jueves, 25 de agosto de 2011

“Destino final 5” (2011) - Steven Quale

critica Destino final 5 2011 Steven Quale
No deja de ser curioso que lo que empezó siendo un guión descartado para un capítulo de “Expediente X” haya terminado convirtiéndose una de las sagas de terror más rentables de los últimos años. La película que lo empezó todo fue “Destino final”, una especie de slasher en el que el asesino era la mismísima Muerte, la cual ni tan siquiera aparecía físicamente en pantalla (aunque se llegó a plantear) sino que se sugería su presencia mediante una sombra o una leve brisa. En su momento, la cinta del debutante James Wong (El único, Dragonball Evolution) supuso un soplo de aire fresco dentro de un género, el de terror, en el que escaseaban las ideas originales. Por supuesto, semejante apuesta se tradujo en éxito taquillero, y con ella New Line Cinema encontró franquicia para rato.

Tres años más tarde se estrenaría la primera secuela, que aún siendo inferior a su predecesora, contaba con la que, aún a día de hoy, es la secuencia catastrófica más espectacular de la toda la saga (me refiero, claro está, al accidente en la autopista)

Luego Wong regresaría los mandos de la dirección para rodar una tercera entrega en la que el bajón de calidad se notaba aún más. Y es que la idea original ya olía a chamusquina, y aunque contaba con algún que otro apunte interesante (lo de las fotos premonitorias tenía su aquél), lo cierto es que todo resultaba demasiado paródico. Aún así, no se alejaba mucho de la anterior secuela y lograba hacerte pasar el rato (de hecho, creo que esa es una de las mayores virtudes de la saga, pese al sucesivo empeoramiento de la misma).

Pero entonces llegó una cuarta entrega de la mano del director de la segunda, David R. Ellis, y quedó constatado que la franquicia había ido de mal en peor. Personajes insulsos (cuando no, repelentes), muertes cada vez más absurdas, rocambolescas e imposibles (señores directores, la gente no explota cual globos de agua cuando algo les golpea, por muy fuerte que sea el golpe); y lo peor, la entrada en la moda del 3D, que además de encarecer el presupuesto, provocó que tuviera unos efectos especiales –vistos en 2D- realmente bochornosos. Por tanto, lo único rescatable eran sus originales créditos iniciales, que hacían un repaso a las muertes de los anteriores capítulos. Sin embargo, y pese al consenso general de que la cuarta era la peor de todas y de que la saga había tocado fondo, ésta última fue también la más taquillera (gracias, por supuesto, al añadido estereoscópico), y ese es el principal motivo por el cual es uno de los estrenos de este año.

Sam Lawton (Nicholas D'Agosto) se encuentra de viaje en autobús con sus amigos y compañeros de trabajo cuando de repente tiene una premonición sobre la destrucción del puente colgante que están a punto de cruzar. En la premonición, Sam vislumbra su propia muerte y la de otras personas que le acompañan. Cuando la visión está a punto de hacerse realidad, Sam se las arregla para salvarse a sí mismo y a algunos de sus compañeros de la catastrófica tragedia. Sin embargo, el joven pronto descubrirá que lo único que ha conseguido es retrasar lo inminente, ya que La Muerte estará al acecho para terminar con lo que había empezado.

A estas alturas, a nadie le va a sorprender el argumento, ya es que es lo mismo que ya se ha visto en las anteriores entregas (con guiños a éstas incluidos), y tampoco es que nadie vaya a esperarse otra cosa. Así pues, tenemos a un nuevo grupito de, en su mayoría, adolescentes que sufrirán la persistente persecución de La Muerte tras librarse de un accidente mortal. En este caso, dicho accidente transcurre en un puente colgante, y como era de esperar, es la parte más espectacular de la película (tanto la primera vez, dentro de la premonición del protagonista, como cuando sucede en la realidad y logran escaparse por los pelos). Y nuevamente, somos testigos de brutales muertes a consecuencia de empalamientos y aplastamientos (dos de las más recurrentes de la saga), entre otras variantes mortales.


Hay que apuntar que llegó a construirse una sección del puente para rodar dichas escenas, de modo que lo que vemos en pantalla es una mezcla de decorado y efectos digitales, los cuales son bastante correctos. Quizás cuando los objetos (vehículos, partes del puente, etc.) caen al agua el resultado esté mucho menos logrado, pero por lo demás, cumplen con su parte de pirotécnica… o por lo menos vistos en 3D, ya que éste suele “camuflar “ muy bien los defectos, así como a su vez provoca una inevitable bajada en la calidad de los mismos con tal de realzar el efecto volumen. Y es que este tipo de producciones están mucho menos cuidadas que esos grandes blockbusters en los que la diferencia de público asistente en salas 2D y 3D no es tan abismal (y no me refiero a la calidad del 3D en sí, si no a la dupla FX&3D). Además, el 3D en este caso es el habitual de este género y, por tanto, consiste más que nada en salpicar de sangre al espectador y acercarle o lanzarle al rostro objetos cuanto más punzantes, mejor. Dicho esto, los que disfruten de este tipo de trucos de feria, seguramente paguen a gusto esos euros de más que cuesta la entrada.

Pasado el tramo de apertura, vamos viendo quienes caen a manos de La Muerte y quiénes van librándose. Y para librarse de ella primero hay que entender lo que ocurre y, segundo, hay que comprender cómo procede La Muerte a la hora de eliminar a sus víctimas. En la primera película, el descubrimiento era parte de la deducción del protagonista y parte de la escueta información que le daba el misterioso enterrador encarnado por Tony Todd (más conocido como Candyman, el fantasma del espejo). Y muchos se alegrarán al saber que aquí se vuelve a rescatar a este personaje (que ya repitió en la segunda), por lo que los protas ya no tendrán que informarse sobre sucesos similares en el pasado para entender lo que les está sucediendo.


Otra novedad es que aquí el guionista Eric Heisserer (responsable del mediocre remake de “Pesadilla en Elm Street” y de la inminente precuela de “La Cosa”) se ha sacado una nueva regla de la chistera (basándose un poco en una norma citada en” Destino final 2”). Obviamente, no voy a desvelar en qué consiste esta regla para evadir a La Muerte, pero hay que reconocer que da bastante juego y se le saca partido sobre todo en el último tramo de la cinta. Probablemente ésta sea la mayor aportación de “Destino final 5” a la franquicia, además de su sorpresivo desenlace, el cuál le da un sentido especial y diferente a una secuela que, de algún modo, cierra un ciclo iniciado hace ya once años. Claro que eso no significa que este sea el punto y final, ya que si sigue funcionando en taquilla, el estudio no tardará mucho en convertirla en un punto y aparte para seguir exprimiendo lo que ya no da mucho más de sí.

Y es que con el paso de las entregas se ha pasado del terror con unas gotitas de humor negro a la (casi) comedia de terror con un alto grado autoparódico. La primera película de Wong era bastante más seria y, en cierto modo, aterradora, y las muertes estaban elaboradas dentro esa dualidad entre realismo y fantasía en la se movía la película. Es más, había una trama que se desvelaba poco a poco con su pertinente suspense, y había también unos personajes mínimamente interesantes con los que empatizar. Pero desde la segunda (y más acentuado en las siguientes), esto ha pasado a ser simplemente un festín de muertes gore y rocambolescas y personajes estúpidos a los que les deseamos la muerte nada más empezar. Por tanto, creo que la predisposición frente a la saga también ha cambiado y ya nadie espera encontrarse una buena película de terror sino un divertimento sangriento y desfasado. En ese sentido, esta Destino Final 5 cumpliría con esas exigencias, ya que no se libra de ofrecer muertes delirantes (dudo yo de la fragilidad de la ventana de un edificio por un simple tropiezo –que no empujón- o de la facilidad con la que un ojo se sale de la córnea; y eso por no hablar del extraño resultado de una caída un tanto aparatosa), así como también de personajes execrables como el jefe de la empresa o el empleado obsceno, que se lleva la palma como el personajes más ridículo e irritante de todos los que han ido apareciendo en las cinco películas.


Queda patente que sus responsables no se toman demasiado en serio la película. No hay más que ver el cachondo vídeo promocional (una suerte de “Salvados por la campana + Destino final” en clave de parodia musical) para darse cuenta de la guasa con la que les gusta resolver las muertes (cuanto más cazurras sean éstas, mejor). Y es que lo rebuscado de la ejecución (los tejemanejes que La Muerte se monta para coger desprevenidas a sus víctimas) sigue siendo más interesante que el resultado final, es decir, que la muerte en sí, por mucho 3D que nos metan. Y el debutante Steven Quale lo sabe y por ello intenta crear algo de tensión en esos breves instantes.

Lo extraño es que el propio Heisserer nos endiñe de por medio una empalagosa historia de amor entre la pareja protagonista, que más que darle profundidad a la trama lo que hace es estorbar de mala manera.

Con todo, es evidente que existe una mejoría respecto a la cuarta entrega. A la hora de “contar más de lo mismo”, esto se puede hacer bien o se puede hacer mal, y Quale (director de segunda unidad de James Cameron en películas como Avatar”) logra divertir al espectador a sabiendas de lo agotado que está su producto.

Si figura entre las películas recomendadas del 2011 es porque seguramente dejará satisfechos a los fans de la saga. Además, el tramo final hace que la cinta gane enteros, por lo que quizás sí sea la mejor secuela desde la original, aunque siga estando a años luz de aquella.

P.D.1: Miles Fisher, uno de os jóvenes protagonistas, es el mismo que parodiaba (a la perfección) a Tom Cruise en un sketch de “Superhero Movie”. De hecho, el actor es un cruce entre el militante de la cienciología y Christian Bale, y en el vídeo musical –que no en la película- demuestra nuevamente su vis cómica.

P.D.2: En los créditos iniciales se hace un repaso de algunos de los objetos que La Muerte ha empleado para aniquilar a sus víctimas, mientras que en los finales vemos directamente las escenas de muchas de esas muertes. Si no contamos las de ésta última, la cifra ronda el medio centenar.





Valoración personal:

viernes, 19 de agosto de 2011

“Super 8” (2011) – J.J. Abrams

critica Super 8 2011 J.J. Abrams
Empezó a despuntar en la década de los setenta, y en los ochenta ya se había ganado el título de “el Rey Midas de Hollywood”. Sí, Steven Spielberg, ese cineasta que con “Tiburón” demostró que el cine comercial podía ser de calidad y, además, hiper taquillero, pasó a convertirse en una de las más poderosas e influyentes figuras de la industria cinematográfica de Hollywood no sólo en su labor como director sino también en la de productor. Gracias a esta última faceta le debemos películas que han marcado la infancia/adolescencia de toda una generación: “Gremlins”, “Los Goonies”, “Regreso al futuro” “El chip prodigioso”, “El secreto de la pirámide”, “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”, “Nuestros maravillosos aliados” (tristemente muy olvidada) o “Poltergiest" son algunas de las más memorables y recordadas. Además fue también el impulsor de una de las series televisivas más entrañables de la época: “Cuentos asombrosos”.

A todos nos emociona recordar estas joyitas exponentes de lo que fue el cine de los 80 y de cómo debía de ser el buen cine de entretenimiento. Y es que al fin y al cabo, esa fue una década gloriosa para el cine comercial (a tanto remake actual me remito), sabiendo aunar calidad y originalidad, dos aspectos fundamentales (especialmente el primero) que día de hoy escasean como el hielo en el desierto.

Y aunque actualmente Spielberg no sea ni la sombra de lo que una vez fue (al menos como productor), aún hay quién se acuerda con cariño y admiración de todo ese cine setentero y ochentero del que fue responsable y que tanto nos marcó. Quizás por ese motivo, y porque está encantado de haberse conocido, el director/productor/guionista haya decidido abalar el proyecto de otro director/productor/guionista llamado J.J. Abrams, muy popular gracias a sus series para televisión (entre ellas, Perdidos, como no), y que ha decidido rendir homenaje a todo ese cine a través de su última incursión tras las cámaras.

En el verano de 1979, un grupo de jóvenes de un pequeño pueblo de Ohio son testigos de un choque de trenes catastrófico mientras ruedan una película casera en Super 8. Cuando empiezan a sucederse una serie de desapariciones irregulares y eventos inexplicables, los chicos sospecharán que hay gato encerrado tras el accidente y tratarán de descubrir la verdad.

Al margen de la mayor o menor calidad de sus producciones, si algo sabe hacer Abrams a la perfección es captar nuestra atención gracias, sobre todo, al buen manejo de la publicidad y sus campañas virales. Obviamente, eso es algo que también puede jugar en su contra y pasarle factura, como le ocurrió con “Monstruoso” (película que produjo), donde creó unas elevadas expectativas que luego muchos (entre los que no me incluyo) no vieron satisfechas. De todas formas, el caso de Super 8 es muy diferente, ya que juega con un elemento aún más poderoso: la nostalgia.
La película rinde homenaje al cine de Spielberg con la mirada puesta muy especialmente en E.T. El Extraterrestre, y reconstruye ambientes, lugares, situaciones y personajes que forman parte de ese colectivo de películas antes mencionadas.

En este caso, nos encontramos ante un film familiar en donde los principales protagonistas son los niños, quedando los adultos en un segundo plano.


La pandilla de amigos está unida por una misma afición, el cine. Juntos deciden rodar una película (atención al género al que pertenece y, por ende, al director homenajeado) con su cámara de vídeo de 8mm, y cada uno tiene su función: Joe, el más callado del grupo (y que recientemente ha perdido a su madre en un terrible accidente), se encarga del maquillaje; Charles, el comilón, es el director y guionista de la película; Cary, el flipado de los petardos, se encarga de los efectos especiales; Martin interpreta al valiente protagonista, aunque en la vida real es bastante miedica; Preston forma parte también del reparto; y finalmente está a Alice, a la que convencen para participar como la partenaire de Martin.

Los seis se dirigen, de madrugada, a la estación de tren del pueblo para rodar una de las escenas dramáticas de su película. Allí serán testigos del brutal accidente ferroviario que será el desencadenante de los extraños incidentes que se irán produciendo a posteriori.

Jackson Lamb, el padre de Joe y ayudante del sheriff, también empecerá a sospechar que algo raro está ocurriendo cuando el ejército tome el pueblo sin que le den explicaciones convincentes de lo que está ocurriendo.

En ese preciso instante es cuando Abrams juega sabiamente con los elementos a los que referencia pero introduciendo poco a poco el factor “bicho malo” a medida que el misterio se va esclareciendo. De este modo, nos planta una especie de monster-movie mezclada con la aventura juvenil pura y dura. Y todo aderezado con unas pinceladas dramáticas (muy sutilmente introducidas al inicio) que se centran sobre todo en el conflicto personal que implica a Joe y Alice, la pareja protagonista, y sus respectivos padres (Jackson y Louis Dainard, éste último algo así como el borracho del pueblo)



Durante este tiempo, la película funciona de maravilla, consiguiendo que le cojamos cariño a los jovenzuelos y creando en nosotros una notable incertidumbre hacia la carga que transportaba el accidentado tren. Y ahí hay que destacar de nuevo la capacidad de Abrams por haber mantenido bien oculta no sólo la apariencia del monstruo (tanto antes del estreno de la película como en el transcurso de la misma) sino también el verdadero rumbo que toma la trama. Sin embargo, la sensación general es que va de más a menos.

Justo cuando la acción cobra protagonismo, algunas decisiones del guión empiezan a chirriar un poco… El enfrentamiento entre Joe y Charles del que bien se podría haber prescindido (o justificarlo con otro causa); el conflicto entre Jackson y Louis que se resuelve de un plumazo y de forma bastante ingenua; o la secuencia heroica entre Joe y el monstruo, que resulta un tanto inverosímil (SPOILER --- cuesta de creer que el alienígena, cabreado como está y que no duda en secuestrar y cepillarse a quién sea sin importar su edad o su sexo, se plante a escuchar las razonables palabras de un crío al que está a punto de hacer pedacitos, sin que antes el guionista –el propio Abrams- haya decidido establecer un vínculo entre el niño y la bestia, cosa que sí justificaría semejante resolución --- FIN SPOILER).

De todas formas, estos detalles no empañan el resultado final, si bien, en mi opinión, el conjunto no resulta tan emocionante como cabría esperar. ¿Por qué? Bueno, porque los ochenta fueron una época maravillosa pero única, y por mucho cariño y sentido del homenaje que se ponga, es muy difícil copiar una fórmula que era fruto del momento y que en gran parte funcionaba gracias a la inocencia y capacidad de sorprenderse del espectador, algo que hoy en día es mucho menos frecuente. Y también porque la copia, entre comillas, es difícil que transmita las mismas sensaciones que la original, ya que aquí no se está jugando con la novedad sino con la repetición y, por ende, con el factor nostálgico.

Precisamente es esa nostalgia la que está influyendo sobremanera en las opiniones vertidas sobre la película y la que probablemente esté inflando tanto las críticas más allá de sus verdaderos logros. Cierto que Super 8 nos transporta hacia una/s década/s mágica/s, y que rescata al niño más o menos impresionable que llevamos dentro, pero el resultado final no es ni mucho menos tan sumamente sublime y fascinante como se nos pinta. Es un estimable y entrañable entretenimiento, sin duda alguna, y sus aciertos están ahí, pero recomendaría ajustar un poco las expectativas para disfrutar plenamente de ella y, sobre todo, para valorarla luego en su justa medida.


Dicho esto, hay que destacar secuencias espectaculares como el accidente de tren (rodada desde el punto de vista de los niños y, por tanto, nada que ver con la versión mostrada en el primer teaser tráiler), y otras que son muy “spielberianas”, como el intenso tramo que transcurre en el autobús con los militares y los niños; muy deudor de la saga jurásica.

Gran parte de las escenas en las que interactúan los niños logran nuestra inmediata empatía gracias especialmente al buen hacer de su reparto (todos los críos están muy naturales, sin que resulten repelentes, como suele ser habitual) Y aquí habría que hacer un breve inciso para destacar a Elle Fanning, que se come la cámara con prácticamente cada escena, dejando muy atrás a sus compañeros. Y es que se nota que las Fanning llevan la interpretación en las venas, aunque esperemos que la -ya no tan- pequeña Ellen no se desvíe cuando alcance la adolescencia en su plenitud y sepa elegir bien sus futuros trabajos para labrarse una buena carrera como actriz.

El reparto adulto está exento de grandes figuras de Hollywood, lo que ayuda a no eclipsar a la chavalería. Pero lo importante es que entre sus filas hay gente tan cumplidora como Kyle Chandler o Noah Emmerich, y con eso es suficiente (aunque se eche de menos mayor protagonismo del que Abrams les otorga)

En temas más técnicos, la película cumple sobradamente a la hora de ambientarnos a finales de la década de los 70, y además los efectos especiales son competentes. La banda sonora (con ecos a lo Cloverfield y E.T.) del siempre genial Giacchino es excelente… si se escucha por separado, ya que durante la película pasa un poco desapercibida, en parte porque se recurre frecuentemente a temas musicales de la época (muy bien escogidos, eso sí, como el Don't Bring Me Down de ELO)

En resumidas cuentas, “Super 8” es una apreciable y entretenida aventura familiar con un puntito más terrorífico que de costumbre y que de paso nos habla también de la amistad y del primer amor, así como del miedo a lo desconocido y del peso de la culpa. Pero ante todo, es un ejercicio de nostalgia en toda regla que homenajea al cine de la factoría Amblin. Y esa es su mayor valía junto a su sencillez.

P.D.: Imprescindible quedarse durante los créditos finales.




Valoración personal:

sábado, 6 de agosto de 2011

“El origen del planeta de los simios” (2011) - Rupert Wyatt

critica El origen del planeta de los simios 2011 Rupert Wyatt
Basada en la novela del escritor francés Pierre Boulle (autor también de “El puente sobre el río Kwai”), “El planeta de los simios” (dirigida por Franklin J. Schaffner) nos contaba cómo un grupo de astronautas acababan en un planeta desconocido después de tener que realizar un aterrizaje forzoso. Para su sorpresa, lo que en principio parecía un planeta desolado, en realidad estaba habitado por una sociedad de simios inteligentes que en su condición de especie dominante habían esclavizado a una raza humana salvaje e incivilizada. A partir de ese momento empezaban los problemas para el bueno de Charlton Heston, uno de los tripulantes de la nave espacial y principal protagonista de esta historia.

La película, convertida merecidamente en un clásico del cine, fue todo un éxito en su momento, tanto de público como de crítica, y eso propició que surgieran no sólo las inevitables secuelas (cuatro en total, y que fueron a peor de forma progresiva) sino también un par de series de televisión (una con Roddy McDowall repitiendo su papel de Cornelius y la otra de animación)

Tras exprimir al máximo la historia concebida por Boulle, ningún simio parlante volvió a asomarse a la gran pantalla hasta que en 2001 –y tras varios intentos fallidos a lo largo los noventa- se estrenara un remake a cargo de Tim Burton. Y por descabellada que pudiera ser la idea, lo cierto es que económicamente la jugada no les pudo salir mejor tratándose del remake de un clásico. Con 100 millones de presupuesto, el filme recaudó mundialmente un total de 362. Ahora bien, las críticas ya fueron harina de otro costal; la prensa especializada la vapuleó y el público tampoco es que tuviera mejor opinión de ella.

Con semejante panorama, y tras el rechazo de Burton de hacerse cargo de la secuela, al final los planes del estudio de continuar con la reiniciada franquicia se fueron al traste. Y esto nos lleva hasta la actualidad, momento en el que se estrena “El origen del planeta de los simios”, que como ya se deduce por el título, no se trata de ninguna secuela del clásico de Heston y Schaffner (menos aún de la versión de Burton) sino de una precuela.

Will Rodman (James Franco) es un científico que trabaja para una gran corporación farmacéutica, Gen-Sys, dirigiendo una investigación genética que desarrolla un virus benigno para recuperar el tejido deteriorado del cerebro humano. Will intenta encontrar una cura para el alzhéimer, enfermedad que padece su padre, Charles (John Lithgow), utilizando a los simios como cobayas. Pese a sus avances, el proyecto se paraliza debido a la supuesta inestabilidad del virus, motivo por el cual Will decide seguir investigando desde casa junto con Caesar, el único simio superviniente del proyecto. Pero para su sorpresa, el fármaco está produciendo unos resultados inesperados, y Caesar empieza a experimentar una evolución tan notable que terminará por cambiar el transcurso de la historia…

Siempre que se anuncia una precuela me surge la misma duda: ¿Para qué?; ¿Para qué contar los orígenes de algo que, a priori, no tiene necesidad alguna de que nos sea revelado?; ¿Por qué acabar con el misterio o con la posibilidad de dejar volar la imaginación del espectador? La respuesta es sencilla y casi siempre es la misma: por dinero. Cuando el remake o las secuelas ya no dan más de sí, se tira de precuela y vuelta a empezar.

Por eso, cuando se anunció la precuela del clásico de Heston, la mayoría no tenía muchas expectativas puestas en el proyecto, menos aún después del estropicio perpetrado por Burton diez años antes. Y aunque los primeros tráilers hicieron cambiar de opinión a muchos, servidor seguía exceptivo por precaución. Y esa precaución me ha hecho toparme con la primera agradable sorpresa del verano.


Si alguno se preguntaba cómo llegaron los simios a dominar la Tierra y a esclavizar a los humanos, aquí tiene la respuesta. Y como no podía ser de otra forma, el culpable (indirecto) de todo es un humano que responde al nombre de Will Rodman. En su favor hay que decir que su causa es de lo más noble, y que en ningún caso estamos ante el típico científico que juega a ser Dios sino ante uno que intenta encontrar la cura a una enfermedad que le toca muy de cerca.

Will experimenta con un virus llamado ALZ 112, el cual parece ser el resultado definitivo de años y años de estudio. Desgraciadamente, a raíz de un mal entendido, y tras un pequeño accidente con uno de los especímenes, el proyecto se va a tomar viento, y es a partir de ese momento cuando todo toma un nuevo rumbo.

Caesar es el fruto de una simio con la que Will trabajaba, y éste ha heredado los genes de su progenitora mejorados por el ALZ 112. Esto le confiere al pequeño primate una inteligencia fuera de lo común y que se va desarrollando a un ritmo vertiginoso gracias a la convivencia con Will y su padre. Un entorno afable y familiar influye sobremanera en la evolución de Caesar y lo acerca a un comportamiento cada vez más humano. Y esa humanidad impropia de un simio, esa capacidad de razonamiento, le llevarán a una inevitable rebeldía cuando a ojos de los demás, él y su especie no sean más que animales de zoo o, peor aún, meros instrumentos de laboratorio para que los humanas experimenten sin preocuparse de los sentimientos que ellos puedan albergar en su interior.

En ese sentido, la película se toma su tiempo en presentarnos paso a paso la evolución de Caesar, de modo que logremos empatizar con el simio y entendamos mejor el por qué de su rebeldía.

Le vemos por primera vez cuando no es más que un bebé, y poco a poco asistimos a su crecimiento, tanto físico como intelectual. Y en este punto hay que destacar la destreza de Rupert Wyatt, director con una escasa trayectoria cinematográfica, a la hora de narrar el transcurso de los años de forma rápida pero certera. Y que por muy apresurado que nos pueda parecer, es la mejor forma de ir directos al meollo de la cuestión. A destacar, pues, una secuencia en particular que, si bien no es del todo original (si no recuerdo mal, algo muy similar aparecía ya en el Tarzán animado de Disney), sí resulta de lo más funcional y aclaratoria.


A partir de ahí, ya tenemos al Caesar adulto y el que desencadenará todo el embrollo. Veremos cómo y por qué nace esa rebelión contra los humanos, y se responderá a una pregunta que sobrevuela la cabeza de muchos cinéfilos tras ver el tráiler: ¿cómo pueden “cuatro” monos dominar a toda la humanidad? Pues hay una explicación, y muy bien escogida e hilvanada dentro de la trama. Además, ésta queda perfectamente representada durante el inicio de los créditos finales, lo que demuestra que la sutileza y la economía de minutos y medios es un arma muy poderosa para un director que sabe cómo utilizarla. Y creo que a nivel narrativo y visual, Wyatt goza de buenos recursos y mucha pericia.

Los personajes interpretados por Franco, Lithgow y la guapísima Frida Pinto (en un papel bastante irrelevante, todo hay que decirlo) son nuestro enlace emocional con Caesar (básicamente, el principal protagonista), y en contrapunto, están los “malos” de la película, que se sitúan en distintos frentes; desde el chupatintas interesado únicamente en sacar tajada económica con el ALZ 112 hasta el niñato maltratador de animales (dentro del cliché de “carcelero cabrito”) al que le cogemos manía desde el primer instante en que aparece en pantalla (también puede influir en algunos que hasta hace bien poco fuese Draco Malfoy en Harry Potter)

El sentimiento que, de alguna manera, motiva la rebelión de Caesar es simple y llanamente el ansia de libertad, y eso es algo que queda muy bien retratado en el guión. Y es que por mucho que se hayan esforzado en promocionar la película en base a sus efectos digitales (los mismos empleados para Avatar y bla bla bla), estamos ante una película que no los emplea como un fin en sí mismo sino como un medio para desarrollar la historia que nos quiere contar. La calidad de los mismos es, además, de notable. La expresividad de Caesar y esa facilidad con la que logra transmitir sus emociones al espectador es, sin lugar a dudas, una de sus grandes bazas. Probablemente en planos más generales y en temas de fluidez de movimientos aún quede trabajo por hacer, por lo que no estamos ante un CGI perfecto y mucho menos revolucionario. Aún así, funciona y se justifica por sí solo, dado que hubiese sido muy difícil conseguir que un simio real “interpretase” el comportamiento casi humano que muestra Caesar (porque esto no es “Proyecto X”, aunque se le parezca) y un conjutno de primates realizase algunas de las escenas más espectaculares y peligrosas que se llevan a cabo. Otro gallo cantaría si nos encontrásemos de nuevo ante unos simios humanoides, en cuyo caso creo que el maquillaje seguiría siendo perfectamente válido, como bien se demostró en el remake de Burton (que si de algo podía presumir es de tener un apartado técnico y un diseño de producción fabulosos)

Independientemente de lo innecesarios que pudieran ser estos orígenes (atención a guiños tan ocurrentes como el de la Estatua de la Libertad), hay que reconocer que nos encontramos ante un entretenimiento bien facturado y con corazón, y en el que los efectos especiales son tan importantes como la historia, algo de lo que hoy en día poco cine comercial puede presumir.

P.D.1: A tenor de algunas escenas vistas en los tráilers y que no aparecen en la película, y observando, en un momento dado, cierta mirada muy reveladora que Caesar lanza hacia la jaula vacía de una de las simias del refugio, da la impresión que en la sala de montaje se ha quedado lo que podría ser una pequeña “subtrama amorosa” entre ambos simios.

P.D2.: El tema de experimentar con el ADN de los animales para la regeneración de los tejidos del cerebro humano se pudo ver años antes en “Deep Blue Sea”. Demos gracias a que los tiburones no pueden vivir fuera del agua.



Valoración personal:

miércoles, 3 de agosto de 2011

“Capitán América” (2011) - Joe Johnston

critica Capitán América 2011 Joe Johnston
Desde que Marvel Comics empezó a llevar las riendas de sus propias adaptaciones superheroicas, las alegrías para la editorial comiquera se han ido sucediendo una tras otra. En 2008, Iron Man supuso el inicio de una nueva y mejor etapa cinematográfica para los superhéroes de la casa, ofreciendo un entretenimiento (de calidad) que marcaría las pautas a seguir en el resto de adaptaciones y supondría también la primera pieza del entramado universo marvelita que se ha ido engrasando para hacer posible la llegada en cines de “Los Vengadores”, esa (super)película que reunirá a todos los superhéroes (entre otros personajes) que se han ido presentando en solitario y conectando película tras película. Con mayor o menor acierto, hemos visto ya prácticamente a la totalidad del supergrupo, y ya sólo nos quedaba por ver al Capitán América.

1941. En plena Segunda Guerra Mundial, el valiente Steve Rogers (Chris Evans), un joven de apenas 45 kilos de peso, intenta reiteradamente ingresar en las filas del ejército estadounidense para luchar junto a los suyos en la guerra contra las Potencias del Eje. Aunque su frágil y enclenque complexión invita a que rechacen constantemente su solicitud, Steve no se rinde, y por fin su insistencia obtiene recompensa cuando le eligen para ser el primero en formar parte de un programa experimental que lo convertirá en un súper soldado.

Con una mejorada apariencia física y convertido en el Capitán América, Steve unirá fuerzas con su amigo Bucky Barnes (Sebastian Stan) y la agente Peggy Carter (Hayley Atwell), bajo las órdenes del Coronel Chester Phillips (Tommy Lee Jones), para luchar contra la malvada organización HYDRA, la división científica de Adolf Hitler encabezada por el infame Cráneo Rojo (Hugo Weaving).

Como ya he comentado al inicio de la crítica, Marvel ha ido conectando sus personajes para allanar el terreno a Los Vengadores. Primero empezó con unos meros guiños y referencias circunstanciales, para pronto pasar a aumentar la presencia de la división S.H.I.E.L.D. (División Nacional de Intervención, Seguridad y Logística) y cobrar ésta un mayor protagonismo en las tramas. Esto ocurría en Iron Man 2, en la reciente Thor y, por supuesto, también en Capitán América. Sin embargo, el hecho de que la acción transcurra durante la II Guerra Mundial obliga a establecer esos lazos de unión al margen de la trama principal. ¿Y de qué modo se consigue eso? Pues mediante un prólogo y un epilogo que se ubican en la actualidad (amén de algún que otro personaje como Howard Stark –padre de Tony Stark/Iron Man- o el poderoso objeto –un cubo cósmico- que codicia Cráneo Rojo)


Pero el hecho de unificar a todos los personajes en un mismo universo se puede convertir en un arma de doble filo. Y es que eso es bueno y malo según cómo se mire. Bueno porque hace posible la existencia de los Vengadores, una de las traslaciones a la gran pantalla más ansiadas por los fans de los superhéroes y una película que puede convertirse en un gran pelotazo taquillero si se hacen bien las cosas. Malo porque esa dependencia les hace perder, en cierto modo, su individualismo, su propia esencia, su razón de ser por sí solos. Dado que esa dependencia ha ido en aumento, en algunas casos como la secuela de Iron Man ha conseguido hundir la propia película, que con tanto personaje y subtrama de por medio parecía más una precuela de los Vengadores que una secuela del hombre de hierro. No obstante, hay decir que esto no le ocurre de forma tan grave al Capitán América, donde la mayor parte del tiempo asistimos al nacimiento del superhéroe en respuesta a las preguntas básicas habituales (cómo, cuando, dónde y por qué) y a su lucha contra un enemigo único y exclusivo de la trama que aquí nos presentan.

Así pues, tenemos a un joven que de la noche a la mañana, y gracias a un suero especial y al bombardeo de unos “vita-rayos”, pasa a convertirse en un supersoldado dispuesto a luchar por su patria, aunque antes de empezar a partir cráneos nazis tenga que pasar por la humillación de convertirse en un reclamo publicitario (además de un símbolo patriotero) para recaudar fondos para los aliados. Sin embargo, una vez demostrada su valía en el campo de batalla (misión de rescate mediante), veremos al Capitán América en plena acción, con su traje de colores y su indestructible escudo haciendo frente a los esbirros del megalómano Johann Schmidt/Cráneo Rojo.

Los guionistas han sabido moverse dentro de los entandares de Marvel para crear una aventura con sabor a pulp que sabe combinar sabiamente las escenas de transición con las de acción. Además, conectamos inmediatamente con el personaje de Steve Rogers no porque sintamos lástima por él sino por las agallas de las que hace gala pese a su debilucho físico, por su buen corazón y sobre todo por esa estimable integridad y honestidad que le hacen digno de convertirse en el elegido para ser el Capitán América. La presentación del personaje desde que aparece por primera vez en pantalla hasta que se convierte en un soldado hipermusculado está narrada de forma muy amena, sabiendo introducir correctamente al resto de personajes (y son unos cuantos) que conforman la trama, y dándole a cada uno los minutos pertinentes para desarrollar una historia que, aún en su sencillez, se muestra de lo más sólida.



Pese a su irregularidad como cineasta y a la poca confianza que inspiraba en muchos tras el batacazo de “El hombre lobo”, Johnston ha sabido manejar con acierto el encargo que se le ha encomendado, trasladando al personaje de la viñeta a la pantalla sin caer en lo ridículo o en lo ostentoso (patriotismo, el justo y necesario). La película goza de cierto regustillo a aventura añeja gracias no sólo a la época en la que se desarrolla sino también al tradicional y muy comiquero tratamiento de los personajes, a la ejecución clásica y medida de Johnston en las escenas de acción (se nota que es un director de la vieja escuela que no ha sucumbido a las moderneces de hoy día) y al fantástico apartado artístico (caracterizaciones, diseños retro, etc.). Lo dicho, un pulp en toda regla, y con mucha honra.

Las escenas de acción son atractivas y, lo que es mejor, comprensibles para el ojo humano. Además, toda esa pirotecnia está bien distribuida a lo largo del metraje y consta de unos efectos especiales más que convincentes. Quizás en alguna ocasión chirríen un poco (algún que otro croma, por ejemplo, o cuando los soldados de HYDRA salen volando por los aires), pero en otras la calidad es prácticamente impecable (el Steve Rogers enclenque, sin ir más lejos)

Las notas de humor no caen en lo chorra o bobalicón como ocurría en el Thor de Kenneth Brangh (director, irónicamente, de mayor prestigio que el aquí presente) sino que son simpáticas e incluso divertidas (a destacar las frases que suelta el -serio pero bonachón-Coronel) y las secuencias más épicas logran ser emocionantes, ayudadas en parte por la adecuada -si bien funcional- partitura de Alan Silvestri, donde destaca un logrado leit-motiv fácilmente reconocible y tarareable que ya identifica al Capitán (vale que Silvestri no es Williams, pero hace bien su trabajo)

Chris Evans cumple sobradamente como héroe (tanto en lo físico como en lo interpretativo), y está muy bien acompañado por un muy correcto elenco de secundarios donde destacan Tommy Lee Jones y Stanley Tucci en el bando de los buenos, y Hugo Weaving (un crack haciendo de villano) en el de los malos.

Así que con “Capitán América” la diversión está garantizada. Un agradable y satisfactorio entretenimiento pulp y la segunda mejor película de superhéroes del año (ya sabéis cuál es la primera)

P.D.: Tras los créditos os espera el avance de “Los Vengadores”. Y sigo creyendo que esa es la manera idónea -utilizando las escenas post-créditos- de conectar todos los personajes para poder disfrutar de forma individual de sus películas. El desenlace de este “Capitán América” es demasiado dependiente de la película que veremos el año que viene. Y eso, desde la perspectiva del no fan o del espectador que va a ver simplemente una película más de aventuras, es un error.




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