viernes, 31 de agosto de 2012

“Abraham Lincoln: Cazador de vampiros” (2012) – Timur Bekmambetov


Crítica Abraham Lincoln: Cazador de vampiros 2012 Timur Bekmambetov
Probablemente el profesor Abraham Van Helsing sea el cazavampiros más famoso de la historia al ser uno de los personajes clave de “Drácula”, la popular novela de Bram Stoker, una clásico de la literatura en general y vampírica en particular (y sin duda, una de los precursoras  del género de vampiros junto a “Carmilla” de Sheridan le Fanu).

Pero la literatura junto con el cine, el cómic o la televisión nos han obsequiado con otro buen puñado de cazavampiros de todo tipo y condición: desde jóvenes que aún cursan en el instituto (Buffy) hasta vampiros vestidos de cuero y con gafas de sol (Blade), pasando por el anime y su cazador de estilo cowboy (Vampire Hunter D). Incluso el mismísimo Jesucristo (“Jesucristo, Cazador de Vampiros”, 2001) ha vuelto a la Tierra para enfrentarse a estos seres de la noche.

Por eso no es de extrañar que ahora, en otra vuelta de tuerca al género, se nos presente a Abraham Lincoln, el decimosexto presidente de los Estados Unidos, como un habilidoso cazavampiros. 

Tras la muerte de su madre a manos de un extraño asesino, el joven Abraham Lincoln (Benjamin Walker) no tiene otra cosa en mente que la venganza. Con el paso de los años, le llega por fin la oportunidad de acometer tan ansiado objetivo. Sin embargo,  su intento se ve frustrado al descubrir que el hombre al que se enfrenta es un monstruo o, para ser más exactos, un vampiro. 

Antes de que el verdugo se convierta en víctima, aparece en escena Henry Sturges (Dominic Cooper), un experimentado cazador de vampiros que terminará acogiendo a Lincoln para instruirlo en el arte de matar chupasangres.

Lincoln se convierte en un letal cazavampiros por obra y gracia de Seth Grahame-Smith, autor de la obra homónima en la que se basa la película y que a su vez firma el guión.  Grahame-Smith  es responsable también de transformar “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen en una novela de zombies. Precisamente, “Orgullo y prejuicio y zombies”, como así se titula la susodicha, debió haber sido la primera de sus obras en adaptarse a la gran pantalla, pero todos los directores vinculados al proyecto pegaron la espantada, uno detrás de otro.

Mejor suerte parece haber tenido con esta libérrima –por llamarla de alguna forma- biografía de Lincoln, amparada bajo la producción de Tim Burton, para quién ya escribió el libreto de “Sombras tenebrosas”, y con un presupuesto de 69 millones de dólares al servicio del hiperbólico Timur Bekmambetov, responsable de la infame “Wanted – Se busca”.


Lo primero que choca al adentrarse en la película es la seriedad con la que afronta la historia. Y es que con una premisa tan absurda (deliciosamente absurda, debo indicar), resulta curioso que se tome tan en serio a sí misma en vez de tirar por el lado más cómico y paródico que propiciaría con facilidad tal pastiche argumental.

Pero la historia que nos propone Grahame-Smith  se impregna de un tono ciertamente trascendental y melancólico, con un personaje principal al que le pesa como una losa su deseo de venganza. Eso es lo que motiva su instrucción como cazador de vampiros, algo que finalmente deviene en una parte fundamental e indivisible de su vida como padre de familia y Presidente de los EE.UU.

La mezcla de realidad y ficción resultante es tratada a partes desiguales. Datos personales reales de Lincoln son omitidos o modificados (su primer matrimonio, sus cuatro vástagos) a conveniencia de un trama mucho más lineal y convencional, mientras que otros aspectos de carácter histórico, político y social son aprovechados –en su mínima expresión, eso sí- para contextualizar la historia fantástica del cazavampiros dentro de un entorno verosímil.

Sobre cómo llegó Lincoln al poder y otros detalles clave de su formación política son pasados por alto o tratados a muy grandes rasgos (sus estudios en abogacía, por ejemplo) para no entorpecer lo que de verdad importa aquí: su vida oculta como cazador de vampiros. Y es que al fin y al cabo, de eso es de lo que trata la película. 

Quizás la novela sea mucho más rigurosa y exhaustiva a la hora de introducir el elemento vampírico dentro de la biografía del Presidente, pero aquí todo queda resumido de la forma más simple para, básicamente, poder ofrecer un espectáculo de acción al servicio de la recargada pirotecnia de su director

Que el protagonista se llame Abraham Lincoln es lo de menos. Bien podría haberse llamado Perico el de los Palotes, y el resultado sería exactamente el mismo, salvo que sin el discursito político final. Su descabellado título no es más que una mera excusa para vender más libros/entradas.  De hecho, la mayor parte del tiempo ni siquiera tenemos al presidente en acción, si no a su versión juvenil.

Bekmambetov, que también ejerce de productor (ergo, tiene vía libre), da rienda suelta a su imaginería visual para convertir “Abraham Lincoln: Cazador de vampiros” en una orgía de acción sin mesura. Tal circunstancia nos proporciona escenas de acción tan fantasiosas como espectaculares que pueden ser degustadas con culposo placer (toda la parte final en el tren), pero también momentos tremendamente bochornosos que no hay retina -o cerebro- que los soporte (el enfrentamiento entre Lincoln y el asesino de su madre en plena estampida de caballos; una secuencia verdaderamente atroz).

La cámara lenta, los ralentíes y demás virguerías visuales propias de Bekmambetov acaban por saturar al espectador.  No es que sean algo negativo si se utilizan de forma ocasional, pero el director abusa de ello con pernicioso descaro y llega un momento en que uno acaba bastante harto.

Eso no quita que las escenas de lucha, así como las distintas cazas nocturnas de Lincoln, sean violentamente atractivas. Da gusto también encontrarse con vampiros monstruosos y de grandes fauces, habida cuenta de lo maltratado que ha sido el mito en los últimos años. Vampiros con muy pocos escrúpulos que actúan en la sombra y que están perfectamente integrados en la sociedad del siglo XIX.

El reparto funciona sin muchos alardes. Benjamin Walker y su maquillaje dan el pego para encarnar tanto al Lincoln joven como al Lincoln adulto y ya presidente. Y Rufus Sewell, que ya debe estar hasta la coronilla de interpretar al villano de turno, pone el automático para encarnar al vampiro jefe que tanto da por saco a nuestro protagonista. El resto (Anthony Mackie, Mary Elizabeth Winstead, Marton Csokas, Jimmi Simpson…) acompañan sin hacer ruido, aunque al personaje de Struges (Cooper) se le podría haber sacado más jugo.

Walker, por cierto, se da unos aires a Liam Neeson, actor que optó al papel de Lincoln en el biopic que estrenará este año Steven Spielberg. Y curiosamente, hizo de la versión adolescente de Neeson en la película biográfica “Kinsey”.

En fin, parecidos aparte, lo cierto es que “Abraham Lincoln: Cazador de vampiros” es una chuminada de serie A con espíritu de serie B que, de haberse tomado menos en serio, igual hubiera sido más divertida. O no. En cualquier caso, un cóctel bastante desigual. Visualmente potente y agotadora al mismo tiempo.

Claro que viniendo de quién viene (una especie de Paul W.S. Anderson con sobredosis de anabolizantes), podría haber sido muchísimo peor (o al menos eso es lo que un servidor se temía). Recomendada sólo para ver en una tarde tonta sin nada mejor que hacer, y a ser posible de alquiler.

P.D.: Como no podía ser de otra forma, la inefable Asylum presenta su propia versión del blockbuster: Abraham Lincoln vs. Zombies. A ésta mejor ni acercarse.



Valoración personal: 

jueves, 23 de agosto de 2012

“Los mercenarios 2” (2012) – Simon West


Crítica Los mercenarios 2 2012 Simon West
Tras años de decadencia, Sylvester Stallone resurgió de sus propias cenizas echando mano del baúl de los recuerdos y trayendo de vuelta a dos de los personajes más icónicos de su filmografía: Rocky Balboa, que volvía a enfundarse los guantes de boxeo para subirse a un ring por sexta y última vez; y John Rambo, que se convertía de nuevo en una máquina de matar en una aplaudida cuarta entrega.

Ambas películas funcionaron bastante bien en taquilla teniendo en cuenta sus ajustados presupuestos, y volvieron a poner a Stallone en primera línea de fuego al grito de “sigo vivo y con ganas de dar guerra”.

Pero nuestro estimado Sly sabía que no podría vivir mucho tiempo de las rentas del pasado, así que se sacó de la manga una de las ideas más celebradas de su carrera: reunir en una misma película a viejas (y no tan viejas) glorias del cine de acción de antaño en homenaje a unas estrellas y a un género que en los 80 y 90 vivieron sus años de esplendor. 

Así es como nació The Expendables (conocida en nuestras tierras como Los Mercenarios), cinta en la que Sly compartía cartel con Jason Statham (uno de los tipos que mejor ha sabido recoger el testigo de aquellos action-men), Jet Li, Dolph Lundgren, Mickey Rourke o Eric Robert; éste último, cómo no, en la piel del villano de turno (y con Gary Daniels entre sus matones). También reclutó para la ocasión a luchadores de la WWE que ya habían hecho sus pinitos en esto del cine, como Randy Couture o Steve Austin; y a Terry Crews, un gigantón exjugador de fútbol metido actor. Y como guinda del pastel nos obsequió con la breve presencia de Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger.

Pero siendo justos, Los Mercenarios hubiera pasado sin pena ni gloria (o directa al videoclub) de no ser por su elenco protagonista. Pero es que ver reunidos en una misma película a los héroes de nuestra infancia no tenía precio, y Los Mercenarios gustó sobre todo a quién tenía que gustar, es decir, a los nostálgicos sedientos de acción macarra. 

El momento que compartían Sly, Willis y Schwarzenegger resultaba antológico no por lo que ocurría en él sino por lo que significaba. No obstante, sabía a poco, por lo que quedaba claro que estos “prescindibles” aún podían dar mucho más juego en pantalla. Eso y los más de 250 millones recaudados hicieron que el filme se ganara una secuela. ¡Y vaya secuela!

En esta ocasión, lo que mueve a nuestros protagonistas no es otra cosa que la sed de venganza. El Sr. Iglesia (Bruce Willis) les encarga un trabajo en apariencia sencillo, pero el plan se tuerce y uno de los miembros del grupo es brutalmente asesinado por un despiadado mercenario llamado Vilain (Jean-Claude Van Damme). Decididos a vengarse por el compañero caído, Barney Ross (Sylvester Stallone) y el resto de mercenarios perseguirán al enemigo sembrando a su paso el caos y la destrucción entre sus filas hasta que no quede ninguno en pie. 

Han tenido que pasar muchos (demasiados) años para reunir a estos iconos del cine de acción, pero la espera ha merecido la pena. Ahora bien, la primera entrega no era más que un preludio de lo que íbamos a presenciar aquí.


 Al igual que en aquella, esta segunda parte comienza con Ross y cía enfrascados en medio de una misión. Y siguiendo una máxima no escrita para las “secuelas” que estipula que éstas deben ser más grandes y más espectaculares, esta apertura logra dejar en pañales a la de su predecesora.

Subidos a unos camiones personalizados para la ocasión (con ingeniosas frases intimidatorias decorando la carrocería), el grupito de Ross arrasa con todo aquél que se encuentra a su paso. Primer aviso de que Los Mercenarios 2 apunta alto en la escala de testosterona y salvajismo, con cuerpos hecho trizas a balazos, secuencias fantasmonas a las que no hay que darles muchas vueltas y explosiones a tutiplén. 

Estos primeros minutos nos permiten apreciar una mejora sustancial con respecto a la dirección, asumida esta vez por Simon West en sustitución de un Stallone (quién ha preferido quedarse al margen para centrarse exclusivamente en el liderazgo del reparto y la co-escritura del guión). Y se agradece, ya que si de algo pecaba éste, era de mover la cámara en exceso, algo más propio del cine de acción actual que no del que se pretendía homenajear.

West no es que sea una estatua, pero sabe dónde hay que meter movimiento y dónde no, y su comprensión del espacio a la hora de concebir las secuencias es mucho más concienzuda.  Y es que la experiencia es un grado, y aunque se haya cascado algún que otro truño en el pasado (Tomb Raider, Cuando llama un extraño), es un tipo que conoce el género y sabe lo que se hace. A un paso de convertirse en  otro Andrew Davis o Jan De Bont, West ha sabido reconducir su carrera con The Mechanic, y en The Expendables 2 se reivindica y demuestra que “Con Air” y “La hija del general” no le salieron de chiripa.

Se puede considerar su labor un tanto impersonal, es cierto, pero la eficiencia es importante, y eso sí queda patente. Las escenas de acción son cañeras y, en su mayoría, artesanales, es decir, prescindiendo de efectos digitales, los cuales siguen usándose, muy a mi pesar, en momentos puntuales (siendo éstos bastante cutres) y sobre todo –y ahí está el error- para recrear el cuantioso chorreo de sangre. Y es que lo de llenar a los extras de globitos con sangre falsa ya no se estila, y tanto en este entrega como en la anterior se pasan un poquito con las dosis de hemoglobina digital.


Por lo demás, elaboradas coreografías para las escenas de lucha de especialistas como Jet Li (que por motivos de agenda no pudo permitirse aparecer más minutos), Jason Statham (atención al enfrentamiento múltiple en la iglesia y al duelo en el aeropuerto) y Scott Adkins, éste último bastante desaprovechado como mano derecha del villano encarnado por Van Damme. Un villano, esta vez, mucho más físico, lo que propicia un ansiado enfrentamiento final entre protagonista y antagonista, es decir, entre él y Stallone. 

Pese a que no tiene muchos momentos para su lucimiento (lo cual es una lástima), el belga asume con un buen punto canalla su condición de malote, registro pocas veces frecuentado en su filmografía. Y aunque se eche de menos su clásica “apertura de piernas” (la edad no perdona…), demuestra que aún puede soltar buenos mamporros y pegar sus patadas voladoras, cosa que no hace Chuck Norris, demasiado mayor para estos trotes.

La aparición estelar de Norris, a cámara lenta y con musiquita de Ennio Morricone de fondo (todo un puntazo) no podría estar más metida con calzador, pero a estas alturas de la función poco importa.  Amén de glorioso, dicho momento es una buena muestra del grandísimo tono autoparódico del que hace gala la película. Porque Los Mercenarios 2 es muy consciente de lo que es, de quiénes participan en ella y a qué público va dirigida, por lo que el cachondeo y la parodia (auto)referencial son constantes y, sin duda, uno de sus mayores aciertos.
 
Los guiños a la filmografía de sus intérpretes (e incluso alusiones a la formación académica de uno de ellos) nos sacan siempre una extensa sonrisa, cuando no directamente una carcajada. La leyenda de Chuck Norris ha trascendido al ámbito cinematográfico, y eso queda patente en el cachondísimo diálogo que mantiene éste con Sly. Norris se ríe de sí mismo, y le damos las gracias por ello. Pero la mofa (de buen rollo) con el resto tampoco se queda atrás.

La película nos obsequia también con aquello que ansiábamos ver desde la primera película: a Stallone, Willis y Schwarzenegger uniendo fuerzas y aniquilando al enemigo codo con codo. Una secuencia cumbre y épica en la que tampoco faltan las dosis de humor y violencia exigidas.


Pero Sly y Statham son los que siguen llevando la voz cantante, mientras que el resto se queda en un segundo plano. Couture y Crews los más damnificados, dado su escaso caché en comparación con sus compañeros de reparto. Y a título personal, Lundgren sigue siendo mi favorito, aunque aquí no parece estar tan pasado de rosca. 

Y entre tanto mamotreto musculado también hay lugar para una fémina (Nan Yu), quién tampoco se queda corta a la hora de repartir estopa. 

Siendo la venganza el desencadenante de la trama, el guión también ofrece sus -algo asépticas- pinceladas dramáticas, asumidas siempre por Sly, quién no duda en marcarse un discurso reflexivo (un tanto risible, todo sea dicho) en medio del funeral del compañero caído o entablar “profundas” conversaciones con algún miembro del equipo en esos momentos de descanso entre masacre y masacre. Muy en la línea de cierta charla que mantenía su personaje con el de Mickey Rourke en la primera entrega.

Pero no nos vamos a engañar. La acción y el cachondeo es lo que manda en esta película, y en ese sentido “Los Mercenarios 2 “es una gozada de principio a fin. Un despiporre de hiperbólica, salvaje y descerebrada acción que hará las delicias de todos los que crecimos con esta trupe de “dinosaurios” del género. Dos horas de diversión en las que no faltan los chascarrillos y las frases lapidarias de toda la vida. Una cinta de acción que huele a sudor y napalm por todas partes. 



Valoración personal:

jueves, 16 de agosto de 2012

"¡Piratas!" (2012) - Peter Lord & Jeff Newitt

¡Piratas! 2012 Peter Lord & Jeff Newitt
Pese a sus irregulares coqueteos con la animación digital, primero con “Ratonpolis” (bajo el amparo de Dreamworks) y luego con la maravillosa “Arthur Christmas”(bajo el amparo de Sony), en los estudios Aardman se han caracterizado siempre por el stop-motion (o mejor dicho, clay-motion), técnica que dominan a la perfección y con la que nos han regalado genialidades como “Chicken Run: Evasión en la granja” o “Wallace & Gromit - La maldición de las verduras” (amén de sus muchos cortometrajes y proyectos televisivos).

Ahora vuelven de nuevo manos a la obra con la plastilina para ofrecernos una aventura piratesca de lo más delirante.

De espesa y exuberante barba, el Capitán Pirata es un entusiasta corsario ansioso por conseguir ser nombrado Pirata del Año, galardón por el que se le reconocería como uno de los grandes piratas de su época.  Al mando de una desaliñada y variopinta tripulación y aparentemente sin percatarse de los insalvables obstáculos a los que se enfrenta, el Capitán persiste en perseguir su sueño y vencer de una vez por todas a sus eternos rivales, Pata de Palo Hastings, Black Bellamy y Sablazo Liz. Pero conseguir el ansiado premio de Pirata del Año no será tarea fácil, y nuestros protagonistas terminarán embarcándose  en una odisea que les conducirá desde las orillas de la exótica Blood Island hasta las brumosas calles del Londres victoriano.

“The Pirates! Band of Misfits” es otra clara muestra del asombroso y meticuloso dominio que posee Aardman en el campo de la animación en stop-motion. El gusto por los detalles, la creatividad en el diseño conceptual… Apenas nos hacemos una idea de la titánica labor que hay detrás de la filmación fotograma por fotograma. 

Técnicamente, puede que éste sea su obra más ambiciosa dada la cantidad de personajes  y la diversidad y magnitud de escenarios que maneja. Incluso se han atrevido a combinar el claymotion con el CGI, generando por ordenador el mar por el cual navega nuestra aguerrida tripulación. Y es que si hay algo difícil de representar con esta técnica son los elementos en estado líquido y gaseoso (así como el fuego), por lo que esta vez unos pocos píxel han facilitado el trabajo sin por ello traicionar el proceso artesanal de siempre. Y es que en lo visual, una de las ventajas que ofrece esta técnica es lo (obviamente) tangible que resulta todo, algo imposible de lograr con cualquier otro tipo de animación. Los objetos, los escenarios, los personajes… prácticamente todo es real. El movimiento y el elaborado trabajo expresivo que hay detrás es lo que dota de vida a los muñecos, mientras que desde el guión se trabaja por lograr que las horas y horas de trabajo no caigan en saco roto. Y es que otro aspecto que ha caracterizado a Aardman es la calidad de sus historias.

El Premio al Pirata del Año (una especie de Oscars de los piratas) no deja de ser un mero macguffin que sirve a Gideon Defoe, guionista y autor del libro en el que se basa la película (The Pirates! In an Adventure with Scientists), para embarcarnos en un disparatado viaje a bordo de un barco pirata cuya tripulación no puede sufrir peor suerte. 


El Capitán tiene el apoyo incondicional de sus hombres, pero busca también la admiración de sus semejantes, algo que desgraciadamente no ocurre, ya que sus escasas dotes como corsario le han convertido en el hazmerreir del gremio.

Esto le lleva a cruzar los mares con la intención de hacerse con un buen botín, algo que el destino parece querer negarles. Pero un buen día el viento empieza a soplar a su favor, y la gran oportunidad le llega cuando se topa con un joven naturalista que responde al nombre de Charles Darwin (sí, ese Charles Darwin). A partir de ahí, los desventuras están servidas.

Nos encontramos ante producción inglesa y, por ende, con un humor puramente british, repleto de sorna e ironía, con gags hilarantes y algunas sutilezas que pueden pasar desapercibidas si no se presta la debida atención (los fantásticos créditos finales, plagados de coñas, necesitan de un segundo visionado). Mención especial a la original vuelta de tuerca a la hora de representar en un mapa (animado en 2D) los distintos viajecitos por mar y aire de los protagonistas. 

Es probable que el espectador más afín al humor yanqui (el cuál, dicha sea de paso, ha adoctrinado  en demasía al público español) no reviente a carcajadas, pero de lo que no hay duda es que “Piratas” rezuma ingenio y diversión por todas partes.

El Capitán Pirata, con la voz de Hugh Grant -debutante en estas lides- en la versión original, resulta entrañable por su optimismo, su amor por su tripulación e incluso por su torpe inocencia. Pero el resto de personajes también se ganan inmediatamente nuestra simpatía. Número Dos es el fiel ayudante del Capitán, su mano derecha, y también la voz de la razón y de la sensatez; el único capaz de poner algo de sentido común a los descabellados e insensatos planes de su capitán. El Pirata Albino es inocente y crédulo, pero pone todo su empeño y buena fe en lo que hace. El Pirata con Gota podría pasar por un viejo lobo mar, pero es tan bobo como el resto de sus compañeros. 


Luego tenemos a la Pirata con Curvas Sorprendentes, la prueba más fehaciente de lo borregos que son esta pandilla de despistados piratas. Dado que por aquellos tiempos se consideraba que las mujeres traían mala suerte a bordo de un barco, ésta fémina corsaria pasa desapercibida bajo una barba postiza procurando no levantar sospechas entre sus compañeros, algo que no siempre le resulta fácil. Siente una gran admiración (¿o es devoción?) por el Capitán, y es probablemente la que vive con mayor intensidad su vida al margen de la ley.

Por supuesto, no hay que olvidarse de Polly, la tierna mascota del Capitán y muy querida por todos, que tendrá, sin comerlo ni beberlo, un papel significativo en la trama.

A ellos hay que sumarle el joven Darwin, un empollón más interesado en el amor que en la ciencia, y su peludo sirviente, un jocoso chimpancé mucho más listo de lo que en principio aparenta.

Y como no hay héroes sin villanos (aunque en este caso los “malos” sean los “buenos”), tenemos a la malvada Reina Victoria, una pequeña, regordeta y todopoderosa gobernante que odia a los piratas con toda su alma.

Todos aportan su granito en esta divertida y descabellada aventura piratesca con el sello Aardman por bandera. Puede que no todos comulguen con su humor, pero para un servidor es, sin lugar a dudas, la película de animación del verano.



Valoración personal:

jueves, 9 de agosto de 2012

“Ted” (2012) – Seth MacFarlane

Crítica Ted 2012 Seth MacFarlane
Era cuestión de tiempo que Seth MacFarlane, creador de las populares y exitosas “Padre de familia”, “Padre Made in USA” y “El Show de Cleveland”, diera el salto a la gran pantalla. Lo más lógico hubiese sido pensar que su debut se daría con un largometraje de alguna de sus series animadas o bien con alguna otra producción dentro del campo de la animación. Sin embargo, MacFarlane ha optado por lanzarse a la piscina de la acción real con una comedia que incluye un único personaje animado (el osito de peluche que da título a la película) y que, por supuesto, mantiene las señas de identidad que le han hecho triunfar en televisión.

Con “Ted”, MacFarlane se marca un auténtico “Juan Palomo” produciendo, dirigiendo, co-escribiendo e incluso prestando su voz al irreverente osito protagonista. Lo que en principio se concibió como una nueva serie de animación a sumar a su ya exitoso currículum, no tardó en devenir en una historia con potencial para la gran pantalla.

Una historia que empieza en la Navidad de 1985, cuando John Bennett, un niño de ocho de años, ve su sueño hecho realidad: su osito de peluche cobra vida y se convierte en su mejor amigo. Por supuesto, semejante milagro no pasa desapercibido al mundo, y Teddy, como así bautiza John a su peludo amigo, pasa a ser toda una celebridad.

Transcurridos casi 30 años, el cuento de hadas empieza a ser un problema para John (Mark Walhberg), que no logra conciliar su amistad con Ted y su relación con Lori (Mila Kunis), que empieza a estar harta de tener que compartir a su novio con un osito de peluche parlante.

John quiere mucho a Ted, pero con el paso del tiempo éste se ha vuelto cínico, malhablado y problemático. Y en cierto sentido, ha sido un impedimento para que John deje de comportarse de forma infantil e irresponsable y afronte la vida como un hombre maduro. 

Y es que a John no parece importarle mucho su futuro profesional, y las horas que no trabaja en una compañía de alquiler de coches  las pasa sentado en el sofá viendo la tele y/o drogándose con Ted, lo que empieza a colmar la paciencia de Lori. ¿Solución?  Buscarle a Ted un nuevo hogar y un empleo.

Con esta mezcla de realidad y fantasía, MacFarlane nos sumerge en la complicada relación entre un hombre adulto y su oso de peluche; un oso que habla (sobre todo para decir palabrotas y cosas inapropiadas), come, bebe, fuma e incluso fornica. Un osito vividor, maleducado y putero que empieza a ser en estorbo para la bonita pareja que forman Walhberg y Kunis. 


 La película recuerda un poco a “Tú, yo y ahora... Dupree”, siendo aquí el juguete el amigo puñetero que interpretaba Owen Wilson en aquella.  Un juguete cuyo pariente más cercano sería el alienígena de “Paul”, de Greg Mottola (incluso comparten el nefasto doblaje de Santi Millán gracias a la incompetencia de la distribuidora; ergo, imprescindible su visionado en v.o.).

 Las vicisitudes de esta extraña combinación se enmarcan dentro del humor irreverente y políticamente incorrecto marca de la casa. Y Ted es la clave de ese humor. Su actitud es desvergonzada, insensata y, en varias ocasiones, de lo más zafia. Es él, y no otra cosa, lo que hace que este filme marque la diferencia respecto al resto de comedias gamberras.

De todos modos, bajo las toneladas de sarcasmo, cachondeo y vulgar escatología, “Ted” esconde también su corazoncito, y en ocasiones se decanta por mostrar su lado más tierno. Y no es una mala combinación si se sabe medir bien ambos polos. MacFarlane lo consigue y logra que los momentos ñoños se digieran con facilidad dentro del disparatado (y a ratos absurdo) tono cómico.

En realidad lo que vemos aquí tampoco se distancia demasiado del habitual patrón que siguen la mayoría de comedias románticas, sólo que aquí la parte de “chico conoce a chica” queda resumida a golpe de flashback. El resto es más o menos similar: felicidad conyugal hasta que la pareja discute y luego vuelta a la felicidad conyugal cuando la pareja hace las paces. Claro que en medio de todo esto tenemos a un oso de peluche parlante obsesionado con las drogas, el sexo y… ¡Flash Gordon! (“Flash, Ahhhhhahhh, Saviour of the universe”).

Sí, amigos, Flash Gordon la película, la de las ochenta, aquella joya de la caspa kitch a la que muchos recordamos hoy día con un inexplicable y a la vez entrañable cariño.  Su presencia en “Ted” va más allá del simple guiño,  y termina cobrando un protagonismo inaudito, aunque ésta no es la única referencia cinéfila con que nos obsequia MacFarlane. Lo cierto es que los guiños (de cine, música y televisión, y casi siempre entorno a los ochenta), junto a algún cameo inesperado, son de lo mejorcito de la cinta. El espectador más joven probablemente no captará muchas de estas coñas, pero el resto las disfrutamos de lo lindo.


Al otro lado de la balanza está, a gusto de un servidor, el humor escatológico imprescindible ya en la comedia gamberra actual y algunos segmentos un tanto hilarantes que rozan lo estúpido (las peleas a puñetazo/picotazo limpio…). Pero esto ya es muy subjetivo, y me consta que este tipo de chorradas suelen provocar la carcajada del público.

En cualquier caso, MacFarlane acierta en su cachondo y divertido debut al celuloide y convierte a un personaje animado en el rey de la función. Sus compañeros de reparto tampoco están nada mal.  Kunis, perfecta para este tipo de películas, me enamora cada día más; Walhberg sale indemne en el papel del inmaduro John, y nadie mejor que Giovanni Ribisi (que se pega unos sensuales bailoteos al son del “I Think We're Alone Now” de Tiffany) para hacer de pirado. Igual podría haber sido más transgresora, más insolente… Pero lo que hay es suficiente para echarse algunas risas, que no es poco.



Valoración personal:

jueves, 2 de agosto de 2012

“Prometheus” (2012) – Ridley Scott

Crítica Prometheus 2012 Ridley Scott
El último trabajo de Ridley Scott ha sido uno de los proyectos que más han mareado la perdiz para desconcierto de los cinéfilos, aunque también de los que han causado más revuelo. 

El regreso del director a la ciencia-ficción, género en el que ha logrado dos de sus obras cumbres y más idolatradas, “Alien” y “Blade Runner”, fue una noticia que recibimos con los brazos abiertos. Ahora bien, nada hacía sospechar que aquello fuera a estar relacionado directamente con un retorno a la franquicia “Alien”. Es más, Scott llevaba tiempo detrás de la adaptación de ‘La guerra interminable’ (The Forever War, 1974), la fantástica (y cruda) novela de Joe Haldeman, por lo que no había necesidad alguna de rebuscar en el baúl de los recuerdos si lo que pretendía era tener una excusa para volver al espacio exterior.

Pero desde el nacimiento del proyecto hasta ahora, la red se ha inundado de rumores y desmentidos para parar un tren, algo que no ha hecho sino aumentar el hype hasta niveles francamente desproporcionados. En principio, las pretensiones partían de la idea de realizar una precuela para relatarnos los orígenes del space jockey, personaje mitificado por su breve y enigmática aparición en la primera película de la saga. Pero a medida que se avanzaba en la escritura del guión, Scott y se equipo se dieron cuenta que tenían algo más grande entre manos, y no tardaron en corregir la dirección del proyecto para crear una obra totalmente nueva y ajena. O eso es lo que nos contaron.

Y es que la conexión con Alien nunca quedó demasiado clara hasta que se nos obsequió con el primer tráiler (puede incluso que con el teaser).

Scott quiso desmarcarse pronto del concepto precuela, pero poco a poco se fueron desvelando detalles que confirmaban nuestras sospechas: “Prometheus” tenía ADN Alien, aunque eso no implicara que viéramos de nuevo en pantalla al famoso xenomorfo.

Ahora, tras dos meses de retraso con respecto a su estreno en EE.UU., llega el momento de resolver las dudas y saciar vuestra curiosidad. Y si habéis logrado manteneros al margen del hype y de los innumerables spoilers (tal como hizo un servidor), mejor que mejor.

En el transcurso de su labor, dos jóvenes y brillantes arqueólogos, la Dra. Shaw (Noomi Rapace) y el Dr. Holloway (Logan Marshall-Green), descubren unos reveladores pictogramas rupestres acerca de antiguas civilizaciones que poblaron la Tierra. Todos los indicios hallados señalan a un mismo lugar situado en un punto lejano del espacio como posible origen de estos seres. Con la intención de descubrir la respuesta a estas cuestiones, ambos consiguen convencer a una gran corporación, Weyland Industries, para que les financie el viaje hasta allí.

Un planeta inhóspito, una nave espacial y su desventurada tripulación inmersa en una pesadillesca carrera por la supervivencia por culpa de una misteriosa y mortífera raza alienígena… Todo parece indicar que la estructura de “Prometheus” no se aleja demasiado de sus orígenes “alienescos”. Y en cierto modo, es así.
Puede que la premisa argumental (la búsqueda de respuestas trascendentales a los más grandes misterios de la humanidad) sea muy diferente, pero en el fondo no nos alejamos demasiado del mismo tipo de película con que nos obsequió Scott hace ya algo más de tres décadas. Esto es una “space monster movie” en toda regla, pero con suficientes  alicientes como para marcar la diferencia con respecto al mismo universo alien en el que se inscribe.


El equipo de científicos y exploradores viaja a bordo del Prometheus, nombre que proporciona el título del filme y que para nada es casual. Tal como se cuenta en el mito griego, el titán Prometeo desafió a los dioses y robó el fuego del cielo para dárselo a los humanos para que éstos pudieran cocinar y calentar sus hogares. Por ello, el titán fue terriblemente castigado por Zeus, quién le condenó a sufrir una tortura eterna, encadenándole a una roca y mandando a un águila para que devorara su hígado, órgano éste que volvía a crecerle una vez tras otra, de modo que  el dolor jamás cesara. 

Nuestros protagonistas creen dirigirse hacia el lugar en el que encontrarán las respuestas a su existencia; un lugar dónde conocerán a sus hacedores, a los seres (cuál dioses) que podrían haber creado la vida en nuestro planeta. Con este encuentro esperan poder responder a todas sus preguntas, pero lo único que encuentran es dolor y sufrimiento.

En cierto modo, y recuperando los tintes mitológicos que impregnan la esencia de la película, lo que hace la tripulación de la Prometheus  es abrir la caja de Pandora, liberando así los males que puedan acabar no sólo con ellos sino con toda la raza humana.

En el planeta al que han llegado topan con una civilización que posee un poder tan majestuoso como realmente peligroso.  Y más allá de los planteamientos y significados filosóficos y/o religiosos que se puedan interpretar de la historia, se intuye cierta alegoría a la capacidad del ser humano por manejar ciertos poderes (el nuclear, por ejemplo) capaces de acercarnos con rapidez a la destrucción total. De hecho, la razón por la que estos seres se encuentran en ese planeta es resultado de la decepción que suponemos como creación suya. Es la serie de inevitables preguntas que el personaje de Shaw se plantea hacia al final de la película SPOILER--- ¿Qué hicimos mal? ¿Por qué quisieron destruirnos? ¿Por qué se retractaron luego? Quizás mereciéramos el castigo, pero la medida impuesta, la raza creada para tales efectos, terminó superando las expectativas y volviéndose en su contra. Y de algún modo, dicha creación se convirtió en algo mucho peor e incontrolable que lo que se pretendía erradicar en la Tierra – FIN SPOILERS

En cualquier caso, hay respuestas que es mejor no conocer; preguntas que es mejor no hacerse. Y por irónico que parezca, casi podría trasladarse esto a la propia razón de ser de la película. ¿Realmente hacía falta conocer los orígenes del space jockey? ¿Acaso no era mucho más divertido dejar volar nuestra imaginación y elucubrar con nuestras propias respuestas acerca de tan enigmático personaje cinematográfico? 

Siempre he pensado que la existencia de las precuelas mató uno de los grandes atractivos del cine: el misterio de lo desconocido. Fue cuando Hollywood encontró el modo (casi siempre por motivos económicos más que artísticos) de contárnoslo todo y dejar poco o nada en manos de nuestra imaginación. Y hay un dicho que dice que “la curiosidad mató al gato”. Pues eso les ocurre a nuestros protagonistas, y puede que también le ocurra a algunos espectadores…  A aquellos que terminen saliendo decepcionados de la sala en la que se proyecta “Prometheus”. Porque no siempre la respuesta que buscamos es la que acabamos encontrando. Aunque quizás aquí la decepción no venga tanto por el qué sino por el cómo y por no ver cumplidas todas las (desorbitadas) expectativas. Porque no hay duda que aquí nos encontramos con una caso claro de hype desmedido; un hype contraproducente para el espectador y que puede convertirse en uno de los mayores lastres de una película que, sin ser la panacea, es de lo de más rescatable dentro de su género. 

No marcará un antes y un después en la ciencia-ficción (de hecho, es mucho más elemental y convencional de lo que se le presupone) ni  se convertirá en hito u obra cumbre del mismo, pero ofrece dos horas de evasión suficientemente eficaz y loable como para no lamentar en demasía el habernos reventando, en cierta medida, el origen de uno de los monstruos más inquietantes y letales del cine fantástico.

 
Pero entonces, ¿es esto una precuela? Sí y no. SPOILER—Sí, porque se sitúa años atrás a los acontecimientos que transcurren en “Alien, el octavo pasajero”. No, porque aún situándose en el mismo universo y rescatando parte de sus elementos característicos (Weyland Industries, el space jockey…) no tiene mayor relación con el filme de 1979, y los hechos que se relatan no desembocan directamente en la película original, con lo cual rompe con el significado más estricto y habitual de la palabra “precuela”. Nos indica, en sus últimos minutos, cuál puede ser la procedencia del alien mediante la aparición de un primerizo xenoformo. Una especie de “ancestro” del alien de la primera película; la semilla que dará lugar a tan mortífera criatura. Pero nada más parece vincular una película con la otra. – FIN SPOILER

La película ofrece alguna que otra respuesta a la procedencia del xenoformo y, por supuesto, nos ilustra un poco acerca del space jockey, pero termina sugiriendo más preguntas que respuestas. De hecho, se puede criticar que el guión se quede simplemente en la superficie de lo que pretende exponer, siempre en favor de un despliegue más pirotécnico y simplista. Los frentes que abren los guionistas dan lugar a una mayor profundización que aquí se siente a medio  explorar. El nuevo universo que elabora “Prometheus” queda lastrado, en parte, por decantarse hacia la vertiente survival, lo que en el fondo termina definiendo la propuesta. En cuanto el suspense y la intriga dejan paso al terror y la acción, se pierde gran parte de la fuerza y tensión iniciales que, de haberse sabido llevar con más atino (más que nada desde el guión), hubieran culminado en una obra muchísimo mejor y más memorable que la que finalmente ha quedado.

Pero insisto, “Prometheus” no es para nada una mala película. No es la gran película que -quizás equivocadamente- muchos ansiaban encontrarse, y quizás tampoco sea el gran regreso de Scott a la ciencia-ficción, pero tampoco se nos obsequia habitualmente con un cine de género serio y locuaz como éste, y que a su vez sea tan asequible para el espectador (aquí no hay pajas mentales ni discursos pseudointelectualoides. Tampoco propaganda atea, como alguno podrá pensar). Quizás sí es algo pretenciosa, y presume de querer y poder dar más y mejor de lo que finalmente ofrece, pero en la silla de director no hay un cualquiera, y eso se nota. La profesionalidad con la que está hecha se palpa en cada detalle. Técnicamente es impecable, y no me refiero a los efectos especiales  solamente (que cumplen con creces) ni tampoco a la –innecesaria, por escasamente provechosa- inclusión del  efecto estereoscópico; narrativamente es competente, y cuenta con una puesta en escena cuidada.  Pero su guión no está a la altura. Sus personajes no lo dan todo de sí.

El protagonismo es mayormente coral durante buena parte de la película, pero poco a poco Shaw y David se erigen como piezas angulares de los acontecimientos y principal pilar de la trama. Y ellos y sus intérpretes brillan (sobre todo Fassbender), pero el resto desluce a su lado. El talento de Charlize Theron (que parece haberle cogido el gustillo a encarnar féminas ruines) y el de Idris Elba (quién no acaba de encontrar papeles a la altura de los que sí le ofrece la pequeña pantalla) quedan menguados por  unos personajes que apuntan maneras pero se quedan finalmente en nada. El resto anda por ahí como mera carnaza, aunque eso ya es un rasgo fundamental de este tipo de cintas.

 
La película guarda para el recuerdo una de las secuencias -no apta para estómagos sensibles- más viscerales y brutales que permiten su bendita y agradecida calificación R (SPOILER—el malrollero parto por cesárea de Shaw – FIN SPOILER). Muestra una acertada construcción psicológica de David, un cyborg que se esfuerza por comprender a los humanos y que, en su empeño por ser uno de ellos (o que al menos le consideren como tal y como uno más del equipo), llega a sentirse casi como humano. Y eso pese a que sus compañeros (y en un momento dado también su creador) no cesan en recordarle que no es más que un saco de cables y circuitos. 

La coyuntura moral, profesional, personal y finalmente religiosa que se le presenta a Shaw es también bastante interesante, precisamente por lo mucho que se entorpecen unos a otros esos conceptos. Pero más allá de todo eso, lo que hay aquí es terror espacial, pero lejos de la intensidad de “Alien” y de la jubilosa satisfacción que proporcionaba aquella.

Es muy probable que “Prometheus” convenza o decepcione en función de lo mucho o poco que se espere de ella. Eso no quita que aún siendo muy correcta, no termine de llenar del todo. Entretiene pero no deja huella. Resulta enigmática en su comienzo, pero falta mayor definición de los conceptos que plantea, amén de dejarse llevar en su tramo final por la resolución que presenta menos riesgos  (y más fuegos de artificio). 

La verdad es que viniendo de quién viene sabe a poco, pero igual de los guionistas tampoco se podía esperar mucho más. Jon Spahits es responsable de la bochornosa “La hora más oscura”, uno de los mayores bodrios del pasado año; y que Damon Lindelof ha logrado cierto estatus de reconocimiento celestial por su implicación en los guiones de “Perdidos”, pero su trayectoria en el medio cinematográfico se resume en “Cowboys & Aliens”, la presente “Prometheus” y la futura adaptación de “Guerra Mundial Z”, la cual acumula ya tantas reescrituras y rerrodajes que poco o nada hacen confiar en su labor y en el resultado final de la película. Servidor cruza los dedos por  la secuela de la estupenda “Star Trek” de JJ. Abrams, cuyo guión también cae en sus manos.



Valoración personal: