado de películas al año, y algunas de éstas
consigan tener cierta o bastante relevancia /visibilidad (sobre todo si son
cineastas como Tarantino quienes nos las traen), es muy de agradecer. Sobre
todo para un confeso amante del género como es un servidor.
Así que después de exaltar las virtudes de los odiosos deTarantino, hoy me toca hacer lo propio con el trampero Hugh Glass de
Iñárritu, interpretado éste por un descomunal Leonardo DiCaprio que, de nuevo,
vuelve a reclamar el Oscar que la academia lleva años negándole (a saber por
qué). Un DiCaprio que da la impresión de haber sufrido tanto con el rodaje como
su propio personaje en su arduo periplo hacia
la venganza, ese abrasador deseo que le impide dejarse caer rendido en los
brazos de La Parca.
Pero para mi, rendirse a las bondades de un film como “The
Revenant” resulta fácil. Sus remarcables aspectos meramente técnicos, como su
impecable fotografía o su edición de sonido, son absolutamente cautivadores. A eso
se le une la poderosa dirección de Iñárritu, con sus virtuosos planos secuencia
(a veces visualmente desgarradores) e implacables giros de cámara de 360
grados.
Es cierto que algunos la han acusado de ser una cinta contemplativa
y pretenciosa, hasta el punto de compararla con el cine de Malick. No voy a
negar cierta veracidad en esas afirmaciones, si bien no creo que eso llegue a
perjudicar excesivamente el rigor narrativo que imprime Iñárritu en su
propuesta. Por otro lado, el cineasta jamás olvida la historia que tiene entre
manos, mientras que Malick parece siempre más empeñado en recrearse y
regocijarse en la belleza de cada maldito plano que rueda, que interesado en contarnos algo. La verdad,
siempre he creído firmemente que si quieres filmar poesía en movimiento y hacer
planos para enmarcar, mejor estrena tu película en un museo en vez de una sala
de cine.
Pero como iba diciendo, bajo mi juicio, Iñárritu consigue posicionar
sus pretensiones al mismo nivel que los resultados conseguidos, una empresa no siempre
fácil de alcanzar. De modo que esos aires dan contundencia al relato, a la
crudeza casi palpable de los acontecimientos, al sufrido y flemático periplo de
Glass por consumar su deseo de venganza, a la tortura no sólo física sino
también psicológica a la que le someten los recuerdos, etc.
Si acaso,
consideraría algo adverso el uso recurrente de los sueños oníricos, producto éstos, en ocasiones del dolor, en ocasiones de la convalecencia del
protagonista. Quitando esos momentos algo ornamentales, y también algunos
minutos por aquí y por allá (¡qué obsesión con estirar tanto el metraje!), “The
Revenant” funciona admirablemente bien, y reafirma el buen estado de salud del
que goza todavía estee género superviviente.
Por cierto, mención especial a Tom Hardy, porque no hay
héroe sin villano, y su John Fitzgerald es la codicia y el egoísmo
personificados.
VALORACIÓN PERSONAL
1 comentario:
Es brillante y salvaje.
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