El estreno, tres años atrás, de la magnífica “X-Men: Primera
generación” supuso todo un soplo de aire fresco para una franquicia, la de las
mutantes, que tras tres entregas y un spin-off necesitaba renovarse
urgentemente… o morir. Por supuesto, Fox no iba a dejar que lo segundo ocurriera,
así que decidió darle a la saga un nuevo rumbo por medio de una opción muy
socorrida: la precuela.
Matthew Vaughn, director de corta pero notable filmografía, fue
el elegido para encargarse de esta renovación. Vaughn supo otorgarle a la película la personalidad
necesaria para desvincularse de lo anteriormente visto sin por ello renunciar a
la esencia del universo mutante (además de cascarse secuencias y planazos de
aúpa). Al toque sesentero casi bondiano de esta película de orígenes se le unía
un reparto repleto de caras nuevas que tenían por difícil misión hacernos
olvidar a McKellen, Stewart y cía. Y lo
consiguieron. ¡Vaya si lo consiguieron! James McAvoy y Michael Fassbender
hicieron suyos los personajes de Charles Xavier y Magneto, respectivamente, y
en esta última entrega, frente a sus homónimos, vuelven a demostrarlo.
Si “X-Men: Primera generación” nos contaba, entre otras
cosas, cómo se conocieron Xavier y Magneto, y cómo llegaron a ser buenos amigos
para, finalmente, declararse eternos enemigos. Pues bien, aquí vuelve a ponerse
de manifiesto aquello que tanto les une y a la vez les separa: la supervivencia
de los mutantes. Cada uno persigue su objetivo de forma distinta. Mientras uno,
Xavier, prefiere seguir la vía del diálogo para convivir en paz y harmonía con
el resto de los mortales; el otro, Erik, prefiere optar por la supremacía de su
especie por encima de los humanos. Esta batalla, presente desde la primera
“X-Men”, ha llevado a ambos bandos a la autodestrucción.
“X-Men: Días del futuro pasado” nos traslada a un futuro
lleno de tinieblas; un mundo oscuro y devastado en el que tanto los mutantes
como los humanos son especies en peligro de extinción. ¿Los culpables? Los
Centinelas, unas máquinas letales creadas por los humanos con el fin de
exterminar a la raza mutante, y que para desgracia de todos se han convertido
en los amos y señores del planeta. Los pocos supervivientes mutantes que quedan
en pie han decidido unir fuerzas, y capitaneados por Xavier y Magneto, afrontan
el último recurso que les queda para evitar tan fatídico destino: viajar al
pasado y cambiar el curso de la historia.
Singer vuelve a tomar
las riendas de una franquicia que es suya por derecho propio (aunque la
abandonara a su suerte para fracasar estrepitosamente con su fallida “Superman
Returns”). Su regreso significa la unión
de dos conceptos: el renovador iniciado por Vaughn en First Class y el continuista
de la saga madre, de modo que convergen en un mismo espacio (aunque no
físico) los Xavier y Magneto de McAvoy /Stewart y Fassbender/McKellen. A estos
se les une el sempiterno Lobezno, personaje predilecto de Singer y alma mater de
la saga desde sus inicios. Y es que aquí, el mutante de las afiladas garras de
adamantium vuelve a cobrar importancia en la trama para servir de nexo de unión
entre pasado y futuro y, en consecuencia, compartir protagonismo con los
jóvenes Xavier y Magneto, dos personajes que se verán obligados a firmar una
tregua con el fin de evitar un destino fatal. Pero, ¿puede el futuro ser
cambiado?
No hay duda que uno de los puntos fuertes de esta última
entrega es la espectacularidad de sus
escenas de acción, y el buen hacer que tiene Singer para con los
personajes, quienes siempre se nos muestran vulnerables a cuanto les rodea. Personajes de carne y hueso que, pese a
su superioridad física, deben asumir conflictos personales y morales como todo
humano vulgar que se precie.
Quizás empieza a ser algo cansino que, tras cuatro
películas, se vuelva a recurrir a la dualidad de Magneto como contrapunto a la
causa mutante. Es decir, el continuo vaivén de cambios de bando (ahora lucho
con vosotros; ahora lucho contra vosotros) suena ya algo repetitivo. En la
anterior entrega estaba más que justificado para tratar de explicarnos el
porqué de la enemistad entre ambos
personajes, amén de que el verdadero villano era Sebastian Shaw, el personaje
que interpretaba Kevin Bacon. Aquí, sin embargo, se obligan a dividir el cauce de la trama a tres bandas,
con Magneto por un lado, Mística por el otro y Lobezno, Xavier y cía por una
tercera vía. Contando que además de vez en cuando el relato salta del pasado al
futuro para extremar la sensación de “ir
a contrarreloj” que justifica la premisa de la cinta, al final el batiburrillo de elementos tiende a la sobrecarga.
Sin embargo, Singer lo compensa con buenas dosis de acción cada vez más imposibles (a la secuencia del
estadio me remito), y momentos de
intensidad dramática en los que se pone de manifiesto el triunfo de ésta
saga por encima de otras muchas películas de superhéroes: la calidad en el tratamiento de sus personajes principales (en
detrimento de una aportación casi insignificante de los personajes secundarios,
relegados siempre a una mínima presencia en pantalla, cuando no a simples
cameos). Y es que por muy potentorra que sea la pirotecnia desplegada, lo
cierto es que al igual que su predecesora, “X-Men: Días del futuro pasado” es una película que funciona de maravilla aun
cuando no hay mamporros ni superpoderes en pantalla. Y ese dice mucho de
ella. Le falta la elegancia visual de Vaughn para los planos, pero de cara a lo
demás, Singer demuestra haberle tomado
el pulso a la franquicia desde el principio y no haberlo perdido en su ausencia.
Por el contrario, se echa de menos un acercamiento más exhaustivo de ese
nefasto futuro tan atractivo visualmente. Pero a fin de cuentas, como
continuación de First Class que es, los Magneto y Xavier originales quedan
relegados a un segundo plano.
Es por ello que esta nueva entrega se muestra como una más
que digna sucesora de esa especie de “reinicio” de franquicia que supuso “First
Class”. Película aquella que, a gusto de un servidor, sigue siendo la mejor y
más redonda de todas cuantas se han hecho hasta ahora dentro del universo
mutante. Pero aún a su sombra, “X-Men: Días del futuro pasado” tiene algo nuevo
y viejo que ofrecer al espectador: el poder empezar casi de cero con todo lo transcurrido
a lo largo de las, ahora ya sí, cinco películas.
Y es que el viaje en el tiempo de Logan origina una serie de
cambios importantes que afectarán considerablemente a las entregas venideras (y
muy probablemente también a la propia saga de Lobezno en solitario). Estos
cambios miran de corregir, de algún modo, los errores cometidos en el pasado (sobre
todo en “X-Men: La decisión final”), y cuadrar un poco el pifostio cronológico
en el que el estudio se ha ido embarrullando a cada película.
A partir de este momento, Singer y cía tienen carta blanca
para hacer lo que les plazca, pudiendo explorar nuevos horizontes con los
mismos personajes de siempre (y otros nuevos) y crear otra línea temporal
divergente y a la vez paralela a la franquicia original. El futuro de los
mutantes está en sus (buenas) manos.
Valoración personal:
2 comentarios:
Bien! No esperaba menos después de Nueva Generación. A ver si me acerco a verla.
Me quedo con First Class, pero ésta tampoco decepciona.
Saludos ;)
Publicar un comentario