lunes, 16 de mayo de 2016

“Espías desde el cielo” (2016) – Gavin Hood



Sinopsis oficial: La coronel Katherine Powell (Helen Mirren), una oficial de la inteligencia militar británica, lidera una operación secreta para capturar a un grupo de terroristas en Nairobi, Kenia. Cuando se da cuenta que los terroristas están en una misión suicida, ella debe cambiar sus planes de 'capturar' por 'matar'. El piloto estadounidense de drones Steve Watts (Aaron Paul) recibe la orden de destruir el refugio donde se hallan los terroristas, pero una niña de nueve años ingresa en la zona donde podría ser herida.

La guerra a control remoto. Así es como se libran, en estos tiempos, buena parte de los conflictos de carácter bélico. Por supuesto, se siguen mandando soldados al campo de batalla, pero ahora esas maniobras se complementan con la ayuda de los drones de combate, también llamados UCAV (vehículo no tripulado de combate aéreo), variante del dron, usado en el ámbito militar y generalmente provistos de armamento (misiles de largo alcance).

El uso de estos aparatos permite al piloto controlarlo a distancia, evitando así poner en riesgo su vida en caso de que éste sea derribado por el enemigo. El dron puede ser utilizado de apoyo a las tropas en misiones de vigilancia (ser los ojos desde el aire de los soldados), espionaje o incluso abrir fuego contra un objetivo. En esta última situación es en la que nos sitúa la película de Gavin Hood (El juego de Ender, X-Men Orígenes: Lobezno), mostrándonos que detrás de ese dron hay una serie de personas, militares y cargos políticos, a cargo de supervisar la misión.

 En esta ocasión, la importancia de la misma hace indispensable seguir una serie de protocolos en los que intervienen un número de personas elevado. Con ello, la cinta no sólo nos acerca al piloto del dron, el brazo ejecutor,  sino que también nos permite hacernos una idea de la cadena de mandos existente en este tipo de operaciones, quedando expuestos los entresijos y tejemanejes de estas situaciones, y cuestionando ética y moralmente las decisiones que en ellas se toman. Decisiones que tienen consecuencias, en ocasiones, realmente trágicas. 

¿El fin justifica los medios? ¿Es ético arriesgar la vida de unas pocas personas para salvar la de muchas? Sin ir más lejos, y dejando a un lado la ficción, existe el caso real, en Afganistán, en el que unos drones identificaron erróneamente a un grupo de civiles como amenazas hostiles. Murieron más de diez civiles inocentes…


Los drones son máquinas. Pero estas máquinas las manejan personas y, como se suele decir, errar es humano. Y un error en el manejo de estos aparatos cuesta vidas humanas.
A raíz de estas circunstancias surge la polémica en cuanto a la legitimidad de su uso. Por otro lado, el hecho que circulen sobre nuestras cabezas sin nosotros siquiera saberlo, observándonos y grabándonos, supone también una clara violación a la intimidad.

La película que nos ocupa cuestiona la legitimidad del empleo de estos drones para acabar con vidas humanas. La situación que nos propone somete a los implicados a una dura decisión: acabar con una amenaza terrorista a costa de la vida de una niña inocente. Observaremos cómo, a lo largo del proceso, nadie quiere asumir dicha responsabilidad, y cómo se pasan la pelota uno a otro con tal de lavarse las manos en el asunto. Y es que a la mayoría de altos cargos que vemos en pantalla no les preocupa tanto la cuestionable a nivel moral que resulte su actuación, sino las consecuencians legales y políticas que ésta conlleva. O dicho de otro modo, les importa más los efectos colaterales que conlleve la que muerte de la niña, que la propia muerte de la niña en sí. 

La otra cara de la moneda la ofrecen los pilotos del dron, reacios éstos a seguir las órdenes de sus superiores cuando la vida de la pequeña entra en juego, e impotentes no sólo porque la decisión no depende de ellos, sino porque son quienes deben ejecutarla y cargar con el peso de la, llamémosla, “culpa indirecta”. Un acercamiento a la presión psicológica a la que son sometidos estos soldados, cuestión que Andrew Niccol trató en mayor profundidad  en “Good Kill”, película que nos acercaba a un piloto de drones (Ethan Hawke) y padre de familia que comienza a cuestionarse la moralidad de su trabajo. Y es que matar, aunque sea a “malas personas”, deja una huella imborrable que puede llegar a perturbar la mente y corroer el alma.


VALORACIÓN PERSONAL: 

No hay comentarios: