Hubo una época, antes de la aparición de las computadoras y
sus poderosas -y peligrosas, en las manos equivocadas- herramientas digitales,
en las que los carteles cinematográficos se realizaban con técnicas más rudimentarias
y artesanales.
Desde sus primeras exhibiciones públicas, el cine ha
necesitado promocionarse. A principios del siglo XX empezaron a emplearse carteles
ilustrados en los que se escenificaba alguna escena concreta de la película o
bien una serie de imágenes superpuestas de diversas escenas de la misma. Más
adelante, éstas también irían acompañadas de sencillos montajes en los que los
rostros de sus intérpretes cobrarían mayor protagonismo.
Si bien el cartelismo cinematográfico ha ido evolucionando a
lo largo de las décadas, mostrando una amplia gama de estilos artísticos, lo
cierto es que aquellas primerizas composiciones sentaron todo un precedente, y sus
fórmulas y derivaciones siguen hoy día siendo válidas y viéndose frecuentemente
en las marquesinas de los cines o en las carátulas de las ediciones domésticas.
Además, dicho elemento publicitario se ha ido extendiendo, con el paso de los
años y la sofisticación de las herramientas (y el aumento de la inversión económica de los
estudios), a otros soportes como las vallas publicitarias o las banderolas,
infiltrándose cada día más en el entorno urbano del ciudadano, es decir, del
potencial espectador.
Quizás uno de los primeros artistas en romper “las reglas (estilísticas) no escritas” del
nuevo arte en cartelería fue Saul Bass, diseñador gráfico que, una vez afincado
en Los Ángeles y montado su propio estudio empezó, a mediados de los 50, a
trabajar en la industria hollywoodiense.
El director Otto Preminger le abrió las puertas con su
primer encargo para “Carmen Jones” (1954), y éste quedó tan encantado con el
resultado que le asignó también diseñar la secuencia de los títulos de crédito.
Labor ésta última, que Bass acabaría compaginando con frecuencia con el diseño
de carteles (bien conocidos son los de “Vértigo” o “Anatomía de un asesinato”
de Hitchcock) y por la que sería reconocido y elogiado dentro del mundillo,
erigiéndose finalmente en un referente (por su innovación, su original uso del
color y su impacto visual) en lo que al honorable arte de los títulos de
crédito se refiere.
Pero cuando hablamos de “romper las reglas”, merece la pena cruzar
el charco para mencionar el fenómeno que se produjo entre los años 60 y 90 en
países de Europa del este como Checoslovaquia, Polonia o la antigua URSS. Durante
tres décadas, los artistas plásticos de aquellos países, privados de exponer
sus obras al público por la censura, se empleaban en el ámbito de artes aplicadas
diseñando carteles de cine de inusitado valor artístico. Mientras que en el
resto de Europa se seguían utilizando los métodos tradicionales (dibujo
ilustrativo/descriptivo de la película, fotografías de los protagonistas…), en
Checoslovaquia y Polonia estos artistas se inspiraban en el arte informal, el
arte pop y la fotografía moderna, volcando su imaginación con singulares
pinturas, collages y fotocollages, etc.
La libertad con la que trabajan estos artistas ocasionaba, a
menudo, que la obra final poco o nada tuviera que ver con la película a la que
pertenecía… Resultado: piezas dignas de ser expuestas en una exposición sobre
surrealismo de algún museo de arte.
Pero volvamos de nuevo a EE.UU., porque es ahí donde
comienza, en la década de los 60, una nueva era para el cartel de cine
ilustrado. Y lo hace de la mano de Robert Peak (o Bob Peak), considerado como
el “Padre del cartel de cine moderno”. Peak fue un ilustrador comercial
estadounidense cuyas obras aparecieron en publicidad, revistas nacionales (Time) e incluso sellos (concretamente,
para los Juegos Olímpicos de 1984). Su primer trabajo para la industria
cinematográfica se produjo cuando United Artists le encargó el diseño de las
imágenes de los carteles del musical "West Side Story", en 1961. A partir de
ahí, el trabajo de Peak estuvo ligado al cine, realizando los carteles de
películas tan conocidas como "My Fair Lady", "Excalibur", "Apocalypse Now" o "Superman", así como para varias entregas de James Bond y Star Trek.
Sus innovadoras ilustraciones inspirarían a autores
posteriores de las que enseguida hablaré. Pero Peak no fue el único artista a
destacar, y antes y durante la época en que su obra decoraba las marquesinas de
los cines, otros artistas, quizás hoy día no tan (re)conocidos, lograron hacerse
un hueco muy significativo dentro del panorama del cartel cinematográfico
ilustrado. Ilustradores como el gran Frank McCarthy, otro prolífico artista a
quién le debemos los magníficos carteles de, por ejemplo, “Los diez mandamientos”,
“12 del patíbulo”, “Hasta que llegó su hora” o “Thunderball” (entre otras
entregas del popular agente 007); Tom Jung, que además de ilustrar los carteles
de “Lo que el viento se llevó”, “Papillon” o “Doctor Zhivago”, también realizaba
story-boards; Howard Terpning que ilustró “Los cañones de Navarone” o “Lawrence
de Arabia”, entre otros; Robert McGinnis, cuya obra comprendía más de 40
carteles, entre ellos los de “Barbarella” (aunque sea mucho más popular el que
realizó el ilustrador Boris Vallejo) o “Desayuno con diamantes”; Tom Chantrell,
recordado sobre todo por sus trabajos para la Hammer (amén de su magnífico
cartel para “La guerra de las galaxias”);
Reynold Brown, cuya carrera empezó a principios de los 50 y se mantuvo
hasta mediados de los 6o (suyos son los carteles de “Ben-Hur” o “El ataque de
la mujer de 50 pies”); o Jack Davies, fundador de la revista de humor Mad, y cuyo estilo caricaturesco lograba
hacerle destacar fácilmente entre el resto de ilustradores (véase su trabajo
promocional para “Los violentos de Kelly”).
Todos ellos (y muchos otros sin nombrar) contribuyeron, con
su arte, a una parte muy importante –y merecedora de mayor reconocimiento- de
la promoción cinematográfica. A diferencia de hoy día, en dónde contamos con
abundante material promocional a través de Internet (trailers, clips de la
película, featurettes, etc.) u otros
medios (revistas, anuncios y/o reportajes de televisión), antaño el cartel de
una película obedecía a un poder de reclamo mucho mayor. Un buen cartel debía seducir, más que
informar (que también), para así poder atraer a más espectadores a las salas. Espectadores que, una vez en la puerta de
entrada de los cines, se decidían por una u otra película dejándose llevar, no
pocas veces, por el póster que lucía en las marquesinas.
Y no es que dicho objetivo para con el cartel haya cambiado,
ni mucho menos, pero sí ha menguado su importancia o relevancia con respecto a
otros soportes publicitarios en los que también se apoya la promoción de un estreno.
Soportes que sin duda le han ido comiendo terreno (los trailers, sobre todo).
Echando la vista “no tan atrás” (allá por los 80…), cuántos
de nosotros, cuando éramos unos críos y visitábamos, por ejemplo, el videoclub
del barrio, no nos habíamos dejado arrastrar por la carátula de la caja (del
vídeo Beta primero y del VHS después) a la hora de alquilar una película. ¡Y la
de auténticos despropósitos que contemplaron nuestros ojos por ese mismo motivo!
Y es que un buen cartel o carátula no siempre –de hecho, muy pocas veces- era
sinónimo de una buena película. Los autores de dichos carteles eran, en su
mayoría, grandes -y a menudo, desconocidos- artistas, mientras que las
producciones a las que se destinaban sus obras suponían toda una tómbola en
cuanto a calidad. Sin embargo, el poder de reclamo de un bonito cartel era algo
a lo que muchos no podíamos resistirnos.
De todos modos, cuando hablamos de carteles ilustrados, hay
un nombre que, para muchos de nosotros (toda una generación), prevalece por
encima de todos los demás; que nos viene a la mente antes que ningún otro. Un
artista que ha formado parte de nuestra infancia cinéfila. Sí, ya lo habréis
adivinado. Me refiero, obviamente, al gran Drew Struzan, maestro entre maestros
y genio incomparable.
Si Peak fue el padre del cartel de cine moderno, Struzan fue
sin duda el hijo pródigo, el alumno aventajado que logró hacerle sombra a sus
predecesores y e incluso a coetáneos tan notables como Richard Amsel o John
Alvin, otros dos grandes artistas que convivieron junto a Struzan en una época,
los 80, en la que los fotógrafos empezaron a pisarle el terreno a los
ilustradores (en todos los ámbitos, no sólo en el cinematográfico). Struzan,
Amsel y Alvin fueron los herederos del arte de Peak, la nueva generación de
ilustradores de carteles de cine que lograron hacerse un nombre en unos tiempos
claramente poco favorables hacia a su oficio en comparación con los tiempos
dorados que vivieron sus antecesores, en los que buena parte de la producción
cartelera era ilustrada.
Aquellos tres artistas se repartieron los encargos de los
estudios para las producciones de la época. En ocasiones, varios autores llegarían
incluso a ilustrar para la misma película. Es el caso, por ejemplo, de los
carteles de Alvin y Struzan para “Blade Runner. Quizás por ese motivo a menudo
se tendía a confundir la autoría de los trabajos de ambos artistas.
De Amsel, que también ilustró portadas de discos y revistas,
se recuerdan sobre todo sus carteles para “En busca del arca perdida”, “Flash
Gordon”, “El golpe”, “El cristal oscuro” o “Tras el corazón verde” y su
secuela. Alvin, por su parte, colaboró con preciosas piezas para algunos
clásicos de Disney como “Aladdin”, “La Bella y la Bestia” o “El Rey León”, y
además de la citada “Blade Runner”, suyos son los carteles de “Gremlins”,”E.T.
El extratrerrestre” o “La princesa prometida”. Struzan, a quién ya le dediqué
hace algunos años un artículo a raíz del especial de “Indiana Jones”, fue el
más prolífico y popular de los tres, y el que más tiempo ha permanecido en
activo. Y pese a anunciar su retiro hace algún tiempo, lo cierto es que ha
seguido trabajando en otros proyectos y sus servicios han sido requeridos
alguna que otra vez por la industria del cine. Además, ha sido objeto de un
documental, “Drew: The Man Behind the Poster”, que repasa su extensa obra con la
ayuda de entrevistas a cineastas y actores (Steven Spielberg, George Lucas,
Harrison Ford, Michael J. Fox…) involucrados en los proyectos para los cuales
trabajó.
Y de Struzan nos vamos a Paul Shipper. Porque si hay alguien
en la actualidad que pueda considerarse digno heredero de su arte, ese es
Shipper. Para empezar, es más que evidente la influencia del primero en éste;
el estilo, la técnica y el tipo composiciones que recrea Shipper recuerdan
sobremanera a las ilustraciones de Struzan. Tanto es así, que si no fuera
porque un servidor se conoce al dedillo la obra de Struzan, no sería difícil
caer en el error de atribuirle a Struzan la autoría de algunos de sus fantásticos
carteles. Su talento le ha permitido trabajar con la mismísima Lucasfilm, y en la
actualidad elabora las cubiertas de una serie de cómics basada en Star Trek (IDW
Star Trek: Khan Series).
Otras artistas claramente influenciados por Struzan son Mark
Raats o el catalán Jordi Pérez Mascaró (de nombre artístico Mo Caró), y sus
portafolios así lo atestiguan. A Caró, precisamente, se le ha atribuido la
etiqueta de “el Struzan español”, y aunque las comparaciones a veces son odiosas, lo cierto es que su talento es innegable.
Seguramente sigan surgiendo más ilustradores que se dediquen
al buen arte de ilustrar carteles de cine, pese a que en actualidad sea
Photoshop quién lleve la voz cantante en esta materia. La popular herramienta
de Adobe, indispensable en el día a día de todo diseñador gráfico, es un gran
aliado para estos y otros menesteres, siempre y cuando sepa hacerse buen uso de
ella. Por desgracia, la mayoría de grafistas de Hollywood parecen empeñados en
darle mala fama a base de horripilantes fotomontajes en los que se cometen
tropelías de todo tipo. Esa es la razón por la que, con más motivo, echemos
tanto de menos los carteles ilustrados de antaño.
Para compensar, de algún modo, tantas atrocidades cometidas
con el defenestrado Photoshop, surge en estos últimos años Mondo, un
colectivo de artistas dedicado por entero a la creación de carteles ilustrados
para clásicos de toda la vida y estrenos más recientes. Se trata de ediciones
limitadas que, además, pueden contemplarse en vivo en una galería permanente en
Austin, Texas.
Los estilos que aglutina Mondo son de lo más variado. Cada
artista tiene su propio sello de identidad, por lo que las obras de unos no son
comparables con las de los otros. Puestos a citar los nombres de algunos de
estos talentosos artistas, éstos serían Ken Taylor, Martin Ansin, Aaron Sorkey,
Kevin Tong o Olly Moss, éste último uno de los “culpables” en poner de moda los
carteles minimalistas.