sábado, 29 de agosto de 2009

"The Children" (2008) - Tom Shankland


Las películas con niños malvados ya son casi un subgénero en sí mismas. Las hay de todo tipo y condición, a veces con un único niño dando por saco y otras veces con todo un grupo juntándose para hacer daño. El sexo de la criatura no suele ser demasiado relevante, si bien es cierto que son los niños, y no las niñas, los que más predominan en este tipo de cintas.

La maldad de estos niños puede ser inducida por algún tipo de fenómeno natural o sobrenatural, como así no los han demostrado películas como “La semilla del diablo” (Rosemary's Baby) o “La profecía” (The Omen), ambas por obra y gracia del mismísimo Satanás; “Los chicos del maíz”, “El Exorcista” (aquí con una niña algo más mayor) o “El pueblo de los malditos” (Village of the Damned)

En otras ocasiones, se trata simplemente de genética y condición humana, que puede aflorar por motivos de envidia, como en la reciente “El hijo del mal (Joshua)” o simplemente ser maldad pura y dura sin motivaciones externas, como la aclamada “El Otro” o “El buen hijo”.

Incluso en el cine español encontramos todo un referente de esta vertiente, como es “¿Quién puede matar a un niño?” de Narciso Ibáñez Serrador, cuyo título ya es bastante sugerente, teniendo en cuenta que enfrentarse a estos niños supone, en la mayoría de casos, todo un dilema moral. Y es que no es lo mismo defenderse de un psychokiller, un alienígena o un monstruo, que de un niño, quien seguramente nos provoque remordimientos o incluso incapacidad para responder con similar o mayor violencia.

Este tipo de dilemas, entre otras inquietudes, son las que nos presenta The Children, una cinta de terror inglesa inédita en nuestro país -al igual que la muy recomendable Eden Lake- y dirigida por Tom Shankland, director de cierta experiencia televisiva que dio el salto al largometraje con “Waz”, película que no he tenido el gusto de ver pero de la que tampoco he leído críticas muy positivas.


La historia gira en torno a dos familias que pretenden pasar juntas unas tranquilas y divertidas vacaciones navideñas en casa de uno de ellas, en medio del frío y nevado bosque. Los padres se distraen conversando y bebiendo o juegan con los niños en la nieve. Todo parece idílico hasta que el comportamiento de algunos de sus niños empieza a romper la harmonía. Los pequeños parecen estar enfermos y se comportan de forma extraña, con una actitud, a ratos, arisca y rebelde. Pronto, lo que parecía ser una simple rabieta, se convierte en toda una pesadilla para los padres, que ven como sus propios hijos intentan matarlos.


Las críticas que había leído hasta el momento acerca de este film eran, ciertamente, bastante entusiastas, pero prefería desconfiar un poco para no llevarme una decepción demasiado grande. Y por ello debo decir que esta vez la sorpresa ha sido para bien, ya que sin ser ninguna maravilla ni aportar demasiadas novedades al “subgénero”, la dirección que imprime Shankland es muy eficaz, manteniendo en su inicio un logrado desasosiego, para rematar luego con un tercio final más sangriento y desolador, y todo ello sin descarrilar por el camino. También ha ayudado a ello un guión que no se anda con rodeos y un conjunto de interpretaciones solventes, tanto por parte de los adultos como de los más jóvenes.

El primer tramo nos presenta a todos los protagonistas, y ya de forma temprana empezamos a intuir quién o quiénes serán los primeros niños en dar problemas. El motivo del cambio de comportamiento entre la chiquillería parece ser algún tipo de virus, o eso intuimos, dado que en ningún momento llega a ofrecerse al espectador una respuesta concreta. Eso, en parte, puede ser un punto a favor o en contra dependiendo como uno se lo tome.
En este caso, las pistas se dejan entrever de forma clara aunque no contundente, y por ello el misterio se hace más fuerte a medida que avanza el metraje y nunca se pierde el interés por esa incógnita, por mucho que las “gamberradas” de los niños centren nuestra atención la mayor parte de la película. Por otro lado, a veces es mejor conocer una respuesta a medias, intuirla o dejarla en la propia imaginación del espectador, que ofrecer una resolución endeble, absurda o que simplemente no nos convenza. Así que en ese sentido, creo que director y guionista han obrado de forma correcta en el planteamiento que mueve toda la acción.

El segundo tramo es mucho más malsano y desagradable (en el buen sentido de la palabra, si es que lo hay), y se ponen de manifiesto los dilemas morales que he comentado al inicio de la crítica. Defenderse, y por tanto, luchar contra el ataque de tus propios hijos o de tus sobrinos, que para más inri, no tienen ni 10 años, pues no es nada fácil. Y por suerte ese hándicap está presente aquí, de modo que no se trata de la contemplación de la violencia por la violencia, ni tampoco el director pretende deleitarse en lo macabro de la situación como muy probablemente harían algunos directores franceses. Aquí subyace una lucha psicológica contra uno mismo, basada en el hecho de afrontar la violencia de unos niños trastornados que en el fondo, no dejan de ser víctimas fortuitas (no son niños malignos por naturaleza, sino que “algo” los ha transformado en lo que ahora son: psicópatas asesinos)

Así es como SPOILER la madre de uno de ellos queda profundamente afectada cuando, para salvar la vida de su otra hija, termina sacrificando, sin pretenderlo conscientemente, la del hijo atacante; o cuando ésta misma prefiere dejar que la asesinen antes que volver a matar a uno de esos lobos con piel de cordero FIN SPOILER. También es interesante la negación de algunos protagonistas ante lo que está sucediendo, rechazando admitir lo más improbable, y dando por hecho lo más factible (SPOILER cuando padrastro y tía acusan a la adolescente Casey de ser la culpable de todo el embrollo, incapaces de ver y reconocer la maldad en los más pequeños de la casa FIN SPOILER)



Por esta serie de motivos, por muy sobado que esté el tema de los niños malditos, The Children” logra convencerte y a la vez incomodarte (yo soy de los que me hubiera cepillado a los niños de la película sin pensármelo dos veces, pero que de seguro me sentiría impotente de tratarse de mis propios hijos)

La historia, escrita por Paul Andrew Williams, escritor y director de películas como London To Brighton o The Cottage (ésta última, ni me convenció ni me hizo gracia), es resultona y se desarrolla en un ambiente nevado y aislado, la mar de apropiado para la ocasión, y el director sabe sacarle partido a ese conjunto, ajustando la duración de forma adecuada (poco más de hora y cuarto) y optando muchas veces por no mostrar explícitamente según que situaciones, lo cual es todo un acierto por su parte.

Nada me asegura que su anterior trabajo esté al nivel de ésta The Children, pero quizás ahora me atreva a echarle un vistazo a “Waz”, salvo que algún lector del blog me aconseje rotundamente lo contrario.


P.D.: Del final podríamos intuir ciertas cosas. SPOILER O bien que la adolescente Casey está algo trastornada por los hechos ocurridos (cosa poco probable, dada la entereza de su personaje), o bien que el virus, o lo que aquello sea, ha terminado afectándola también a ella. La segunda hipótesis cobra más fuerza si tenemos en cuenta que la niña más mayor de todas, Miranda, es la que más tarda en transformarse, y que antes de subirse al coche, Casey vomita, siendo éste uno de los síntomas más claros de la afección. De este modo, podríamos deducir que el “virus” ataca de menor a mayor, dejando ese final abierto, no tan abierto. FIN SPOILER



Valoración personal:

jueves, 6 de agosto de 2009

"G.I. Joe" (2009) - Stephen Sommers


Después del enorme éxito cosechado por Transformers en el 2007, era cuestión de tiempo que otros juguetes de la compañía Hasbro dieran el salto a la gran pantalla. Así es como los mandamases de la Paramount (responsables también de la duología robótica de Michael Bay) fijaron sus ojos en los G.I. Joe, otro de los productos estrellas de la compañía juguetera con posibilidades de convertirse en todo un “arrasa-taquillas”.

Para tales menesteres, hacía falta un director que supiera ofrecer espectáculo a cualquier precio, y estando Bay ocupado con sus robots transformables, el encargo recayó en Stephen Sommers, otro especialista -con sus más y sus menos- en cine palomitero, y que años atrás ya dio la campanada con la muy disfrutable “La Momia” (sustituyendo el terror de la momia de Karloff por una buena dosis de aventuras, al más puro estilo Indiana Jones). Aunque a título personal, a mí ya me encandiló con “Deep Rising” (entretenida y cachonda monster-movie donde las haya)

Con Sommers en la silla de director se podía esperar cualquier cosa. Y es que después de la cochambrosa Van Helsing (que recaudó un poco más del doble de lo invertido, pero cosechando críticas nefastas), no estaba muy claro qué podía salir de aquí.


La historia de esta adaptación no es muy complicada y sigue las andanzas de los G. I. Joe, una fuerza de élite especial y secreta altamente cualificada para llevar a cabo misiones de alto riesgo. Cualquier enemigo, grupo terrorista o sombría organización que atente contra la libertad humana o haga peligrar la paz mundial, se las verá con los valerosos Joes, hombres y mujeres de gran coraje, bien entrenados y aún mejor armados.

La última misión de los Joes es asegurar que una poderosa arma nanotecnológica no caiga en malas manos. Tras ella anda McCullen (Christopher Eccleston), un codicioso empresario fabricante de armas que pretende usar dicha nanotecnología para sus propios y malignos propósitos. Para hacerse con ella, McCullen cuenta con la ayuda de un siniestro científico y todo un ejército de mercenarios, entre los que destacan la Baronesa (Sienna Miller) una mujer de armas tomar embutida en un sugerente cuero, y Storm Shadow, un experto e implacable ninja.

La lucha entre ambos bandos ha comenzado. Del éxito o el fracaso de los Joes depende la seguridad de todo el planeta.


Quién más quién menos, que pase la veintena o treintena de edad, habrá visto o como mínimo recordará la serie ochentera de los GI Joe, además de –posiblemente- haber tenido entre sus manos sus respectivos muñequitos; esos que solían romperse por la gomita de la cintura y que los más apañados, haciéndonos los MacGyvers, conseguíamos arreglar con una goma de pollo. Los dibujos, que tuvieron su propia película de animación allá por el 87, eran de lo más simples. Dos comandos, los buenos (GI Joes) y los malos (Cobra), se enfrentaban episodio sí y episodio también. El Comandante Cobra, jefazo de los malos malotes, urdía un plan maquiavélico y los Joes se dedicaban a chafárselo, lo que originaba batallas por mar, tierra y aire, disparando sus armas láser en medio de numerosas explosiones. Batallita tras batallita, la serie enganchó a los críos de aquella época, lo que propició un notable impulso a las ventas de las figuras de acción (que fueron anterior a los dibujos)

Desde entonces, numerosas versiones televisivas han ido apareciendo en la pequeña pantalla, hasta que por fin le ha tocado el turno a la película de acción real, que traslada la simpleza y diversión de la serie original a la versión cinematográfica.

En el guión no hay mucho donde escarbar. La trama se resume en que los malos quieren apoderase de la destructiva arma, que en un primer intento fallido, termina en manos de los GI Joes. En un segundo asalto, consiguen hacerse con ella, lo que invita a los buenos a ponerse las pilas y recuperarla. Entra una cosa y otra, se van sucediendo escenas de acción a diestro y siniestro, sin dejar apenas respiro al espectador.

Tras un curioso prólogo, los principales protagonistas son presentados al espectador. Por un lado tenemos a Duke (Channing Tatum) y a su compañero y amigo Ripcord (un, por raro que parezca, simpático –y no cargante- Marlon Wayans) dos soldados de la OTAN que terminarán uniéndose al equipo de los GI Joe’s, comandado por el General Hawk (Dennis Quaid, que aquí no pega ni con cola). Por el otro lado, tenemos al empresario y malo maloso de la función, McCullen, respaldado, entre otros, por su churri y mano derecha, la Baronesa. Tanto los buenos como los malos vacilan todo lo que pueden delante de la cámara, con sus frases ingeniosas y a ratos, lapidarias. Cada uno se luce en su campo. Sin ir más lejos, los dos ninjas, Storm Shadow y Snake Eyes, nos regalan unas cuantas piruetas y unos buenos duelos de espada, mientras que el resto, haciendo acopio de la última tecnología armamentística, ofrecen su pertinente espectáculo pirotécnico.

A la trama le falta chicha (para qué negarlo) y al prota principal, Chaning Tatum, carisma y algo de expresividad, pero de lo que anda sobrada esta GI Joe de Sommers es de acción. A la que se sucede la primera ráfaga de explosiones y tiroteos, esta acción apenas se detiene. Guionistas y director no se andan por las ramas, y por ello la película goza de un ritmo trepidante, con secuencias espectaculares cargadas de fantasmadas y efectos digitales que, a veces, pegan el cantazo. Y es que a Sommers, cada vez más, le da por digitalizar todo cuanto puede, sustituyendo los actores y los especialistas por monigotes CGI que parecen de goma. La persecución que tanto se han empeñado en promocionar en clips y trailers es, visualmente, muy atractiva, y el director sabe rodar sin marear demasiado la cámara. Por contra, abusa en exceso del ordenador y todo se torna demasiado falso, irreal y carente de emoción. Lo de los trajes acelerados no deja de ser una chuminada que estropea/ridiculiza un poco el espectáculo del film. En parte, porque el CGI mostrado, en comparación con otras superproducciones, deja bastante que desear (y eso que han contado con 175 millones de presupuesto, que no es poco). Snake Eyes, eso sí, no necesita ni trajes especiales ni hostias en vinagre. Volteretas y giros en el aire cual Spiderman, hacen de este GI Joe un superninja tan molón como, a veces, inverosímil.


Ese abuso de efectos digitales se traslada también a nimiedades tales como el vaho de los actores en la base polar de McCullen. A este paso, no me hubiese extrañado que Sommers, obsesionado como estaba con la delantera de la Miller, le hubiese aumentando un par de tallas a la moza por obra y gracia del ordenador (no se ha dado el caso gracias al favorecedor traje que luce)

Abuso digital a parte, el entretenimiento está asegurado. No se toma muy en serio a sí misma, lo cual es una virtud dados sus excesos (al estilo del James Bond de Roger Moore). Un producto palomitero con el que dejarse el cerebro en casa, mientras en la sala de cine se disfruta –a un nivel medio no muy entusiasta, todo hay que decirlo- de todo el despliegue visual y pirotécnico del que la cinta hace gala. Y es que en ese sentido, la esencia de la serie original permanece intacta. Mucho batallita, mucho artilugio imposible, transportes de todo tipo, fortalezas de lo más variopintas en los sitios más recónditos del planeta, y un montón de soldaditos repartiendo estopa. Si buscas algo más, te equivocas de película.

“G.I. Joe “es el último blockbuster del verano, y cumple su función de simple y ruidoso divertimento. Tiene sus fantasmadas, el CGI no es perfecto y los villanos rozan lo esperpéntico (por no hablar del aspecto del futuro Comandante Cobra), pero para un escéptico servidor, asustado como estaba por los “ironmans de hojalata”, el resultado no ha sido lo catastrófico que esperaba. Así que la mejor manera de disfrutarla es yendo con las expectativas bajas o justitas. Así los más benévolos darán por amortizada la inversión. En caso contrario, tendréis la palabra “truño” en la punta de la lengua.

El final, por cierto, deja el terreno preparado para una secuela que, de tener éxito ésta, caerá sí o sí. Ahí seremos testigos de lo que aquí no es más que un breve comienzo de lo que será el Comando Cobra que todos ya conocemos.

P.D. 1: Son de agradecer los puntuales flashbacks que se intercalan en el transcurso del metraje, ya que ayudan a saber un poco más de algunos personajes.

P.D.2: Atención a la presencia (más bien cameos) de algunos actores fetiche del director, como Arnold –La Momia- Vosloo (el mejor villano del film, a mi gusto), Brendan Fraser o Kevin J. O'Connor (el compi traidor de O’Connell o el mecánico graciosete de Finnegan)




Valoración personal: