jueves, 29 de noviembre de 2012

“La vida de Pi” (2012) – Ang Lee


Con ventas superiores a los siete millones de ejemplares y figurando durante años en las listas de los libros más vendidos, “La vida de Pi” de Yann Martel se convierte ahora en largometraje de la mano del director chino Ang Lee (Tigre y dragón, Brokeback Mountain), quién se sumerge por primera vez en el efecto  estereoscópico.

Lee adapta una novela considerada, hasta el momento, imposible de rodar. ¿Motivos? Quizás el hecho de transcurrir la mayor parte de la historia a bordo de un bote salvavidas y que uno de sus principales protagonistas sea un tigre de Bengala. Claro que a día de hoy no hay prácticamente ningún obstáculo que no se pueda solventar a golpe de efectos digitales. Y aquí éstos llenan la pantalla durante buena parte del extenso pero ameno metraje.

La historia comienza en Montreal, cuando un joven escritor en busca de inspiración se encuentra con Piscine Militor Patel (Irrfan Khan), un hombre que podría contarle una historia verdaderamente increíble con la que llenar las páginas de su próximo libro.  ¿Y cuál es esa historia? Pues la de cómo sobrevivió a un naufragio a bordo de un bote salvavidas junto a un tigre de bengala (sic).

El encuentro entre el escritor y Piscine sirve a Lee para utilizar al protagonista de esta historia como principal narrador de la misma, lo que le permite efectuar de forma eventual  pequeños saltos en el tiempo que nos devuelven al presente y que permiten aligerar la monotonía del relato, al mismo tiempo que se aprovecha para puntualizar en los pequeños detalles (lo que en primera instancia ya se resuelve con el bien empleado recurso de la voz en off).

Antes que nada, Piscine nos cuenta que fue criado en Pondicherry, la India, al lado de tigres, cebras, hipopótamos y otras exóticas criaturas dado que su padre (Adil Hussain) era propietario de un zoológico. La inquietud del joven le llevó a interesarse por la fe y la religión de distintas culturas, desarrollando su propia teoría de la vida y de la naturaleza humana (y animal) a través de un compendio de todas ellas. También nos cuenta, a través de una simpática anécdota, de dónde viene su nombre y cómo acabó adoptando la abreviatura de Pi.

A la edad de 17 años es cuando se ve obligado a abandonar su país natal y dejar atrás a su primer amor. El negocio familiar está estancado y sus padres deciden emigrar para conseguir una vida mejor.  Para ello, se embarcan en un carguero japonés dirección a Canadá, con todo el zoológico a cuestas para poder venderlo a un nuevo propietario.


Desgraciadamente, el feroz temporal provoca el hundimiento del carguero y sólo Pi logra sobrevivir a la catástrofe. Ahí es cuando empieza su fantástica y gran aventura a bordo de un bote a la deriva en medio del Océano Pacífico con un peculiar compañero de viaje: Richard Parker, un enorme tigre de bengala más interesado en devorarle que en hacerle compañía.

Pi tiene que ingeniárselas de mil maneras para evitar acabar entre las fauces del tigre sin tener que deshacerse de él. Y es que Pi no le desea ningún mal al animal, por lo que tratará de amaestrarlo en medio del desolador panorama, como si mantenerse con vida en un bote en medio de la inmensidad del océano y hacer frente a las inclemencias del tiempo no fuera ya suficiente martirio.

Al principio, la situación no aventura éxitos, pero poco a poco se irá estableciendo una curiosa e inesperada relación entre ambos náufragos. El hombre y la bestia juntos con un único fin: sobrevivir.

“La vida de Pi” es una mágica y espectacular fábula cuyo mensaje (muy new age) puede calar mejor o peor, pero que sin duda no dejará a nadie indiferente. 

Lee ofrece una clase magistral de cómo aprovechar la tecnología para contar una increíble historia con la que deleitar al espectador. Su portentoso despliegue visual llena la pantalla de vivaz colorido y de imágenes espectaculares, y los amantes del 3D seguramente vean recompensados esos euros de más que paguen por la entrada.

A título personal, considero el tramo inicial algo pesado (y un tanto naïf), pero una vez tenemos al Pi adolescente en escena (excelente trabajo del debutante Suraj Sharma), la película toma un fuerte impulso y el ritmo ya no decae.


 Pero lo mejor aún está por llegar, porque lo que realmente deja huella es el tramo final; esos minutos en los que SPOILER -- nos revelan “la otra historia”, y todo lo que hemos visto hasta el momento cobra un nuevo significado, mucho más profundo y cruel de lo que nos imaginábamos. 
Aunque en beneficio de un público mayoritario, se comete el error de explicar demasiado las cosas…  La “explicación para bobos” en boca del escritor, quién repasa uno a uno los animales y los identifica con las personas reales a bordo del bote, está de más. No era necesaria. El relato de Pi nos lo deja todo suficientemente claro, pero guionista y/o director no quisieron arriesgar y confiar en la perspicacia del espectador, por lo que nos lo recalcan con una explicación sencillita y rapidita, por si alguien no se ha enterado del carácter metafórico que se les otorgaba a los animales. -- FIN SPOILER

En cualquier caso, el mensaje permanece. “La vida de Pi” aboga por la fantasía como válvula de escape, por la necesidad de creer en lo inconcebible para evadirnos de la realidad. Y no siempre de la misma manera ni con el mismo fin (de ahí que al mensaje se le atribuyan también connotaciones religiosas). 

La historia de Pi es un viaje físico, emocional y espiritual lleno de peligros, pero en dónde también hay espacio para la esperanza. Una aventura contra la todopoderosa madre naturaleza y contra la propia naturaleza del hombre. Una fábula sobre la fe y sobre la condición humana.

P.D. Hay un gran trabajo detrás de la recreación digital del tigre de bengala, tanto en su apariencia (generosamente realista) como en la naturalidad de sus movimientos. Sin embargo, el ser conscientes que de no hay tigre alguno delante del actor sino un mero efecto de ordenador (por lo menos la mayor parte del tiempo), le resta  algo de emoción al relato.



Valoración personal:

viernes, 23 de noviembre de 2012

“F I N” (2012) - Jorge Torregrossa


No sólo de terror vive el cine de género patrio, y poco a poco empezamos a ser testigos de la creciente tendencia en los cineastas de este país por acercarnos a otro tipo de propuestas. Películas como la reciente “Lo Imposible” (cine catastrófico) o “Eva” (ciencia-ficción), son buena prueba de ello, aunque no siempre es necesario contar con un elevado presupuesto y efectos digitales del copón para rodar algo diferente y sugerente para el espectador. Basta con tener una buena idea entre manos y saber llevarla cabo con los medios adecuados y/o disponibles.

Precisamente, el guionista del último éxito de Bayona y autor también de “El orfanato”, Sergio G. Sánchez, es quién se encarga, junto a Jorge Guerricaechevarría (colaborador habitual de Alex de la Iglesia), de trasladar a la gran pantalla la novela homónima de David Monteagudo, todo éxito de ventas elogiado por la crítica.

La historia gira en torno a un grupo de viejos amigos que, tras años sin verse, se reúne de nuevo para pasar un fin de semana en una casa en la montaña. La reunión, amena al principio, empieza  a torcerse cuando un turbio episodio del pasado sale a relucir. Mientras el ambiente se crispa, se sucede ante ellos un extraño fenómeno que, sin explicación aparente, les deja completamente aislados del mundo. A la mañana siguiente deciden salir en busca de ayuda, y será cuando sean testigos de la magnitud del incidente ocurrido durante la pasada noche.

Como decía al inicio, no son necesarios grandes medios para rodar algo que se aleje de lo convencional, pero sí es necesario tener la pericia suficiente para llevarlo a buen puerto. Y ahí es dónde falla “F I N”.

Jorge Torregrossa, cortometrajista formado en EE.UU. y director de videos musicales, debuta en largometraje con una mezcla de géneros prometedora (thriller, ciencia-ficción, terror, survival…) pero torpemente desarrollada. El problema no reside ni en la sobria puesta en escena, adecuada para el modo y el contexto en el que nos cuenta la historia; ni en la dirección de Torregrossa, sin alardes pero bastante dinámica (esos planos panorámicos…); ni en el reparto, que hace lo que puede con lo que le ha caído encima. El verdadero problema es el guión de Sánchez y Guerricaechevarría.

“F I N” es una propuesta que, por su temática apocalíptica, puede recordar a otras cintas como “Vanishing on 7th Street” o “El incidente”. Pero aquí de lo que se trata no es establecer comparaciones para restarle originalidad (de hecho, el punto de partida me sigue pareciendo estupendo, pese a todo lo que viene después), sino en la incapacidad de lograr que la historia funcione tras su más que interesante y enigmático arranque.
En el momento en el que los ocho protagonistas abandonan la casa de campo para averiguar qué es lo que está sucediendo a su alrededor, es cuando el castillo de naipes se derrumba. A cada paso que dan, más se hunden en el barro, hasta que al final son engullidos por completo.


En un contexto de estas características, con pocos personajes frente a lo que parece ser el fin del mundo o, como mínimo, el fin de la raza humana, el motor de la historia deberían ser, precisamente, los propios personajes; se manera de afrontar lo inexplicable; la tensión entre ellos por lo que acontece,  por el pasado que les une y por las diferencias que les separan. La psicología de los mismos, sin embargo, se queda en un simple esbozo, por lo que el juego que deberían dar a lo largo del metraje se queda cojo y no da para más que un par de calentones verbales y alguna que otra confesión profunda. Los mecanismos de los guionistas para hacer avanzar la acción residen básicamente en someter a los protagonistas a amenazas no internas sino externas, y todas ellas de carácter animal.  El recurso, por así decirlo, es siempre el mismo, y cada vez más impostado (y cansino).

La estampida inicial en el peor atajo del mundo que a uno se le podría ocurrir en pleno apocalipsis aún se puede tolerar, pero SPOILERS--  que sean perseguidos por una jauría de perros hambrientos apenas pasadas ni 24 horas del desastre, esto es, sin tiempo éstos a permanecer lo suficientemente desatendidos como para reaccionar de ese modo, resulta cuanto menos absurdo. Y del león de circo mejor ni hablemos – FIN SPOILERS. El comportamiento a menudo histérico, sin sentido o directamente estúpido de los personajes no ayuda demasiado a sentir un mínimo de empatía, por lo que poco nos importa quién perezca en el camino y quién sobreviva hasta el final. Incluso a más de uno le deseamos una desaparición inmediata. 

Otro punto en contra es que la tensión brille por su ausencia, y los momentos que deberían tenernos agarrados al apoyabrazos de la butaca terminen resultando involuntariamente cómicos (en ese sentido, el personaje de Carmen Ruíz se lleva la palma). Tan sólo los primeros minutos alcanzan las cotas de suspense deseados; el resto bascula entre lo insulso y lo risible.

El final abierto, impregnado de esa alegoría cristiana que resuena discretamente a lo largo del metraje (no es fruto de la casualidad que el personaje de Clara Lago se llame Eva) es la puntilla que termina de rematar al insatisfecho espectador.

Ignoro cuánto se parece  la película de Torregrossa a la novela de Monteagudo, y si los errores de ésta son o no herencia de la novela, pero lo que sí tengo claro es que se ha echado a perder una buena idea y la oportunidad de hacer buen cine postapocalíptico made in Spain. Ahora queda esperar que a los hermanos Pastor les haya salido mucho mejor la jugada con “Los últimos días”.


Valoración personal: 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Mi portafolio en Devianart (Autobombo)


El séptimo arte ha sido, desde siempre, una de mis grandes pasiones, pero no ha sido la única.  El dibujo ha formado parte de mi vida desde que tengo uso de razón, y puede incluso que desde antes. A todos o a la inmensa mayoría nos gusta dibujar cuando somos unos renacuajos, pero hay algunos a los que esa afición no nos abandona cuando nos hacemos mayores, sino todo lo contrario. El gusto por el dibujo crece y crece con el paso de los años hasta convertirse en una verdadera afición a la que se le dedican horas, esfuerzo y mucho cariño.

Cada vez que alguien me preguntaban que qué quería ser de mayor, yo siempre respondía “¡Dibujante!”. Y lo hacía con toda la ilusión e ingenuidad del mundo. En realidad, era demasiado pequeño para saber de verdad lo que querría ser o lo que podría ser. Mi respuesta era fruto de una fuerte motivación, de un palpitante sentimiento más que de una vocación seriamente razonada. De hecho, con el paso del tiempo cada vez veía más lejos esa posibilidad. Me parecía un sueño vago e irrealizable poder convertirme en dibujante o, mejor dicho, en ilustrador profesional. Tenía que ser realista y buscar una carrera o profesión que de verdad me procurara un futuro. Mi yo maduro, mucho más cerebral y pragmático, luchaba contra mi yo adolescente y soñador, buscando otras alternativas que satisfacieran mis deseos sin por ello tener que renunciar a mi “vena artística”. Lo que tenía claro es que no quería “morirme de hambre”, porque supongo que nunca me consideré demasiado bueno como para poder lucrarme con ello.


Diversos intereses se cruzaron por mi camino desde que empecé mis estudios de educación secundaria, siendo la arquitectura uno de mis apuestas más firmes. Sin embargo, no tardaría mucho en darme cuenta que los números y las fórmulas matemáticas no eran lo mío. Yo era un tipo de letras al que le gustaba escribir y dibujar, y al que le atraía  mucho el mundo publicitario. Por eso me convertí en diseñador gráfico. 

Siempre que puedo y procede, utilizo el dibujo como herramienta para mis trabajos profesionales. Sin embargo, he de reconocer que cada vez le dedico menos tiempo del que desearía.

He mostrado siempre mis dibujos a mi familia (mi madre debe ser mi mayor fan, aunque siempre me recrimine que “sólo dibuje mujeres”) y a mis amigos. Nunca me he presentado a concursos y nunca he tratado de convertir la ilustración en una profesión. Pero después de pensarlo detenidamente, me decidí a crear un portafolio en Devianart, una comunidad de artistas tanto profesionales como aficionados dedicada al diseño, la ilustración, la fotografía y demás artes. 

¡Se acabó aquello de tenerlos guardados en un cajón acumulando polvo! Ya era hora de mostrarlos al mundo, aunque sólo fuese para decir “Eh! Estoy aquí y esto es lo que hago”.


 Mi página en Devianart es desde hace un par de meses mi rinconcito virtual en dónde muestro mis ilustraciones y mis diseños (profesionales o no) a todo el que desee verlos. No ya sólo a mis allegados y conocidos sino también a otros artistas y aficionados. Y hoy, con este post de autobombo, he decidido hacerla oficialmente publica para que también mis lectores podáis descubrir otra faceta -mejor o peor, eso lo dejo a vuestro criterio- de mi persona.

Encontraréis primerizas ilustraciones junto a otras de más actuales; diseños de carácter profesional (escasos por problemas de copyright o de restrictivas clausulas de las empresas en las que he trabajado) junto a otros fruto del mero placer. Y como veréis, mi cinefilia se apega bastante a mis otras aficiones (algo por otra parte, inevitable), así que espero que disfrutéis con lo he subido hasta el momento (que no es mucho, todavía) y con lo que iré añadiendo en progresivas actualizaciones.

Así que habiendo soltado ya todo el rollo, no me queda otra que dejaros el link. 
Sed bienvenidos:


jueves, 1 de noviembre de 2012

“Skyfall” (2012) - Sam Mendes

Crítica Skyfall 2012 Sam Mendes

Si la estupenda “Casino Royle” nos devolvió con aires renovados (y, ejem, prestados de otra saga) al espía más famoso del cine, la desastrosa “Quantum of Solace” casi lo arruina todo, poniendo en peligro la solvencia de la reiniciada franquicia. Un “ligero” paso en falso que apenas se percibió en taquilla y que tampoco amedrentó a los productores para seguir adelante con este nuevo James Bond; un 007 menos sofisticado pero mucho más humano y vulnerable que sus predecesores.

Dicha continuidad, no obstante, se ha hecho derogar debido a los problemas financieros que atravesó MGM en 2010, declarándose en bancarrota y provocando un inevitable parón en la producción de la vigésimo tercera entrega de la saga (entre otros proyectos que también se vieron afectados). 

Pero como reza el dicho, más vale tarde que nunca. Además, parece que ese obligado descanso (el mayor entre una entrega y la siguiente dentro de un mismo ciclo, siempre que no tengamos en cuenta la no oficial “Nunca digas nunca jamás” protagonizada por un viejuno Sean Connery) le ha sentado bien, o al menos ha servido para tomarse la tarea con más calma.

Tras el fracaso de la última y fatídica misión de James Bond, la identidad de varios agentes secretos en distintos puntos del planeta queda al descubierto. Al mismo tiempo, alguien atenta contra la sede del MI6, lo que obliga a M a trasladar su agencia. Debido a estos sucesos, su autoridad y posición al frente del MI6 se verán amenazados por Mallory (Ralph Fiennes), el nuevo Presidente del Comité de Inteligencia y Seguridad. 

A raíz de las amenazas internas y externas a las que se enfrenta, M no tiene otra opción que recurrir al único aliado en quien puede confiar: James Bond, quién regresa de entre los muertos para seguirle la pista al misterioso Silva (Javier Bardem), cuyas letales y ocultas motivaciones están aún por desvelarse. 

Esta tercera entrega con Daniel Craig en la piel de Bond llega en plena celebración del 50 aniversario, y precedida de entusiastas críticas que la tachan de ser “la mejor de la saga”. Una afirmación que de tan extendida parece haberse convertido en una verdad incontestable. Nada más lejos de la realidad.

No sólo no es la mejor entrega de la saga (tampoco sabría decir cuál lo es, la verdad), sino que tampoco supera a “Casino Royale”. ¿Es eso un problema? Para nada, porque aunque las comparaciones sean algo odiosas, lo cierto es que “Skyfall” es un solvente entretenimiento y un filme de James Bond lo suficientemente bueno como para contentar a los incondicionales.

Sam Mendes ha asumido la dirección del filme algo por encima de lo que supone un habitual trabajo de encargo, relegando la acción a un segundo plano en favor de los personajes, a los que –con la ayuda de los guionistas- dota de mayor peso en la trama. De hecho, ésta gira alrededor de M, con quien el villano tiene una fijación especial cuyo origen iremos descubriendo a medida que avance el metraje. En medio del meollo se encuentra, obviamente, nuestro omnipresente protagonista, un Bond algo tocado física y emocionalmente tras su última misión, pero igual de predispuesto a servir a Inglaterra.


El pasado juega aquí un papel importante y vital para comprender las distintas conexiones entre el trío protagonista. Desde las razones que motivan el deseo de venganza de Silva para con M, hasta el vínculo afectivo materno-filial entre ésta y Bond. Una relación que, dicho sea de paso, no queda del todo bien asentada (con tanta puyita, M y Bond parecen más bien un matrimonio antes que cualquier otra cosa). Eso sí, aprovechamos para redescubrir a Bond y sus orígenes, que nunca está de más.

Esta particular introspección emocional resiente, en ocasiones, el ritmo de una película empeñada en ser profunda pero sin olvidarse tampoco de lo que significa ser “una película de James Bond”, es decir, un espectáculo para la evasión. Estos mimbres de mayor calado sirven, en primer lugar, para elevar al villano por encima de su clásico “super plan maquiavélico”; y en segundo lugar para permitir, no sin cierta trascendencia melancólica, los cambios que esta película desea introducir de cara a las siguientes entregas (SPOILER-- el relevo de Mallory/Fiennes como el nuevo M --FIN SPOILER).

Dentro de este nuevo ciclo, “Skyfall” avanza, con respecto a sus predecesoras, en la reintroducción de algunos de los elementos característicos e imprescindibles de la saga que tanto se echaron de menos en “Casino Royale”. Hay mucho más humor, esto es, frases graciosas y lapidarias a diestro y siniestro y, a veces, dirigidas exclusivamente al espectador; tensión sexual no resuelta entre Bond y la agente Eve (Naomie Harris), un claro indicativo del rumbo que tomará este último personaje (una sorpresa se ve venir a leguas, aunque no por ello deja de ser bienvenida); y reaparición de personajes emblemáticos como Q, al que se le han quitado años de encima para convertirlo en un joven informático/empollón al que no le tiembla el pulso a la hora de contrarrestar los sutiles ataques verbales de Bond. 

Con Q vuelven también los sofisticados gadgets, aunque en menor cantidad y mucho más discretos, por no decir “sosos”. Vale que se quiera impregnar al Bond del s. XXI con un mayor grado de realismo, pero los gadgets fantasiosos (siempre dentro de unos límites permisibles) son un divertimento adherido al personaje, parte de su patrimonio, y es algo que se sigue echando de menos. Pero parece que para este tipo de cosas tendremos que conformarnos con Ethan Hunt y sus misiones imposibles (a “M.I.: Protocolo Fantasma” me remito).

En cualquier caso, estos detalles puntuales ayudan a que Skyfall tome consciencia de sus raíces, pese a que en todo momento parezca querer huir de ellas y no tener muy claro todavía el rumbo que desea tomar este reinicio. Un reinicio que, por momentos, parece olvidarse de los dos filmes que le preceden, como intentando ser un “reinicio del reinicio” (suena un tanto rocambolesco dicho así). Skyfall se decanta por algo más tradicional para con el personaje (por mucho que ahora beba cerveza, un detalle finalmente insignificante), pero sin abusar de sus hábitos. Quizás su mayor problema es querer funcionar a demasiados niveles, no terminando de alcanzar al 100% sus pretensiones artísticas.

El tratamiento más profundo de los personajes es algo inusual (o poco frecuentado a lo largo de la saga), así como la solemnidad dramática con la que se están encarando las nuevas tramas, lo que por otra parte la emparenta, como algunos críticos ya han apuntado, al Batman de Nolan. Y conste que aquí la comparación no es gratuita (de serlo, ni lo mencionaría en esta crítica). 


Silva recuerda, por momentos, al Joker de “El caballero oscuro” (SPOILER-- su plan maestro está orquestado de forma muy similar –FIN SPOILER), y entre la orfandad de Bond y Wayne cada vez se establecen mayores paralelismos. Esto pone a punto de caramelo la posibilidad de que el director más querido de la Warner se encargue de una futurible secuela (el propio Nolan ha mostrado su interés en rodar una película del agente 007, aunque no necesariamente al actual encarnado por Craig). Incluso sería un movimiento lógico y coherente dentro del tono que se ha ido instaurando a lo largo de estas tres nuevas películas. 

Las influencias aquí son evidentes, y quizás no tan necesarias para un personaje como Bond. Quizás no necesite ser más humano y complejo, pero es lo que está predestinado a ser (por el entorno, por las modas, por los gustos cambiantes del público...). O lo tomas o lo dejas. No hay vuelta de hoja. 

Asumido esto, Skyfall juega en esa línea con más virtudes que defectos y, como ya digo, recuperando señas de identidad absolutamente necesarias para que Bond se distinga por encima del resto.
Probablemente por ese motivo la prensa se deshaga en elogios y emplee frases del tipo la mejor de la saga, el mejor Bond, el mejor villano y bla bla bla (puestos a seguirles el juego, yo digo que tiene “la mejor fotografía de la saga”, y me quedo tan ancho). 

Y es que la franquicia se ha caracterizado siempre por una superficialidad asumida con descaro y sin complejos (más bien con orgullo) en afán del mero entretenimiento. Con el Bond de Craig, en cambio, se está intentado ofrecer “algo más”; menos fantasmadas y más chicha, personajes con más entidad y acción más dosificada y sin necesidad de ser el principal reclamo. El invento no termina de brillar en todo su esplendor (le falta poco), pero va estableciendo sus bases y cogiendo fuerza, de modo que, salvo otra pifia monumental tipo “QoS”, la vigésimo cuarta entrega debería ser, ya sí, el bombazo definitivo, dónde espectáculo y sentimiento se den de la mano cuál almas gemelas, y dónde el nuevo Bond empiece a avanzar con paso firme, sin medias tintas.

Vale la pena, de todos modos, destacar que “Skyfall”  ofrece un villano de altura de la mano de un Bardem apoyado, sólo en parte, en su estrafalaria caracterización (¿un guiño al Christopher Walken de “Panorama para matar”?), y que aborda el histrionismo con milimétrica cautela (sin pasarse de risible). Un personaje torturado, vengativo y retorcido que, en ciertos aspectos, se eleva como la perfecta antítesis de Bond. Quizás el momento “homoerótico” que ambos comparten esté de más, pero lo cierto es que acaba resultando de lo más divertido. Silva deviene en un villano, en el fondo, genuinamente bondiano, y que por fortuna evita caer en el clásico estereotipo latino (no es un narco, que ya es mucho).

Esa antítesis entre uno (Bond) y otro Silva) no termina de explorarse concienzudamente. Es algo que se sugiere, pero no se exprime, pasando a ser una rivalidad mucho más simple: tu eres el malo y yo soy el bueno; punto y pelota. 

A un nivel más técnico, Mendes da una lección de cómo hay que rodar una persecución. Sin marearnos ni aturdirnos, sabiendo en todo momento quién es quién y dónde están. La clásica apertura inicial es cañera, y el resto tampoco se quedan atrás. También nos regala algún que otro momentazo para el recuerdo (ese maravilloso enfrentamiento a contraluz) gracias a su elegancia y saber hacer en la puesta de escena.

Y para terminar, mención especial a Adele y su tema principal para la banda sonora, también sumamente bondiano y elegante. Tanto voz como melodía le sientan como un guante a la cinta. No han arriesgado nada, y eso es lo mejor que podían hacer.
 

Valoración personal: