Los estudios de Hollywood han encontrado un nuevo filón en
los cuentos clásicos de toda la vida, y en los últimos años hemos visto cómo
regresaban a la gran pantalla historias tan populares como las de Caperucita
Roja, Blancanieves o Alicia en el País de las Maravillas. Eso sí, todas ellas
muy alejadas de aquellas versiones tradicionales que nos fueron contadas a lo
largo de nuestra más tierna infancia.
Estas libérrimas adaptaciones se han adecuado a los gustos
del s.XXI en respuesta a las exigencias de las nuevas generaciones. Caperucita
ha pasado por el tamiz crepusculoso
de Catherine Hardwicke a la caza del sector adolescente más hormonado, mientras
que Alicia y Blancanieves se han enfundado en resplandecientes armaduras para,
espada en mano, combatir las fuerzas del mal en blockbusters épicos y
(re)cargados de efectos especiales. Aunque ha sido Blancanieves el centro de
todas las miradas al contar en un mismo año con otras dos peculiares visiones: la
comedia familiar de Tarsem Singh y el drama castizo en blanco y negro (y mudo)
de Pablo Berger.
Aún enfocadas hacia distintos tipos de público, todas ellas
han perseguido un objetivo común: darle una nueva vuelta de tuerca al cuento de
turno. Y ahora son “Hansel y Gretel” las últimas “víctimas” en sumarse a la
moda.
Quince años atrás, los hermanos Hansel (Jeremy
Renner) y Gretel (Gemma Arterton) fueron abandonados por sus padres en el
bosque. Desamparados, caminaron y caminaron hasta que hallaron una atractiva
casita hecha de golosinas. En su interior, no obstante, se encontraron a una
malvada bruja que los secuestró para engordarlas y después comérselos. Pero
gracias a su astucia, los pequeños lograron acabar con la bruja y librarse de
tan fatídico destino.
Desde entonces, ambos
se han convertido en unos feroces cazarrecompensas especializados en perseguir
y exterminar brujas. Pero pronto, con la llegada de la infausta Luna de Sangre,
Hansel y Gretel deberán hacer frente a un poder diabólico superior al de
cualquier bruja con la que se hayan cruzado
antes; un demonio conocedor del secreto de su terrorífico pasado.
Después de rodar dos largometrajes de bajo presupuesto un su
Noruega natal (“Kill Buljo: The Movie”, una parodia de Kill Bill inédita en
nuestro país, y la gamberra “Dead Snow” aka Zombies Nazis), Tommy Wirkola cruza
el charco para estrenarse en el mainstream hollywoodiense con un proyecto con
vistas a arrasar en taquilla, cosa que de momento parece estar logrando gracias,
en parte, a un ajustado presupuesto bastante
por debajo de los grandes blockusters.
En esencia, el filme de Wirkola no es más que una serie B de holgado presupuesto. Dan fe
de ello su disparatada premisa y su
desenfadado desarrollo repleto de casquería digital.
Los protagonistas se llaman Hansel y Gretel como podrían
haberse llamado Pepito y Pepita, ya que del cuento de los hermanos Grimm no
quedan más que los breves apuntes que presenciamos al inicio de la película. El
resto es pura invención concebida exclusivamente para construir un vehículo de terror y acción de época
en base a dos cazadores de brujas de traumático pasado. Por tanto, no hay que
lamentar una ofensa demasiado grave a los Grimm más que el hecho de haberse usurpado
los nombres de su famoso cuento a modo de reclamo. Una treta similar a la que
barajaba Timur Bekmambetov con su “Abraham Lincoln: cazador de vampiros”, en dónde
la broma no iba más allá del hecho de tener a un clon del Lincoln real cazando
chupasangres. Cualquier rasgo que ayudara a identificar al protagonista con el
personaje histórico en el que se basaba era fruto de la casualidad, dejando a
un lado su vida política y casi cualquier otro rasgo de su biografía para
centrarse en los quehaceres de tan singular cazavampiros.
A diferencia del filme de Bekmambetov, el de Wirkola no se toma en serio a sí mismo, y eso juega
a su favor tanto o más que su escueta duración. Los protagonistas sueltan
sus constantes chascarrillos a lo largo de hora y media en la que se dedican a
acribillar, desmembrar y/o descuartizar a todo tipo de brujas, a cual más
horrenda. La trama es bien simplona aunque moderadamente bien planteada, y su
mayor logro es decidirse por tomar la
vía rápida e ir directa al grano. La
acción es continua y al reparto no se le puede pedir mucho más que cumplir con
el trámite, cosa que hacen sobradamente tanto la pareja protagonista como el
séquito de secundarios; entre ellos, una hermosa (salvo cuando se transforma)
villana encarnada por Famke Janssen, y un Peter Stormare muy en su línea y que
parece querer emular su papel en la fallida “El secreto de los hermanos Grimm” de
Terry Gilliam.
En los tiempos que corren, se agradece y mucho que dentro de
la habitual orgía digital de este tipo de productos el director nos obsequie
con un troll animatrónico que nos
traslada, por unos instantes, al maravilloso cine fantástico que se hacía en
los 80. Un entrañable personaje del que Jim Henson estaría orgulloso y que,
para qué ocultarlo, se gana desde el primer instante al niño que todos llevamos
dentro. Y es que salvo alguna secuencia en particular que forzosamente requiere
de la ayuda de una computadora (el furioso ataque “a lo Hulk”), el resto es
cosa de la magia de los efectos especiales a la vieja usanza.
El cuidado diseño de
producción con toques steampunk al estilo “Van Helsing” o “La liga de los
hombres extraordinarios” (en especial todo lo que se refiere al anacrónico
armamento de los cazadores: escopetas, ametralladoras, granadas de mano…) hace
el resto para dotar de cierto atractivo visual una cinta de acción cuyas aspiraciones se ven escuetamente satisfechas,
siempre que uno le exija demasiado. Una
tontería que se digiere con la misma facilidad con la que se olvida, y que
si bien no resulta especialmente divertida, tampoco deviene en un bochornoso espectáculo
(cosas mucho peores se han hecho; al citado filme de Stephen Sommers me remito).
Valoración personal: