domingo, 17 de agosto de 2014

“Los mercenarios 3” (2014) – Patrick Hughes


Quién iba a decir, cuatro años atrás, que The Expendables llegaría hoy a presentar su tercera entrega. Y es que el invento de Stallone levanta pasiones entre quienes nos curtimos con las andanzas de estos grandes héroes del cine de acción de los 80 y 90. Toda una generación que ha acogido con los brazos abiertos al regreso de estas viejas glorias, demostrando que todavía hay sitio para ellos en el cine actual. 

Difícilmente aparezcan jamás en el ranking de las películas más taquilleras del año, y con toda seguridad tampoco entre las mejores, pero la saga tiene su público fiel, y eso se ha traducido en ganancias más que suficientes como para seguir dándole cuerda a la serie.

Y es que el público que acude a la sala lo hace con la ilusión de devorar un buen cubo de palomitas mientras se empacha de un lujuriosa orgía de tiros y explosiones al más puro estilo de la vieja escuela. Y es ese agradecido público, ni más ni menos, al que se destina un producto como “Los mercenarios 3”. Por desgracia, esta vez la diversión que nos brindan estos tipos duros es bastante descafeinada.

En esta nueva entrega celebramos la incorporación de Mel Gibson en el papel del villano Conrad Stonebanks, a quién podríamos considerar el némesis de Barney Ross (Sylvester Stallone). Stonebanks fue miembro cofundador de los Mercenarios y socio de Barney, hasta que decidió desviarse de la ruta e ir por el mal camino, obligando a este último a acabar con él. Sin embargo, Stonebanks reaparece diez años después vivito y coleando, y convertido en un peligroso traficante de armas. Barney, dispuesto a acabar con él de una vez por todas, decide prescindir de su equipo por miedo a conducirles a una muerte segura, y recluta a un puñado de jóvenes con sangre caliente para llevar a cabo su misión suicida.

Uno de los puntos fuertes de “Los Mercenarios 2” fue su jocoso tono autoparódico y su gran sentido autoreferencial, algo que aquí se abandona para retomar, en cierto modo, la senda que seguía la película original. Por tanto, y aún sin olvidar las coñas (algo absolutamente imprescindible en esta saga), lo cierto es que esta secuela rehúye ligeramente del factor nostalgia buscando encandilar al público con otros alicientes.

Entre esos alicientes se encuentra la inclusión de sangre nueva y joven al reparto, destacando (por resultarnos más conocidos) a Kellan Lutz (afincado, tras su paso por la saga Crepúsculo, a producciones de baja categoría) y a Ronda Rousey (luchadora profesional de la UFC que realiza aquí su debut como actriz). 
El problema es que estos “yogurines” no nos interesan lo más mínimo, al tiempo que echamos de menos al viejo equipo de Barney. Sabemos que en un momento u otro esos carrozas han de volver a la acción, pero durante su ausencia en pantalla hay un vacío importante que coincide, además, con un bajón significativo en el ritmo de la película. Y es que lo que viene siendo el nudo de la historia se torna algo aburrido. Ni el reclutamiento de los mercenarios de reemplazo (todos ellos carentes del más mínimo carisma), ni las apariciones estelares de Kelsey Grammer o Harrison Ford (más perdido éste que un pulpo en un garaje; amén de visiblemente cascado), hacen que la película levante el vuelo. 


Para ello hemos de esperar directamente a la gran traca final, en el que los fuegos artificiales se adueñan de la función. Si bien aquí hay que lamentar la poco inspirada dirección de Patrick Hugues tras las cámaras, algo que me duele especialmente habiendo sido su anterior película, “Red Hill”, una de mis favoritas de la edición de 2011 del Festival de Cine Fantástico de Sitges.

Esperaba algo más de su labor, pudiendo ser las escenas de acción más vistosas y espectaculares de lo que realmente son, más teniendo en cuenta que algunas de ellas se prestan muy fácilmente a ello (la secuencia inicial en el tren, por ejemplo). También la inclusión de baratos efectos digitales empobrece el resultado final, condenando la película al estigma de subproducto de videoclub (aunque en el fondo sea ese tipo de cine al que, directa o indirectamente, pretenda homenajear).

Es evidente que no estamos ante una superproducción de Bruckheimer, algo de lo que deberían tomar conciencia sus responsables (no sólo Hugues sino también Stallone, que se encarga del guión) para evitar en la medida de lo posible tener que recurrir a efectos generados por ordenador cuando el presupuesto no es el suficiente para mostrar algo medianamente decente (la gran explosión final es simplemente espantosa).

Otro punto en contra, claramente enfocado a ampliar el target de público que acude a las salas, es el haber cercenado el espíritu violento de la saga sumiendo la acción bajo un inofensivo PG-13 que, en este caso, mengua notablemente la chabacana diversión que tan bien le sentaba a las anteriores películas. Ya nadie revienta en pedazos, y la sangre asoma nada más que para mostrarse en heridas y arañazos en los rostros y cuerpos de nuestros hercúleos protagonistas.

Stallone parece más interesado en ampliar la audiencia del film que en satisfacer al que hasta ahora había sido su público fiel. Y ya no nos vale con meter a viejas glorias para ganarse al espectador si acabas traicionando el espíritu de la franquicia.


Ante este panorama no resulta extraño que alguien, a priori, tan fuera de lugar como Antonio Banderas termine siendo una de las incorporaciones más agradecidas. El propio actor parece haber improvisado y aportado bastante de sí mismo para el papel. A sabiendas que no es ni mucho menos un “machomen” como el resto de sus compañeros, Banderas opta por reconducir su personaje hacia la vertiente humorística, convirtiéndose en una especie de tragicómico charlatán. Su interpretación bien podría haber terminado siendo cargante, pero dadas las circunstancias sus intervenciones  son muy bien recibidas, aportando el toque cómico y dicharachero a la película.

Otra grata incorporación, además de la de Gibson como malote de la función (más por ver volver a ver al actor en acción que por los escasos minutos de lucimiento que le permite el guión) es la de Wesley Snipes, a quién parecen no pesarle lo más mínimo sus días en la trena (incluso se permite el lujo de bromear sobre ello en un momento dado de la cinta). A Snipes se le ve en forma y, lo que es más importante, muy cómodo en su rol. Y es que su personaje, con su puntito desafiante y fanfarrón, funciona a las mil maravillas, sobre todo al atribuirle una sana rivalidad para con el personaje de Jason Statham (Christmas).  Stallone haría bien en tener a Snipes en nómina para futuras entregas como un miembro más del equipo de mercenarios.

Por su parte, Harrison Ford, que viene a sustituir la forzada ausencia de Bruce Willis (a quién Sly guarda un par de pullitas en los diálogos…), está para lo que está: poner el piloto automático y cobrar el cheque. Ni más ni menos. Tan metido con calzador él como Schwarzenegger o Jet Li (este último, un visto y no visto tanto en ésta como en la anterior entrega).

De lo poco que sigue funcionando en la franquicia es el aroma de acción sin pretensiones que rodea al conjunto. También aspectos que desde el inicio han formado parte de la saga, como son la lealtad, la amistad o ese sentimiento de “familia” que une a los miembros del equipo, permanecen aquí inquebrantables, cuando no generosamente potenciados. Son estos detalles los que rescatan esta secuela de la mediocridad, aunque no sean suficientes para terminar de acogerla con los brazos abiertos. Y es que después de todo, “Los Mercenarios 3” se siente como un pequeño paso atrás en la franquicia; una ligera decepción si la comparamos con su gloriosa y descacharrante predecesora.




Valoración personal: