jueves, 28 de junio de 2012

Dylan Dog: Los muertos de la noche (2011) – Kevin Munroe

Crítica Dylan Dog: Dead of Night 2011 Kevin Munroe
Desde que Hollywood puso la mirada fija en los cómics, estos se han convertido en una fuente inagotable de ideas para los estudios de cine, quienes no dudan en llevar a la gran pantalla cualquier historieta que funcione medianamente bien en papel.  Los superhéroes son los que mayor provecho están sacando de esta moda, si bien el mundo del cómic es mucho más amplio que eso y abarca muchísimos géneros y también nacionalidades. Lo habitual es que  los estudios estadounidenses se centren en el mercado nacional, sin mirar mucho más allá de sus fronteras salvo raras excepciones como algunas adaptaciones manga (especialmente si constan de su versión anime, como Dragonball Evolution o Speed Racer), manhwa (cómic coreano, como la reciente El sicario de dios) o la adaptación a manoa de Steven Spielberg y Peter Jackson  de Tintín, famoso personaje del cómic francés. 

Hablando precisamente del cómic francés, éste sería el poco cómic europeo que no se encuentra tan huérfano de adaptaciones, dado que los franceses son bastante aficionados a trasladar –con pésimos resultados, todo sea dicho- sus propios personajes a la gran pantalla. Películas como “Los Dalton contra Lucky Luke” o la posterior “Lucky Luke”, “Blueberry: la experiencia secreta”,  “Adele y el misterio de la momia” o la saga protagonizada por Astérix y Obélix son buena prueba de ello. Y si no han sido los propios franceses los que han llevado a Tintín al cine ha sido simplemente porque Spielberg se hizo con los derechos del personaje hace ya muchos años.

Dicho esto, y aunque es muy probable que siga adaptándose más cómic americano que europeo, de vez en cuando podemos toparnos con alguna que otra excepción, como es el caso de la cinta que nos ocupa. 

Nueva Orleans. Dylan Dog (Brandon Routh) es un detective muy particular cuya especialidad han sido siempre los casos paranormales. Dylan ejercía como una especie de punto intermedio entre el mundo de lo humanos y el mundo de los monstruos (conocidos todos como no-muertos), encargándose de mantener en secreto la existencia de los segundos y procurando que éstos convivieran con absoluta normalidad y discreción junto a los humanos sin pasarse de la ralla. Pero tras una tragedia personal, el detective decidió apartarse de dicha tarea para centrarse en casos más mundanos (y humanos), como infidelidades o pequeñas estafas.

Sin embargo, un misterioso caso hará que Dylan salga de su retiro. El padre de su nueva cliente (Anita Briem) ha sido asesinado aparentemente por un hombre lobo, y Dylan, con la ayuda de su amigo Marcus Adams (Sam Huntington), tratará de descubrir quién ha sido y por qué. A partir de entonces, el joven detective y su ayudante tendrán que lidiar con vampiros, hombres lobo, zombies y con un monstruo venido del mismísimo Infierno.

La película adapta la serie de cómics italianos creados por Tiziano Sclavi y publicados en 1986 por la casa Sergio Bonelli Editorial. Se trata de un cómic de culto que ha sido traducido a multitud de idiomas y editado en varios países, por lo que una adaptación a la gran pantalla debería estar a la altura de las circunstancias. Desgraciadamente, no ha sido así.

Primero de todo hay que indicar que, a diferencia de muchas adaptaciones comiqueras recientes, esta “Dylan Dog: Dead of Night” no cuenta con una gran financiación detrás sino más bien todo lo contrario. Se estima que el presupuesto ronda los 20-30 millones de dólares, algo que para una cinta plagada de criaturas monstruosas se me antoja ciertamente insuficiente si detrás de la cámara no hay un profesional que sepa sacarle partido. 

Y no son pocas las veces que el cine de bajo presupuesto nos da mayores alegrías que los hiperpublicitados blockbusters de turno, pero lamentablemente ésta no es una de esas veces. Y es que la obra de Sclavi no podría haber caído en mayor desgracia

El protagonista de esta historia es Dylan Dog, un detective a lo Sam Spade pero de lo sobrenatural. De hecho, la propuesta bebe mucho de la novela negra y, por ende, del cine negro, por lo que no se duda tampoco en utilizar recursos habituales del género como la clásica voz en off, empleada aquí para ir narrando los pensamientos de Dylan a lo largo del metraje.


La trama se centra básicamente en la investigación que lleva a cabo el susodicho detective sobre el asesinato perpetrado por un hombre lobo, por lo que veremos al personaje deambular por la ciudad de un sitio a otro en busca de pistas. Obviamente, la particularidad de la cinta reside en ese contexto que la sitúa dentro de un mundo que coexiste junto al nuestro y que está plagado de criaturas que los humanos consideramos mitos, leyendas o pura fantasía.  

La mayoría de las sospechas recaen en un clan de hombres lobo cuyo patriarca es Gabriel (Peter Stormare), y en un grupo de “vampiros discotequeros” liderados por Vargas (Taye Diggs). Dos razas que, como no podría ser de otra forma, parecen estar enfrentadas. A partir de ahí, es cuestión de ir atando cabos hasta resolver el entuerto. Pero como ya digo, el resultado no acompaña para nada.

Uno de los principales escollos es la torpe dirección de Kevin Munroe, que aborda su segundo trabajo cuatros años después de llevar a cabo la fallida versión animada de las Tortugas Ninja (TMNT - Tortugas ninja jóvenes mutantes, 2007).  Munroe es incapaz de insuflarle algo de vida al relato, el cual está tan muerto como los zombies que aparecen en pantalla. 

Aunque la historia empieza de forma prometedora y el contexto sobrenatural en el que se desarrolla ésta resulta la mar de atrayente, el transcurso de la misma es bastante anodino, carente de ritmo y, sobre todo, carente de sentido del espectáculo. Si bien el misterio es el hilo conductor, el suspense brilla por su ausencia y los supuestos giros argumentales o golpes de efecto se ven a leguas, por lo que no causan el menor impacto en el espectador. Ahí quizás habría que echarle la culpa también al dúo de guionistas formado por Thomas Dean Donnelly y Joshua Oppenheimer, responsables de cosas como la infame “El sonido del trueno” (una de las peores películas que servidor ha tenido la desgracia de ver en una sala de cine) o el reciente reboot/remake de “Conan, el bárbaro”, uno de los mayores fiascos del año pasado.

Debo hacer constar mi absoluto desconocimiento acerca del cómic de Sclavi (y si no fuera por la película probablemente ni me sonaría el nombre de Dylan Dog), pero da la impresión que el mundo que recrea tiene muchas posibilidades y, sin embargo, nada de eso se plasma aquí. Salvando unos pocos destellos de ingenio (algunos diálogos con sorna o momentos puntuales como el de la tienda de piezas o el de la terapia de grupo para zombies), el guión carece de interés. Por no hablar del dañino montaje, cortando escenas de cualquier manera y con escaso aprecio por la continuidad narrativa. Ni tan siquiera las secuencias de acción resultan satisfactorias debido al escaso –por no decir nulo- sentido de la planificación de Munroe para rodarlas con dinamismo y atractivo visual. Tampoco ayuda mucho un diseño de producción y unos efectos especiales dignos de una película de videoclub.

Si acaso, es de agradecer que no se emplee en exceso el uso del ordenador y se opte por el maquillaje (de lo poco salvable de la película) y los trajes de goma y látex, porque cuando lo digital asoma la nariz (el enfrentamiento contra el monstruo final) el resultado es bastante deficiente.


Otro lastre insalvable que arrastra la película es su reparto, y muy especialmente su actor protagonista, el mediocre Brandon Routh. El que fuera el insulso Clark Kent/Superman en la ya de por sí decepcionante “Superman Returns” de Bryan Singer, sigue aquí demostrando sus carencias interpretativas con una acusada falta de expresividad, siendo incapaz de transmitir el dolor que siente su personaje por la pérdida de su amada (tranquilos, no es un spoiler), esbozar una sonrisa medianamente creíble o soltar los chascarrillos que le han escrito los guionistas con algo de gracia y/o estilo. Además, los atributos de Dylan Dog hacen de él un personaje carismático, pero Routh tiene el carisma de un ladrillo, y eso hunde por completo a este detective de lo sobrenatural.

Mejor parado sale Sam Huntington, quién curiosamente repite al lado de Routh después de interpretar a Jimmy Olsen, periodista del Daily Planet, en la citada película del hombre de acero. Su personaje es el del típico compañero graciosillo, y en él reside básicamente la vertiente humorística de la cinta. Al principio, Hutington despierta simpatía, pero llega un punto en que resulta un tanto cargante. Cuando eso ocurre empieza a recordar al Rob Schneider que acompañaba a Stallone en “Juez Dredd”; y eso, la verdad, no es muy buena señal.

Del resto de intérpretes apenas vale la pena decir nada. Diggs no impone lo más mínimo como villano, la chica (Briem) funciona prácticamente como mero florero la mayor parte del tiempo y el único que podría salvarse de la quema, Peter Stormare, tiende  aquí a la sobreactuación.

Lo cierto es que poco hay que salvar de esta película, pues si ya como entretenimiento deja bastante que desear, no quiero ni imaginar lo que debe suponer como adaptación de la obra de Sclavi. De hecho, para los que no la conocemos, esto se nos antoja más como una hermana barata, cutre e insípida de “Constantine”, que tampoco es que fuese para tirar cohetes, pero al menos era más entretenida.

P.D.: La película ha tardado algo más de un año en estrenarse en nuestras salas.



Valoración personal:

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy mala, completamente prescindible. Yo la vi por curiosidad hacia el personaje, pero seguramente no se le hace justicia.

saludos¡¡