sábado, 28 de septiembre de 2013

“2 Guns” (2012) - Baltasar Kormákur


No todo en el mundillo de las novelas gráficas son superhéroes, criaturas surgidas de nuestras más profundas pesadillas u otras historias de carácter fantástico y de ciencia-ficción. En sus páginas ilustradas también hay lugar para otras temáticas, y éstas también pueden ser llevadas al cine. Así lo demuestran la denuncia social-política de “Persepolis”, el drama mafioso de “Una historia de violencia”, el noir de “Camino a la perdición” o la comedia de acción de “The Losers” y “RED”.

 “2 Guns”, la nueva película del director hispano-islandés Baltasar Kormákur (Contraband, The Deep), podría catalogarse dentro de ese último grupo: la comedia de acción.

Desde hace 12 meses, el agente de la DEA Bobby Trench (Denzel Washington) y el oficial naval de inteligencia Marcus Stigman (Mark Wahlberg) trabajan, cada uno por su cuenta, como infiltrados en una organización criminal que trafica con drogas. Cuando su intento por recuperar los millones de un cártel de la droga mexicano se descontrola, Trench y Stigman se verán entre la espada y la pared. El único modo de librarse de la cárcel o de una muerte segura será trabajando codo con codo. Y no les resultará nada fácil confiar el uno con el otro…

Una de las claves del subgénero de “buddy movie”, es decir, de las “películas de colegas”, es juntar a dos personajes con personalidades opuestas que se ven obligados a unir fuerzas por un objetivo común. A menudo, el contraste suele potenciarse remarcando otros aspectos que les diferencien a simple vista, como por ejemplo la edad o la raza. Pero para que la pareja funcione, más allá de sus diferencias (o gracias precisamente a ellas), es imrescindible que haya química entre sendos intérpretes. Y de química, Washington y Walhberg andan sobrados. Ambos actores forman aquí tan buena pareja, que uno se pregunta cómo es posible que no hubieran coincidido con anterioridad. A fin de cuentas, los dos están bien afincados al cine comercial, y ser el héroe de la función no es algo que les resulte desconocido a ninguno (y menos al amigo Denzel, habituado al rol de poli bueno).

El colegueo se percibe desde el primer instante en que comparten escena. Ambos son agentes inmersos en una misma operación, pero llevan sus investigaciones de forma paralela para sus diferentes agencias. Ninguno de ellos sabe que el otro es un agente federal encubierto, hasta que las cosas se complican y se encuentran, por así decirlo, con el culo al aire.

Cuando sus superiores les dan la espalda, no les queda otra que cooperar juntos para salir del buen lío en el que se han metido. Y es que tener a un cartel mexicano y a un agente de la CIA corrupto cabreados y pisándote los talones no es una situación agradable de la que se pueda uno librar sin la ayuda de un buen aliado.

A medida que los planes se van torciendo y los problemas van aumentando, la alianza entre Trench y Stigman se va fortaleciendo. Y por muy peliaguda que se ponga la situación, uno u otro siempre encuentra tiempo para hacer alguna bromita o lanzarse una puyita.

Ahí radica uno de los puntos fuertes de la cinta. La relación “amor-odio” entre sendos personajes y el cachondeito que se traen a lo largo de la trama. Sobre todo por parte de Sitgman/Walhberg, el graciosillo de la pareja. Dos personajes, en el fondo, egoístas y que se ven obligados a hacer piña ante una situación de riesgo en la que el sistema para el que trabajan se ha puesto en su contra.


Bajo la sencilla premisa se establece una trama algo más compleja que apunta a distintos frentes y que se va volviendo un tanto rocambolesca por momentos. Quizás una de los pecados del guión sea precisamente eso: rizar el rizo en exceso,  situando demasiados villanos en el escenario (lo que limita el papel de Bill Paxton –el mejor de todos- a menos minutos de los deseables) y llegando a forzar algún que otro giro más o menos predecible.

De todos modos, Kormákur es lo suficientemente hábil como para lograr que eso no afecte al ritmo de la película, por lo que ésta se mantiene exultante en todo momento, sirviéndose descaradamente de lo que en el fondo es su gran pilar: su pareja protagonista

Como complemento, un agradecido reparto de secundarios (Paxton, James Olmos, Patton…) que cumplen sobradamente con su labor, un humor que siempre (repito: siempre) funciona y aisladas escenas de acción poco resultonas pero bien ejecutadas. Así es como “2 Guns” se convierte en una de las agradables sorpresas de la temporada, equilibrando francamente bien la balanza entre pretensiones y resultados, y dejando para el recuerdo una singular pareja de polis que parecen estar pidiendo a gritos una secuela.

P.D.: La idea del robo en el banco de “Tres Cruces”, luagr en el que la mafia deposita sus ganancias, está tomada de un film de Don Siegel, “Charley Varrick” (aka La gran estafa). Un recomendable thriller setentero protagonizado por un Walter Matthau en un papel bastante inusual en su carrera. Merece la pena echarle un vistazo (aunque por lo demás nada tenga que ver con la película de Walhberg y Washington).



Valoración personal:



sábado, 21 de septiembre de 2013

“Justin y la espada del valor” (2013) - Manuel Sicilia


En un mercado como el de la animación por ordenador, con estudios (americanos) tan potentes como Disney/Pixar o Dreamworks, entre otros, no resulta nada fácil hacerse un hueco. No sólo hay que competir con sus multimillonarios presupuestos, que les permiten un acabado visual impecable, sino también con su poderosa mercadotecnia publicitaria y sus voluminosas exportaciones al mercado internacional.

La industria americana es fuerte e implacable, pero estrenos recientes como “Tadeo Jones” han demostrado que, si se hacen bien las cosas, con el producto nacional también se puede conquistar al público (y a la crítica) y arrasar en taquilla. Y eso que los comienzos fueron algo torpes e inseguros.

“Donkey Xote”, sin ir más lejos, fue uno de los primeros intentos fallidos de nuestra industria. Aún se estaba tanteando el terreno, y no sólo la animación no estaba a la altura sino que tampoco el guión daba la talla (y pasar a copiar al burro de Shrek no fue, precisamente, un movimiento acertado). Al año siguiente la empresa granadina Kandor Graphics llevó a cabo, con el apoyo de la productora de Antonio Banderas, un nuevo proyecto: “El lince perdido”, cinta de animación con una historia -al que Donkey Xote- muy autóctona y con un trasfondo ecológico. Y si bien ésta aún quedaba lejos del cine que se producía al otro lado del charco, no es menos cierto que empezaban a apreciarse en ella ciertas mejoras tanto a nivel visual como en otros aspectos.

Con la llegada de “Planet 51” las cosas tomaron un cariz muy distinto. Se trataba ya de una superproducción de elevado presupuesto en la que se invirtieron muchos años de trabajo, y que tuvo unas ventas considerables a nivel internacional, proyectándose en 170 países de todo el mundo (sólo en EE. UU. se exhibió en 3500 salas). No es de extrañar, pues, que con esa cifra se convirtiera en la película española más taquillera de aquél año 2009.

Ahora, pasados varios años desde su debut, Kandor Graphics y Antonio Banderas vuelven a la carga con “Justin y la espada del valor”, una curiosa vuelta de tuerca a las gestas caballerescas.

Justin vive en un reino en donde los caballeros han sido desterrados y la justicia pasa por manos de los abogados. Su mayor sueño es llegar convertirse en un caballero, como lo fue su abuelo, pero su padre Reginald, consejero de la Reina, tiene otros planes para él: desea que su hijo siga sus pasos y se convierta en abogado.

Aguerridos y astutos guerreros, diestros con la espada y la palabra, de brillantes armaduras y obedientes corceles, y siempre dispuesto a servir y proteger al más débil.  Así son los caballeros. O al menos así eran… Sus tiempos de gloria, cuando eran reconocidos, admirados y respetados por todos, terminaron con la llegada de los burócratas y sus abusivas leyes.

En el reino de Justin ya no hay lugar para los caballeros, quiénes fueron desterrados y declarados proscritos a los ojos de la ley. Y sin embargo, la ilusión que persigue Justin desde bien pequeño es ser un caballero, pese a los designios de su padre, quién insta en convertirlo en un respetado abogado a su imagen y semejanza.


La historia de Justin es la historia de un muchacho que desea luchar contra el destino que se le impone. Su intención es tomar las riendas de su vida y su futuro, y lograr así alcanzar su anhelado sueño de convertirse en caballero. Y si para ello debe huir a escondidas del reino en busca de aventuras, que así sea.

Pero convertirse en caballero no es tarea fácil. Su admirable valentía y su buen corazón no son suficientes para alzar la espada en duelo, por lo que tendrá que afrontar un duro adiestramiento con, eso sí, los mejores maestros que uno pudiera desear.

De aspecto severo pero carácter afable, Legantir es el monje prior de la Abadía a la que Justin acudirá para su entrenamiento. Allí sus otros dos maestros serán Braulio, un sabio monje inventor de ingeniosos artilugios (atención a su “temible dragón”); y Blucher, un rudo y viejo caballero de la orden de los Caballeros del Valor que le instruirá en el manejo de la espada.

Con su ayuda, el delgaducho y patoso Justin se pondrá a prueba a sí mismo, tratando de mejorar sus habilidades hasta hacerse digno de lucir su reluciente armadura. Y debe darse prisa porque una amenaza se cierne sobre su reino: el malvado Sir Heraclio, un desterrado caballero en busca de venganza, ha reunido  a un ejército de maleantes con la seria intención de arrebatarle el trono a la Reina.


Una vez más, se trata de la eterna lucha del bien contra el mal, sólo que esta vez un admirable caballero es el villano de la función y un joven aprendiz de abogado es el héroe. Y como ya hace tiempo que dejamos atrás aquello de la damisela en apuros, nos topamos también con personajes femeninos de armas tomar como Talia, una compañera de aventuras diestra y leal (y a quién el intrusivo doblaje de Imma Cuesta le hace un flaco favor). A esta simpar pareja se une un mago muy peculiar que responde al nombre de Melquiades… O bien al de Karolius, según cuál sea la personalidad que adopte este excéntrico y bipolar hechicero. Todo un guiño éste a un “mítico” personaje de la farándula televisiva española de la década de los 90: Carlos Jesús/Micael (¿quién no se acuerda de sus revelaciones sobre Raticulín?).

En eso y poco más quedarían las escasas referencias patrias de la película (el resto son más bien cinéfilas), ya que por lo demás se trata de una propuesta universal y fácilmente exportable a otros mercados. Una vuelta de tuerca a las historias de caballería, con personajes estrafalarios tanto a un bando como al otro (además de Melquiades, tenemos también a Sota, el afeminado compinche de Heraclio; o Sir Antoine, un cobarde y avaricioso impostor), y portadora de valores que no por típicos dejan de ser fundamentales, como son el confiar en ti mismo y nunca darte por vencido, el luchar por lo que es justo o el decidir tu propio destino aún a expensas de lo que los demás quieran para ti.

Todo ello hace de “Justin y la espada del valor” una amena cinta de aventuras para toda la familia, demostrando una vez más que la animación nacional puede ser competente (no sólo a nivel técnico) y una válida alternativa al cine USA.


Si algo hay que reprocharle a la película, no obstante, sería su endeble apartado cómico, que no termina nunca de arrancarnos una buena carcajada.  



Valoración personal:

viernes, 20 de septiembre de 2013

“R.I.P.D.” (2013) - Robert Schwentke


Después del fracaso de crítica y público de “Green Lantern”, a Ryan Reynolds le convenía elegir bien sus siguientes proyectos.  Con “Safe House” (aka El invitado) se acercó a los números de taquilla que hizo con el superhéore de DC, pero la diferencia estribaba en que ésta última había costado prácticamente lo recaudado, 200 millones de dólares, y el thriller de acción protagonizado junto a Denzel Washington “solamente” 85 millones, con lo que el margen de beneficios fue mucho mayor.

Anotado este tanto, quedaba por ver cómo se las apañaría Reynolds en su siguiente superproducción, “R.I.P.D.”, cuyo presupuesto ha ascendido a la friolera de 130 millones, y con la cual no podía permitirse otro tropiezo. Y sin embargo, así ha sido.

Con críticas demoledoras a sus espaldas y una recaudación risible en suelo doméstico, es más que probable que “R.I.P.D.” sea el nuevo pelotazo de Reynolds que acaba estrellándose en el largero. Pero, ¿es tan mala como dicen?

El detective Nick Walker (Ryan Reynolds) parece tenerlo todo en la vida: es un buen agente de policía en la cúspide de su carrera y está felizmente casado con Julia (Stephanie Szostak). Sin embargo, él desea más, y esa avaricia le lleva a cometer un error que pagará muy caro. Durante una redada, Nick es traicionado y abatido mortalmente por su propio compañero, Hayes (Kevin Bacon). Una vez muerto, y para su sorpresa, es requerido para formar parte del R.I.P.D., el Departamento de Policía Mortal, que se encarga de perseguir a los demonios que habitan en el mundo de los vivos para mandarlos de vuelta al infierno. En su nuevo empleo post mortem, al joven agente le asignan como compañero al veterano sheriff Roy Pulsifer (Jeff Bridges), un testarudo cascarrabias que prefiere trabajar solo.

Ambos tendrán que superar sus diferencias para evitar que unos delincuentes acaben con el equilibrio entre los dos mundos…

Robert Schwentke, responsable de, entre otras, “RED”, uno de los sleepers -más incomprensibles, a juicio de un servidor- de 2010, dirige esta adaptación de un cómic estadounidense  que nos presenta a un departamento de policía muy especial. Una agencia del Más Allá encargada de que los muertos no regresen ilegalmente al mundo de los vivos. El deber de sus agentes, los mejores de cada época, consiste en detener y llevar ante la justicia a esos delincuentes que intentan escaquearse del Juicio Final buscando refugio en la desprevenida Tierra. Esto último lo logran camuflándose bajo una apariencia humana normal, pero en realidad su verdadero aspecto es monstruoso, un efecto que al parecer se produce cuando llevan demasiado tiempo fuera del lugar al que verdaderamente pertenecen.

Reynolds interpreta a un agente muerto en servicio que, dado su buen historial policial, es requerido para formar parte de dicho departamento. Pese a sus 15 años en el cuerpo, en su nueva etapa como policía no es más que un novato, y debe aprender a manejarse en este mundo que le es tan extraño. Las lecciones corren a cargo de su nuevo compañero, el sheriff Roy Pulsifer, un veterano alguacil chapado a la antigua que lleva cientos de años muerto trabajando como agente de R.I.P.D. Él le enseñará, a regañadientes, todo lo que necesita saber, y no será fácil, ya que entre ambos surgirán enseguida las tiranteces.

Se desarrolla así el clásico concepto de buddy movie en el que la pareja de polis empezarán por no llevarse demasiado bien, pero que en el transcurso de su investigación se verán obligados a unir fuerzas para evitar, en esta ocasión, una terrible catástrofe.


Pese a que sus orígenes se encuentren en las viñetas de unos cómics, el curioso universo fantástico desarrollado en la película nos es muy familiar. Demasiado, quizás.  Y es que no son pocos los detalles que nos recuerdan a los elegantes cazaalienígenas de “Men In Black”. Desde la pareja de polis formada por el novato y el veterano, hasta el concepto de fantástica y secreta agencia gubernamental, pasando por la fealdad de los monstrencos que, cómo no, se camuflan en nuestro mundo como personales normales y corrientes.  El parentesco con el film de Sonnenfield ya quedó patente en los primeros avances, pero a lo largo de la película su sombra es muy alargada.

Quizás por ello resulte inevitable señalar la falta de frescura de la propuesta, así como la carencia de ingenio y buen hacer que se requerirían para llevar a buen puerto dicho espectáculo.

Y lo cierto es que a nivel visual el director se las apaña medianamente bien, y aunque no invente nada, ofrece una dirección muy dinámica y juguetona, aunque a veces tienda a forzar en demasía algunos planos. Pero la historia, aunque atractiva (la idea en sí ofrece un amplio abanico de posibilidades), no termina de atrapar al espectador como sí lo hiciera en su momento Men In Black; y los efectos especiales, si bien se muestran muy competentes en algunos aspectos (la épica destrucción durante el tramo final pone de manifiesto el abultado presupuesto con el que se cuenta), en otros como en la recreación de los susodichos monstruos no dan la talla, lo que lamentablemente deja una sensación a producto chapucero y de baja categoría.

Por otro lado, resulta un poco triste contemplar a Jeff Bridges haciendo el ridículo con sus estúpidas y cansinas intervenciones y su estrambótico acento de paleto sureño (el cual lleva arrastrando desde “Valor de ley” y que, todo parece indicar, volveremos a sufrir en “Seventh Son”). Su exacerbada sobreactuación es algo que, esta vez y sin que sirva de precedente, el doblaje en español consigue disimular un poquito.

Reynolds sale mejor parado. El actor está en su línea, es decir, que ni demasiado bien ni demasiado mal, pero al menos en los momentos, llamémosles, dramáticos, el chico cumple. Como también cumple Kevin Bacon en su ya habitual –y siempre bienvenido- rol de villano.

Aunque lo intente, “R.I.P.D.” no es Men In Black. Ahora bien, para pasar el rato, la película funciona sin demasiadas quejas por mi parte, más teniendo en cuenta que no se anda con rodeos a la hora de desarrollar la trama y que su ajustada duración propicia que el tiempo pase rápidamente. Esto último algo de lo que algunos directores podrían tomar buena nota, porque no es necesario que un blockbuster dure de dos a dos horas y media. A veces, con hora y media (u hora tres cuartos) es más que suficiente.

Por otro lado, si a “R.I.P.D.” se la considera, desde el otro lado del charco, lo peor del año, entonces, ¿en qué quedan cosas como “A Good Day to Die Hard” o “G.I. Joe: Retaliation”?


Todos los años le toca a un blokbuster recibir, de forma un tanto exagerada, toda la saña de la prensa especializada y los palos del público. Y por desgracia para Reynolds le ha vuelto a tocar a él pagar el pato. Y sinceramente, no veo razones suficientes para semejante linchamiento. A peores cosas nos hemos enfrentado este año en una sala de cine.



Valoración personal:

viernes, 13 de septiembre de 2013

“Percy Jackson y el mar de los monstruos” (2013) - Thor Freudenthal


De todos los intentos por conseguir una nueva franquicia juvenil que pudiera competir contra el todopoderoso Harry Potter, probablemente el único o de los pocos que no devino en un sonado fracaso fue “Percy Jackson y el ladrón del rayo”. Si bien no se puede decir que dicho film causara el impacto ni provocara el fenómeno de masas que sí tuvo (y retuvo) Potter, lo cierto es que a esta primera adaptación de la saga literaria “Percy Jackson y los Dioses del Olimpo” le fue lo suficientemente bien en taquilla como para justificar la aparición de una segunda entrega. Dicha secuela llega tres años después de su predecesora con la intención de contentar a sus seguidores y, a ser posible, sumar nuevos adeptos.

En esta ocasión, Percy y sus amigos deben encontrar el legendario vellocino de oro mágico para poder defender el Campamento Mestizo, amenazado éste por monstruos mitológicos que han logrado sortear sus barreras protectoras.

El viaje llevará a nuestros protagonistas a embarcarse en una peligrosa odisea a través de las aguas del inexplorado y mortífero Mar de los Monstruos, al que los humanos conocen como Triángulo de las Bermudas.

Ya ha transcurrido un tiempo desde que Percy Jackson salvara al Olimpo de su destrucción. Desde entonces, su vida en el Campamento Mestizo ha pasado más bien sin pena ni gloria, por lo que llega a cuestionarse si su primera gran victoria no fue sólo fruto de la casualidad; si en realidad aquello no fue más que una heroicidad de un solo día. Ahora que sus dudas le perturban, se cierne sobre él y el resto de los hijos de los dioses una terrible amenaza. El Campamento corre un serio peligro, y Percy no duda ni un segundo en volver a entrar en acción para demostrarse a sí mismo y a los demás que es un digno hijo de Poseidón.

Por supuesto, sus amigos, Annabeth (hija de Atenea) y el sátiro Grover, le apoyarán y se unirán a él en esta aventura en la que tendrán que hacer frente desde un toro mecánico que escupe fuego hasta cíclopes gigantes, entre otras terroríficas criaturas.

El recital de referencias a la mitología griega sirve, tal como ocurría en su antecesora, para trasladar objetos y personajes de aquellos mitos a la actualidad y confeccionar nuevas hazañas para nuestros jóvenes protagonistas. Así que si alguien confiaba en que esta segunda entrega se mantendría algo más fiel a aquellas leyendas, que se vaya olvidando de ello. A fin de cuentas, el objetivo de Rick Riordan, autor de las novelas, no residía en adaptar dichos mitos a a nuestros tiempos sino en extender aquellas historias, en darles aires renovados  para que sus fantasías pudieran seguir conquistando a las generaciones venideras.

Éste concepto es trasladado a las películas, beneficiándose de las ventajas del medio audiovisual para desplegar en él dichas aventuras con la espectacularidad requerida. A tales efectos, no obstante, cabe lamentar que el apartado infográfico no esté a la altura de las circunstancias. Los efectos especiales/digitales son, en ocasiones, bastante resultones, pero en otras más bien cantan la Traviata, lo que dificulta seriamente la credibilidad del repertorio fantástico que se da cita en pantalla. Y para una superproducción que se apoya prácticamente en sus efectos, eso resulta bastante daniño de cara al disfrute del espectador. 


También se nota la ausencia de Chris Columbus en la silla de director. El hombre a quién le debemos –ya sea como guionista o como director- algunos clásicos de nuestra infancia (Los Goonies, El secreto de la pirámide o Gremlins), el que dio vida a las dos primeras entregas de Harry Potter y en quién se confío los mandos de esta nueva franquicia, ejerce en esta ocasión de mero productor ejecutivo, quedando patente que a su sustituto, Thor Freudenthal (El diario de Greg), el encargo le viene un pelín grande.

Aunque “Percy Jackson y el mar de los monstruos” mantiene la esencia del film original y persigue sus mismo patrones aventurescos, se percibe en ella un aumento en las dosis de humor (a ratos simpático, a ratos risible). Las gracietas cómicas ya no recaen en exclusiva en el personaje del sátiro, si no que todos aportan su granito de arena. Quizás lo mejor en este sentido sea la breve pero estelar aparición de Nathan Fillion (¿o es Richard Castle?) como el Dios Hermes, y su sutil guiño hacia “Firefly”.

El hijo de Hermes, por cierto, vuelvo a ser el villano de la historia, pese a su supuesto fallecimiento en la primera entrega. Y es que ya se sabe que en una saga la muerte de un personaje no siempre es definitiva.

El regreso de Luke sigue condicionado por su odio hacia los Dioses, esos padres sobrenaturales y ausentes a quienes parece no importarles lo más mínimo la vida de sus descendientes. Luke pone en marcha su pérfido plan y, por supuesto, Percy y sus amigos tratarán de desbaratarlo. Y esta vez lo harán incorporando nuevos aliados a sus filas: Tyson, un inesperado hermanastro de Percy afectado por su condición de medio-monstruo; y Clarrise, hija de Ares (el Dios de la guerra) y principal rival por el liderazgo en el Campamento Mestizo.

Así que un repertorio heroico ampliado y nuevos monstruos es lo que ofrece esta continuación que, en líneas generales, se mantiene en la línea del anterior film, esto es, un ligero e inofensivo entretenimiento para la chiquillada. Por tanto, si aquella te gustó o como mínimo te hizo pasar el rato, ésta también lo hará. Si por el contrario te pareció otro fallido producto juvenil, lo más probable es que esta secuela no mejore tu opinión al respecto.


¿Habrá tercera entrega? La película deja un final abierto para que así sea, y dado que la (primera) saga literaria consta de tres libros más, lo lógico es que el estudio esté interesado en adaptar todos y cada uno de ellos. Pero como siempre, el que manda es el público, y si éste no responde como es de esperar, ésta podría ser la última aparición cinematográfica de Percy Jackson. A su homónimo en papel, no obstante, seguramente le quede cuerda para rato.


Valoración personal:

Autobombo: Crítica y Crónica de "La gran familia española"



Hoy se estrena en la cartelera de nuestros cines "La gran familia española", una estupenda (y recomendadísima) comedia dramática dirigida por Daniel Sánchez Arévalo (Primos, Gordos, AzulOscuroCasiNegro) y protagonizada por Quim Gutiérrez, Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Héctor Colomé, Miquel Fernández y Verónica Echegui, entre otros.

Teniendo en cuenta que la película no se inscribe dentro de la temática de Amazing Movies, he decido quitarle el polvo a mi otro blog, Diario de una mente perturbada, y publicarla allí. De este modo, reactivo aquél sin necesidad de duplicar contenidos.

Pero además, y dado que echamos (tristemente) el cierre a Tu Blog De Cine, he decidido que las críticas y otros artículos no relacionados con AM sean también publicados en una web amiga. Y para tales efectos, la elegida ha sido http://www.tomacine.com/.

Mi estreno en ella se produce no sólo con la crítica de "La gran familia española", sino también con un pequeño reportaje con las declaraciones del director y miembros del reparto presentes en la presentación de la película que hubo tras el pase de prensa. Un servidor tuvo la oportunidad de charlar con ellos y entrevistarles, así que en dicho reportaje/crónica podréis leer sus declaraciones. 

A continuación os dejo los respectivos enlaces:

Crítica de "La gran familia española"

http://tomacine.com/criticas/4441-critica-la-gran-familia-espanola.html

Entrevistas al equipo de "La gran familia española"

http://www.tomacine.com/directores/47-directores/4442-la-gran-familia-espanola-cronica.html


Saludos,

martes, 10 de septiembre de 2013

“Riddick” (2013) – David Twohy



Recientemente se conocía, de boca del propio Vin Diesel, que éste habría hipotecado su casa para llevar adelante esta tercera –y tardía- entrega de la franquicia. Un acto que demuestra el cariño y el compromiso del actor para con el personaje que, junto al Dom Toretto de “Fast & Furious”, le abrió de par en par las puertas de Hollywood.  Riddick se ha convertido en un figura icónica dentro del género, así como la película que nos la presentó, la estupenda “Pitch Black”, es un ejemplo perfecto de cómo muchas veces en el pote pequeño está la buena confitura. 

El culto proferido a esta deliciosa serie B animó a Diesel y Twohy a embarcarse en una secuela, “Las crónicas de Riddick”, mucho más ambiciosa (con “Dune” de Frank Herbert como claro referente), a la par que costosa. Y lo pagaron caro, pues en esta ocasión el público (incluyendo al fan de la primera parte) le dio la espalda. Un sonado fracaso de taquilla que anulaba cualquier posibilidad de sumar continuaciones a la saga. 

Huelga decir, no obstante, que se trata de una película que, una vez asumida la ruptura conceptual con su predecesora, gana enteros con cada nuevo visionado. Quizás por eso, y por el enorme potencial del personaje, se lleva años persiguiendo una tercera parte. Y ahora que por fin está aquí, no queda otra que verla y juzgar.

Traicionado por los suyos y dado por muerto en un planeta desolado, Riddick (Vin Diesel) tiene que sobrevivir al acecho de una letal raza alienígena de depredadores que ocupa el primer puesto en la cadena alimenticia del lugar. Su única vía de escape pasa por activar una baliza de emergencia, atrayendo a una serie de mercenarios y cazarrecompensas que acudirán al planeta a por su cotizada cabeza. 

La cinta empieza de forma pausada y solemne, con Riddick hablándonos de sus pensamientos más profundos, observando su adaptación en este inhóspito y salvaje planeta, y relatándonos la historia de traición que le ha llevado hasta allí. 

Consciente del descontento general con “Las crónicas de Riddick”, Twohy decide pasar página con respecto al tema de los Necróferos, y nos desvela de forma muy breve los detalles que han llevado a nuestro protagonista a la extrema situación en la que se encuentra. Así despacha rápidamente cualquier vínculo con el universo expandido en su predecesora, y prepara el terreno para lo que está por venir: un regreso a los orígenes. Y eso significa volver a posicionar a Riddick en un entorno  hostil en el que casi todo ser viviente, humano y animal, es un enemigo mortal al que combatir. 

Pero aquellos que quieren dar caza a nuestro amigo Riddick deberán unirse a él con tal de sobrevivir a la mortífera amenaza que se cierne sobre ellos, haciendo válida aquella emblemática frase de “el enemigo de mi enemigo, es mi amigo” del mismo modo en que ocurría en el film original.


Podríamos decir que Twohy se plagia a sí mismo, pero en todo caso esa sería una afirmación, si bien no errónea, sí un tanto frívola. Sería más acertado considerar que el director remodela y readapta la fórmula de “Pitch Black” partiendo de un punto de partida distinto que le permite incorporar ligeras pero significativas variaciones al esquema base.  En ese sentido, no sólo modifica al verdugo (esta vez se enfrenta a un monstruo alienígena de hábitat acuático-terrestre), algo absolutamente necesario, sino que convierte al grupo que acompaña al protagonista en una numerosa y dispar cuadrilla de mercenarios, cosa que favorece el discurrir de la trama en términos de acción. Además, al tratarse de dos equipos de mercenarios distintos, la forzosa alianza se realiza a tres bandas, multiplicando las discrepancias, rivalidades y conflictos internos entre ellos (patentes ya en el primer encuentro entre sendos equipos).

Durante buena parte del metraje, Riddick es el monstruo; la salvaje e implacable bestia asesina que sale de su madriguera para dar caza al incauto visitante. La presa se convierte en cazador, y los cazadores en presas, dando pie al consabido juego del gato y el ratón; sólo que esta vez el ratón es más astuto que toda la manada de gatos.

Twohy recupera así al Riddick más feroz y letal (atención a las gloriosas explosiones de violencia y gore), pero sin olvidar en ningún momento ese lado humano (y sufridor) que siempre le ha caracterizado, y que en esta ocasión se delata ante un peculiar y peludo compañero de andanzas. Un lado más amable que contrasta positivamente con su brutalidad a la hora de batirse en duelo ante el enemigo. 

La chulería y la socarronería habituales del personaje, aspectos que, junto al resto de atributos, le han convertido desde la primera entrega en un gran personaje (aunque aquí alguna de sus vaciladas –la venganza contra Santana- peque de exagerada), aumentan considerablemente con respecto a sus predecesoras. El humor, un factor eventual en la saga (quién no recuerda la muerte por “tazazo” de la segunda entrega), tiene aquí un valor añadido, con momentos bastante salados que nos arrancan una buena carcajada; menudo a costa de Santana, el grotesco y sádico sujeto que interpreta nuestro “querido” Jordi Mollá. De hecho, quien pensara que la presencia del actor español iba a ser meramente testimonial (un servidor, por ejemplo), no puede andar más equivocado. Mollá chupa cámara, y debido a la guasa con la que Twohy construye su personaje, no sólo no desentona en el conjunto sino que se erige como un valioso miembro del reparto de cara al jocoso cachondeo que el director nos proporciona.


Del resto de mercenarios, algunos pasan por pantalla sin pena gloria, como es de esperar, pues no son más que mera carnaza. Otros, simplemente, están ahí de relleno, para que haya variedad (el mercenario yogurín). Y otros, en cambio, se ganan su peso en la trama, como es el caso de Johns (Matt Nable), jefe del grupo de cazarrecompensas más, digamos, civilizado, y cuya naturaleza le vincula con la primera película de la saga, ofreciendo una dualidad muy interesante para con Riddick. También tenemos –quizás un poco desaprovechada- a la televisiva Katee Sackhoff (Battlestar Galactica, Longmire) en el rol de Dahl, la (única) tía dura del grupito y ocasional interés estrictamente físico del protagonista (y del director, quién no duda en mostrar sus bondades a cámara; dile tonto…); y al luchador de la WCW Dave Bautista haciendo currículum en esto del cine en un papel de pocas palabras, a sabiendas de sus limitaciones, pero que cuenta con sus minutos de gloria.

Todos ellos acorralados por unos bicharracos que aparecen oportunamente (cambiemos la propicia oscuridad de “Pitch Black” por la lluvia a modo de excusa para que los animalitos campen a sus anchas y se puedan pegar un buen festín)  para terminar de aguarles la fiesta en lo que viene a ser la traca final de la película. Evidentemente, éste es el tramo más ligado al concepto primigenio que dio lugar a tan soberbia monster-movie.

Si la decepción inicial con “Las crónicas de “Riddick” vino por alejarse, en tono y pretensiones, a lo visto en su predecesora, aquí uno no puede sino complacerse por haberse retomado la esencia de aquello que hizo grande a “Pitch Black”; el concepto survival sumergido dentro de una monster-movie de ciencia-ficción (al estilo Aliens o Depredador), recuperando elementos cruciales de aquella (el planeta desértico, las criaturas alienígenas o la nave como única vía de escape) para darles un tratamiento algo distinto que logra compensar su escasez de originalidad con toneladas de diversión. Porque “Riddick” es un producto de “serie B” (38 milloncitos muy bien aprovechados, aunque de forma ocasional se muestren insuficientes) muy bien apañado y que da justo en la diana, erigiéndose como una dignísima y sumamente satisfactoria variante de “Pitch Black” sin que ello se convierta en un hándicap sino todo lo contrario, una virtud.  Twohy trata de cerrar así las heridas abiertas con el fandom, alargando y enriqueciendo un poco más la leyenda de Richard B. Riddick. Por ello, mi sentencia no puede ser otra que: ¡larga vida a Riddick!



Valoración personal:

sábado, 7 de septiembre de 2013

“Tú eres el siguiente” (2011) - Adam Wingard



Casi todos los años aparece una cinta (o más de una) que causa furor entre los aficionados al género de terror. Una producción que,  ajena a la mercadotecnia de los grandes estudios de Hollywood, logra ganarse el favor del espectador acérrimo al género. Los primeros halagos, procedentes habitualmente del otro lado del charco, encienden la mecha y logran que la fiebre corra como la pólvora e inunde toda la red. 

No voy a negar que suelo ser bastante reacio a dejarme llevar por esta vorágine de “locura fandom” que a menudo arrastra la comunidad cinéfila. Más que nada para evitar crearme unas elevadas expectativas que luego terminen por “aguarme” el visionado de la película en cuestión. Y es que veces es inevitable que, por poco que sea, eso pueda influir en la predisposición del espectador y, por consiguiente, en el balance final que luego se haga de la susodicha. Claro que tampoco se le puede echar la culpa de todo al “hype” despertado por una película, pues al fin y al cabo, todos tenemos nuestro propio criterio y éste no siempre tiene por qué comulgar con el de la inmensa mayoría. A veces, lo que unos adoran en una obra otros, simplemente, lo detestan. 

Pero habida cuenta de la tendencia a sobredimensionar la calidad de muchas películas (tanto de ahora como de antes), siempre es mejor curarse en salud y mantenerse al margen de esa explosión de entusiasmo exacerbado que, cada vez con más frecuencia, nos asalta semanas o incluso meses antes de un estreno.

Siempre es mejor desconfiar del “criterio popular” o simplemente ignorarlo e ir con la mente lo menos “contaminada” posible (tanto de datos de carácter subjetivo –críticas- como de los meramente informativos –trailers, spots o sinopsis demasiado reveladoras-). Y esto sirve tanto para cuando se habla maravillas de una película como para cuando ocurre el caso contrario (no son pocas las veces que he roto lanzas a favor de cintas, en mi opinión, denostadas injustamente). 

Dicho esto, hay ocasiones en los que terminas sucumbiendo a los halagos porque lo que acabas de ver no sólo ha logrado satisfacer tus exigencias más primarias sino que ha conseguido rebasarlas. En mi caso, podría citar el reciente remake de “Evil Dead” como una de esas gratas sorpresas que, en realidad, no esperaba que lo llegara a ser. En otros casos, como el que nos ocupa ahora, el resultado ha sido bien distinto, no logrando entender cómo semejante producción ha conseguido levantar tantas pasiones. Y cuando uno va a contracorriente no es por el mero placer de llevar la contraria, ni mucho menos. Es más, uno siempre se lamenta de no haber encontrado provechosos esos valiosos minutos de su tiempo invertidos en la acogedora oscuridad de una sala de cine (uno de los mayores placeres de todo cinéfilo/cinéfago que se precie).

Reflexiones a un lado, vale la pena señalar que si bien el resultado final de “Tú eres el siguiente” no me ha convencido en absoluto, guarda ciertos momentos para el recuerdo.

La premisa de la cinta es bastante sencilla y tópica: Una reunión familiar se convierte en una terrorífica  pesadilla cuando irrumpen en la casa unos violentos asesinos enmascarados dispuestos a no dejar a nadie con vida. 


Nada nuevo bajo el sol. De hecho, la cinta de Adam Wingard no aporta nada especialmente significativo a la subcategoría de “asaltos”, si bien hay cierta predisposición en ella por distanciarse de sus semejantes a base de zarandear los clichés de siempre y transformarlos en una salvaje vuelta de tuerca cargada de humor negro. Desgraciadamente, esa combinación de “terror-gore” y sutil “comedia negra” no termina de cuajar del todo, y el resultado se tambalea entre lo crudo y lo decididamente absurdo. 

Quizás si “Tú eres el siguiente” hubiese sido abiertamente una comedia de terror el invento hubiera funcionado mejor, o al menos su intento de invocar a la cómplice carcajada no hubiese caído en el más absoluto de los ridículos. Y es que hay secuencias en los que una se plantea seriamente las intenciones de director y guionista, y duda de si lo cómico es algo voluntario o involuntario. Dadas las circunstancias, se asume lo primero, si bien eso no le libra a uno de desconectar completamente de la película cuando estos momentos aparecen en pantalla, terminando por perder por el camino todo el interés en la supervivencia de los protagonistas, más allá de la fémina erigida como heroína de la función (una mezcla de Rambo y el Macauly Culkin de “Sólo en casa”). Y es que Erin (una sorprendente Sharni Vinson) es, a todas luces, el personaje más rescatable de todos cuántos aparecen en pantalla. 

Desde el principio es bien difícil sentir un mínimo de simpatía por el variopinto mosaico familiar que conforman los irritantes personajes, por lo que casi resulta más factible ponerse de parte de los asaltantes. Sin embargo, conforme avanza el metraje, la lucha por la supervivencia que nos plantea Wingard parece convertirse en una encarnizada batalla por ver quiénes son más catetos, si las víctimas o sus verdugos (la estupidez de los primeros y la torpeza de los segundos no tiene paragón). Llegados a este punto, tan sólo la presencia de Lady Rambo (Vinson) logra apaciguar la incredulidad imperante, lo que sumado a las pletóricas muestras de violencia terminan compensando, de algún modo, las estridencias supuestamente cómicas y el absurdo histrionismo de algunos personajes. Esto último, en definitiva, culpable irreparable de la escasa satisfacción que resta al final de la proyección.

De todos modos, si como espectadores lográis conectar con el tono de la película, es más que probable que ésta os haga aplaudir de entusiasmo en la butaca y os unáis inmediatamente a su copioso club de fans. En caso contrario (si os deja descolocados y sin saber por dónde cogerla), en el minoritario club de detractores os recibiremos con los brazos abiertos.



Valoración personal: