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domingo, 15 de julio de 2018

“Yippie-ki-yay, copiones” - Jungla de Cristal y sus cuatro mejores clones


Este fin de semana se ha estrenado en nuestras salas “El rascacielos” (título original: Skyscraper), la última superproducción del incombustible Dwayne Johnson, una cinta en la que el género de acción y el catastrofista se dan nuevamente de la mano. Un título que ya con el primer tráiler tuvimos bien de clasificar como una mezcla entre “Jungla de cristal” (Die Hard) y “El coloso en llamas” (The Towering Inferno), algo que sus responsables no sólo no han querido ocultar, sino que además han decidido recalcar en algunos de los homenajeadores carteles promocionales de la película (estrategia que nunca sabremos si fue premeditada o a colofón de las comparaciones suscitadas en Internet).


Por supuesto, las demoledoras críticas que ha recibido la susodicha distan mucho de la buena acogida que tuvieron los filmes de McTiernan y Guillermin/Allen, algo que tampoco ha de sorprendernos a tenor del pobre nivel de entretenimiento que suelen ofrecernos las cintas protagonizadas por Johnson. Eso sí, la taquilla parece favorecerle y devolverle siempre la sonrisa, y es que pese a su dudoso criterio cinematográfico, lo cierto es que se trata de un carismático héroe de acción que atrae al público a las salas.  

En cualquier caso, y aunque lo de copiar la premisa de “Jungla de cristal” no sea nada nuevo, (es algo que lleva haciéndose desde que el detective John McClane se presentase al mundo), el caso de “Skyscraper” tiene doble delito, ya que la idea del héroe solitario contra unos terroristas en un edificio en llamas ya se hizo antes. Fue en un telefilme de 1999 titulado “Heaven's fire” y protagonizado por Eric Roberts (¡como el héroe!) y Jürgen Prochnow (el villano, por supuesto). Pero es que ni tan siquiera el uso del título “Skyscraper” es original, puesto que por aquella misma década la desaparecida playmate Anna Nicole Smith protagonizó otro plagio de Die Hard con ese mismo título; un infecto subproducto de acción para el exclusivo lucimiento de las generosas bondades de la exconejita de Playboy.

Pero vayamos al lío.

“Jungla de cristal” es una de las mejores, si no la mejor, película de acción de todos los tiempos.  Y no lo digo sólo yo. El año pasado, incluso, fue seleccionada para su preservación en el National Film Registry, y considerada como “cultural, histórica y estéticamente significativa” por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Ahí es nada.

No han sido pocos los que, a raíz de su éxito, han decidido explotar -con mayor o peor fortuna- la misma fórmula, algo que al otro lado del charco se conoce como “rip-offs” y que en su momento dio lugar a la expresión “Die Hard on a X”, sustituyendo la “X” por la ubicación en la que tuviera lugar la acción la susodicha “copia”. Dicha frase se extendió tanto a los clones más descarados como a aquellas películas que de algún modo sugirieran o recordaran al título de McTiernan. Empecemos con el recuento:

Alerta Máxima (1992): "Die Hard" on a boat”. Siguiendo el patrón americano,  se la calificó por estos lares como "Jungla de cristal a bordo de un barco”. La película fue dirigida por Andrew Davis, quien al año siguiente alcanzaría la gloria (hito que jamás lograría repetir) con la adaptación cinematográfica de “El fugitivo” protagonizada por Harrison Ford.

Fue una de las primeras y más exitosas copias descaradas que surgieron en aquella década, sustituyendo el moderno rascacielos Nakatomi Plaza por el “acorazado más poderoso sobre América” (así rezaba el tráiler de la época), y al carismático Bruce Willis por el hierático Steven Seagal. El oficio de Davis tras la cámara y la presencia de Tommy Lee Jones y Gary Busey como los villanos de turno compensaba la inexpresiva presencia de un reparte-yoyas que por aquél entonces todavía gozaba de cierto estatus de “estrella de acción” (de serie B), logrando con esta película su mayor éxito y el que es, sin lugar a dudas, el mejor título de su atroz filmografía.

Unos años más tarde, y coincidiendo ese mismo 1995 con el estreno de la tercera entrega de la saga de John McClane, se estrenaría una muy mediocre segunda parte, en la que se sustituía el barco de la primera por un tren (¡Die Hard on a train!) también repleto de terroristas. Pese a su más que respetable taquilla, la cinta no hizo más que confirmar el inicio del declive de Seagal.


Pasajero 57 (1992). "Die Hard" in a plane”. La fórmula se repite, esta vez, en un avión. El título hace referencia al asiento que ocupa nuestro protagonista, un agente antiterrorista que viaja en un avión tomado por terroristas en pleno vuelo. Por supuesto, sólo él podrá detenerlos.

Se trata de unos de los títulos más remarcables tanto en la carrera de Wesley Snipes como en la de su director, Kevin Hooks. También convirtió el avión en uno de los escenarios más frecuentados por estos clones, dando lugar a lo que yo llamo “la copia de la copia”.

Y es que si cambiamos un simple avión de pasajeros por el Air Force One, y a un agente antiterrorista por el mismísimo Presidente de los Estados Unidos de América, lo que tenemos es “Air Force One”, título que se estrenó allá por el 96 con Harrison Ford como esforzado presidente haciendo frente a unos terroristas liderados por Gary Oldman. Resultado: una americanada de tomo y lomo. Para algunos, entretenidísima; para otros (servidor incluido), un esperpento que no salvan ni el buen hacer de su reparto ni el de su director Wolfgang Petersen.

Ese mismo año las copias nos llegaron por partida doble. Además de la citada, también se estrenó la no mucho mejor “Decisión crítica”, otro calco de la cinta de Snipes, pero con Kurt Russell en el papel de héroe.

Por aquél entonces, nos la vendieron con el co-protagonismo de Steven Seagal, cuyo jeto acompañaba al de Russell en el cartel de la película. Sin embargo, su personaje palmaba a los 5-10 minutos de película, por lo que los espectadores nos sentimos bastante engañados/estafados. Aunque bien mirado, y pese a la pobre calidad del conjunto, quizás su desaparición la benefició más que perjudicarla.


Muerte súbita (1995). "Die Hard" in a rink”. Todos los héroes de acción aspiran a tener su “Jungla de cristal”, o eso parece, dado que Van Damme también se apuntó a la moda con esta entretenida variante emplazada en un estadio de hockey. La película supuso el reencuentro de la estrella belga con el estadounidense Peter Hyams, cineasta con el que alcanzó una de sus mayores éxitos cinematográficos: Timecop.  Ambas forman parte de sus cintas más espectaculares y que tuvieron mayor impacto/repercusión, junto a “Soldado Universal” de Roland Emmerich. También se encuentra entre uno de los últimos filmes rescatables de Hyams, quién en sus inicios realizó un puñado de títulos bastantes estimables (Atmosfera Cero, sin ir más lejos).


Asalto al poder (2013). "Die Hard" in the White House”. Uno de los últimos coletazos de la fórmula, a mayor gloria de un Channing Tatum que hace unos pocos añitos estaba muy de moda por Hollywood. Esta vez los terroristas asaltan no el Air Force One sino la mismísima Casa Blanca, lo que da pie a que en esta ocasión el héroe cuente con la inestimable ayuda de un compañero de aventuras muy particular: ¡el propio Presidente! Esto la convierte en la variante buddy movie de los clones, al más puro estilo “Jungla de cristal: La venganza”.

Su inclusión en la lista, más por descarte que por derecho propio (del “rey de la destrucción” se esperaba más) responde al hecho de que por copiar, le copiaron a McClane hasta la camiseta de tirantes; y casi casi hasta el nombre (John Cale).

Ese mismo año se estrenó también una película de igual premisa: Objetivo: la Casa Blanca (Olympus Has Fallen), cuya estrella protagonista, Gerard Butler, compensaba de algún modo la sonrojante escasez presupuestaria de la que hacía gala la cinta, algo que tampoco nos hubiera importado demasiado si los guionistas hubieran aprovechado el arrojo de Butler para crear un héroe más carismático. En mi opinión, todo demasiado soso y casposo.

Y es que aunque algunos prefieran ésta en favor de la de Emmerich dado su espíritu de serie B sin complejos (lo que la acercaría más al cine de acción ochentero), no podemos obviar que se trata de un subproducto menor en la filmografía Antoine Fuqua.

Por cierto, que lo de los “títulos clones” en cartelera es algo que ya hemos visto en repetidas ocasiones y que daría para otro artículo (véase Deep Impact vs Armaggedon, Volcano vs Un pueblo llamado Dante’s Peak, Hormigaz vs Bichos, etc). Precisamente este año se estrena “Christopher Robin”, una película centrada en la figura del escritor A. A. Milne, autor de los libros infantiles de Winnie-the-Pooh. Y lo hace muy cerca en el tiempo con otra película muy similar: “Adiós Christopher Robin”. También en este 2018 tendremos “Mowgli”, con apenas dos años de diferencia con respecto a la versión de “El libro de la selva” a cargo de la propia Disney.

Y hasta aquí mi ranking personal de plagios. Cierto es que existen muchos otros títulos que podrían incluirse en el artículo, algunos de ellos estrenados directamente en televisión, pero he querido ceñirme muy estrictamente a la premisa “héroe solitario que, sin comerlo ni beberlo, se mete en un fregao’ de padre y muy señor mío contra un puñado de terroristas”, haciendo quizás una excepción con el filme de Emmerich por lo descarado que resulta su condición de copia.

Es por ello que se quedan fuera Speed (Die Hard on a Bus), ya que es el terrorista el que implica intencionadamente al héroe;  Máximo Riesgo* (Die Hard on a Mountain), aunque el héroe se ve involucrado sin quererlo, no se trata de terroristas sino de ladrones; Pánico en el túnel (Die Hard in a tunnel), también con Stallone, sólo que aquí la comparación fue bastante gratuita, ya que el único enemigo a batir era el agua; La Roca (Die Hard on Alcatraz), aunque se trata de terroristas y la localización es idónea, la presencia de los héroes (Cage y Connery) no es fortuita; Operación: Soldados de juguete (Die Hard in a school), si bien también se trata de terroristas, son un grupo de estudiantes quienes les hacen frente, y no un héroe en solitario (Apunte: sí se trataba de un solo estudiante en Demolition High (1996), título a mayor gloria del ídolo juvenil Corey Haim. Su exclusión del ranking responde a una cuestión meramente de calidad).



* Curiosamente, antes de rodar “Máximo riesgo”, Stallone tenía otro proyecto en cartera descrito como "Die Hard en un huracán", con el fornido actor metido en la piel de un Navy SEAL retirado combatiendo a unos piratas que atacan la costa de Estados Unidos en plena catástrofe climática. La película, cuya premisa  recuerda vagamente a otro recomendable thriller de acción catastrofista, “Hard Rain”, iba a estar dirigida por Renny Harlin. 

lunes, 3 de abril de 2017

En el espacio nadie puede oír tus gritos


Aprovechando que este viernes se estrena “Life (Vida)”, de la que en breve colgaré la crítica, y que el próximo mes lo hará “Alien: Covenant”, he decidido realizar un breve ranking (en orden cronológico) con mis películas favoritas dentro de la subcategoría de “terror espacial”. 

Se trata de un listado totalmente subjetivo, con el que se podrá estar en mayor o menor desacuerdo. Quizás echéis en falta algún título y/o quizás otro os extrañe ver alguno entre mis predilectos, así que os animo a dejar vuestro propio ranking en los comentarios. Será un placer discutir sobre ello y defender con uñas y dientes a mis elegidas.

Alien (Alien, el octavo pasajero, 1979) & Aliens (Aliens, el regreso; 1986)

Por supuesto, en este listado no puede faltar el xenoformo. Antes del clásico de Ridley Scott, hubo otras como “El terror del más allá” (It! The Terror from Beyond Space, 1958) o “Terror en el espacio” (Terrore nello spazio, 1965) de Mario Bava, pero fue la suya la que sentó cátedra. A diferencia de sus predecesoras, ancladas en la serie B, Alien era una superproducción, con un diseño de producción soberbio y realmente escalofriante obra de H.G. Giger, con unos efectos especiales resultones y una dirección tenaz a medio camino entre lo comercial y el cine de autor. Si a eso le sumamos un guión que no se dejaba llevar por lo truculento ni lo zafio, el resultado era una cinta de terror oscura, inusual y rompedora para la época. Hay que tener en cuenta que, dentro del género de la ciencia-ficción, hasta el momento predominaban las aventuras espaciales tipo Star Wars o las cintas de ciencia-ficción más ”pulcras” y sesudas al estilo “2001: odisea en el espacio”. 

El éxito la acompañó (no ocurrió lo mismo con Blade Runner) y el resto ya es historia del cine.
Luego vendrían las secuelas, siendo “Aliens”, de James Cameron, la mejor de todas. 

A sabiendas de que igualar el terror y el suspense de Scott era algo harto difícil, sobre todo habiéndose perdido el factor sorpresa (el monstruo ya era conocido por todos), Cameron optó por la acción, aumentando considerablemente la cantidad de aliens y enfrentándolos a un puñado de militares armados hasta los dientes. Además de a Ripley, nuestra querida y ya legendaria heroína. 

“Alien 3” fue el primer paso en falso en la saga, con un director, David Fincher, atado de pies y manos por unos productores controladores a más no poder. El escenario era idóneo, y el reparto interesante, pero el resultado no era lo que se esperaba. La cosa mejoró, en mi opinión, con la cuarta entrega, la infravalorada “Alien: Resurrection”. Puede que la excusa de traer de vuelta a Ripley fuera algo gratuita, pero lo cierto es que al francés Jean-Pierre Jeunet le quedó una película de lo más entretenida y visualmente atractiva.  Los aliens se mostraban más inteligentes que nunca, y descubrimos que podían perseguir y cazar igual de bien a sus víctimas tanto a pie como bajo el agua.

Horizonte final (Event Horizon, 1997)
A día de hoy, sigo considerándola la mejor película de Paul W.S. Anderson, un director bastante irregular (para muchos, directamente infame) pero con un buen dominio de la cámara. Aunque en los últimos años se ha dedicado a hundir en la miseria la saga Resident Evil (y llenarse bien los bolsillos con ello), aquí supo sacar adelante un guión con mucho potencial y sin dejarse llevar demasiado por los excesos visuales. Tensión y horror se dieron de la mano en una propuesta en la que no hay ningún alienígena dando por saco, sino una especie de “entidad maligna” que posee la nave a la que los protagonistas acceden. Sería lo más parecido a una película de fantasmas o posesiones demoníacas en el espacio. Aunque lleve la firma de Anderson, es un film a reivindicar siempre, sí o sí.

Pitch Black (2000) & Riddick (2013)
Aunque ninguna de las dos transcurra en el interior de una nave, sí lo hacen más allá de la Tierra. En sendos planetas en los que transcurren los acontecimientos, nuestro protagonista y un obligado grupo de aliados, debe hacer frente a feroces criaturas autóctonas que, sin ser tan escalofriantes con el xenoformo, demuestran que sí pueden ser igual de letales.

La primera entrega hizo que nos quedáramos con el nombre de Vin Diesel, y aunque la segunda dio un ligero traspiés cambiando el tono de la película, la tercera recuperó de nuevo el espíritu de serie B y la esencia del horror survival  de la original, demostrando que Riddick todavía podía seguir dando caña.

Pandorum (2009)

Pasó injustamente desapercibida en su estreno. De hecho, fue un fracaso de taquilla. Quizás porque algunos esperaban encontrar otro tipo de película, o quizás porque no supieron vendérnosla bien (reconozco que yo tampoco la vi en el cine). Sea cual fuera el motivo, lo cierto es que se trata de una cinta que mezcla hábilmente el suspense (sobre todo al inicio) con el terror y la acción. La premisa inicial, prima hermana de “Saw”, poco a poco va diluyéndose hacia otros derroteros y aumentando su alcance más allá de la supervivencia del grupo protagonista. 


Life (Vida) (Life, 2017)

La cinta de Daniel Espinosa se cuela rápida y dignamente en el ranking. Los motivos os los daré a conocer en breve, pero ya os adelanto que su inclusión es más que merecida.










Breve apunte:

Por el mismo motivo por el que he incluido las dos entregas de Riddick, quizás podría haber hecho lo mismo con “Starship Tropers”, también con humanos haciendo frente a una aniquiladora raza alienígena, pero lo cierto es que ésta no tiene el componente claustrofóbico que sí identifica a las demás. Por esa razón, aun siendo una de mis películas predilectas en la filmografía de Verhoeven, creo que no pertenece a este ranking. Tampoco he incluido “Depredador” ni su secuela, porque transcurren en la Tierra, como tantos otros contactos peliagudos con seres del espacio exterior (La Cosa, Critters, El terror no tiene forma…). Y aunque la tercera, “Predators”, sí tiene lugar en otro planeta, no me encandila (si bien me gusta) lo suficiente para sumarse al listado.

Por supuesto, he visto muchas más películas. Algunas de interesantes  como la suiza “Cargo” o la found footage “Apollo 18”. Pero también auténticas birrias de serie B ochenteras como “La galaxia del terror” (Galaxy of Terror, 1981) o “Trampa en la luna” (Moontrap, 1989), así como otras de más recientes pero igualmente olvidables (aunque no tan terribles) como “Europa Report” o “The Last Days on Mars”. Hasta directores de la talla de John Carpenter, Walter Hill, Danny Boyle o el propio Ridley Scott han acabado metiendo la pata con “Fantasmas de Marte”, “Supernova”, “Sunshine” y “Prometheus”, respectivamente.

Luego también existen los llamados placeres culpables, entre los que no puedo evitar incluir “Doom”. Lo sé, es malucha, pero quitando el ridículo tramo final, el resto me divierte bastante.

Por supuesto, ni las mejores han dejado la huella de la que puede presumir “Alien”, pero el cine contemporáneo nos ha dejado buenos ejemplos de “terror en el espacio”. No demasiados, cierto es, pero sí muy disfrutables.

lunes, 2 de mayo de 2016

Mo Caró, un artista de cine



Robert “Bob” Peak, Frank McCarthy, Robert McGuinnis, Richard Amsel, John Alvin o, cómo no, Drews Struzan. Estos son algunos de los muchos artistas que hicieron de los carteles de cine todo un arte. Ilustradores que nos maravillaron con sus obras y que en muchos casos fueron los culpables de que viéramos unas u otras películas juzgando tan sólo por su carátula (aquellos tiempos del videoclub…). 

Hace ya algunos años le dediqué un artículo especial alcartel de cine ilustrado, y hablé de éstos y otros tantos de sus ilustres representantes. Y mencioné también a aquellos que, por razones obvias, se han convertido en sus dignos herederos. Artistas que, influenciados por aquellos incansables (y poco reconocidos) trabajadores de la industria cinematográfica, han decidido dar continuidad al casi extinto arte del cartel ilustrado. Extinto porque ha sido inevitablemente reemplazado por las herramienta digitales, pero que de un tiempo a esta parte está viviendo una segunda juventud, si se le puede llamar así. Pues aunque son contadas las ocasiones en los que las marquesinas lucen carteles ilustrados, lo cierto es que hay toda una comunidad de artistas que siguen  manteniendo vivo tan tradicional y fascinante arte. 

Entre ellos se encuentra un español: Jordi Pérez Mascaró, más conocido por el nombre artístico de Mo Caró.  Y de él precisamente vengo hoy a hablaros, ya que tuve la (muy grata) oportunidad de conocerle en persona y de charlar ampliamente con él. 

¿Pero quién es Mo Caró? Empecemos el artículo respondiendo esa pregunta.

Mo es un artista multidisciplinar. Es ilustrador, diseñador gráfico, fotógrafo y también actor. Si bien en la faceta en la que sobresale y por la que es más conocido es la ilustración. Una afición oculta al mundo durante muchos años y que ahora forma ya parte indispensable de su trabajo.

Y eso que, según cuenta él mismo, jamás quiso dedicarse a ello.

Siempre soy franco, y por eso digo que en realidad yo no quería seguir la profesión de mi padre [también ilustrador]. […] La retomé con el tiempo porque siempre me ha gustado el cine.”

Cuenta cómo, de pequeño, veraneaban yendo de camping, y cómo su padre se llevaba la mesa de dibujo para seguir trabajando. “Era famoso en el camping. Era “el dibujante”. Al lugar ya se le conocía como “el camping del dibujante”. Y por ese motivo Mo no quería seguir una profesión a la que se padre parecía entregado (o esclavizado) en cuerpo y alma.

No quería estar todo el día trabajando sin tener ni un solo día para mí.

Interesado todavía por el cine, con 18 años Mo entró a trabajar como becario en una productora de publicidad, “Estudio 87”, en la que su padre se encargaba de la parte gráfica, creativa y de animación de los spots publicitarios de la agencia (para marcas como por ejemplo Phillips, Telefunken, Phoskitos…). Allí fue aprendiendo de auténticos profesionales, acumulando la experiencia necesaria para terminar él mismo realizando spots y campañas publicitarias.

Es ese el bagaje que te enseña todo el mundillo del arte.”, asegura el artista.

Al mismo tiempo, Mo relata la anécdota de que, con 20 años, mucha gente veía en él a un doble perfecto del cantante George Michael. Ni corto ni perezoso, Mo decidió forzar todavía más esa comparativa, asumiendo el mismo look y moviéndose como él, hasta que al final acabó apareciendo caracterizado como tal en un anuncio para la revista Ragazza (revista juvenil para chicas al estilo Superpop).

A raíz de eso, tuvo la oportunidad de conocer al verdadero George Michael en el único concierto que el cantante dio en Barcelona (no repetiría hasta 15 años más tarde, en 2011). Oportunidad que aprovechó para regalarle un cuadro que le dibujó, dedicado a su paso por la ciudad condal.


La no tan anecdótica comparativa le sirvió también para meterle en el mundo de la interpretación, otra faceta suya quizás no tan conocida para muchos de nosotros, pero que sin duda forma parte de su polifacético currículum. “He tocado tantos palos, que he hecho hasta de actor. […] Y puedo decir que he estado tanto delante como detrás de las cámaras.” 

Así pues, y bajo su verdadero nombre, Jordi Pérez, Mo ha participado en series de televisión y películas, al tiempo que compaginaba su principal labor profesional realizando publicidad para agencias nacionales. 

Entre tanto, Mo realizaba también ilustraciones para sí mismo. Hasta que llegó un momento en el que, en sus propias palabras, “quiso darle más potencia a la creatividad artística”. Fue en ese momento en el que su camino se cruzó con la ilustración de cine. ¿Y por qué de cine?

De pequeño iba al cine todos los fines de semana. […] Había cinco cines en mi barrio. Entre semana, a la salida del colegio, iba a darme un paseo por los cines para saber qué echarían ese fin de semana. Todos los fines de semana (sábado y domingo), sin falta, estaba ahí. Y no me veía la película una vez, sino dos y hasta tres, si podía. […] Después de comer empezaba a ver películas y ya no llegaba a casa hasta las 10 de la noche.

Mo asegura que aquellos carteles que colgaban de las marquesinas “le impactaban”.

Así fue como empezó a dibujar por mera afición, como algo independiente a su oficio, más centrado éste en el diseño y la fotografía. La oportunidad de darse a conocer al mundo surgió cuando entró en contacto con una editorial valenciana, Ediciones Babylon. Allí se gestó la idea de publicar su obra. “Sirvió para obtener reconocimiento en mi país y que la gente supiera quién era ese personaje que se hacía llamar Mo Caró”. Nombre artístico que, por cierto, surge de la unión de parte del apellido de su padre y de “Mo”, como así llaman los menorquines a la Isla de Menorca, su predilecto lugar de veraneo.

Algo parecido ocurre con artistas que, al igual que Mo, han crecido bajo el poderoso influjo del arte de Struzan. Artistas como Paul Shipper o Mark Raats, por ejemplo. Aunque Mo afirma que su autor favorito no es Struzan sino Bob Peck, el “padre del cartel de cine moderno”. De todos modos, recuerda con nostalgia que fue un cartel de Struzan su referente, y el que de alguna manera despertó la chispa de su arte. “Un cartel que me impactó cuando era un chaval fue el de “Los locos del Cannonball”. Sobre todo porque me encantaba Burt Reynolds, que por aquella época era lo más.

Precisamente, a Mo le han adjudicado el apodo de “el Drew Struzan español, una comparación obvia dada la influencia del autor en él, y algo que él agradece.

Las comparaciones no son malas. Te están comparando con un “monstruo”. Al principio, mucha gente confundía mis ilustraciones, pensando que eran de él”.

Aunque a ojo de buen entendedor es fácil distinguir los trabajos de uno y otro artista, más si se tiene un vasto conocimiento de la obra realizada por Struzan, lo cierto es  hay que recorrer un duro camino para lograr el reconocimiento propio. Y ahí entramos en el peliagudo tema de la importancia de la firma, de lo necesario que resulta para un autor poder estampar su nombre en su propia obra.
Y de ello Mo ha hecho su particular batalla, intentando que él, siendo artista, sea reconocido como tal. 

Hay mucho talento por ahí. Y me fastidia que las medallas se las lleve el director creativo y el jefe de la agencia de la publicidad, cuando mucho veces tan sólo plantan la idea, y es el artista el que tiene que entenderlo y desarrollarlo [...] Hay gente muy buena a la que por esa razón nunca van a valorar.” 

Estos artistas están sujetos al control y demanda de las agencias. Los “artistas sin nombre”, por llamarlos de algún modo, que no pueden firmar sus obras, que no tienen ninguna clase de reconocimiento y a los que no es posible localizar si no es por medio de las citadas agencias. 

Mo ha logrado lo que muchos otros  no consiguen hasta que consiguen hacerse un nombre. Siendo ese el mejor de los casos, pues muchos otros han quedado y quedarán para siempre en el anonimato.

Y bajo su nombre artístico, Mo Caró, podemos encontrar el libro “One Sheet Movie”, un recopilatorio de sus fantásticas ilustraciones, tales como las que ilustran este artículo.

Como punto final al artículo, os dejo con una retahíla de preguntas rápidas que le hice. También quisiera aprovechar este último párrafo para agradecerle nuevamente que me permitiera robarle un poco de su tiempo para esta charla-entrevista, y hacer saber al lector la grata impresión que me causó como persona. Porque Mo, además de un artista como la copa de un pino, es una persona de lo más cercana, amable y honesta. Y esas son cualidades que en el mundo del arte siempre son muy agradecidas.


PREGUNTAS RELÁMPAGO

¿Para qué película te hubiera gustado o te gustaría tener la oportunidad de ilustrar un cartel?
James Bond.

¿Temática, actor o actriz que más te gusta dibujar?
Me gusta sobre todo la época de los 80 porque fue la más creativa. Todo el cine de esa época me encanta. Pero uno de los actores que me gustaría dibujar, porque lo admiro mucho, es Clint Eastwood.*

*EXCLUSIVA: Al parecer, una editorial podría lanzar en breve un libro sobre la vida del actor, y es más que probable que la portada de esta edición recaiga en Mo, según me adelantó el propio artista.

¿Lo que más y lo que menos te gusta de esta profesión?
Lo que menos es la puerta cerrada del secretismo. No te quieren contar lo que cobran o cómo trabajan. [Y lo cierto es que Mo no tiene ningún reparo a la hora de hablar de lo que cobra por una ilustración, cosa que le honra.]

¿Elige tu creación favorita o de la que más te enorgulleces?
El que más cariño le tengo, entre otras cosas porque también me ha otorgado repercusión, es el del 25 Aniversario de Star Trek.

¿Qué consejo le darías a los jóvenes -y no tan jóvenes- artistas que quieren dedicar a esto de la ilustración?
Tienes que ser muy machacón con el tema. Picar mucha piedra, copiar mucho para llegar a encontrar tu propio estilo. Yo todavía sigo buscando el mío. 

No hay que arrugarse. Hay que saber tirar siempre para adelante. Tenlo como un hobby, y quizás algún surja de rebote la gran oportunidad. Porque si llegas a hacerlo bien, alguien lo va a querer.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Santa Mira, y otras cinco ciudades de California que jamás han existido



Es algo habitual que en el cine, como en la literatura o el cómic, tanto escritores como guionistas sitúen sus historias en emplazamientos ficticios, es decir, lugares que no existen en el mundo real. Estos ambientes bien pueden ser pueblos, ciudades, islas o incluso países enteros. Por no hablar de la basta cantidad de planetas y galaxias inexistentes que pueblan la literatura y el cine de ciencia-ficción.

Estos lugares sirven a menudo a sus autores para aludir a otros que sí son reales, sirviéndose de ello para poder retratar una comunidad y sus habitantes sin tener que citarlos de forma directa. Esta elusión puede deberse tanto a razones políticas como sociales o de otra índole. También puede tratarse simplemente de una cuestión de comodidad, pudiendo el autor recrearse en su imaginación, tomando (o no) elementos de la realidad que le permitan ambientar el escenario ideal para su relato.

Sea por el motivo que sea, lo cierto es que se trata de una práctica muy común, y en este artículo veremos cómo el cine está trufado de ejemplos.

California es, curiosamente, el emplazamiento habitual de muchas de las ciudades ficticias que veremos a continuación. Quizás el motivo radique en que es ahí donde se encuentra Hollywood, el distrito más famoso de Los Ángeles, o que es uno de los estados que mejor representa el estilo de vida americano. O bien pudieran ser otras razones que un servidor no alcanza a descifrar. En cualquier caso, ahí es donde se ubica Santa Mira, una de las ciudades más frecuentes en la ficción.

Seguramente Santa Mira no sea la primera ciudad que os ha venido a la mente al empezar a leer el artículo, pero es, con toda probabilidad, la que sin saberlo más veces habréis visitado. Y es que se trata de una ciudad bastante recurrente, no sólo en el cine. Ahí es donde tuvo lugar la silenciosa invasión alienígena de “La invasión de los ladrones de cuerpos”, la primera adaptación cinematográfica de la novela de Jack Finney. 

Santa Mira volvería a aparecer, muy distinta a como la conocimos en el film de Siegel, 25 años después en “Halloween III. El día de la bruja”, la tercera y libérrima entrega de la saga de Michael Myers (esta vez sin el popular psychokiller). A dicha ciudad se trasladaban los protagonistas con el fin de investigar un misterioso asesinato relacionado con “Silver Shamrock Novelties”, una fábrica de máscaras para Halloween. También en “Memorias de un hombre invisible” volveríamos a encontrarnos con otra Santa Mira. Y así en otras tantas películas para televisión, series y novelas. Por supuesto, nunca se trata de la misma ciudad, pues cada autor la adapta a su gusto.


 Más conocidas serán para el lector ciudades como Woodsboro, Sunnydale o Hill Valley. Todas ellas pertenecientes, en un momento u otro, al estado de California.

Woodsboro es la ciudad en la que transcurren las películas de la saga Scream. El Condado de Sonoma aportó las localizaciones reales para el rodaje, utilizándose el instituto Sonoma Community Center para simular el de Woodsboro High. Curiosamente, estaba previsto que para su filmación se empleara como escenario la escuela Santa Rosa High School, pero el consejo escolar se negó en rotundo después de leer el guión de Craven.

Sunnydale, conocida también por ser “la boca del infierno”, es la ciudad en la que transcurre la serie “Buffy, cazavampiros”. Su alcalde y fundador, Richard Wilkins, fue uno de los demonios a los que Buffy tuvo que derrotar. Whedon concibió Sunnydale como una clara parodia a los pueblos “en los que nunca ocurre nada” tan típicos de las películas de terror americanas. Lo cierto es que para ser una “ciudad pequeña”, Sunnydale daba cobijo a unos 40.000 habitantes, y disponía de diversos colegios, una universidad, numerosos cementerios, un zoológico, un museo, cuatro parques (Weatherly Park, Glebe Park, Radcliff Park y Nelson Park), una estación de tren, otra de autobuses y hasta un pequeño aeropuerto. Por tener, tenía hasta una base militar.


 Hill Valley, por su parte, es el hogar de Marty McFly en la trilogía de “Regreso al futuro”. Podemos contemplar su evolución a lo largo de los años mediante los viajes en el tiempo que realiza McFly con el DeLorean/máquina del tiempo de Emmett Brown (Doc, para los amigos). Por tanto, vemos cómo luce la ciudad en el presente (1985) y en el pasado (1955) en el transcurso de la primera entrega; en el presente y en el futuro (2015) en la segunda; y en un pasado lejano (1885) en la tercera. Debido a estos cambios constantes en el escenario, los productores desecharon la idea de rodar en localizaciones reales (la elegida iba a ser Petaluma, California) y optaron por construir la ciudad en los estudios de Universal. A excepción de la tercera entrega, que fue rodada en Sonora, donde pudieron alquilar unas tierras a condición de que una vez finalizado el rodaje dejaran allí los edificios construidos, a modo de reclamo turístico.


 Otra ciudad ficticia de California a destacar sería Toontown (o Toon Town), hogar de los “dibus”, los dibujos animados de “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”. A excepción de los humanos y de los objetos relacionados con su mundo, todo en Toontown está representado en forma animada o de caricatura (los edificios, el mobiliario urbano, los vehículos, sus antropomorfos habitantes…). En semejante lugar, las leyes de la física no responden a la realidad que conocemos.  Tanto un dibu como un humano podrían, por ejemplo, sobrevivir a una caída desde una gran altura; si bien el primero tendría más posibilidades de acabar en la morgue que el segundo.


A Toontown se accede a  través de un túnel situado a las afueras de Los Ángeles, una especie de portal que conecta el mundo real con una dimensión alternativa conocida como "Tooniverse".  

Y por último nos queda San Angeles, que ha sido el escenario distópico de películas como “Demolition Man” o “Doble Dragón”, si bien su primera aparición iba a producirse una década antes, con “Blade Runner”. Finalmente, en la cinta de Ridley Scott acabaría figurando una Los Ángeles alternativa.

Tanto la San Angeles de “Doble Dragón” (año 2007) como la de “Demolition Man” (año 2032) son fruto de un catastrófico terremoto, algo que no es de extrañar teniendo en cuenta que la verdadera ciudad de Los Ángeles se ubica en el conocido como Cinturón de Fuego del Pacífico, una región de intensa y muy inestable actividad sísmica.

En la primera “Doble Dragón”, dicho terremoto da lugar a una megalópolis fruto de la fusión de Los Ángeles y San Diego, estando la mitad de la ciudad sumergida bajo el agua. En el film de Stallone, en cambio, el terremoto destruye Los Ángeles de 2010 dando lugar a una ciudad que se extiende desde San Diego a Santa Bárbara.

Existen otras ciudades ficticias en California, como Angel Grove de los Power Rangers, o Charming de la (soberbia) serie de televisión “Sons of Anarchy”. 

Por supuesto, éste no es el único estado en el que los guionistas ubican sus urbes. Hay otros que compiten también por ser los más propensos a cobijar lugares de ficción, como por ejemplo Pensilvania, Massachusetts, Kansas o Maine, éste último habitual en las novelas de Stephen King (ahí se erigen los pueblos de Jerusalem's Lot, Derry o el más recurrente Castle Rock). Pero California es, sin duda, el estado de los EE.UU. con más ciudades inventadas, algunas de las cuales seguramente nos hubiera gustado poder visitar.