domingo, 30 de julio de 2017

“Spider-Man: Homecoming” (2017) – Jon Watts



Sinopsis oficial: Peter Parker (Tom Holland) comienza a experimentar su recién descubierta identidad como el superhéroe Spider-Man. Después de la experiencia vivida con los Vengadores, Peter regresa a casa, donde vive con su tía (Marisa Tomei). Bajo la atenta mirada de su mentor Tony Stark (Robert Downey Jr.), Peter intenta mantener una vida normal como cualquier joven de su edad, pero interrumpe en su rutina diaria el nuevo villano Vulture (Michael Keaton) y, con él, lo más importante de la vida de Peter comenzará a verse amenazado. 

Comentario:
Tras ser presentado al mundo con una breve pero llamativa aparición en “Capitán América: Civil War”, el nuevo Spider-Man regresa ahora con su propia película, la cual supone el segundo lavado de cara que recibe el personaje marvelita en cinco años.  Así pues, Tom Holland toma el relevo dejado –aunque lo más preciso sea decir arrebatado- por Andrew Garfield y se convierte en el actor más joven en encarnar al famoso trepamuros. Y es que mientras que Maguire y Garfield rozaban los treinta (27 y 29 respectivamente), Holland recién estrena los 21 añitos (tenía 20 durante el rodaje de Homecoming), lo cual encaja bastante mejor con el Peter Parker que asiste todavía al instituto (algo que también hacían los anteriores, claro, pero quizás con menor crediblidad). 

Aunque Peter no es el único que ha rejuvenecido. También lo ha hecho Tía May, que se ha quitado unos cuantos años de encima, perdiendo las canas por el camino y buena parte de las arrugas para convertirse en una cincuentona (sic) cañón de la mano de la bellísima Marisa Tomei.

Este nuevo reboot adquiere un matiz muy juvenil, con la mirada puesta en el cine ochentero de John Hugues (guiño incluido). Los dramas amorosos/familiares que siempre han acompañado al personaje aquí quedan reducidos al mínimo, cuando no eliminados de la ecuación, adquiriendo así todo el conjunto un tono mucho más ligero y lúdico. No es hasta bien avanzada la trama que la cosa se recrudece un poco, aunque nunca con la suficiente intensidad como para empañar la risueña diversión.

Las preocupaciones del protagonista pasan, pues, por intentar impresionar a su mentor, Tony Stark, y ganarse así un puesto entre Los Vengadores, sus mayores ídolos. Ésta se convierte en su mayor aspiración como Spider-Man, y en la obsesión que le llevará a asumir riesgos que pondrán en serio peligro su pellejo. Por otro lado, también está deseoso de conquistar a Liz (¿quién?), la guapa chica del instituto por la que pierde locamente  la cabeza. 

Lo cierto que es no deja de ser la historia de siempre: intentar lidiar la vida estudiantil de Peter Parker, un adolescente enamoradizo y empollón que sólo quiere pasar desapercibido; con la vida de Spider-Man, el justiciero enmascarado que lucha contra el crimen para hacer de su barrio, un lugar más seguro. Una doble vida que resulta difícil de manejar y que suele interferir, como ya es habitual, en el día a día de su alter ego.

Eso sí, aquí no hay ya ninguna “historia de orígenes” de por medio. Se menciona algo respecto, y es posible que se hable de ello en profundidad en futuras entregas, pero por ahora se considera asumido por el espectador y sin mayor relevancia. A fin de cuentas, ya nos conocemos el incidente al dedillo y contarlo por enésima vez habría sido un fastidio para todos.

Esto permite a los guionistas ir al grano, algo que también han decidido hacer con el malo de la película encarnado por Michael Keaton. Asistimos a su nacimiento nada más comenzar el film para, inmediatamente después, verle ya convertido en el  Buitre, un criminal que se está enriqueciendo a base de vender armamento de alta tecnología (alienígena) en el mercado negro. A partir de ahí, es sólo cuestión de minutos de que los caminos de héroe y villano se crucen y dé comienzo la enemistad que ha de conducirles a una épica y destructiva batalla final.

En resumidas cuentas, que este Spider-Man viene a ser el Spider-Man de siempre que todos ya conocemos. Y, no nos vamos a engañar, es también el que queremos ver. 



Quienes más cambios sufren, tanto de edad como de raza e incluso de personalidad, son el resto de personajes que le suelen acompañar en sus aventuras (no seré más concreto para no caer en el spoiler). En algunos casos, llegando incluso a resultar irreconocibles.

Obviamente, también resulta significativo, como rasgo distintivo respecto a sus predecesores, su fuerte conexión con el universo cinematográfico marvelita y, más concretamente, con uno de sus principales estandartes: Tony Stark. Y esto ha sido posible gracias al acuerdo (económico, of course, pero también creativo) entre ambos estudios, Sony y Marvel, para relanzar al personaje y darle vida más allá de su propia franquicia; convirtiéndolo, en un futuro inmediato, en otro miembro de los Vengadores, una plantilla que se ha ido incrementando sobremanera en los últimos años.

Un acuerdo que beneficia a ambas partes, pues Marvel recupera de algún modo a uno de sus buques insignia, pudiéndolo moldear a su antojo para encajarlo dentro de la Fase Tres de su ambicioso tinglado; y Sony porque mantiene los derechos sobre el personaje y puede seguir sacando provecho en las ingentes cantidades de dinero que éste genera no sólo con las películas, sino también con el incontable merchandising.

Los que de alguna manera hemos salido perdiendo (entre comillas) con este trato, somos los pocos (pero a mucha honra) que disfrutamos con el infravalorado Peter Parker/Spider-Man de Garfield y Webb, cuya historia ha quedado truncada e incompleta para siempre justo cuando se ponía más interesante (ver “The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro”). Ahora entiendo lo que sintieron los fans del Spider-Man de Raimi…

Y no es que Holland no resulte convincente, ni mucho menos. De hecho, tan siquiera observo excesivas diferencias entre su Homecoming y las películas de Marc Webb, más allá de ese marcado tono juvenil. De hecho, ambas quedan muy parejas en lo que al desenfadado humor y a la acción rocambolesca se refiere. 

No obstante, al estar esta última tan supeditada a Los Vengadores se le resta cierta identidad e individualidad al personaje, lo que hasta el momento era uno de sus pocos rasgos distintivos con respecto a otras franquicias superheroicas, conectadas la mayoría a un “supergrupo” (los X-Men, la Liga de la Justicia o los citados Vengadores; hasta Deadpool está muy ligado a los mutantes). 

Se echa de menos incluso una sintonía propia reconocible, más allá de reciclar la melodía de la serie clásica (guiño que también incluyó Webb en su secuela y que de nuevo agradecerán los más puristas/puretas) y la de los Vengadores. Aunque para ser justos, el Spidy de Garfield no la logró hasta la segunda entrega, e Iron Man hasta la tercera. Siendo éstos los afortunados, ya que el resto (Capitán América, Thor, etc.) carecen siquiera de ella.



VALORACIÓN PERSONAL 


domingo, 16 de julio de 2017

“La guerra del planeta de los simios” (2017) – Matt Reeves



Sinopsis oficial: César y sus monos son forzados a encarar un conflicto mortal contra un ejército de humanos liderado por un brutal coronel. Después de sufrir pérdidas enormes, César lucha con sus instintos más oscuros en una búsqueda por vengar a su especie. Cuando finalmente se encuentren, César y el Coronel protagonizarán una batalla que pondrá en juego el futuro de ambas especies y el del mismo planeta. 

Comentario:
Un cierre a la altura. La guinda del pastel de lo que ha venido a ser uno de los mejores reboots (terreno abonado de auténticos fiascos y/o decepciones) del cine comercial reciente. La resurrección a la gran pantalla de los simios de Pierre Boulle ha culminado en un punto y final épico y emotivo. Un digno desenlace que pone punto y final a la trilogía de los simios. Una trilogía para enmarcar.
Por lo pronto, cada uno de nosotros, o al menos los que hemos disfrutado de las tres entregas, tenderemos a elegir nuestra favorita. Una elección muy personal y, hasta cierto punto, difícil de argumentar, ya que el nivel de calidad ha sido bastante equitativo. Los matices emocionales no han menguado ni mucho menos, pese a lo que se podría pensar si tenemos en cuenta que ésta última aumenta, considerablemente, la cuota de pirotecnia. Algo por otra parte tan inevitable como legítimo. Y es que la guerra entre ambas razas se encuentra en su momento más decisivo. El vencedor será quién merezca reclamar el planeta, dejando a la otra especie en los albores de la extinción.

La humanización o, dicho de otro modo, la civilización de los simios ha ido en aumento progresivamente, al tiempo que los humanos se han ido convirtiendo en auténticos salvajes. ¿O quizás nunca dejaron de serlo?

La lucha de César ha sido siempre la misma: proteger a los suyos. Matar, si fuera necesario, para sobrevivir, pero mostrándose siempre magnánimo y  clemente. Nunca matar por matar. Nunca atacar por atacar, sino defenderse de los ataques.  César nunca ha buscado la guerra, sino todo lo contrario: se ha esforzado por alcanzar una convivencia pacífica entre las dos especies. Pero la guerra le ha perseguido hasta la puerta de su casa, y sólo él podía ponerle fin, de un modo u otro.

Su interacción con los humanos, no obstante, no ha sido siempre negativa o motivo de disputa. Desde su padre adoptivo humano (James Franco en la primera entrega), César ha tenido una relación especial y muy cercana a los humanos. En cada entrega, esa confraternización se ha ido mostrando a través de distintos personajes. En esta ocasión, se trata de una niña humana que aparece en el que probablemente sea el peor momento de su existencia como simio inteligente. Una relación que empieza distante, pero que poco a poco les va acercando ante la presencia de un enemigo común: el Coronel encarnado formidablemente por Woody Harrelson. Un individuo al que tampoco podemos considerar un simple villano al uso, como no lo fuera tampoco el personaje de Gary Oldman en su antecesora.

Como en todas las guerras, hay buenas personas y malas personas; personas con corazón y personas realmente malvadas. Pero no siempre es fácil discernir entre un bando bueno y un bando malo. Aquí ocurre algo parecido, aunque es de recibo que el espectador simpatice por defecto con los simios.


Aquí, tanto humanos como simios lo han pasado mal. Ha habido pérdidas por ambos lados. La historia empezó con un experimento fallido que se volvió en contra de los humanos, provocando su casi total aniquilación y convirtiendo el resultado de ese error en un enemigo al que combatir en una lucha despiadada por la supervivencia. Los simios inteligentes son producto de la arrogancia del ser humano y, en cierto sentido, son también su reflejo.  

Cuanto más civilizados se vuelven los simios, menos diferencias existen entre ambos. De hecho, están condenados a repetir sus mismos errores como ya vimos en el clásico indiscutible de Charlton Heston. Los simios serán los nuevos pobladores del planeta, la especie dominante, los amos y señores que, en su arrogancia heredada, no serán tampoco mejores que sus predecesores. Pero eso ya es otra historia, y sería avanzar acontecimientos.

Lo interesante aquí es, además de asistir a la explosiva y dramática resolución del conflicto originado en “El origen del planeta de los simios”, comprobar el modo en el que las piezas comienzan a encajar para que esta saga, concebida como precuela, se conecte directamente con el ya lejano film de 1968 (la nueva mutación del virus, el segundo hijo -Cornelius- de César, etc.). Amén de asistir nuevamente al extraordinario trabajo actoral (sí, actoral) de Andy Serkis como líder de los simios. Una labor que todavía no goza del reconocimiento que se merece. 

¿Por qué sí se valora al intérprete cuando le cubre un maquillaje real (protésis, máscara…) y no cuando se recurre al tratamiento digital? En ambos casos, existe una interpretación REAL detrás de todo ese maquillaje, sea éste físico o no. Sin Serkis no hay César, por mucho CGI que se precie. Él es César. El CGI ni le ayuda ni le suplanta, sino que completa su actuación. Así que esperemos que algún día los obtusos académicos se quiten la venda de los ojos y aprecien un trabajo que, a día de hoy, se ha vuelto imprescindible.


VALORACIÓN PERSONAL 
 

domingo, 9 de julio de 2017

“Baby Driver” (2017) - Edgar Wright


Sinopsis oficial: Baby (Ansel Elgort), un joven y talentoso conductor especializado en fugas, depende del ritmo de su banda sonora personal para ser el mejor en lo suyo. Cuando conoce a la chica de sus sueños (Lily James), Baby ve una oportunidad de abandonar su vida criminal y realizar una huida limpia. Pero después de ser forzado a trabajar para un jefe de una banda criminal (Kevin Spacey), deberá dar la cara cuando un golpe malogrado amenaza su vida, su amor y su libertad. 

Comentario:
La forzosa salida de Edgar Wright de “Ant-Man” fue un enorme bajón para todos, y no quiero ni imaginar lo que supuso para el cineasta, quien llevaba mucho tiempo implicado en el proyecto. Pero como se suele decir, cuando una puerta se cierra, otra se abre, y Wright acabó poniéndose manos a la obra con una idea que llevaba tiempo rondándole la cabeza: rodar una cinta de acción con persecuciones automovilísticas en la que la música fuera un componente clave. Y “Baby Driver” es el brillante resultado de esa idea.

La combinación de la música y la acción está calculada al milímetro. La precisión con la que ejecuta Wright estas trepidantes persecuciones al ritmo de las canciones que Baby, el habilidoso conductor al volante, escucha mientras conduce, es simple y llanamente espectacular. Pero no sólo las persecuciones funcionan al ritmo del compás de la música, sino también muchas otras escenas, logrando que los sonidos y las imágenes funcionen a la par, se fusionen y conformen una mezcla indivisible y fascinante.

La cinta es casi como un gran videoclip de poco menos de dos hora en el que se nos relata de la historia de un joven fuera de serie sobre las cuatro ruedas que, no obstante, no deja de ser un chico ingenuo y vulnerable. Aunque Baby sabe que lo que hace está mal, en cierto modo lo disfruta. Es su modo de vida, a pesar que no la haya elegido él. Sabe que tarde o temprano llegará el momento en el que pueda abandonar la senda del crimen. Pero salirse no es tan fácil, y las cosas se complican todavía más cuando conoce al amor de su vida.

 
Y es que “Baby Driver” es también una historia de amor. Probablemente algo irreal (o dicho de otro modo, “muy peliculera”), pero irresistiblemente cautivadora. Aunque más o menos sepamos de antemano como van a desarrollarse los acontecimientos dentro del entorno criminal creado alrededor del “chico conoce chica”, Wright se guarda un par de ases en la manga. Por un lado, rompiendo la previsibilidad de los eventos para con algunos de los personajes prototipo que emplea en la trama. De este modo, sus acciones llegan a sorprendernos y a dar un pequeño giro de guión tan inesperado como agradecido. 

Por otro lado, el final. Obviamente, no voy a desvelarlo aquí, pero sí diré que Wright evita caer en el desenlace excesivamente idílico, apostando por echarle unas gotas de realismo al asunto sin por ello sacrificar su encanto. Probablemente, incluso mejorándolo y haciéndolo algo más creíble.

“Baby Driver” se postula como una de las películas del verano. Refrescante, atrevida, imaginativa y repleta de ritmo. Con un personaje protagonista carismático, unos secundarios de lujo y un director/guionista que pisa a fondo el acelerador para dejarnos embelesados en la butaca. 


VALORACIÓN PERSONAL