jueves, 26 de junio de 2014

Devoradores de cadáveres, del libro a la gran pantalla



Después del apabullante éxito que tuvo, en 1993, la adaptación cinematográfica de “Parque Jurásico”, Michael Crichton se convirtió en uno de los escritores más codiciados por la industria hollywoodiense. Y si bien en la década de los 70 ya se habían llevado al cine varias de sus novelas (algunas, como “El gran robo del tren”, dirigidas por él mismo), fue durante los 90 cuando su obra obtuvo un mayor reconocimiento reviviendo buena parte de la misma en el celuloide. Hasta un total de ocho de sus libros fueron adaptados a la gran pantalla entre 1993 y 1999, con resultados obviamente dispares (tanto en calidad como en recorrido comercial), pero siempre despertando un gran interés a su alrededor.

La última de esas novelas en ser adaptada fue “Devoradores de cadáveres”, que para tales menesteres fue bautizada bajo el título de “The 13th Warrior” (en España: “El guerrero nº13”) en honor al protagonista y narrador del relato.

El encargado de trasladar las aventuras de unos valientes y fieros vikingos enfrentados a un misterioso y maligno enemigo fue John McTiernan, todo un experto -y genuino artesano- en el cine de acción. McTiernan venía de rodar la última (y soberbia) entrega de la Jungla de Cristal, que supuso otro taquillazo en su carrera. En vista de eso y de su más que meritorio currículum, no cabe duda que para el estudio se trataba de una apuesta  segura. Y de hecho, a título personal, considero que así fue, aunque cueste discernir cuánto permaneció de McTiernan y cuánto añadió Crichton en una película que fue víctima de varios re-rodajes y re-ediciones hasta alcanzar el corte final.

Económicamente hablando ya es harina de otro costal, pues tras su decepcionante estreno en cines adquirió el dudoso honor de ser considerada como uno de los mayores fracasos taquilleros de los 90. Y quizás uno de los motivos de ese fracaso se debiera, en parte, a la mala prensa ocasionada por los negativos test-screenings que obtuvo el corte inicial del filme.


 La escasa aceptación en los pases previos indujo a Crichton a ocupar la silla de director y hacerse cargo de la re-edición de la película, añadiendo entre otras cosas un nuevo final y sustituyendo la banda sonora original compuesta por Graeme Revell por la -todo sea dicho, magnífica- partitura de Jerry Goldsmith, habitual colaborador en la filmografía del escritor/director californiano.

Estos cambios ocasionaron, cómo no, gastos adicionales en la post-producción y promoción del filme, originalmente presupuestado en 85 millones para terminar costando, según fuentes consultadas, unos 160. En consecuencia, hubo que prorrogar también su estreno en salas, no viendo la luz hasta dos años después de comenzar su producción en verano de 1997.

¿Cuán significativa fue la aportación (sin acreditar) de Crichton para con el resultado final de la película? Probablemente nunca obtengamos respuesta a esa pregunta. Durante un tiempo se llegó a lucubrar sobre la posible existencia  de un director’s cut, pero tal versión no ha existido nunca ni parece que vaya a existir jamás.

Por ese mismo motivo tampoco sabremos qué motivó el descontento del autor respecto al trabajo hecho por McTiernan. Lo que sí podemos hacer es, con el filme resultante en las manos, tratar de discernir las diferencias entre el libro y su adaptación. Diferencias que en realidad no son tantas o por lo menos no demasiado alarmantes.

Ya sea por la mano de McTiernan o por la de Crichton, hay que señalar que “El guerrero nª13” es, a grandes rasgos, bastante fiel a la novela que adapta. Es cierto que hay algún que otro cambio importante al respecto, pero esto es algo que sucede en toda adaptación, asumiendo que muchas de las licencias responden a decisiones creativas vinculadas exclusivamente al medio cinematográfico. Dicho de otro modo, y por el bien de la narración y del filme resultante,  la mayoría de veces resulta inevitable tomarse ciertas libertades. Los guionistas de la película así lo hicieron, y algunos de estos cambios son, en mi opinión, en beneficio del relato. Sirva de ejemplo, para empezar, el hecho de prescindir de traductor.


En la novela, nuestro protagonista, el árabe lbn –Fadlan, no entiende ni papa del idioma nórdico, como es lógico, por lo que necesita de alguien entre sus acompañantes que le traduzca lo que se habla a su alrededor, y que al mismo tiempo traduzca también sus palabras al resto del grupo. Esa función la realiza Herger (Dennis Storhøi en la película), nórdico con quién lbn –Fadlan entabla cierta amistad. Ambos personajes dialogan con frecuencia, a menudo siendo sus diálogos una ristra de preguntas-respuestas en las que Crichton evidencia el choque cultural entre ambos. La desaprobación de las costumbres y creencias por parte de lbn –Fadlan sobre sus compañeros escandinavos es constante a lo largo del viaje, así como la mofa y burla de éstos hacia él por lo que consideran preguntas y comportamientos estúpidos por su parte. Ibn- Fadlan considera a los vikingos unos tontos (sentimiento recíproco) y, en cuestiones de higiene, unos puercos.

Esto se resuelve en la película rápidamente haciendo que lbn –Fadlan, encarnado por Antonio Banderas, aprenda el idioma en cuestión de días (apenas unos minutos reales en pantalla) observando concienzudamente a los nórdicos. Así, los guionistas se cargan de un plumazo las funciones de Herger como traductor para agilizar el relato, ya que de otro modo hubiera ralentizado demasiado la narración, amén de resultar su uso cansino y repetitivo. Cierto es que resulta un poco increíble que el protagonista aprenda la lengua nórdica tan fácilmente, pero es una licencia artística que podemos llegar a perdonar.

Lo que no es tan perdonable es que por el camino se pierda bastante información acerca del análisis que Crichton plasma sobre las costumbres del pueblo escandinavo. Hay que hacer constar que el escritor se nutre del manuscrito que el cronista y viajero musulmán Ibn-Fadlan escribió hace más de mil años sobre sus experiencias y observaciones conviviendo con los vikingos del Volga. Se trata del relato testimonial más antiguo que se conoce sobre la vida y la sociedad de estas gentes del norte de Europa. Poco de este conocimiento se observa en la cinta, más allá de alguna que otra costumbre sobre su aseo o sobre el entierro de sus muertos (algo por lo que se pasa muy de puntillas). Se omiten también otros muchos detalles, como por ejemplo la actitud de aquellos hombres con respecto al sexo opuesto. Detalles, todos ellos, sacrificados en beneficio de la acción, ni más ni menos.

Pero tampoco es que el relato de Crichton sea la panacea en cuanto a rigor histórico, siendo éste bastante criticado por expertos tanto por la errónea representación de los wendol como Hombres de Neanderthal (que ni eran antropófagos ni se tiene constancia de que sobrevivieran a la última edad de hielo), como por la descripción incorrecta del rito funerario vikingo. Así que dicho esto, la ausencia de estos detalles representan un mal menor, al tiempo que se agradece que al menos McTiernan nos ahorre algunos de los tópicos que el cine ha inventado acerca de estos guerreros (ergo, ni rastro de cascos de prominentes cuernos).


Otra diferencia significativa entre libro y película atañe al carácter de lbn –Fadlan, quién en el filme es interpretado por Banderas como un diestro y valiente guerrero (aunque participe en la misión a desgana y en contra de su voluntad), mientras que en la novela es un hombre cobarde que apenas se involucra en los enfrentamientos contra los temidos wendol. Este cambio es una clara concesión de cara al espectador, para que éste pueda simpatizar con el héroe protagonista, cosa harto difícil que ocurra leyendo la novela.

El resto de la trama acontece más o menos en la línea de los hechos narrados en el libro, acortando no obstante muchos de sus pasajes.

Para la epopeya en la que se involucra el grupo protagonista, Crichton tomó como fuente de inspiración la leyenda de Beowulf, sustituyendo al troll Grendel, el monstruo que amenaza al reino de Hrothgar, por los wendol, una tribu de salvajes caníbales (algo así como los últimos vestigios del Hombre Neanderthal). El propio Beowufl vendría a encarnarse en la figura de Buliwyf, el gran héroe vikingo, así como su encuentro contra el dragón se escenifica en la secuencia del ataque de los wendol a caballo con sus llameantes antorchas (uno de los momentos culminantes de la cinta).


Con todo, la película tiende más hacia el mero espectáculo de evasión que al estudio casi antropológico del que hace gala el libro, el cual, aún dentro de un marco de ficción histórica, apuesta más por el tono documentalista que por el folletín novelesco. Para mi sorpresa, la prosa de Crichton es aquí algo errática y se muestra escasamente adornada, o menos de lo que debería tratándose de un relato de reminiscencias sobrenaturales. Quizás por ese motivo, y a título personal, me estimule más la película, que por otro lado es una más que decente adaptación y una estupenda cinta de aventuras. Otro gallo cantaría si una historia como la de “Devoradores de cadáveres” estuviese narrada por alguien como Robert E. Howard. En ese hipotético e improbable (por no decir imposible) caso, probablemente preferiría el libro.

jueves, 5 de junio de 2014

“X-Men: Días del futuro pasado” (2014) - Bryan Singer


El estreno, tres años atrás, de la magnífica “X-Men: Primera generación” supuso todo un soplo de aire fresco para una franquicia, la de las mutantes, que tras tres entregas y un spin-off necesitaba renovarse urgentemente… o morir. Por supuesto, Fox no iba a dejar que lo segundo ocurriera, así que decidió darle a la saga un nuevo rumbo por medio de una opción muy socorrida: la precuela.

Matthew Vaughn, director de corta pero notable filmografía, fue el elegido para encargarse de esta renovación. Vaughn  supo otorgarle a la película la personalidad necesaria para desvincularse de lo anteriormente visto sin por ello renunciar a la esencia del universo mutante (además de cascarse secuencias y planazos de aúpa). Al toque sesentero casi bondiano de esta película de orígenes se le unía un reparto repleto de caras nuevas que tenían por difícil misión hacernos olvidar a McKellen, Stewart  y cía. Y lo consiguieron. ¡Vaya si lo consiguieron! James McAvoy y Michael Fassbender hicieron suyos los personajes de Charles Xavier y Magneto, respectivamente, y en esta última entrega, frente a sus homónimos, vuelven a demostrarlo.

Si “X-Men: Primera generación” nos contaba, entre otras cosas, cómo se conocieron Xavier y Magneto, y cómo llegaron a ser buenos amigos para, finalmente, declararse eternos enemigos. Pues bien, aquí vuelve a ponerse de manifiesto aquello que tanto les une y a la vez les separa: la supervivencia de los mutantes. Cada uno persigue su objetivo de forma distinta. Mientras uno, Xavier, prefiere seguir la vía del diálogo para convivir en paz y harmonía con el resto de los mortales; el otro, Erik, prefiere optar por la supremacía de su especie por encima de los humanos. Esta batalla, presente desde la primera “X-Men”, ha llevado a ambos bandos a la autodestrucción.

“X-Men: Días del futuro pasado” nos traslada a un futuro lleno de tinieblas; un mundo oscuro y devastado en el que tanto los mutantes como los humanos son especies en peligro de extinción. ¿Los culpables? Los Centinelas, unas máquinas letales creadas por los humanos con el fin de exterminar a la raza mutante, y que para desgracia de todos se han convertido en los amos y señores del planeta. Los pocos supervivientes mutantes que quedan en pie han decidido unir fuerzas, y capitaneados por Xavier y Magneto, afrontan el último recurso que les queda para evitar tan fatídico destino: viajar al pasado y cambiar el curso de la historia.

Singer vuelve a tomar las riendas de una franquicia que es suya por derecho propio (aunque la abandonara a su suerte para fracasar estrepitosamente con su fallida “Superman Returns”). Su regreso significa la unión de dos conceptos: el renovador iniciado por Vaughn en First Class y el continuista de la saga madre, de modo que convergen en un mismo espacio (aunque no físico) los Xavier y Magneto de McAvoy /Stewart y Fassbender/McKellen. A estos se les une el sempiterno Lobezno, personaje predilecto de Singer y alma mater de la saga desde sus inicios. Y es que aquí, el mutante de las afiladas garras de adamantium vuelve a cobrar importancia en la trama para servir de nexo de unión entre pasado y futuro y, en consecuencia, compartir protagonismo con los jóvenes Xavier y Magneto, dos personajes que se verán obligados a firmar una tregua con el fin de evitar un destino fatal. Pero, ¿puede el futuro ser cambiado?


No hay duda que uno de los puntos fuertes de esta última entrega es la espectacularidad de sus escenas de acción, y el buen hacer que tiene Singer para con los personajes, quienes siempre se nos muestran vulnerables a cuanto les rodea. Personajes de carne y hueso que, pese a su superioridad física, deben asumir conflictos personales y morales como todo humano vulgar que se precie.

Quizás empieza a ser algo cansino que, tras cuatro películas, se vuelva a recurrir a la dualidad de Magneto como contrapunto a la causa mutante. Es decir, el continuo vaivén de cambios de bando (ahora lucho con vosotros; ahora lucho contra vosotros) suena ya algo repetitivo. En la anterior entrega estaba más que justificado para tratar de explicarnos el porqué de la enemistad entre  ambos personajes, amén de que el verdadero villano era Sebastian Shaw, el personaje que interpretaba Kevin Bacon. Aquí, sin embargo, se obligan a dividir el cauce de la trama a tres bandas, con Magneto por un lado, Mística por el otro y Lobezno, Xavier y cía por una tercera vía. Contando que además de vez en cuando el relato salta del pasado al futuro para extremar la sensación  de “ir a contrarreloj” que justifica la premisa de la cinta, al final el batiburrillo de elementos tiende a la sobrecarga.

Sin embargo, Singer lo compensa con buenas dosis de acción cada vez más imposibles (a la secuencia del estadio me remito), y momentos de intensidad dramática en los que se pone de manifiesto el triunfo de ésta saga por encima de otras muchas películas de superhéroes: la calidad en el tratamiento de sus personajes principales (en detrimento de una aportación casi insignificante de los personajes secundarios, relegados siempre a una mínima presencia en pantalla, cuando no a simples cameos). Y es que por muy potentorra que sea la pirotecnia desplegada, lo cierto es que al igual que su predecesora, “X-Men: Días del futuro pasado” es una película que funciona de maravilla aun cuando no hay mamporros ni superpoderes en pantalla. Y ese dice mucho de ella. Le falta la elegancia visual de Vaughn para los planos, pero de cara a lo demás, Singer demuestra haberle tomado el pulso a la franquicia desde el principio y no haberlo perdido en su ausencia. Por el contrario, se echa de menos un acercamiento más exhaustivo de ese nefasto futuro tan atractivo visualmente. Pero a fin de cuentas, como continuación de First Class que es, los Magneto y Xavier originales quedan relegados a un segundo plano.


Es por ello que esta nueva entrega se muestra como una más que digna sucesora de esa especie de “reinicio” de franquicia que supuso “First Class”. Película aquella que, a gusto de un servidor, sigue siendo la mejor y más redonda de todas cuantas se han hecho hasta ahora dentro del universo mutante. Pero aún a su sombra, “X-Men: Días del futuro pasado” tiene algo nuevo y viejo que ofrecer al espectador: el poder empezar casi de cero con todo lo transcurrido a lo largo de las, ahora ya sí, cinco películas.

Y es que el viaje en el tiempo de Logan origina una serie de cambios importantes que afectarán considerablemente a las entregas venideras (y muy probablemente también a la propia saga de Lobezno en solitario). Estos cambios miran de corregir, de algún modo, los errores cometidos en el pasado (sobre todo en “X-Men: La decisión final”), y cuadrar un poco el pifostio cronológico en el que el estudio se ha ido embarrullando a cada película.


A partir de este momento, Singer y cía tienen carta blanca para hacer lo que les plazca, pudiendo explorar nuevos horizontes con los mismos personajes de siempre (y otros nuevos) y crear otra línea temporal divergente y a la vez paralela a la franquicia original. El futuro de los mutantes está en sus (buenas) manos.



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