jueves, 16 de enero de 2014

La película infiltrada: “El lobo de Wall Street” (2013) – Martin Scorsese


Nota: con la última obra de Scorsese inauguro una nueva sección en Amazing Movies a fin de dar cabida a la crítica de películas ajenas al cine de género que, por un motivo u otro, considere merecedoras de un rincón en el blog. La sección "La película infiltrada" se crea para tales efectos y su uso será puntual.

Primero fue Robert De Niro, y ahora Leonardo DiCaprio. El californiano se ha convertido en el nuevo actor fetiche de Martin Scorsese, con quién ha trabajado ya en cuatro ocasiones (Gangs of New York, El Aviador –cuya interpretación le valió su primer Globo de Oro-, Infiltrados y Shutter Island), siendo la presente “El lobo de Wall Street” la quinta y última colaboración entre ambos.

En esta ocasión, actor y cineasta se han juntado para contarnos la historia real de Jordan Belfort, un corredor de bolsa neoyorquino que, junto a sus colegas y socios, llegó a amasar una inmensa fortuna estafando millones de dólares a inversores.

Basándose en la propia autobiografía de Belfort, Scorsese nos sumerge en el mundo de las altas finanzas para relatarnos el auge y caída del imperio de dinero, sexo y drogas que Jordan Belfort erigió a su alrededor, empezando primero desde abajo como un honrado principiante en Wall Street para después convertirse en un auténtico “depredador” del mercado financiero.

Belfort, a quién encarna un pletórico –más que de costumbre, que ya es decir- Leonardo DiCaprio, se hizo multimillonario con apenas 30 años a costa a embaucar a sus incautos e ingenuos clientes, que invertían en acciones basura que éste vendía como si fueran oro puro. Su carisma y su gran liderazgo le convirtieron en un audaz manipulador y un soberbio empresario, pudiendo así acumular ingestas cantidades de dinero en muy poco tiempo. Sin embargo, su lujoso y desenfrenado estilo de vida (gastaba toneladas de dinero en fiestas que celebraba por todo lo alto, en drogas –cocaína y tranquilizantes, sobre todo- y en mujeres, incluyendo a su atractiva esposa, una supermodelo con quién tuvo dos hijos) no pasó desapercibido para el FBI, que empezó a sospechar de sus métodos e inició una investigación que culminó finalmente con Belfort cumpliendo condena por fraude y blanqueo de dinero.

La filmografía de Scorsese se ha destacado por acercarnos al mundo criminal de los gangsters y las mafias en películas como “Uno de los nuestros”, “Casino” o “Infiltrados”. En este caso, los delincuentes, que también visten con traje y corbata,  forman parte del (mayormente corrupto) sistema capitalista de la sociedad neoyorquina de los 80 y 90 (cuyas malas prácticas todavía siguen vigentes). Gangsters financieros que inflaban los precios de los valores para venderlos e inmediatamente después hacerlos caer, llenándose así los bolsillos a costa de sus clientes, quiénes terminaban en la ruina al ver como su dinero, probablemente los ahorros de toda una vida o sus hogares hipotecados, se esfumaban en un abrir y cerrar de ojos.

Tal como le explica el corredor de bolsa Mark Hanna (breve pero brillante aparición estelar de Matthew McConaughey) a Belfort al comienzo de la película, se trataba de hacer pasar el dinero del bolsillo del cliente al suyo. Las operaciones del corredor de bolsa no buscaban enriquecer a sus inversores sino única y exclusivamente a ellos mismos. Si en algún momento los beneficiados por el mercado de valores eran ambos, era tan sólo una cuestión de mera casualidad.

Pese a la gravedad del asunto, el director apuesta por un relato con altas dosis de humor. Un tono jocoso, alocado y políticamente incorrecto que empieza desde el minuto y se mantiene en lo más alto hasta el final, llegando en ocasiones al alcanzar el puro delirio con momentos absolutamente hilarantes y desternillantes (Belfort/DiCaprio en el club de campo, puesto hasta el culo de pastillas e intentando llegar a su coche para volver a casa; o la escena del naufragio en el mar). Quizás por ello cueste creerse que todo lo que vemos en pantalla es real como la vida misma, y aunque el cine siempre aporte sus generosas dosis de ficción, lo cierto es que la orgiástica existencia de Belfort resulta tan exagerada y escandalosamente absurda como Scorsese la retrata.



El director no ha tratado de ocultar la verdad ni tampoco dulcificarla, si bien no podemos negar sentir cierta simpatía hacia un personaje, en realidad, moral y éticamente repulsivo (además de ser un yonqui y un adúltero incurable). Un tipo que no pestañeó a la hora de mentir y robar para enriquecerse y vivir la vida como si de una estrella del rock se tratara.

Aunque el retrato irreverente que se hace de él en la película parezca algo magnánimo y hasta propagandístico, en realidad lo que tenemos delante es una gran sátira sobre los lobos y carroñeros del Wall Street de los 80 y 90. Un Wall Street que por entonces carecía de regulación alguna y que se convirtió en el caldo de cultivo perfecto para la proliferación de una nueva generación de ladrones y estafadores. Una imagen de aquellos brokers que ya en su momento reflejó Oliver Stone en “Wall Street”, pero que hoy día podemos juzgar y calibrar desde la óptica del proletariado que paga los platos rotos de toda esa chusma. Desde la perspectiva que nos ofrece el haber sufrido la reciente crisis financiera de 2008 y seguir padeciendo aún hoy día sus efectos, dándonos cuenta que las grandes caídas del ciclo financiero no son cosa del pasado, pues ocurren una vez tras otra, y demostrándonos que no hemos aprendido nada y que los gangsters modernos (no sólo brokers sino también políticos, banqueros y otras gentes de poder) seguirán existiendo y campando a sus anchas.

Scorsese ironiza sobre todo ello a lo largo de tres largas, locas e intensas horas. Y digo lo de largas porque cuando crees que ha llegado el final de la historia, ésta continúa. Ocurría algo parecido con “Gangs of New York” y vuelve a suceder aquí. Quizás no hubiera estado de más condensar un poco los excesos de Belfort. Pero hay que reconocer que esas tres horas son gloriosas y condenadamente entretenidas, y las mejores que un servidor se ha echado a la cara recientemente en una sala de cine. Porque  “The Wolf of Wall Street” es como un chute de cocaína cuyos efectos no desaparecen hasta llegados los créditos. Una película que nos permite ver a un inmenso DiCaprio fuera de sí arropado por una trupe de excelentes compañeros de reparto (y ahí incluyo a un genial Jonah Hill). Una mirada mordaz a la ambición, a la lujuria, a la avaricia, a la vanidad…

Y aunque finalmente Jordan Belfort termine pagando por sus fechorías (en una cárcel de mínima seguridad que más bien parece un club de campo), lo cierto es que de cara al protagonista, lo que sacamos en claro es un “y que me quiten lo bailado” bastante hiriente. Incluso Scorsese se permite, de algún modo, posicionarse y lanzarnos un discreto mensaje en una de las últimas escenas del filme (aquella en la que el agente del FBI Patrick Denham/Kyle Chandler echa una gris ojeada a su alrededor mientras viaja en metro, acordándose interiormente de una conversación anterior mantenida con Belfort), en donde pone en tela de juicio si la rectitud y la honestidad son realmente el camino hacia la felicidad. No es el que director nos inste a vivir una vida como la de Belfort (elegir el camino fácil tiene sus atractivos, hay que considerar también sus no pocos peligros), pero tampoco enaltece los valores opuestos ni cae en el típico tópico del “pobre feliz” y el dicho no siempre realista de “el dinero no da la felicidad” (en este caso la dio, aunque a corto plazo).


Valoración personal: