sábado, 20 de septiembre de 2014

“El corredor del laberinto” (2014) – Wes Ball



Ciencia-ficción y adolescentes. Esa parece ser la nueva fórmula de éxito en Hollywood. Así lo demuestran películas como “Los Juegos del Hambre” o la más reciente “Divergente”, adaptaciones a la gran pantalla de best sellers juveniles a la postre convertidos en sagas literarias de moda gracias, precisamente, a sus versiones cinematográficas. Atrás quedaron los tiempos de la magia y la fantasía de Harry Potter y sus sucedáneos. Ahora lo que se lleva son las historias de futuros distópicos protagonizadas por jóvenes guapo/as y atlético/as. Películas en las que se mezclan a partes (des)iguales ciencia-ficción, acción y romance.

Poca duda cabe que “Los Juegos del Hambre” ha sido la impulsora de esta tendencia, siendo “Divergente” el primer y exitoso intento de hacerle la competencia a la saga de Jennifer Lawrence/Katniss Everdeen. Mientras que a la primera la quedan todavía un par de años de cuerda (veremos la tercera entrega a finales de este año, y la cuarta y última a finales de 2015), la segunda no ha hecho más que empezar su exitosa carrera al estrellato. Pero ahora se suma un tercer corredor a la competición, y nunca mejor dicho.

“The Maze Runner”, conocida por estos lares -al igual que el libro- como “El corredor del laberinto”, adapta la primera entrega de la trilogía (¿por qué son siempre tres?) literaria de James Dashner, y nos sitúa en un distópico (cómo no) año 2024, en un lugar llamado "El Claro", habitado por un puñado adolescentes. Dicho lugar está rodeado grandes de muros de hormigón tras los cuales se erige un enorme laberinto. Hasta allí llega nuestro protagonista, Thomas, sin recordar nada de su vida; ni quién es ni de dónde proviene. Y así sucede con todos los chicos que, como él, han ido llegando al Claro desde hace tres años.

Con claras reminiscencias a “Cube” (gente encerrada por un motivo que desconocen) o a “El señor de las moscas” (el modo de los jóvenes de sobrevivir al aislamiento), se nos presenta una de las películas de ciencia-ficción más sugerentes de la temporada. Y ello es gracias a un particular planteamiento cuya trama se desarrolla bajo un poderoso aliado: el misterio.

Al igual que el protagonista, el espectador aterriza en el Claro sin saber muy bien quiénes son todos esos chicos ni con qué fin han sido enviados allí. Desconocemos quién anda detrás de lo que, a todas luces, parece ser algún tipo de (cruel) experimento (o eso es lo que presuponemos). Lo poco que sabemos lo vamos a ir descubriendo al mismo tiempo que Thomas, es decir, que en ese sentido nunca vamos por delante de él; nunca sabemos más de lo que él sabe. Descubrimos más sobre estos chicos y su forma de (sobre)vivir, así como sobre el dichoso laberinto, a medida que el propio Thomas va adquiriendo esa información, lo que nos ayuda a sumergirnos de lleno en la intríngulis que la película nos plantea.


De este modo, con cada revelación aumenta todavía más nuestra curiosidad, y se avivan nuestras teorías al respecto, logrando que la intriga se mantenga a lo largo de todo el relato hasta bien llegado su desenlace, que es cuando por fin llegan las respuestas. O al menos parte de ellas, porque hay que recordar al lector que esta película corresponde al primer libro de una trilogía, y que por lo tanto todavía queda mucho por contar/desvelar.

Y quizás sea ese su único hándicap, ya que asistir al comienzo de algo más grande nos deja siempre una ligera e inevitable sensación de insatisfacción, de que nos han dejado a medias. Pero eso es algo a lo que ya deberíamos estar acostumbrados con la proliferación de proyectos planteados no como películas autoconclusivas sino como historias fragmentadas en entregas.

Por ese motivo, es en el primer capítulo en el que hay que conseguir enganchar al espectador, y bien vale decir que “El corredor del laberinto” logra sobradamente ese objetivo. El escenario en el que nos ubica es visualmente atractivo aunque en última instancia su razón de ser caiga en ciertos clichés del género. Y es que a veces ocurre que la solución al enigma no siempre está a la altura de la curiosidad y expectación que éste mismo genera. Aun así, las notas de suspense y el toque survival animan la función, y los personajes gozan de suficiente entidad como para resultar mínimamente interesantes. Especialmente Thomas, cuya inmediata búsqueda de respuestas le llevará a liderar al grupo más allá de los majestuosos y opresores muros de hormigón.

Conviene no dar demasiados detalles sobre lo que ofrece “El corredor del laberinto” para evitar así sobreinformar en exceso al futuro espectador. De todos modos, las referencias citadas en anteriores párrafos pueden dar una idea de por dónde van los tiros, aunque no deban tomarse como algo absoluto. Es decir, nuestros protagonistas se rigen por una disciplina de supervivencia de la que por ejemplo carecían los niños de “El señor de las moscas”. Su principal meta, aparte de lograr escapar de su cautiverio, es mantenerse con vida en un entorno de paz y armonía. Por ese motivo crean su propia comunidad con sus propias normas (entre las cuales figura no dañar a sus semejantes), y en la que cada uno de ellos desempaña una función para el bien común de todos.


En lo que se refiere al Claro, se trata de un lugar boscoso y salvaje, rodeado de un entorno artificial e imponente. Ese contraste refuerza lo antinatural del lugar mismo, y afianza la sensación de encierro premeditado del que son víctimas sus habitantes.

En el aspecto visual destaca, obviamente, el inmenso laberinto al que hace referencia el título, y al que casi podríamos considerar un personaje más de la película. Su aspecto, con sus intrincadas galerías, es algo nunca visto hasta ahora, y cierto detalle que no desvelaré lo hace todavía más original.


Tras las cámaras nos encontramos con el debutante Wes Ball, quién se hizo muy popular en la red con su cortometraje “Ruin”, toda una carta de presentación que sin duda le ha servido para captar la atención de los mandamases de Hollywood, siempre al acecho éstos de descubrir nuevos talentos. Su dinámica dirección es más de lo que cabría esperar de una ópera prima, más teniendo en cuenta la facilidad con la que puede abrumarse a un director novel al contar por vez primera con un holgado presupuesto. Pero Ball no se ha dejado llevar por ese hecho, y ha sabido mantener un ritmo impecable en base a los elementos de suspense que le permite el guión más que a los de la acción propiamente dicha, logrando al final de todo un sólido entretenimiento que está muy por encima de sus semejantes. Y es que hay varios atributos por los que “El corredor del laberinto” marca la diferencia con respecto a otras sagas de ciencia-ficción juveniles, y por ahora reconforta intuir que su inmediata continuación no va a ser una repetición con alteraciones de esta entrega, sino que tomará un camino significativamente distinto.  O al menos eso nos da a entender. En cualquier caso, bienvenidas sean sus futuras secuelas si alcanzan el nivel de esta primera entrega.  



Valoración personal: