Casi cuarenta años son los que han transcurrido desde el
estreno de “El exorcista” de William Friedkin, y en todo este tiempo aún no me
he topado con una sola película de posesiones demoniacas/exorcismos que supere
o tan siquiera alcance el nivel de horror mostrado por este clásico
indiscutible del género. Y no será porque no se haya intentado...
Películas de misma índole las ha habido a patadas, pero es
difícil dar con alguna no ya que dé algo de canguelo (cosa que, a cierta edad o
madurez cinéfila, es casi imposible) sino que al menos logre sugestionarte lo suficiente
como para dejarte bien clavado en la butaca.
Mucho efectismo barato y poca chicha es lo que predomina en
el subgénero. Pero si tuviera que salvar
a alguna de la quema, probablemente elegiría “El exorcismo de Emily Rose” por
su habilidad para conjugar el terror con el drama judicial, aportando algo de
frescura a un tipo de películas que, su mayoría, están todas cortadas por el mismo
patrón (deudor del film de Friedkin, obviamente).
Tras los frustrados intentos de recientes producciones como
“El rito” (flojilla), “El último exorcismo” (mediocre) o incluso la española
“La posesión de Emma Evans” (horrible), llega ahora “The Possession”, que en
nuestras tierras trae de regalo la “original” coletilla “El origen del mal”.
Hace un año que Clyde
(Jeffrey Dean Morgan) y Stephanie
(Kyra Sedgwick) están divorciados. Durante
este tiempo, las dos hijas pequeñas que tiene en común viven con su madre y
pasan los fines de semana con su padre. En uno de sus días paternales, la
pequeña Emily (Natasha Calis) y su
padre hacen una parada en un mercadillo y compran, entre otras cosas para el
hogar, una extraña caja que enseguida atrae la mirada de Emily.
A partir de ese
momento, empezarán a producirse extraños sucesos que trastornarán por completo
el comportamiento de la niña.
Resulta un tanto insultante acercarse a una película de
terror sobrenatural que se presenta bajo la absurda artimaña de “Basada en hechos reales”. La frase, que se
atribuye siempre a films de estas a características con el fin de sugestionar
al espectador, suele producir a menudo el efecto contrario en aquellos que no
nos dejamos embaucar tan fácilmente. En este caso, para más inri, la idea surge
de un mero anuncio publicado en eBay en el que se subastaba una antigua caja de
madera que, supuestamente, contenía en su interior un dibbuk, un espíritu malvado de tradición judía.
A partir de ahí y sin saber cómo, ha surgido esta película,
la enésima propuesta de niña poseída
(¿por qué siempre son chicas?) por un
ser diabólico. ¿La novedad? La
procedencia judía del espíritu en vez del tan manido demonio de origen cristiano,
y que el punto de partida sea un objeto, aparentemente, inofensivo (la dichosa
caja). El resto, lo mismo de siempre y
sin nada especialmente destacable.
En realidad, todas las culturas y todas las religiones
tienen su propio catálogo de seres sobrenaturales. Tan sólo es cuestión de
rebuscar bien entre leyendas populares y libros de mitología para encontrar
buen material para una película de terror.
De cajas malditas o peligrosas tampoco anda corta la
cinematografía de género. Desde la Caja
de LaMarchand que usan los cenobitas de “Hellraser” hasta la caja con bóton
de “The Box”, pasando por la caja de los deseos de “Night Train”. Todas tienen
algo en común: deparan desgracias a sus propietarios.
En el caso que nos ocupa no se trata tanto de un objeto
maldito en sí mismo sino de un recipiente que contiene o, mejor dicho, retiene
a un espíritu maléfico. Evidentemente, abrir la caja significa liberar a dicho
ser, y eso trae consecuencias desastrosas para la inocente Emily, que pasa de
ser una niña cándida y preocupada por el mundo que le rodea a ser una cría triste,
antisocial y violenta.
La obsesión de Emily por la caja acaba levantando sospechas
en su padre (no es para menos), que tratará por otras vías menos convencionales
de ayudar a su hija antes de que sea demasiado tarde. Aunque en éstos casos
siempre me cuestiono el poco escepticismo de los protagonistas y cuán
“fácilmente” acaban aceptando “la posibilidad sobrenatural” como la causa de
todos sus males.
Bichos invadiendo hogares y cuerpos (¡puaj!), apariciones
demoníacas y escalofriantes (más o menos), padres muy sufridores y creyentes/practicantes
como último recurso para acabar con la bestia. El cóctel es el habitual y los
lugares que se transitan también. Hasta tenemos a la niña subida a un columpio
y echando malas miradas al personal, uno de las acciones más cliché del género
de terror.
Todo esto sería perfectamente viable sí, al menos, despertara emociones fuertes, pero salvo algunos momentos puntuales donde de
verdad el terror funciona por su sutileza, el resto es puro efectismo
intrascendente. Y eso aún reconociendo que uno de los momentos más significativamente
escalofriantes de la película (Emily, caja en mano, observando a la vieja en su
habitación) le debe el 50% de su efectividad a la estruendosa banda sonora de Anton
Sako.
En la dirección formal de Ole Bornedal hay cierta soltura
que, desde luego, permite que la cinta se haga, como mínimo, entretenida, si bien
los insertos de drama familiar para no hacer la propuesta tan aséptica son más
propios de un telefilme de sobremesa. Por otro lado, también se permite algún toque
de humor conscientemente paródico (la charla con el profesor universitario),
mientras que otros momentos resultan involuntariamente cómicos.
Algunos pasajes están al servicio de los caprichos del productor, un Sam Raimi obsesionado desde siempre con “cosas que entran y salen de la boca”, como así lo atestigua su “Arrástrame al infierno”, entre otras. Aquí las polillas entran y salen de Emily a su antojo, aunque no es lo único: la niña tiene un demonio dentro... Literalmente (el cartel así lo atestigua).
Bornedal, que sorprendió hace casi dos décadas con “El
vigilante nocturno” (del que asumió también su remake yanqui) vuelve a suelo
americano para dirigir un producto
bastante rutinario dentro de los cánones del cine de terror (poco importa
que el sacerdote sea católico o judío; su función en la trama es exactamente la
misma a la que nos tiene acostumbrados el subgénero). Una película de exorcismos que ni molesta ni entusiasma, y que
irremediablemente pasa a engrosar el abultado saco de “pelis del motón”.
Y me sabe especialmente mal por Jeffrey Dean Morgan, un
actor con mejor fortuna en el mundo televisivo (Sobrenatural o Magic City) que
en el cinematográfico, donde ya acumula demasiados trabajos ramplones.
Los minutos finales, por cierto, son de traca; ni en la
mejor “Destino final”.
Valoración personal:
7 comentarios:
Yo esperaba que fuera estandar, pero no tan poco efectiva. De todas formas ya la tengo en las candidatas del Festival de Sitges, siempre que no se me solape con otra más importante.
¿¿Se va a proyectar en Sitges habiéndose estrenado ya en salas comerciales??
No es algo habitual...
La película tiene sus momentos, pero es más de lo mismo y la cosa ya aburre un poco. Además algunas escenas provocan más bien risa.
Saludos ;)
Bueno, en la primera tanda de películas la anunciaron, otra cosa es que al final se caiga de la programación.
Bueno, lo dicho, si no se solapa...
Lo de la risa suele pasar, pero espero no llegue al nivel de Insidious.
Ya sabes lo que opino de Insidous ;)
Pues se me ha olvidado de que lado estabas.
Del lado más numeroso, osease, a favor xD
Vaya tela...XD...a mí me pareció horrible.
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