jueves, 28 de febrero de 2013

“Hansel & Gretel: Cazadores de brujas” (2013) - Tommy Wirkola


Los estudios de Hollywood han encontrado un nuevo filón en los cuentos clásicos de toda la vida, y en los últimos años hemos visto cómo regresaban a la gran pantalla historias tan populares como las de Caperucita Roja, Blancanieves o Alicia en el País de las Maravillas. Eso sí, todas ellas muy alejadas de aquellas versiones tradicionales que nos fueron contadas a lo largo de nuestra más tierna infancia. 

Estas libérrimas adaptaciones se han adecuado a los gustos del s.XXI en respuesta a las exigencias de las nuevas generaciones. Caperucita ha pasado por el tamiz crepusculoso de Catherine Hardwicke a la caza del sector adolescente más hormonado, mientras que Alicia y Blancanieves se han enfundado en resplandecientes armaduras para, espada en mano, combatir las fuerzas del mal en blockbusters épicos y (re)cargados de efectos especiales. Aunque ha sido Blancanieves el centro de todas las miradas al contar en un mismo año con otras dos peculiares visiones: la comedia familiar de Tarsem Singh y el drama castizo en blanco y negro (y mudo) de Pablo Berger. 

Aún enfocadas hacia distintos tipos de público, todas ellas han perseguido un objetivo común: darle una nueva vuelta de tuerca al cuento de turno. Y ahora son “Hansel y Gretel” las últimas “víctimas” en sumarse a la moda.

Quince  años atrás, los hermanos Hansel (Jeremy Renner) y Gretel (Gemma Arterton) fueron abandonados por sus padres en el bosque. Desamparados, caminaron y caminaron hasta que hallaron una atractiva casita hecha de golosinas. En su interior, no obstante, se encontraron a una malvada bruja que los secuestró para engordarlas y después comérselos. Pero gracias a su astucia, los pequeños lograron acabar con la bruja y librarse de tan fatídico destino. 

Desde entonces, ambos se han convertido en unos feroces cazarrecompensas especializados en perseguir y exterminar brujas. Pero pronto, con la llegada de la infausta Luna de Sangre, Hansel y Gretel deberán hacer frente a un poder diabólico superior al de cualquier bruja  con la que se hayan cruzado antes; un demonio conocedor del secreto de su terrorífico pasado.  

Después de rodar dos largometrajes de bajo presupuesto un su Noruega natal (“Kill Buljo: The Movie”, una parodia de Kill Bill inédita en nuestro país, y la gamberra “Dead Snow” aka Zombies Nazis), Tommy Wirkola cruza el charco para estrenarse en el mainstream hollywoodiense con un proyecto con vistas a arrasar en taquilla, cosa que de momento parece estar logrando gracias, en parte,  a un ajustado presupuesto bastante por debajo de los grandes blockusters.

En esencia, el filme de Wirkola no es más que una serie B de holgado presupuesto. Dan fe de ello su disparatada premisa y su desenfadado desarrollo repleto de casquería digital.


Los protagonistas se llaman Hansel y Gretel como podrían haberse llamado Pepito y Pepita, ya que del cuento de los hermanos Grimm no quedan más que los breves apuntes que presenciamos al inicio de la película. El resto es pura invención concebida exclusivamente para construir un vehículo de terror y acción de época en base a dos cazadores de brujas de traumático pasado. Por tanto, no hay que lamentar una ofensa demasiado grave a los Grimm más que el hecho de haberse usurpado los nombres de su famoso cuento a modo de reclamo. Una treta similar a la que barajaba Timur Bekmambetov con su “Abraham Lincoln: cazador de vampiros”, en dónde la broma no iba más allá del hecho de tener a un clon del Lincoln real cazando chupasangres. Cualquier rasgo que ayudara a identificar al protagonista con el personaje histórico en el que se basaba era fruto de la casualidad, dejando a un lado su vida política y casi cualquier otro rasgo de su biografía para centrarse en los quehaceres de tan singular cazavampiros.

A diferencia del filme de Bekmambetov, el de Wirkola no se toma en serio a sí mismo, y eso juega a su favor tanto o más que su escueta duración. Los protagonistas sueltan sus constantes chascarrillos a lo largo de hora y media en la que se dedican a acribillar, desmembrar y/o descuartizar a todo tipo de brujas, a cual más horrenda. La trama es bien simplona aunque moderadamente bien planteada, y su mayor  logro es decidirse por tomar la vía rápida e ir directa al grano. La acción es continua y al reparto no se le puede pedir mucho más que cumplir con el trámite, cosa que hacen sobradamente tanto la pareja protagonista como el séquito de secundarios; entre ellos, una hermosa (salvo cuando se transforma) villana encarnada por Famke Janssen, y un Peter Stormare muy en su línea y que parece querer emular su papel en la fallida “El secreto de los hermanos Grimm” de Terry Gilliam.

 
En los tiempos que corren, se agradece y mucho que dentro de la habitual orgía digital de este tipo de productos el director nos obsequie con un troll animatrónico que nos traslada, por unos instantes, al maravilloso cine fantástico que se hacía en los 80. Un entrañable personaje del que Jim Henson estaría orgulloso y que, para qué ocultarlo, se gana desde el primer instante al niño que todos llevamos dentro. Y es que salvo alguna secuencia en particular que forzosamente requiere de la ayuda de una computadora (el furioso ataque “a lo Hulk”), el resto es cosa de la magia de los efectos especiales a la vieja usanza.

El cuidado diseño de producción con toques steampunk al estilo “Van Helsing” o “La liga de los hombres extraordinarios” (en especial todo lo que se refiere al anacrónico armamento de los cazadores: escopetas, ametralladoras, granadas de mano…) hace el resto para dotar de cierto atractivo visual una cinta de acción cuyas aspiraciones se ven escuetamente satisfechas, siempre que uno le exija demasiado. Una tontería que se digiere con la misma facilidad con la que se olvida, y que si bien no resulta especialmente divertida, tampoco deviene en un bochornoso espectáculo (cosas mucho peores se han hecho; al citado filme de Stephen Sommers me remito).



Valoración personal:

jueves, 21 de febrero de 2013

En Corto: Leyenda, de Pau Teixidor



Leyenda es el primer cortometraje de Pau Teixidor, quién se graduó en 2005 en la prestigiosa ESCAC (Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya)  en la especialidad de documental. Desde entonces ha trabajado como auxiliar y segundo ayudante de dirección en producciones cinematográficas. 

Sinopsis:

Claudia, una niña de diez años, se va con sus padres a pasar el fin de semana fuera de la ciudad. Durante el viaje en coche, deciden hacer un pequeño descanso en una gasolinera abandonada. La aparición de una extraña mujer revelará a Claudia su verdadero destino. 

Leyenda ha cosechado numerosos premios tanto a nivel nacional como internacional, destacando el Premio del Público al Mejor Cortometraje Español en la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián (2011) y el Méliès d'Argent al Mejor Cortometraje Europeo en el Grossman Fantastic Film Festival de Eslovenia.

El corto se ha paseado por numerosos festivales a lo largo de estos dos últimos años, y ahora por fin podéis disfrutarlo íntegramente desde Amazing Movies a través del enlace que os facilito a continuación:


¡Que lo disfrutéis!

viernes, 15 de febrero de 2013

“La jungla: Un buen día para morir” (2013) – John Moore


El detective John McClane se las ha visto de todos los colores. Desde que en las navidades de 1988 se viera inmerso en un asalto terrorista con rehenes en un lujoso y moderno rascacielos, lo suyo ha sido un no parar. Y es que el bueno de McClane ha tenido la mala suerte de tropezar varias veces con la misma piedra. Eso sí, siempre ha conseguido salir airoso del embrollo gracias a su ingenio, su inagotable y cínica verborrea y su inquebrantable resistencia física y mental. Un tipo duro y socarrón de los que ya no se fabrican y que ha aguantado todo lo que le han echado….  Hasta ahora. 

El detective John  McClane (Bruce Willis) viaja a Moscú para averiguar el paradero de su hijo, Jack (Jai Courtney), y restablecer los lazos paternofiliales marchitos en el pasado. Allí descubre que Jack trabaja para proteger a Komarov, un delator de la corrupción imperante en el gobierno. Padre e hijo se verán obligados a superar sus diferencias para poner a Komarov a buen recaudo y frustrar un peligroso plan para acabar con su vida y la de sus salvadores.

“La jungla de cristal”, tal y como la conocimos por estos lares (título que para aquella primera película casaba de maravilla) dio lugar a un héroe de acción superlativo que, ya desde su primera aparición, se convertiría en todo un icono del género. La propia premisa de aquella obra cumbre del cine de acción moderno terminaría siendo usurpada y plagiada hasta la saciedad (Alerta máxima, Pasajero 57, Muerte súbita, Decisión crítica, Air Force One, etc.) en un intento, a menudo infructuoso, de emular aquello que lograron Bruce Willis, John McTiernan y compañía.

“La jungla 2: alerta roja” se dedicó a repetir la fórmula de su predecesora, y si bien ya no contaba con el frescor de aquella, lograba su propósito de ofrecer un buen y continuista entretenimiento. Y la tercera, de nuevo con el gran McTiernan tras la cámara, amplió el escenario sabiendo mantener las constantes intactas  de aquello que triunfaba entre el público, esto es, acción a raudales adornada con unas buenas dosis de sarcasmo made in McClane. A lo que se sumó un compañero de correrías encarnado por un magnífico Samuel L. Jackson.

Cuando creíamos que ya no volveríamos a ver a nuestro detective favorito en una sala de cine, nos sorprendieron en 2007 con una tardía cuarta entrega. Y aunque al principio la mayoría no le teníamos mucha fe (servidor el primero), supo licenciarse con honores y mantener el tipo dignamente dentro de la gozosa franquicia.

Ahora que se cumplen 25 años del estreno de la película primigenia, llega a nuestras pantallas una quinta entrega  que convierte la saga en una de las más longevas del cine de acción. Para nuestra desgracia, esta vez el tiro les ha salido por la culata, no ocurriéndoseme peor forma de celebrar este aniversario que asistiendo a la muerte (figurada) de todo un mito. Y es que la coletilla “Un buen día para morir” no podía ser más premonitoria.

Si en la cuarta conocimos a la hija adolescente de McClane, Lucy, quién realiza aquí una breve aparición/cameo; ahora es el hijo, John, quién asoma el jeto para acompañar a su padre en esta odisea por las calles de Rusia. O quizás debiera decirlo al revés, puesto que parece que es el padre quién acompaña al hijo.


McClane es un invitado en su propia fiesta, un mero acompañante inmerso en un follón ajeno. Un McClane cansado y desdibujado que debe todo su aguante al carisma de un Bruce Willis menos entregado que de costumbre (¿consciente del fiasco en el que está involucrado?) pero aún así solvente y, de lejos, lo más rescatable de la cinta. El actor ha hecho suyo el personaje y logra salvar la papeleta. Qué menos…

Pero él ya no lleva la voz cantante, y aunque sigue haciendo gala –a ratos- de su característica socarronería, el ingenio parece haberse quedado en Nueva York. Algunas coñas son divertidas y salen a flote gracias a los esfuerzos de Willis, pero la mayoría no dejan de evidenciar el poco atino de su guionista, Skip Woods (responsable de lindezas como “Hitman”). Hasta el “Yippie-Ki-Yey” –metido a la fuerza- ha perdido toda su gracia. 

De nada sirve que le hayan calzado una R y que McClane pueda soltar tacos a su antojo (algo que en la cuarta sólo logró el doblaje), si el humor que ostenta es de segunda división.

Dejando de lado lo disparatado que resultan en la trama algunas conexiones entre realidad y ficción (lo de Chernobyl es para mear y no echar gota),  el mayor obstáculo para disfrutar de la cinta es, por un lado, su oda al absurdo. Las aparatosas secuencias de acción tienen su aquél, pero su espectacularidad reside en el “más difícil todavía”, convirtiendo a McClane en una burda parodia de sí mismo

Es cierto que prácticamente toda la saga ha tenido sus momentos fantasmones (la cuarta, la que más), pero aquí el tema se les va completamente de las manos; sobre todo durante el tramo final. Quizás el problema no esté tanto en la concepción de dichas secuencias sino en el resultado final y la poca pericia del director para llevarlas a cabo con algo de oficio; un John Moore que desde el remake de “La profecía” no da pie con bola.

No sólo la acción roza el ridículo sino que la cámara se convierte en un auténtico suplicio para el espectador.  Ni un sólo plano firme en toda la película (a lo sumo, alguna escena de relleno y las panorámicas rodadas por la segunda unidad). Los minutos iniciales de simple cháchara son un tembleque constante y de lo más irritante (¿recordáis los primeros 20 minutos de “Los juegos del hambre”? Pues eso.). Ahí es dónde se nota claramente la diferencia entre un buen artesano (McTiernan, Harlin) o un tipo medianamente competente (Wiseman), y un vulgar mercenario que no sabe cómo ni dónde ubicar la cámara (Moore).

Una dirección torpe y plana que hace inviable disfrutar de los momentos más palomiteros, y que resiente todavía más el artrítico ritmo que ostenta la cinta. Lo que en sus predecesoras era una trepidante montaña rusa de acción y cachondeo, aquí es un ortopédico tiovivo que a ratos aburre, sin más.
 
Otro gran problema es el escaso interés que suscita la trama, en parte por carecer de un villano principal con entidad al que el bueno de McClane pueda -hablando finamente- tocarle la moral a medida que va frustrando sus pérfidos planes.


Poca duda cabe que los mejores villanos de la saga han sido los hermanos Hans y Simon Gruber en la primera y tercera entrega, respectivamente, y que el resto han recogido el testigo con mayor o menor grado de acierto (hasta la fecha, el peor había sido Olyphant). Pero aquí ninguno está por la labor, y las triquiñuelas del guionista para intentar “sorprender” al espectador con giros argumentales y golpes de efecto caen en saco roto. ¿Por qué? En primer lugar, por lo previsible que resultan; y en segundo lugar, porque como ya digo, seguimos con escaso o nulo interés el hilo conductor de la historia. Lo único que nos importa es asistir a la próxima demostración de pirotecnia y abusivo CGI. Y ni eso logra satisfacernos.

Respecto a la relación paternofilial entre padre e hijo, no deja de ser una repetición –con menos gracia- de lo ya visto anteriormente con Lucy McClane (auténtica hija de su padre). Un anodino McClane Jr. muy lejos de ganarse nuestra simpatía. El guión se esfuerza por recuperar ese factor humano /familiar especialmente significativo en las dos primera entregas, pero termina pasándose de la ralla con momentos íntimos de precario calado emocional que terminan culminando en un sonrojante desenlace pre-créditos finales. 
 
McClane ha sobrevivido a un asalto terrorista en un rascacielos y a otro en un aeropuerto; a una explosiva gincana por Nueva York y a un “caos total”.  Y al final quién ha acabado con él ha sido un inepto guionista de Hollywood.
Si esto fuera otra película de acción más de Bruce Willis no le daríamos tanta importancia, y menos ahora que el actor acumula una tontería tras otra (algunas yéndose directas al videoclub). Pero no. Se trata de una entrega de La Jungla y eso duele, y mucho. Hay que echar mano de la nostalgia y la benevolencia más transigente para darle el visto bueno a una burda secuela que entrega una diversión bajo mínimos y sin ápice alguno de emoción.
 
No se puede exprimir una saga hasta la saciedad. Tarde o temprano esto tenía que petar, y lo ha hecho ahora, después de cuatro estupendas entregas que ya quedan para el recuerdo.  McClane ha (sobre)vivido lo suyo y mucho más de lo que otros pueden presumir. Pero su tiempo se ha agotado, y tras esta mediocre y olvidable quinta entrega, su jubilación se me antoja harto obligada.
 
Desgraciadamente, ya hay planes para una sexta parte que, salvo milagro celestial, será el golpe de gracia de una saga vista para sentencia. Y es que lo bueno, no dura eternamente.

P.D.: Esto NO es James Bond. Esto es DIE HARD. He aquí el primer gran error del guionista.



Valoración personal:

viernes, 8 de febrero de 2013

“Gangster Squad (Brigada de élite)” (2012) - Ruben Fleischer


Bugsy Siegel, Meyer Lanski, Frank Costello, Arnold Rothstein, Lucky Luciano, Al Capone…  ¿Qué tienen en común todos estos señores? Pues que todos ellos fueron gángsters. 

Es evidente que  el Sr. Alphonse Capone es el más conocido por todos, dado que su fama ha transcendido a la cultura popular de forma mucho más contundente que otros de sus coetáneos. Los demás nos pueden sonar de oídas, ya sea gracias al cine o incluso a la televisión (a los que seguimos Boardwallk Empire no nos son desconocidos tipos como Lucky Luciano o Arnold Rothstein). No todos se han visto representados en el celuloide, pero algunos han inspirado también a gangsters de ficción (Al Capone a Tony Montana o Carlo Gambino a Vito Corleone) e incluso a personajes  de la literatura contemporánea (Arnold Rothstein  inspiró a F. Scott Fitzgerald para crear al Meyer Wolfsheimen de su famosa novela “El gran Gatsby”), por lo que sus vidas criminales siguen siendo una fuente inagotable de recursos a la hora de crear mafiosos icónicos.  

A esta lista debemos añadir ahora a Meyer Harris “Mickey” Cohen, un gángster de Los Ángeles que se convirtió en toda una celebridad internacional. Y dos son los proyectos que han surgido para contar su historia: uno de ellos es una inminente serie de televisión concebida por Frank Darabont y titulada “Lost Angels (antes conocida como L.A. Noir); y el otro es la película que nos ocupa.

Tampoco es la primera vez que Cohen se pasea por un plató de cine. Harvey Keitel lo encarnó en “Bugsy” y Paul Guilfoyle hizo lo propio en “L.A. Confidential”.

Los Ángeles, 1949. El despiadado rey de la mafia Mickey Cohen (Sean Penn) controla la ciudad a su antojo, beneficiándose de sus sucios negocios de drogas, armas, prostitución y, si se sale con la suya, de cualquier apuesta que se haga al oeste de Chicago. Todo ello con la impunidad de quién se rodea no sólo de matones a sueldo sino también de policías y políticos corruptos comprados a tal efecto. El único modo de pararle los pies: reunir a un pequeño grupo secreto de los adjuntos al Departamento de Policía de Los Ángeles para que actúe al margen de la ley y hagan pedazos el mundo de Cohen.

La película de Ruben Fleischer (Zombieland) se centra en la brigada secreta formada para acabar con el imperio de Mickey Cohen, dejando así la figura del gangster algo aparcada en lo que a protagonismo se refiere. Penn, a quién le viene el papel como anillo al dedo, tiene sus momentos de gloria para hacer lo suyo y lucirse en pantalla, pero el verdadero foco de atención son los buenos de esta historia, y en especial el líder de la brigada, el incorruptible  sargento John O’Mara (Josh Brolin), y su compañero Jerry Waters (Ryan Gosling), que inicia un peligroso triángulo amoroso con Grace Faraday (Emma Stone), la amante del gangster. 

 
Por otro lado, la brigada es tan y tan eficiente (salvo su primer tropiezo), que le resta parte de la grandeza que debería poseer el personaje de Cohen. Si no fuera por la intimidante interpretación de Penn, éste quedaría reducido a un criminal de poca monta incapaz de hacer frente a un grupito de recios policías. Y eso, por tanto, significa haber desaprovechado a un villano con muchas posibilidades.

El guionista toma como punto de partida  un exhaustivo libro de Paul Lieberman para, digamos, tomarse sus propias licencias artísticas. Cualquier parecido con la historia real de Mickey Choen probablemente sea fruto de la casualidad o de lo poco que habrá quedado del libro en el guión. En cualquier caso, eso lo de menos, ya que en el fondo de lo que se trata es de contarnos una buena historia, sea ésta o no verídica. Y lo cierto es que la idea de un escuadrón justiciero al margen de la ley resulta de lo más atractiva. Sin embargo…

Si los responsables pretendían convertir  “Ganster Squad” en un nuevo clásico del género gangsteril a la altura de “Los Intocables de Elliot Ness”, el resultado no se puede calificar de otro modo que de fallido. Si por el contrario sus pretensiones no iban más lejos de entregar un espídico producto de acción de época, entonces se gana el aprobado (no sin ciertos reparos).


Cada secuencia testosteronica desencadena la posterior, y así sucesivamente, por lo que la cinta se aguanta a base de tiroteos, hostias y demás explosiones de vibrante masculinidad. Las pausas dramáticas y de transición son puntuales y breves, consciente el director de que si alarga en exceso esos momentos la película se le hundiría por completo. El guión y los personajes son demasiado esquemáticos para sostener por sí solos todo el tinglado, por lo que el resto de condimentos actúan de generoso refuerzo a la hora de seducir al espectador y llevar el ritmo de la historia por buen camino. En ese sentido, la película logra entretener satisfactoriamente, para qué negarlo, pero la sensación que queda al final es que con esta trama y semejante plantel de actores se podía haber logrado algo más memorable que un simple y lujoso pasatiempos.


El uso –o abuso, según quién lo jugue- de la cámara lenta le confiere un potente estilo visual a la película, así como la estética casi deudora del cómic o el pulp le confieren un toque especial y distintivo con respecto a producciones similares. No obstante, estas bondades no son suficientes para dejarse embelesar por  un guión vacuo con aires de solemnidad (esa voz en off, esos discursos morales…), por lo que “Gangster Squad” entra a formar parte de esa larga  lista de filmes aceptables pero intrascendentes que no pasarán a la historia del género. Estos expendables de época están más cerca de “El imperio del mal” (Mobsters, 1991) que de “La brigada del sombrero” (Mullholland Falls, 1996).



Valoración personal:

viernes, 1 de febrero de 2013

“El último desafío” (2013) - Kim Ji-woon


Una breve aparición estelar en “Los mercenarios” supuso para Arnold Schwarzenegger su primera toma de contacto delante de las cámaras tras un largo periodo de inactividad. Y ahí nos dimos de bruces con la triste realidad: el tito Chuache estaba muy cascado. Demasiado.

Han sido casi diez años de su vida dedicados  por entero a la política como Gobernador de California, y durante ese tiempo alejado del cine, el austriaco no parece haber frecuentado mucho el gimnasio (todo un sacrilegio para un culturista de su talla). Y eso se nota, más aún cuando ya carga sobre sus espaldas 65 tacos. Nada que ver con su amigo Stallone, que con un año más encima se ha mantenido en buena forma y sigue asumiendo su rol de action-man con mucha dignidad.

No obstante, no podemos negar que ansiábamos su regreso, fuese en las condiciones que fuese. Sus cameos en la saga mercenaria nos han servido de aperitivo, pero queríamos más. Y “The Last Stand” es su primer intento de volver al ring para rememorar viejos tiempos y demostrar al público que aún puede seguir dando caña.

Gabriel Cortez (Eduardo Noriega), el más destacado capo del narcotráfico del hemisferio oeste, efectúa una espectacular y sanguinaria huida de un convoy penitenciario del FBI. Su objetivo inminente: cruzar la frontera hacia México.

Pero su ruta de huida pasa justo a través de la tranquila localidad fronteriza de Sommerton Junction, cuyo sheriff, Ray Owens (Arnold Schwarzenegger), está dispuesto a pararle los pies con la ayuda de su modesto equipo policial.

Podría haber optado por retomar alguno de sus papeles más legendarios en el cine (cosa que, se supone, hará en breve con Terminator 5 y Legend of Conan), o apostar por un blockbuster de alto de voltaje a la altura de su leyenda, pero lo cierto es que la vuelta de Arnold a la gran pantalla es algo más modesta y sigue un poco la estela desenfada y autoparódica de “Los mercenarios 2”.

En este caso nos encontramos con un viejo sheriff de pueblo  y sus ayudantes enfrentados a un grupo de mercenarios armados hasta los dientes que trabajan a sueldo para un importante narcotraficante. A priori, una batalla bastante desequilibrada en la que las apuestas estarían 10 a 1 en contra de los buenos de la película. Pero con lo que los malotes no contaban es que el viejo Ray Owens fuese un hueso duro de roer.


Owens abandonó la división de narcóticos del Departamento de Policía de Los Ángeles para trasladarse a Sommerton Junction, un lugar sin violencia ni apenas criminalidad en el que seguir ejerciendo su profesión sin asumir demasiados riesgos. Un sitio idóneo en el que vivir en paz hasta el día de su retiro. Pero antes de colgar la placa le espera un último e imprevisto desafío cuando, sin comerlo ni beberlo, se cruza en el camino hacia la libertad del peligroso Cortez. Un choque de trenes con la ciudad fronteriza como escenario de una bestial contienda en el que las balas silban por todas partes. 

Schwarzenegger encarna a Owens casi como si se de sí mismo se tratara, es decir, como un hombre viejo y experimentado al que aún le quedan ganas de dar guerra si la ocasión se lo exige. El actor no duda en burlarse de su edad, admitiendo en la ficción que ya no está para estos trotes. Pero la ley es la ley, y hay que hacerla cumplir, cueste lo que cueste.

Al más puro estilo del viejo oeste  y con ciertas reminiscencias a “El último pistolero” de John Wayne,  el sheriff Owens hace frente a los forajidos con el arsenal que tiene a mano y con la ayuda de su equipo y alguna que otra incorporación de última hora.  No son los SEALS, pero como comrpobaréis, se las apañan bastante bien.
  
Aunque los años no pasen en balde, Schwarzenegger sigue desprendiendo un carisma que llena la pantalla. Sin él, probablemente esto no dejaría de ser otra cinta de acción del montón (del videoclub), y eso aún estando detrás de las cámaras alguien como Kim Ji-woon, uno de los directores más aclamados del más reciente cine coreano. Claro que su debut en Hollywood es un producto meramente alimenticio; un trabajo de encargo impersonal y funcional con el que abrirse paso en la industria yanqui en busca de, supongo, proyectos futuros con más sustancia.

De todos modos, pese a la inevitable sensación de intrascendencia, la falta de ambición y escasas pretensiones de “El último desafío” juegan mucho a su favor dado lo poco en serio que se toma a sí misma. La acción es, en ocasiones, de lo más burra, pero lo mejor de la misma está en su enorme sentido del humor que roza, en ocasiones, lo gozosamente delirante (el momento de la abuela con su escopeta o las continuas –y divertidas, por raro que parezca- payasadas de Johnny Knoxville). Salvo sus ligeros y puntuales momentos dramáticos para darle algo de peso a la historia y convertir el desafío de Owens en una vendetta personal, el resto es un cachondeo constante, y esa es su mayor baza. El guión es más simple que el mecanismo de un botijo, pero el director controla muy bien el tempo narrativo y consigue ofrecer una cinta de acción trepidante y de lo más entretenida.


Su mayor lastre, sin embargo, es tener a Noriega en el rol de villano principal. El actor es un paquete, y queda en evidencia cada vez que abre la boca para soltar alguna de sus frases (bastante pobres, también hay que decirlo). Se supone que Cortez es un tipo duro y un vacilón, pero en manos de Noriega eso no hay quién se lo crea, y resulta risible. Puestos a contratar a un español para el papel de mexicano podrían haber pensado en Jordi Mollà, todo experto en la materia a la hora de encarnar narcos, y cuyo histrionismo exacerbado al menos nos habría proporcionado unas cuantas risas a su costa (y sin desentonar demasiado con el tono de la película).

Pero tranquilos, que no está todo perdido en ese aspecto, pues ahí tenemos al señor Peter Stormare para salvar la papeleta antagonista y subsanar tan tremendo error de casting.

El resto del reparto, de lo más variopinto (y con tres mozas de muy buen ver), cumple con su cometido y dejan que sea la estrella de la función quién se luzca. Dicho esto, podemos  constatar, sin discusión alguna, que Arnold ha vuelto. Puede que no sea un regreso por todo lo alto, pero el resultado es bastante más satisfactorio de lo que auguraban los tráilers (poco atractivos) y la deprimente acogida que ha tenido en la taquilla USA (a los tráilers me remito).

Para ser honestos, este tipo de productos tampoco venden como antaño, sea quién sea el action-man que se ponga delante. No hay más que echar una ojeada a las pobres cifras recaudatorias que manejan habitualmente las producciones de Jason Statham o Dwayne Johnson.  

Esperemos que la vuelta de Arnie no quede empañada por este pequeño tropezón y pueda seguir dándonos alegrías en esta segunda vida cinematográfica.



Valoración personal: