Pese a tener un pie en el videoclub, finalmente “Outlander” ha terminado estrenándose en nuestros cines, compartiendo cartel con grandes y ambiciosas superproducciones. Teniendo en cuenta su estrambótico argumento, su innegable condición de serie B y su ausencia de grandes estrellas de Hollywood, lo más seguro es que su taquilla sea de lo más discreta, mientras que las producciones antes citadas amansarán una buena suma de dinero con independencia de su calidad (visto lo visto, mucho más discutible que la de la cinta que nos ocupa)
La historia nos sitúa en Noruega, en plena era vikinga. Allí se estrella accidentalmente una nave espacial en cuyo interior viaja Kainan, un guerrero humanoide venido de otro mundo, junto a un pasajero no deseado, El Moorwen, una sanguinaria criatura alienígena. Después del accidente, el Moorwen escapa y empieza su particular matanza en este nuevo hábitat. Kainan, por su parte, es capturado por un grupo de rudos vikingos mientras trataba de dar caza a la dichosa criatura.
Aunque el primer contacto con los nórdicos no es lo amigable que uno podría desear, poco a poco Kainan se habituará a las nuevas compañías, tratando de advertirles del peligro que corren ante la presencia del Morween, y procurando formar con ellos un valiente grupo de guerreros que pueda, de una vez por todas, acabar con las masacres del temible alienígena.
Por supuesto, tal hazaña no será fácil y los vikingos deberán unir fuerzas con un clan rival para hacer frente común a la amenaza.
La propagandística coletilla de “del productor de El Señor de los Anillos” con el que se nos quiere vender Outlander puede hacer más daño que beneficio, pues los que esperen encontrar en ella una aventura épica de las dimensiones de la saga de Peter Jackson probablemente terminen muy decepcionados (e incluso se sentirán estafados). Para nada la historia ni las pretensiones de esta cinta se asemejan a la obra de Tolkien, ni en ningún momento lo pretenden, claro.
La mezcla de géneros siempre resulta fascinante para aquellos que disfrutamos de este tipo de producciones, si bien no siempre la mezcla funciona. En este caso, sus guionistas, Howard McCain (también director de la misma) y Dirk Blackman, han conseguido que el producto funcione apostando especialmente por la vertiente aventurera y fantástica de la historia.
Los elementos puramente de ciencia-ficción actúan de macguffin para desencadenar todos los hechos que acontecen en el film, y también sirven de complemento para encajar ciertas piezas de la trama (el origen del prota y de la bestia, y el odia que les vincula, por ejemplo) Por lo demás, la cinta se mueve en el ya hiperexplotado terreno de humanos contra bestia/s, destacando aquí, por encima de sus semejantes, el marco temporal en el que todo se desarrolla. Y es que tener a un grupo de vikingos haciendo frente a una criatura venida del espacio es, cuanto menos, interesante.
Para sorpresa de un servidor, Outlander no va a lo fácil, como uno podría pensar. Para que se entienda, no estamos ante una película de acción continua y sin apenas descanso, como podría ser, por ejemplo, esa joya del género titulada “Depredador”. Aquí el director se toma su tiempo para mostrarnos, entre ataque y ataque, los conflictos internos de los personajes. Obviamente, no es una cinta con una gran profundidad ni un alto contenido dramático, pero sí se toma la molestia de intentar implicarnos con los personajes. Y teniendo en cuenta que en cualquier momento, cualquiera de estos personajes - principales o secundarios- puede terminar en las fauces del bicharraco, pues siempre es punto a favor poder cogerles cierto aprecio, para que su muerte o su supervivencia por lo menos nos importe un mínimo.
En consecuencia, aquellos que esperan un film con acción en cantidades industriales podrán también sentirse algo insatisfechos. Si bien ya digo que acción tiene, aunque menos de la esperada para sus casi dos horas de duración.
Además de la cacería en sí misma, con su testosterona y su poquito de gore, hay lugar también para unas pinceladas de romanticismo -por parte del protagonista y la bella muchacha de turno- y de humor, éste a través del personaje de Boromir (Cliff Saunders).
En materia de efectos especiales, se puede decir que estos cumplen con su cometido, resultando convincente tanto el aspecto (y características) del Moorwin como su interacción con los personajes de carne y hueso. Es evidente que el presupuesto es limitado y por ello no siempre apreciamos al monstruo en todo su esplendor, así que sus apariciones son siempre de noche, aprovechando la escasa luz y el juego de sombras que esta permite.
El reparto es solvente, incluido el sosainas de Jim Caviezel, que aunque está falto de carisma y como héroe de acción no cuela mucho, almenos ofrece una actuación convincente (¡hasta sonríe y todo! ). La chica es Sophia Myles, que además de mona, actúa con soltura. Los secundarios resuelvan sin problemas su papeleta y John Hurt pone la nota de calidad al reparto. Lo único que se echa en falta es un mayor protagonismo de Ron Perlman, cuya presencia es más bien testimonial (y eso que es lo de los pocos que parece un vikingo de pura cepa)
Con un poquito de “El guerrero Nº13”, “Beowulf” y “Depredador” (sangre verde incluida), esta “Outlander” se las apaña suficientemente bien para ofrecer un eficaz y honesto entretenimiento, sin muchos alardes pero sí con cierto encanto. No es un peliculón, pero si un digno film de ciencia-ficción y aventuras, géneros que últimamente parecen haber caído en una alarmante decadencia (Pathfinder, Babylon A.D., etc.). Lo más probable es que contente a un reducido grupo de espectadores (amantes de la serie B, sobretodo) y disguste al resto, especialmente a los que ya su bizarro planteamiento les produce rechazo.