Siete años ha tardado en regresar a las carteleras una de
los superhéroes emblema de la editorial DC, y uno de los más populares dentro
de la iconografía comiquera. El pseudoremake perpetrado por Bryan Singer, a
todas luces fallido, dejó muy tocado al kryptoniano, por lo que su futuro retorno
requería afrontar una serie de cambios severos de cara al enfoque que éste
debía poseer.
El Superman de Zack Snyder (director) y Christopher Nolan (productor)
poco tiene que ver, por tanto, con el Superman que hemos visto hasta ahora en
una sala de cine. No se trata tampoco de una ruptura drástica de los cimientos
tradicionales sobre los cuales se ha ido construyendo el personaje y
estableciéndose en el imaginario colectivo, pues su esencia sigue ahí, intacta.
Se trata más bien de una puesta a punto
regeneradora y actualizada a los tiempos que corren, preocupándose especialmente
por las inquietudes del hombre que hay detrás del superhéroe.
Lo cierto es que “Man
of Steel” viene a ser una historia de
“orígenes”, sólo que alterando algunos elementos clásicos para otorgar una mayor profundidad al personaje y permitir solventar ciertos
aspectos o rasgos pueriles e ingenuos que siempre han acompañado al superhéroe
de la capa roja.
Para empezar, la relación entre el alter ego de Superman y
la periodista Lois Lane adquiere un matiz muy distinto al que habitualmente se
nos ha mostrado en cine y televisión (“Smallville” aparte). Olvidaros, por el momento,
de encontrar al torpe Clark Kent intentando integrarse en la gran Metropolis
trabajando a jornada completa en el Daily Planet junto a la periodista -ganadora
de un Pulitzer- Lois Lane. Esto, por ahora, no es lo que toca. Aún. Ya llegará…
En ese sentido, la película funciona de forma muy similar al
Robin Hood de Ridley Scott, y quizás esa sea una de los puntos que puedan
afectar negativamente al espectador más purista. Si con el film de Scott la
decepción mayoritaria vino por no hallar en él
al ducho arquero y pícaro ladronzuelo de Nothingham, aquí el problema radicaría
en la ausencia de ese entrañable Clark Kent con camisa, corbata y anteojos de
pega.
Es por eso que quiénes
esperen encontrarse al Superman de toda la vida se lleven las manos a la cabeza
con esta personalísima reinvención a
medio camino entre la trascendencia/petulancia características del sello Nolan
y la hipervitaminada espectacularidad de Snyder. Una simbiosis, cuánto
menos, curiosa, pero que no termina de
encontrar su verdadero punto de equilibrio.
El mayor lastre que arrastra la película son, en mi opinión,
las prisas por contar mucho más de lo que el metraje le permite. Y eso que
estamos hablando de más de dos horas de duración… Dos horas que se ven en un suspiro y que, por supuesto, son de lo
más entretenidas, pero que se quedan
cortas para asentar a los personajes y digerir convenientemente esa perseguida profundidad
dramática que el guionista, David S. Goyer (coartífice de la resurrección
de Batman en el cine) desea instaurar
desde el minuto uno. Todo se percibe demasiado
apresurado, pese al cierto de dosificar la infancia-adolescencia del joven
Clark Kent mediante flashbacks (de lo mejor de la cinta) que se intercalan en
el transcurso de la trama (en vez de optar por el habitual y manido prólogo-resumen). Y es que la
historia en sí es idónea para permitir un regreso de Superman por la puerta
grande, y no hay mucho que objetarle a Goyer en esa labor, pero el montaje espídico de los acontecimientos no
permite que el espectador se involucre debidamente, y a menudo los incisos más trascendentales terminan
soterrados bajo toneladas de, eso sí, asombrosa pirotecnia.
Y es que de lo que no puede haber queja alguna es de que por
fin se nos muestre en una sala de cine el verdadero potencial de un ser tan
poderoso como Superman. Porque Snyder de eso sabe un rato, y nos ofrece secuencias de acción impresionantes,
convirtiendo Metropolis en un enorme y apocalítpico campo de batalla entre nuestro
héroe y las fuerzas del General Zod. Éste último, un villano cuyas acciones van
asociadas a unas convicciones, digamos, muy patrióticas. Su naturaleza como
soldado y protector de Krypton le llevan a buscar la supervivencia de su raza
por todos los medios que sean necesarios, y eso incluye traicionar a sus
superiores, aniquilar a la raza humana y apoderarse de nuestro planeta. Por
supuesto, eso es algo que nuestro protagonista, criado entre humanos (aunque no
muy aceptado por ellos, a excepción de sus padres adoptivos), no está dispuesto
a permitir.
El enfrentamiento entre Zod y Kal-El va más allá de lo
físico, aunque no se puede negar que es en este plano dónde más jugo se le saca
a su rivalidad. En cuanto a combates cuerpo a cuerpo, probablemente el film de
Snyder sea lo más cercano a Dragon Ball que veamos jamás en una sala de cine
con actores de carne y hueso. Pero si hay que sacarle un pero a su dirección,
ése sería el mareo constante que causa tanto movimiento de cámara; una práctica
habitual -y una muy mala costumbre- de los directores de hoy día para con el
género de acción. Planos cerrados,
rápidos e intermitentes que resultan agotadores, mareantes y tremendamente
confusos. Un auténtico coitus
interruptus que a menudo nos impide apreciar y disfrutar de la acción en
todo su esplendor, hasta el punto de echar de menos los característicos
ralentíes presentes en –casi toda- la filmografía de Snyder (aunque todo sea
dicho, a un servidor nunca le han disgustado; más bien todo lo contrario).
Al poderoso
espectáculo visual se une un diseño de producción majestuoso, especialmente
en lo que respecta al look de los
kryptonianos (sus trajes, sus armaduras…) y a su avanzada tecnología de aspecto
orgánico (naves que parecen escarabajos…). Krypton
nunca ha lucido tan bien en pantalla, y ese toque entre futurista y
medieval le sienta de maravilla.
La portentosa banda
sonora merece una ovación aparte. Vale que Zimmer no nos va hacer olvidar
el gran trabajo de John Williams (eso es poco menos que imposible), pero la
epicidad y majestuosidad de su partitura ralla, una vez más, la perfección.
El casting también ha sido todo un acierto. Cavill era, a priori, la mayor
incógnita debido a su escasa trayectoria, pero ha demostrado ser un perfecto Superman, y en ningún
momento he echado de menos a Christopher Reeve (que ya es decir mucho). Y esa
opinión podría extenderse al resto del reparto; tanto al sector kryptoniano
(Crowe/Jor-El, Shannon/Zod) como al sector humano (los Kent –Costner y Lane- y Amy
Adams/Lois Lane). Incluso los jóvenes intérpretes que encarnan al Clark de 9 y
13 años abordan el papel de forma sorprendentemente convincente (lo dice uno
que no es muy fan de los niños-actores). De otras elecciones no se puede hacer
un mayor balance, pues como en el caso de Perry White, su rol es muy secundario,
y su inclusión obedece a la necesidad de dejar presentado su personaje de cara
a la futura secuela.
Pero todas las virtudes del mundo no logran esconder o
disimular las carencias de una cinta
cuyas elevadas pretensiones no terminan de verse correspondidas con el –aceptable
pero insuficiente- resultado final. Por miedo o por falta de confianza en
el espectador, y quizás temiendo aburrir a éste con un exceso de carga
emocional y profundidad moral, Snyder y cía terminan por autocensurarse y hacerse
la zancadilla a sí mismos colocando intermitentes dosis de espectáculo
pirotécnico cada vez que la película desea alejarse, precisamente, del simple y
superficial blockbuster palomitero. La trama pide a gritos que el director eche
el freno y acomode con mayor soltura sus reflexiones narrativas, lo que por
otro lado permitiría al espectador coger aire y prepararse para la siguiente
explosión de efectos especiales. Pero esto no ocurre así y uno llega a la
apabullante traca final no agotado pero sí medio desconectado e impasible ante
el titánico esfuerzo de Snyder por ofrecernos la orgía de acción definitiva.
La película peca, por tanto, de no alcanzar la armonía
deseada entre los distintos frentes que pretende atacar. Y esto deja un
inevitable sabor agridulce al final
de la proyección.
Desde luego, ofrece momentos impagables dentro del subgénero
superheroico y mejora sustancialmente el insatisfactorio precedente de Singer, pero
no consigue dar de lleno en la diana. Tal vez en la próxima ocasión…
P.D.1: Los “momentos Malick” con los que nos sorprendieron/noquearon
en el primer teaser de la película pertenecen, en su mayoría, a los citados
flashbacks. Y ahí se queda la cosa. El resto es puro Snyder (para bien o para
mal) bajo la batuta de Nolan.
P.D.2: Las reminiscencias religioso-cristianas siempre han
acompañado al personaje, aunque esta vez son algo menos sutiles.
Valoración personal:
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