domingo, 29 de marzo de 2009

“Warlock, el brujo” (1989) – Steve Miner


La filmografía de Steve Miner se ha decantado muy especialmente por el terror y el fantástico, dónde ha cosechado sus mejores resultados, aunque tampoco ha dudado en flirtear con otros géneros, como la comedia o el drama.

Miner empezó produciendo el debut en la dirección de Wes Craven, “La última casa la izquierda”, para más tarde ser uno de los productores asociados del clásico de terror “Viernes 13”. Precisamente, sus primeros pasos como director fueron las dos primeras secuelas de la saga de Jason Vorhees, con las que adquirió algo de experiencia en el campo del terror. Esto le permitió, años más tarde, dirigir el que sería uno de los títulos clave de su carrera, “House, una casa alucinante”, cinta que se convirtió en uno de esos clásicos del videoclub de los ochenta.

Después de una comedia adolescente con C. Thomas Howell y unos cuantos capítulos de la serie “Aquellos maravillosos años”, llegó, en 1989, otros de los films más destacables del director, “Warlock, el brujo”, la cinta que hoy nos ocupa.

El guión de esta película fue escrito por David Twohy (Pitch Black, Below, Las Crónicas de Ridick) que por aquel entonces firmaba con el nombre de D.T. Twohy y que un año antes ya había desarrollado el libreto de la segunda entrega de “Critters”.

La historia de “Warlock” es bastante interesante, y nos cuenta como en 1691, un hombre, Warlock, condenado a morir en la hoguera por brujería, logra escapar de su sentencia gracias a una fuerza misteriosa que lo arrebata de su celda y lo transporta a Los Ángeles de 1989. Una vez allí y a través de una médium, descubre que el propósito de su misión es el de reunir las tres partes de "El Gran Grimoire", el libro con el que conseguirá el poder de destruir la tierra. Pero su viaje a través del tiempo no se ha producido en solitario, y con él ha arrastrado a Redferne, único testigo de su desaparición y hombre que lo capturó en el pasado.

Redfenre se aliará con una joven víctima de Warlock para evitar que el brujo alcance su propósito, ya que de hacerlo, las fuerzas del mal se desatarán y la humanidad correrá un grave peligro.


Los primeros minutos de la cinta nos sitúan en 1691, momento en que vemos por primera vez a protagonista y antagonista juntos. Ambos son transportados trescientos años hacia adelante, al futuro, mediante una poderosa fuerza diabólica.

El primer encuentro de Warlock se producirá en casa de Kassandra (Lori Singer), quién adquirirá el rol femenino protagonista. Tras maldecirla con una vejez prematura, Kassandra descubrirá que sólo ayudando a Redfenere podrá romper dicho maleficio. Así es como el viajero del pasado y la joven del futuro unirán sus fuerzas para derrotar al malvado brujo, antes de que logre encontrar las tres partes de "El Gran Grimoire", un libro de hechizos que le permitirá abrir las puertas del infierno.

“Warlock, el brujo” es una producción de serie B llevada a cabo por un director no muy talentoso. Es por ello que pese a lo interesante de su argumento, la idea queda un tanto desaprovechada debido a la limitada capacidad narrativa de Miner y a la falta de medios con los que cuenta. En general, los enfrentamientos contra el brujo se antojan un poco sosos, ya no sólo porque los efectos especiales sean pobres y encima hayan quedado obsoletos (los vuelos de Warlock son, hoy día, muy risibles), sino porque le falta garra a la acción y sobre todo carisma tanto al villano como al héroe.
Sin embargo, no se puede negar que aún así, la cinta se hace entretenida, apostando por una rápida resolución de la trama -a Warlock no le cuesta mucho encontrar las partes del citado libro- y por unas cuantas escenas de acción en las que los discretos efectos especiales se adueñan de la función. Con esto nos basta para pasar un rato de entretenimiento frente a la pantalla, visionando uno de esos títulos de finales de los 80 al que el tiempo no le ha sentado tan bien como a otras de su misma década. Y es que da la sensación de que con semejante argumento se podía haber hecho mucho más.


La labor del reparto no es demasiado remarcable. pero sí efectiva El mejor parado de todos es Richard E. Grant, que encarna a Giles Redfenere. Julian Sands (Warlock) impone con su físico y su mirada gélida; y Lori Singer, que se dio a conocer en la serie “Fama” y acompañando a Kevin Bacon en “Footlose” o a Tom Hanks en “El hombre con un zapato rojo”, cumple con corrección su labor de “chica asustadiza cuya ayuda finalmente resultará indispensable para derrotar al malo”.

El trabajo de Miner es resolutivo pero poco excitante. Viendo sus últimos trabajos, no se puede decir que haya mejorado mucho como director, aunque tienes algunas cintas bastante majas, como la que nos ocupa, “House, una casa alucinante” o la más reciente, “Mandíbulas” (una serie B con cocodrilo gigante bastante simpática, o por lo menos en su momento me gustó). Y aunque actualmente sigue muy vinculado al género de terror (suyas son la mala pero entretenida “Halloween:H20” y “El día de los muertos”, última remake de un clásico de Romero), considero que su mejor trabajo como director fue, de lejos, la comedia romántico-fantástica “Eternamente joven”, una película de la que guardo gratos recuerdos.


“Warclock, el brujo” es una cinta curiosa, que entretiene en sus humildes pretensiones aunque no entusiasme en exceso, y que tiene una buena banda sonora del ya desaparecido Jerry Goldsmith. Por último, comentar que ya en los noventa tuvo dos secuelas más (Warlock 2: El Armageddón y Warlock 3: El Fin De La Inocencia), aunque no sería de extrañar que con la fiebre de los remakes, a Hollywood le dé ahora por hacer una revisión de este “clásico menor” de los 80, pues ya pocos clásicos quedan sin revisionar y/o mancillar. Potencial tiene, sólo faltaría encontrar un buen director y un reparto adecuado, porque la mejora en los fx la doy por hecha.



Valoración personal:

miércoles, 25 de marzo de 2009

"Interstate 60" (2002) - Bob Gale


En los últimos tiempos, encontrar una idea original en una película parece una misión digna del mismísimo Ethan Hunt. Entre remakes innecesarios, secuelas tardías (y más innecesarias, si cabe), precuelas y adaptaciones varias (cómics –la moda de esta década-, novelas, videojuegos…), parece que las ideas originales –y ya no digo buenas- están en peligro de extinción. Los productores ya no arriesgan y optan por ir a lo fácil, depositando sus esfuerzos y su dinero en productos que cumplan fórmulas ya conocidas que puedan funcionar dentro de las exigencias estándar del público mayoritario; los guionistas terminan rescribiendo el material de otros o adaptando algo, que es mucho más fácil que crearlo por sí mismos; y los directores se olvidan de tener un estilo propio para adaptarse a la demanda imperante (cámara al hombro es la última tendencia “cool” de este colectivo)

Ante semejante panorama, no nos queda otra que calzarnos la cazadora, el sombrero y el látigo e ir a por la gran aventura de todo buen cinéfilo: la búsqueda de historias que aún puedan sorprendernos. Por supuesto no es tarea fácil, pero uno siempre acaba haciendo grandes descubrimientos, ya sea en un género u otro. Y aunque no siempre las historias sean del todo originales, sí el modo de contarlas es lo que puede determinar que cierta película pueda o no gustarnos.

En los últimos meses he hecho bastante de esos descubrimientos, aunque no siempre los comparto con mis lectores (por motivos diversos que no vienen al caso). Sin embargo, dentro del género fantástico parecía que toda esperanza de encontrar material novedoso iba a llevarme por el camino de la amargura. Entonces descubrí “Interstate 60”, o mejor dicho, redescubrí, y es que ya hace un tiempo que supe de su existencia, pero hasta que la oportunidad de hacerme con ella no se presentó ante de mí, no salí de dudas. Supongo que tarde o temprano, echarle un visionado era algo inevitable.


La historia de “Interstate 60” es la de Neal Oliver, un joven artista cuya vida parece estar ya planeada por su padre, un rico abogado que quiere que su hijo siga sus pasos, pero sin haberle preguntado antes a él si ese futuro es el que realmente quiere para sí mismo. Por supuesto, Neal no desea la vida que tan fácilmente le ofrecen, ni tan siquiera quiere depender del dinero de sus adinerados padres, y por eso trabaja por su cuenta en un almacén.

El día en el que Neal cumple 22 años, su deseo de aniversario no es otro que el de encontrar una respuesta a su vida, es decir, qué debe hacer con ella, qué caminos debe seguir y cuáles rechazar. En vez de eso, el regalo de su padre es un BMW rojo descapotable, el coche del color que él nunca quiso (pero sí su padre). Curiosamente, cerca del lugar anda O.W. Grant (Gary Oldman), una especie de genio que sólo concede un solo deseo por persona. Por lo general, suele tomarle el pelo a quienes le encuentran y a jugarles malas pasadas, pero la petición del joven le parece tan curiosa, que decide poner en marcha un plan para que ese deseo se cumpla. Pero para conseguir la dichosa respuesta, Neal deberá poner de su parte, lo que le lleva a realizar un largo viaje hasta Dunver, un lugar inexistente, a través a de una carretera que tampoco existe, la Interestatal 60.

La incredulidad de Neal va desapareciendo a lo largo del viaje. Durante su transcurso, el joven irá descubriendo curiosos personajes y lugares de lo más variopintos. Cada persona que conozca, cada lugar que se encuentre en el camino y cada historia que viva, le conducirán a esa respuesta tan deseada. Pero sólo cuando llegue al final de la meta, tras un sinfín de experiencias, Neal verá cumplido su deseo. Será entonces cuando él mismo podrá responder a su propia pregunta. El resto, será cosa del destino.


“Interstate 60” es una de esas películas que pretenden transmitir un mensaje esclarecedor y positivo al espectador, a través de una fábula de carácter fantástico. El esquema narrativo podría asimilarse al de “Big Fish” de Burton, y el genio O.W. Grant (Oldman), vendría a ser una versión más amable del Djin de “Wishmaster”, siendo éste un ser poderoso que concede los deseos “a su manera”. Pero más allá de eso, la cinta es una road movie plagada de curiosos personajes, lugares poco comunes e historias de lo más increíbles. Cada encuentro y cada entuerto que Neal resuelve, son una manera de conocerse a sí mismo y de aprender a tomar ciertas decisiones. Decisiones que pueden dictaminar nuestro destino. Y está en nuestras manos, mayormente, elegir ese destino y no dejar que otros lo hagan por nosotros, aunque por ello haya que renunciar o perder ciertas cosas.


El artífice de todo esto es Bob Gale, quién con en este largometraje debuta como director pero no como guionista, pues ahí sí posee una más que interesante trayectoria en el campo del fantástico. Entre otras cosas, fue junto a Robert Zemeckis, el encargado de desarrollar y escribir toda la trilogía de “Regreso al futuro” (ahí es nada), además de muchos de los capítulos de la serie animada que la misma tuvo a principios de los noventa. Antes ya había trabajado con Zemeckis en la comedia Used Cars (aka Frenos rotos, coches locos, ejem, sin comentarios), protagonizada por un treintañero Kurt Russell, que aquí interviene en un pequeño papel.

Por esa misma época, concibió la historia de “1941”, una película que narraba, en clave de humor, el ataque japonés a Pearl Harbor, y que dirigió el mismísimo Steven Spileberg (no en vano, éste fue el productor ejecutivo de la ya citada Used Cars). Aunque se la considera uno de los mayores fracasos comerciales -y críticos- en la carrera del Rey Midas de Hollywood, éste no dudo en volver a contar con los servicios de Gale para uno de los capítulos de su serie “Amazing Stories” (aka Cuentos asombrosos). Dada esta relación profesional, no es extraño que en la película que nos ocupa haya un simpático guiño hacia “Encuentros en la tercera fase”, una de las películas de ciencia-ficción más conocidas y aclamadas de Spielberg.


Posteriormente, Gale ha trabajado, dentro del fantástico, en Historias de la cripta ("Tales from the Crypt"), tanto en uno de los capítulos de la serie regular como en uno de sus películas, “Bordello of Blood”, titulada aquí en España como El Club de los vampiros.

Finalmente, tras un largo tiempo desaparecido de la pequeña y gran pantalla, Gale se embarcó en el guión y en la dirección de “Interstate 60”, elaborando así una agradable y simpática comedia fantástica con su pizca de romance, su inevitable surrealismo y sus moralejas.
Para ello, contó con viejos conocidos como Russell y ”caras nuevas” como la de la guapa Amy Smart o la de James Mardsen, que interpreta correctamente el rol de Neal, y que en los últimos años ha intervenido como secundario en películas del calibre de “X-Men”, “Superman Returns” o “Encantada: La historia de Giselle”. Digna de mención es la presencia también del siempre genial Gary Oldman como el genio O.W. Grant, además de la aparición estelar de dos viejos conocidos, Christopher Lloyd en un papel breve pero esencial, y Michale J. Fox, los eternos Doc y Marty de la mejor trilogía de la historia del cine: “Regreso al futuro”. Este último interviene a modo de cameo como un ejecutivo en pleno ataque de nervios (la única manera, imagino, de poder disimular su terrible Parkinson)

Así que por el buen sabor de boca que me ha dejado, por sus simpáticos personajes y su original -dentro de lo cabe- historia, no puedo sino recomendaros el visionado de “Interstate 60”, una película curiosa y diferente que se agradece y mucho en estos tiempos que corren (la escasez de ideas en el cine es cada día más sangrante)



Valoración personal:

sábado, 21 de marzo de 2009

"Tristán e Isolda" (2006) - Kevin Reynolds


Salvo contadas y muy esporádicas excepciones, el cine épico, en la mayor amplitud de la palabra, no goza ya de muy buena salud. Parece ser que las viejas historias de valerosos caballeros y bellas doncellas ya no interesan demasiado al público, y los pocos intentos de llevar estas historias al celuloide parecen no ser del agrado del espectador medio. A veces, la baja calidad del producto es la que comprensiblemente despierta desconfianza y desagrado, como es el caso de la esperpéntica “La última legión” o la fallida “El reino de los cielos” (dicen que el director’s cut es mejor…). Otras veces, quizás por falta de promoción, quizás por su poco conocido reparto o simplemente por el escaso interés que produce la historia, algunas de estas producciones han visto como su paso por taquilla ha sido más bien discreto.


"Tristán e Isolda", la cinta que nos ocupa hoy, está basada en una popular leyenda celta, y es precisamente ésta una de esas películas poco valoradas que quizás merezcan un redescubrimiento. Y es que sin llegar a ser una gran película, se puede decir que cumple con su función de buen entretenimiento, entregándonos una trágica historia de amor sazonada con sus buenas dosis de acción y aventuras.


La historia de Tristán e Isolda es un relato de honor y de amores prohibidos. Tristán, un importante caballero britano, es herido durante una batalla y dado por muerto por los suyos. Tras su funeral, su cuerpo termina por “casualidades” del destino, en una playa irlandesa, donde es encontrado por Isolda, hija del rey Donnchadh, que al darse cuenta que su corazón aún late, decide curarle las heridas y cuidarlo en secreto.
Entre los dos jóvenes surge el amor, pero sus orígenes les impiden mantener una relación abierta. Por ello, Tristán regresa a su tierra y ambos juran mantener su idilio en secreto.

Por su parte, el rey Donnchadh, tratando de crear cizaña y división entre las diversas tribus inglesas, decide crear un torneo entre todos los campeones de Inglaterra, en el que el premio es su hija Isolda. Valientes caballeros de todas partes de Inglaterra acuden al torneo, y entre ellos está Tristán, que desconociendo que su amada es la hija de su eterno enemigo, se enfrenta a todos sus rivales con tal ganar el torneo y ofrecerle el premio, es decir, Isolda, a Lord Make, un hombre que lo crió como si fuera su propio hijo. Tras conseguir la victoria y descubrir que Isolda se convertirá en la esposa de Lord Make, Tristán cae sumido en una profunda tristeza, debatiéndose entre su lealtad hacia el rey y su país o su amor por la bella irlandesa.


La mayor dificultad que entrañaba la adaptación de esta leyenda popular no era tanto su fidelidad con el relato original (ignoro cuanta hay en el film) sino el hecho de intentar conseguir que la historia de amor entre Tristán e Isolda fuese el centro de atención de la trama sin por ello resultar empalagosa o demasiado previsible. En el primero de los casos, podemos afirmar con todo a tranquilidad que la relación amorosa entre ambos está muy bien llevada, gracias en parte, a la buena labor de su reparto: James Franco y Sophia Myles. Entre ellos hay química sin necesidad de recrear postales románticas que inviten al “¡oh!, ¡qué bonito!” como bien hacen otros directores (véase “El nuevo mundo” de Malick)


Tal como ocurre en la inmensa mayoría de películas, esa flecha de Cupido se clava con una rapidez pasmosa, amándose la parejita con devoción y jurándose amor eterno en menos que canta un gallo. Eso es algo que debemos aceptar no ya en esta película, sino en todas las que el cine nos endosa. Así que descontando eso, el resto se puede decir que resulta mínimamente creíble, tanto lo que uno siente por el otro como el sacrificio que ambos deben afrontar por el bien común, dejando a un lado su propia felicidad.

En cuanto a ser previsible o no, es evidente que la historia entre Tristán e Isolda ya nos la conocemos de memoria de tantas veces que, de una manera u otra, nos la han contado. Sin ir más lejos, no sería descabellado decir que Shakespeare se inspiró en esta leyenda celta para su “Romeo y Julieta”, e incluso la historia del Rey Arturo tiene no pocas similitudes con este relato. Pese a ello, la dirección de Reynolds es lo suficientemente eficaz no sólo para entretenernos con batallas y conspiraciones, sino también para llevar a buen puerto la trama amorosa sin que decaiga el interés por ella.

Desgraciadamente, y aquí viene el único “pero” que encuentro, es que a la cinta le falta esa energía, esa intensidad y contundencia que toda película épica necesita.
Aunque Reynolds está bastante curtido en el cine de época y de aventuras, pues suyas son la excelente Robin Hood, príncipe de los ladrones (1991), Rapa Nui (1994) o La venganza del conde de Monte Cristo (2002), aquí le ha faltado algo de garra para que su “Tristán e Isolda” nos deje una profunda huella tras su visionado. La sensación final es la de haber pasado un buen rato con jugosas batallas (tampoco demasiado espectaculares, todo sea dicho), con interesantes conflictos territoriales y de lealtad, y con una agradable y a la vez triste historia romántica con la que compartir gozo en pareja. Pero no va más allá de eso, y por ello la tragedia no traspasa la pantalla y la empatía con el espectador se queda algo huérfana.

No por esto último dejaría de recomendar el visionado de la película, pues en última instancia, supone uno de los ejemplos más claros de buen cine de aventuras -con su drama y su romanticismo-, aún pisando terrenos sobradamente conocidos. Y tener a Rufus Sewell en el bando de los buenos, bien merece despertar vuestra curiosidad.



Valoración personal:

martes, 17 de marzo de 2009

"True Blood" (2008) - Alan Ball


Aunque bien podría decirse que los vampiros vuelven a estar de moda en el cine y en la televisión, lo cierto es que nunca se han marchado del todo, como para echarlos de menos. De una manera u otra, siempre hemos tenido nuestra ración vampírica de turno, pero parece que en los últimos años, los chupasangre, junto a los no-muertos, están viviendo en resurgimiento -nunca mejor dicho- bastante celebrado.

En lo que a televisión se refiere, además de las noventeras “Buffy, Cazavampiros” o su spin-off “Angel”, han surgido otras series con la temática vampírica de por medio, aunque no todas entusiasman por igual al espectador. Una de ellas es “Moonlight”, que no he tenido el gusto de ver y que se canceló tras la huelga de guionistas de hace unos años, quedando tan sólo en 16 episodios.
Las otras dos series a mencionar permanecen aún activas en la actualidad. Blood Ties: Hijos de la noche, de origen canadiense, está basada en unas novelas de la escritora Tanya Huff, y mezcla el tema de los vampiros con la intriga policial.

Por su parte, “True Blood”, el serial que nos ocupa, se basa en una serie de novelas (Southern vampire) de la escritora norteamericana Charlaine Harris y está producida por la HBO; con lo cual, una ya puede imaginarse que lo que tenemos delante no es otra serie más de vampiritos.

Su creador es Alan Ball, responsable también de la aclamada "A dos metros bajo tierra”, y de momento consta de una primera temporada de 13 episodios la mar de adictivos.


La historia de True Blood nos sitúa en un pequeño pueblo del estado de Lousiana, en un momento en el que los vampiros y los seres humanos intentan convivir pacíficamente los unos con los otros. Esta especie de tregua ha sido propiciada gracias a una bebida compuesta de sangre sintética, creada por los japoneses, y que supone un sustitutivo a la sangre humana. De esta manera, los vampiros ya no tienen por qué alimentarse de los humanos, pudiendo así convivir con ellos como unos ciudadanos normales y corrientes. Sin embargo, no todos los vampiros están contentos con esta medida, y mientras unos intentar velar por los derechos de su raza, otros siguen alimentándose de humanos y gozando de la eternidad a su libre antojo.

Bill Compton (Stephen Moyer), un apuesto y pacífico vampiro centenario, llega a nuestro pueblo protagonista, y allí conoce a una joven camarera, Sookie Stackhouse (Anna Paquin), quién tiene la capacidad de poder leer la mente de la gente, algo que suele ocasionarle más problemas que beneficios. En su primer encuentro, nace la chispa del amor, pero ni su relación ni la presencia del propio Bill serán muy bien recibidas por la gente del pueblo, que por primera vez debe permitir que un vampiro se instale en sus tierras. Para más inri, su llegada coincide con una serie de terribles asesinatos, con lo cual las sospechas de la mayoría de pueblerinos recaen en el recién llegado chupansagre, si bien no hay pruebas que lo demuestren.


True Blood mezcla con eficacia la imposible relación amorosa de su pareja protagonista, con el suspense propiamente dicho de descubrir quién es el responsable de los asesinatos que azotan el tranquilo pueblo de "Bon Temps") Misterio, amor, sexo y vampiros se unen en esta producción fantástica de HBO que recomiendo encarecidamente.


Entre sus mayores aciertos, destaca la crítica de fondo que sus creadores dejan entrever en cada capítulo. La lucha de los vampiros por su integración social bien podría asociarse a la del colectivo homosexual en nuestra actualidad. Sin ir más lejos, el propio tema de la orientación sexual se maneja en la serie a través del personaje de Lafayette (Nelsan Ellis). Por tanto, a través de ambos temas (vampirismo y sexualidad) se realiza una incisivo ataque a la xenofobia que aún muchos predican (gente ignorante, codiciosos políticos o fanáticos religiosos, sobre todo)

A través del don de Sookie, se pone de manifiesto la hipocresía de nuestra sociedad, cuando lo que decimos no siempre es lo que pensamos. Esa falta de sinceridad o de doble moral también se percibe a lo largo de toda la serie.

Trasfondos a parte, otros alicientes de los que hace gala de la serie de Ball es su forma irreverente de tratar el sexo o la violencia. Actos sexuales bastante subiditos de tono y sangre por doquier suponen el atractivo más comercial del producto, algo que se agradece en estos tiempos tan comedidos. Y esto es posible gracias a que la producción corre a cargo de la HBO, que por lo general suele sorprendernos tanto por la originalidad de sus propuestas con por la controversia que las mismas pueden suscitar. Propuestas arriesgadas que pocos canales se atreverían a producir/emitir.


A destacar también el humor negro, rasgo característico de su creador, y que está presente en toda esta primera temporada.

Por otro lado, resulta interesante también cómo se derrumban algunos mitos acerca de los vampiros, a la vez que se nos revelan otras costumbres suyas. De este modo, con cada capítulo sabemos un poco más de estos misteriosos seres.

Sobre los personajes y las distintas subtramas que los unen, prefiero optar por no revelaros nada, de manera que los vayáis descubriendo/conociendo vosotros mismos, en el caso de que decidáis echarle un vistazo a la serie.

Así que para finalizar, expondré de forma resumida los pros y los contras de la serie, a la espera de que llegue su segunda temporada, deseando que mantenga o supere el nivel de ésta (como con Dexter) y no decaiga como le ocurre a otras series (Prison Break, Héroes…)


Pros: la crítica hacia la xenofobia, el racismo, la hipocresía o el fanatismo religioso; el eventual gore y el tono erótico –no explícito- de los encuentros amorosos; los trabajados personajes (ya sean protagonistas o secundarios) y las diversas subtramas; el tema "Bad Things" de Jace Everett, que acompaña los curiosos créditos iniciales.

Contras: algunos huecos o cabos sueltos en la trama del asesino; el personaje de Sookie, que puede llegar a resultar muy irritante debido a sus constantes chillidos y cambios de humor (en mi caso, hay que añadirle el irremediable rechazo que me provoca la actriz Anna Paquin); que los afilados dientes de los vampiros no sean los colmillos de toda la vida, sino los incisivos (detalle puramente estético, pero que no termina de convencerme)



Valoración personal:


jueves, 12 de marzo de 2009

"Underworld: La rebelión de los licántropos" (2009) - Patrick Tatopoulos


Allá por el 2003, llegó a nuestras pantallas “Underworld”, una película dirigida e ideada por el debutante Len Wiseman. Al frente de la cinta teníamos a todo un bellezón, Kate Beckinsale, compartiendo pantalla, entre otros, con su pareja de aquél momento, Michael Sheen (dato amarillista: más tarde rompieron y la actriz se casó con el propio Wiseman)
La película narraba la eterna lucha entre dos monstruosas razas, los vampiros y los licántropos. Con una estética deudora de Matrix y Blade, e influenciada –según tengo entendido- por un popular juego de rol, la película de Wiseman pegó fuerte en las carteleras, ganando tanto admiradores como detractores.

Su éxito propició la realización de una secuela titulada “Underworld: Evolution”, con mismos protagonistas y mismo director, aunque esta vez los resultados en cuanto a calidad se refiere, fueron tremendamente inferiores.

Desde un buen principio, Wiseman planteó Underworld como una trilogía, y teniendo en cuenta su aceptación entre un sector del público, no es de extrañar que su propósito se haya visto cumplido. Así es como ahora, seis años más tarde, y de la mano del encargado de los fx de las dos anteriores, Patrick Tatopoulos, nos llega la tercera entrega. Y lo hace a modo de precuela, para relatarnos los hechos que transcurren antes de sus predecesoras, y así contarnos de forma extensa el por qué de esa rivalidad entre las dos razas.

Underworld: Rise of the Lycans
se sitúa varios siglos atrás en el tiempo, en una época en la que los aristocráticos vampiros tienen a los hombres lobo esclavizados a su antojo. Para los primeros, los licántropos no son más que animales, una raza inferior que no merece tener derechos, y que debe obedecer los designios de una raza más inteligente y poderosa, la suya.

Viktor (Bill Nighy), mandamás del clan vampírico, tiene bajo su protección a Lucian (Michael Sheen), el primero de una raza de licántropos que pueden vivir como humanos y transformarse en bestia cuando lo deseen. Lucian siempre ha seguido las órdenes de Viktor sin poner objeciones, pero a esa vida de resignada esclavitud le quedan pocos días. Su amor por Sonja (Rhona Mitra) la hija de Viktor, será el desencadenante de una guerra entre ambas razas que se extenderá a lo largo de los siglos, y que aún a día de hoy perdura.

Como no podía ser de otra forma, en esta tercera entrega repiten varios de los protagonistas de las otras dos películas, si bien es inevitable que otros, por el tipo de historia que se relata, no tengan cabida en ella. Entre los que sí están, destacaríamos básicamente a Bill Nighy, interpretando de nuevo a Viktor, a Steven Mackintosh como Tannis, su mano derecha; y a Michael Sheen como Lucian, el rebelde licántropo. Beckinsale no repite su papel de Selene, puesto que su personaje aún no existe en esta historia, así que el papel femenino esta vez recae en Rhona Mitra, que interpreta Sonja , hija de Viktor y amante de Lucian.


Lo que se nos relata en esta precuela es el inicio de la rivalidad entre las dos razas, algo que ya pudimos ver y conocer, a modo de flashbacks, en la primera Underworld. Por tanto, esto no es más que una versión extendida de aquello, haciendo hincapié en la imposible relación amorosa entre un licántropo, Lucian, y una vampiresa, Sonja, muy al estilo del Romeo y Julieta de Shakespeare.

Si bien la primera intención de Lucian es huir de sus captores, la muerte de su amada en manos de su propio padre, será lo que le obligue a liderar a su raza en una lucha contra los vampiros, buscando así la venganza y la libertad que le corresponde.

Uno de los mayores alicientes de esta nueva entrega es su enclave geográfico y la época en la que se desarrolla la historia. Fortalezas medievales y densos y oscuros bosques son los testigos de la primera batalla entre vampiros y hombres-lobo. Atrás quedaron las pistolitas y el cuero negro; ahora lo que se lleva son brillantes armaduras y afiladas espadas. Esto permite ofrecer unas peleas cuerpo a cuerpo mucho más violentas y sangrientas, si bien tampoco es que el director se luzca demasiado en ese campo. Los enfrentamientos son correctitos pero no muy destacables, con su poco de cámara lenta, sus saltos kilométricos y sus efectos especiales de bajo presupuesto, disimulados muy acertadamente por una oscuridad permanente a lo largo de casi toda la película. Difícilmente termines el visionado y alguna secuencia de acción de las aquí vistas se te quede marcada en la retina.

El diseño de las citadas armaduras, de las salas de la fortaleza o de objetos varios como espadas y demás, está muy conseguido, y en general otorgan a la película un aire tenebroso y místico realmente efectivo. Por tanto, en cuanto a ambientación se refiere, nada que objetar. Eso sí, el aspecto y caracterización de los hombres-lobo sigue sin convencerme desde la primera entrega.

Tatopoulos y su equipo han procurado darle al film un toque romántico/dramático que pueda acompañar a la acción sin que ésta se eche en falta. Lamentablemente y pese a la encomiable labor de Sheen, que resuelve con oficio su papel, la historia entre Lucian y Sonja no entusiasma ni emociona demasiado, quizás porque observamos esa relación cuando ya está en las últimas, restando así cualquier tipo implicación por parte del espectador (además de mostrar más sexo que amor)
De todas formas, no es una carencia que moleste demasiado para los que sólo busquen pasar el rato, ya que no deja de ser el macguffin que desencadena el tan deseado combate entre las dos mortíferas razas. Pero es evidente que esa falta de emoción es la que deja al film en un entretenimiento liviano y poco más.

Por tanto, Underworld: La rebelión de los licántropos gustará seguramente a los fans acérrimos de la saga, pues sigue teniendo los mismos alicientes que sus predecesoras: vampiros enfrentándose a feroces hombres-lobo, mucha acción y mucho miembro cercenado. A los que no les gustó ninguna de las anteriores, esta tercera mejor que se la ahorren. A título personal, considero que es mucho mejor que la roñosa segunda parte, aunque no está a la altura de la primera. Una cinta entretenida que incluso se hace corta, pero a la que la falta garra para ser lo épica que debió haber sido.



Valoración personal:

domingo, 8 de marzo de 2009

"Watchmen" (2009) - Zack Snyder


Watchmen es una compleja novela gráfica creada por Alan Moore y Dave Gibbons, ganadora en 1988 de un Premio Hugo (galardón que se otorga a novelas fantásticas y de ci-fi y no a cómics) y considerada por los expertos “la mejor novela gráfica de todos los tiempos”.

Mi acercamiento a ella fue a raíz de saber que se haría una adaptación cinematográfica de la misma y que ésta sería llevada a cabo por Zack Snyder, responsable de las geniales “El amanecer de los muertos” y “300”.

La dificultad que entrañaba esta adaptación era inmensa, pero a medida que la campaña publicitaria nos iba mostrando imágenes del rodaje, las expectativas del aficionado comiquero fueron subiendo como la espuma. Hasta ese momento, la fidelidad visual parecía cumplirse a rajatabla, así que tan sólo quedaba por ver la película y comprobar si Snyder había ido más allá de eso, captando la esencia de la novela, o si se había quedado en lo meramente visual.
La historia de Watchmen se ubica en unos alternativos años 80, con unos Estados Unidos a punto de entrar en una guerra nuclear contra los rusos.

En este contexto, tenemos como protagonistas a un grupo de superhéroes –sin poderes- que años atrás combatieron el crimen con entusiasmo pero que ahora viven retirados del servicio a raíz de una ley que prohibió su presencia en las calles. Todos excepto Rorschach, que aún perseguido por la ley, sigue repartiendo justicia a su manera (apaleando a los criminales, básicamente)
Pero una noche, los motivos de éste para patear las calles serán otros, y es que El Comediante, otro viejo superhéroe, aparece muerto, y Rorschach decidirá emprender una investigación para intentar encontrar al culpable. Lo que desconoce el héroe enmascarado es que detrás de este brutal asesinato se esconde una conspiración aún mayor, y para ello necesitará la ayuda de sus antiguos compañeros: Búho Nocturno y Espectro de Seda II.


Como ya he comentado antes, en el aspecto visual, la película de Snyder es una delicia, tanto en el uso de los efectos especiales y la cámara lenta, como en su fidelidad hacia el cómic. El director traslada con gran precisión las imágenes del comic a la gran pantalla y les da movimiento sin por ello perder el lenguaje cinematográfico.
Aunque algunos efectos digitales no sean tan perfectos como desearíamos (el Dr. Manhattan hubiese funcionado mejor maquillando al actor, y no digitalizándolo), estos cumplen con su cometido, estando en todo momento al servicio de la historia.

La cámara lenta es una seña de identidad que Snyder adquirió tras “300”, y que aquí vuelve a usar en momentos puntuales, sin abusar en exceso de ella, y dando a esas secuencias una particular plasticidad que engrandece la actividad de las viñetas originales.
Las impactantes secuencias de acción se ven agraciadas por una contemplación de la violencia muy explícita, algo difícil de ver en estos tiempos tan políticamente correctos, siendo ese uno de sus puntos fuertes. Mostrar la violencia sin miramientos y la sexualidad de los personajes sin ningún pudor es lo que le ha hecho ganarse una calificación “R”, y nosotros como espectadores, damos gracias de que así haya sido. No es que eso fuera fundamental para trasladar Watchmen a la gran pantalla, pero no deja de ser un buen aliciente para disfrutar aún más de su visionado.

En lo que a fidelidad estética se refiere, la ambientación de estos anacrónicos años 80 está muy conseguida, al igual que los trajes de los superhéroes, que aún con un toque más moderno y sofisticado, se asemejan bastante a sus homónimos novelísticos.


Estética a parte, los personajes gozan de todos sus rasgos característicos de su versión en papel, y gracias a un competente trabajo de todo el reparto, la personalidad de estos se ve perfectamente plasmada en la pantalla. En ese aspecto, destacaríamos la labor de Jeffrey Dean Morgan como el miserable Comediante o Jackie Earle Haley como el enigmático Rorschach; en un segundo lugar a la bella Malin Akerman como la sufrida Espectro de Seda II y a Patrick Wilson como el tímido Búho Nocturno. Quizás Ozymandias sea el personaje menos conseguido, dado el toque afeminado que Matthew Goode le otorga, aunque sigue manteniendo su megalomanía intacta.

En lo que se beneficia mucho la versión cinematográfica, es en el aspecto musical. Varias y estupendas piezas musicales acompañan las imágenes, encajando a la perfección y enfatizando la emoción que estas transmiten. Quizás algún que otro tema está metido con calzador, como el “99 Red Balloons”, pero el resto suponen todo un acierto. En especial, el The Times They Are a-Changin' de Bob Dylan que tan bien acompaña unos créditos iniciales a modo de prólogo.

La narración que Snyder imprime en la película es pausada y muy metódica, como no podía ser de otra forma. La complejidad de la historia y el hecho de tener que hacerla accesible a todos los públicos y no sólo a los forofos del cómic, es lo que le trae más problemas al director. Por un lado, no le queda más remedio que tirar de flashbacks –que ya existen en la obra de Moore- para intentar no dejar cabos sueltos en la trama y que tengamos claros todos los aspectos que relacionan a los personajes. Evidentemente, estos flashbacks pueden, en algunas ocasiones, entorpecer esa narración, pero resulta casi inevitable no hacerlo. La cantidad de subtramas, personajes y páginas con las que cuenta la novela gráfica, provoca que el metraje sea extenso, y a veces el ritmo de la película se puede resentir.


En cierta manera, la trama funciona a modo de montaña rusa, elevándose por momentos y pegando el bajón especialmente hacia la mitad, pero nunca llega a aburrir y aunque en ningún momento se eleve hacia un clímax máximo, si se puede decir que el ritmo se mantiene sólido a lo largo de sus casi tres horas de duración (con ello no descarto que muchos se puedan aburrir, pero eso ya va a gustos)

Probablemente el medio más idóneo para adaptar Watchmen sea una serie de televisión, pues resulta imposible trasladarla al dedillo sin dejarte nada por el camino. Los descartes realizados por Snyder y su equipo de guionistas son necesarios para llevar a cabo con acierto la película. De otra manera, su metraje hubiera sido disparatado, su realización titánica y el resultado probablemente soporífero. Y es que no es lo mismo leerse un cómic por volúmenes que ver una película del tirón, y tampoco usan el mismo lenguaje ni los mismos recursos narrativos y estilísticos, por lo que aún siendo una adaptación, hay que tomarse ciertas licencias.

En cuanto a los cambios en la historia, su aceptación dependerá mucho de la benevolencia y gusto del espectador. Los más puristas seguramente pondrán el grito al cielo por cambiar el final, mientras que otros, satisfechos por haber captado la esencia y el espíritu de la obra, no le darán tanta importancia.
En mi opinión, el desenlace cinematográfico es mejor que el de la novela gráfica. Mucho más creíble y coherente con los hechos que se relatan.

A grandes rasgos, “Watchmen” de Zack Snyder es lo mismo que “Watchmen” de Alan Moore y Dave Gibbons, con el mismo mensaje pero con una forma y un lenguaje correspondientes al formato en el que se desarrolla. Podrá gustar más o menos, pero de lo que no hay duda es que sus responsables se han esmerado al máximo para hacer un producto decente. Difícilmente hubiera podido ser mejor, pero sí peor.
Probablemente gustará más a los que hayan leído la novela gráfica que a los ajenos a ella. Si bien está claro que no dejará a nadie indiferente.

En mi caso particular, he de admitir que mi interés por los cómics es discreto, y por los superhéroes, más bien escaso, motivo por el cual me cuesta apreciar la riqueza literaria de “la mejor novela gráfica de todos los tiempos”. Por ello, película y novela me merecen una opinión similar, es decir, que me gustan pero no me fascinan.



Valoración personal:

domingo, 1 de marzo de 2009

“El abismo negro” (1979) – Gary Nelson


Tras el arrollador éxito, a finales de los 70, de “La Guerra de las Galaxias” de George Lucas, la ciencia-ficción sufrió una especie de resurgimiento, lo que propició la aparición de numerosas cintas de dicho género de muy distinta índole. Algunos estudios optaron directamente por imitar la space opera aventurera de Lucas con producciones mucho menos costosas y, por supuesto, mucho menos imaginativas; mientras que otros decidieron llevar a cabo una ciencia-ficción algo más sesuda, como en el caso que nos ocupa.

The Black Hole” fue una película producida, por extraño que parezca, por Walt Disney Pictures. Y digo extraño porque de película familiar tiene más bien poco o nada.

En un momento donde la ci-fi empezó a vender mucho, no ya sólo en cines sino también en televisión, los estudios del famoso ratón no dudaron lo más mínimo en producir una película que pudiera competir con la saga del Sr. Lucas, aunque probablemente el público de aquella época no estaba preparado para el tipo de aventura que sus responsables habían planeado.
Con un presupuesto de unos 20 millones de dólares, bastante holgado en su momento, y unos avances técnicos notablemente importantes, la cinta recaudó casi el doble gracias sobre todo al mercado internacional, pero a nivel de entretenimiento no se podía comparar con la saga galáctica de Lucas. De hecho, su primera mitad se hacía algo pesada, no ya por la falta de acción sino por la lentitud en que se desarrolla la trama y el escaso interés que generan los protagonistas (no así el antagonista, quien destaca por encima de todos los demás)


"La historia de "El abismo negro”, como así se tituló en España, nos sitúa en el espacio exterior a bordo de la Palomino, una nave exploradora en la cual viaja un grupo de tripulantes formado por una mujer (con poderes telepáticos), cuatro hombres y un pequeño robot llamado V.I.N.C.E.N.T. Tras evitar ser absorbidos por un enorme agujero negro, los exploradores topan con una gigantesca nave, la Cygnus, que curiosamente llevaba desaparecida unos 20 años. Esta inesperada aparición crea enormes dudas a los viajeros, que deciden acercarse a investigar. Pronto descubren que en el interior de la nave aún hay vida, y una vez dentro son recibidos por el Dr. Hans Reinhardt, aparentemente, el único superviviente de la pasada expedición."


Disney empleó todos los medios a su alcance para producir una película impactante, creando así una tecnología de efectos especiales que pudiera medirse a los mostrados por ILM de George Lucas y reuniendo a un reparto de altura para atraer al público a las salas de cine.

Maximilian Schell (La cruz de hierro) interpretó al excéntrico Dr. Hans Reinhardt, y actores como Anthony Perkins, Robert Forster o Ernest Borgnine, entre otros, dieron vida a la tripulación de la nave espacial Palomino.

Para la dirección del film se contrató a un hombre de la casa, Gary Nelson, que en su haber podía presumir de una larga trayectoria televisiva, pero cuyo currículum en el largometraje era nulo, convirtiéndose éste en su debut cinematográfico. De todas formas, y pese a cierta torpeza a la hora de rodar las escenas de acción, el trabajo de Nelson fue bastante decente, no así la labor de los guionistas, que aún confeccionado una historia bastante adulta y atractiva, el guión, aunque competente, dejaba algo que desear en algunos aspectos (la verosimilitud científica era más bien escasa, aunque eso tampoco suponga un gran inconveniente para disfrutar de la cinta)

Uno de los mayores atractivos de esta producción era su puesta en escena, con una fantástica recreación de los decorados interiores y un diseño conceptual del exterior de las naves realmente muy elaborado (especialmente el de la majestuosa Cygnus). Los efectos especiales estuvieron a la altura de las circunstancias, aunque obviamente a día de hoy algunas secuencias no han envejecido del todo bien. Si acaso, uno de los mayores peros que se le pueden achacar a nivel artístico, es el diseño de algunos robots, especialmente el de V.I.N.C.E.NT., más propio de la ingenuidad de la ci-fi de los 50’s y de aspecto excesivamente infantiloide (un claro intento de la Disney para vender merchandising a los más pequeños de la casa)


Centrándonos ya en la historia, tenemos al Dr. Hans Reinhardt, en megalómano científico cegado por la ambición, por el afán de descubrir. Eso y su rechazo hacia la raza humana le convertían tanto en un genio como un loco que trataba de justificar sus medios por alcanzar un fin (que no era otro que adentrarse en el agujero negro). Reinhardt sería algo así como un híbrido entre el Capitán Nemo de Julio Verne y el Dr. Edward Morbius de “El planeta prohibido”.

Esa locura arrastra a los tripulantes del Palomino, poniendo en peligro también sus vidas. Y ante la imposibilidad de abandonar la nave, no les quedará otra que hacer frente al doctor y a su ejército de armados robots (entre ellos, el temible Maximilian).

Es una lástima que el libreto de Jeb Rosebrook y Gerry Day peque de cierta simpleza e infantilismo. Y es que sus personajes, exceptuando a Reinhard, son un poco planos, siendo al final el robot V.I.N.C.E.NT el personaje más entrañable y carismático de todos. También el desenlace de la película se puede considerar inadecuado, ya que rompe un poco el tono del film a la vez que trata inútilmente de asemejarse a la psicodelia existencialista del Kubrick de “2001: Odisea en el espacio”. Un final abrupto y desconcertante que no viene muy a cuento y que impide redondear una película que, sin ser ninguna maravilla, si supone un agradecido intento de ofrecer una interesante alternativa a la aventura espacial de Lucas que tantos y tantos quisieron imitar en esa época.

“El abismo negro” quedó como una clásico de culto de la ciencia-ficción, aunque a hoy día es mucho más fácil observar sus carencias y no tanto sus virtudes. Una interesante y simpática película espacial que todo buen aficionado al género debería ver, por lo menos, una vez en su vida.


Valoración personal: