Crítica Abraham Lincoln: Cazador de vampiros 2012 Timur
Bekmambetov
Probablemente el profesor Abraham Van Helsing sea el
cazavampiros más famoso de la historia al ser uno de los personajes clave de “Drácula”,
la popular novela de Bram Stoker, una clásico de la literatura en general y
vampírica en particular (y sin duda, una de los precursoras del género de vampiros junto a “Carmilla” de
Sheridan le Fanu).
Pero la literatura junto con el cine, el cómic o la
televisión nos han obsequiado con otro buen puñado de cazavampiros de todo tipo
y condición: desde jóvenes que aún cursan en el instituto (Buffy) hasta
vampiros vestidos de cuero y con gafas de sol (Blade), pasando por el anime y
su cazador de estilo cowboy (Vampire Hunter D). Incluso el mismísimo Jesucristo
(“Jesucristo, Cazador de Vampiros”, 2001) ha vuelto a la Tierra para enfrentarse
a estos seres de la noche.
Por eso no es de extrañar que ahora, en otra vuelta de
tuerca al género, se nos presente a Abraham Lincoln, el decimosexto presidente
de los Estados Unidos, como un
habilidoso cazavampiros.
Tras la muerte de su
madre a manos de un extraño asesino, el joven Abraham Lincoln (Benjamin
Walker) no tiene otra cosa en mente que
la venganza. Con el paso de los años, le llega por fin la oportunidad de
acometer tan ansiado objetivo. Sin embargo,
su intento se ve frustrado al descubrir que el hombre al que se enfrenta
es un monstruo o, para ser más exactos, un vampiro.
Antes de que el
verdugo se convierta en víctima, aparece en escena Henry Sturges (Dominic
Cooper), un experimentado cazador de
vampiros que terminará acogiendo a Lincoln para instruirlo en el arte de matar chupasangres.
Lincoln se convierte en un letal cazavampiros por obra y
gracia de Seth Grahame-Smith, autor de la obra homónima en la que se basa la
película y que a su vez firma el guión. Grahame-Smith es responsable también de transformar
“Orgullo y prejuicio” de Jane Austen en una novela de zombies. Precisamente,
“Orgullo y prejuicio y zombies”, como así se titula la susodicha, debió haber
sido la primera de sus obras en adaptarse a la gran pantalla, pero todos los
directores vinculados al proyecto pegaron la espantada, uno detrás de otro.
Mejor suerte parece haber tenido con esta libérrima –por
llamarla de alguna forma- biografía de Lincoln, amparada bajo la producción de
Tim Burton, para quién ya escribió el libreto de “Sombras tenebrosas”, y con un
presupuesto de 69 millones de dólares al servicio del hiperbólico Timur
Bekmambetov, responsable de la infame “Wanted – Se busca”.
Lo primero que choca al adentrarse en la película es la seriedad con la que afronta la historia.
Y es que con una premisa tan absurda (deliciosamente absurda, debo indicar), resulta curioso que se tome tan en serio a sí
misma en vez de tirar por el lado más cómico y paródico que propiciaría con
facilidad tal pastiche argumental.
Pero la historia que nos propone Grahame-Smith se impregna de un tono ciertamente
trascendental y melancólico, con un personaje principal al que le pesa como una
losa su deseo de venganza. Eso es lo que motiva su instrucción como cazador de
vampiros, algo que finalmente deviene en una parte fundamental e indivisible de
su vida como padre de familia y Presidente de los EE.UU.
La mezcla de realidad
y ficción resultante es tratada a partes desiguales. Datos personales reales
de Lincoln son omitidos o modificados (su primer matrimonio, sus cuatro
vástagos) a conveniencia de un trama
mucho más lineal y convencional, mientras que otros aspectos de carácter histórico,
político y social son aprovechados –en su mínima expresión, eso sí- para
contextualizar la historia fantástica del cazavampiros dentro de un entorno
verosímil.
Sobre cómo llegó Lincoln al poder y otros detalles clave de
su formación política son pasados por alto o tratados a muy grandes rasgos (sus
estudios en abogacía, por ejemplo) para no entorpecer lo que de verdad importa
aquí: su vida oculta como cazador de vampiros. Y es que al fin y al cabo, de
eso es de lo que trata la película.
Quizás la novela sea mucho más rigurosa y exhaustiva a la
hora de introducir el elemento vampírico dentro de la biografía del Presidente,
pero aquí todo queda resumido de la forma más simple para, básicamente, poder ofrecer
un espectáculo de acción al servicio de
la recargada pirotecnia de su director.
Que el protagonista se llame Abraham Lincoln es lo de menos.
Bien podría haberse llamado Perico el de los Palotes, y el resultado sería
exactamente el mismo, salvo que sin el discursito político final. Su
descabellado título no es más que una mera excusa para vender más
libros/entradas. De hecho, la mayor
parte del tiempo ni siquiera tenemos al presidente en acción, si no a su
versión juvenil.
Bekmambetov, que también ejerce de productor (ergo, tiene
vía libre), da rienda suelta a su imaginería visual para convertir “Abraham
Lincoln: Cazador de vampiros” en una
orgía de acción sin mesura. Tal circunstancia nos proporciona escenas de acción tan fantasiosas como
espectaculares que pueden ser degustadas con culposo placer (toda la parte
final en el tren), pero también momentos
tremendamente bochornosos que no hay retina -o cerebro- que los soporte (el enfrentamiento
entre Lincoln y el asesino de su madre en plena estampida de caballos; una
secuencia verdaderamente atroz).
La cámara lenta, los
ralentíes y demás virguerías visuales propias de Bekmambetov acaban por saturar
al espectador. No es que sean algo
negativo si se utilizan de forma ocasional, pero el director abusa de ello con pernicioso
descaro y llega un momento en que uno acaba bastante harto.
Eso no quita que las escenas
de lucha, así como las distintas cazas nocturnas de Lincoln, sean violentamente atractivas. Da gusto
también encontrarse con vampiros monstruosos y de grandes fauces, habida cuenta
de lo maltratado que ha sido el mito en los últimos años. Vampiros con muy
pocos escrúpulos que actúan en la sombra y que están perfectamente integrados
en la sociedad del siglo XIX.
El reparto funciona sin muchos alardes. Benjamin Walker y su
maquillaje dan el pego para encarnar tanto al Lincoln joven como al Lincoln
adulto y ya presidente. Y Rufus Sewell, que ya debe estar hasta la coronilla de
interpretar al villano de turno, pone el automático para encarnar al vampiro
jefe que tanto da por saco a nuestro protagonista. El resto (Anthony Mackie, Mary
Elizabeth Winstead, Marton Csokas, Jimmi Simpson…) acompañan sin hacer ruido,
aunque al personaje de Struges (Cooper) se le podría haber sacado más jugo.
Walker, por cierto, se da unos aires a Liam Neeson, actor
que optó al papel de Lincoln en el biopic que estrenará este año Steven Spielberg.
Y curiosamente, hizo de la versión adolescente de Neeson en la película
biográfica “Kinsey”.
En fin, parecidos aparte, lo cierto es que “Abraham Lincoln: Cazador de vampiros” es
una chuminada de serie A con espíritu de serie B que, de haberse tomado menos
en serio, igual hubiera sido más divertida. O no. En cualquier caso, un cóctel
bastante desigual. Visualmente potente y agotadora al mismo tiempo.
Claro que viniendo de quién viene (una especie de Paul W.S. Anderson
con sobredosis de anabolizantes), podría haber sido muchísimo peor (o al menos
eso es lo que un servidor se temía). Recomendada
sólo para ver en una tarde tonta sin nada mejor que hacer, y a ser posible de
alquiler.
P.D.: Como no podía ser de otra forma, la inefable Asylum
presenta su propia versión del blockbuster: Abraham Lincoln vs. Zombies. A ésta
mejor ni acercarse.
Valoración personal:
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