Ralph es el malo de un
viejo videojuego de los años 80, y su trabajo consiste en destruir un edificio de apartamentos que
luego el héroe del juego, un tal ReparaFélix Jr., debe arreglar con su martillo
mágico. Pero Ralph está cansado de ser el malo; cansado de no tener derecho a
ganar medallas como Félix y cansado de ser repudiado por todos los demás,
excepto por los que son de su misma condición. Después de 30 años haciendo el tan
indecoroso trabajo por el que fue programado, Ralph
decide tomar las riendas de su vida, dejar de ser el villano y elegir su propio destino.
Por eso y para demostrarles a todos que él también puede ser un héroe, Ralph se lanza en un viaje a través de los distintos mundos y generaciones de videojuegos que pueblan la sala de recreativas.
Por eso y para demostrarles a todos que él también puede ser un héroe, Ralph se lanza en un viaje a través de los distintos mundos y generaciones de videojuegos que pueblan la sala de recreativas.
Poca duda
cabe que nos encontramos ante de una de
las cintas de animación más imaginativas de los últimos tiempos (y quizás
con la mejor del año). Tanto su original
premisa como su audaz desarrollo la convierten en un acierto mayúsculo por
parte de la compañía del ratón, que lleva ya unos años sorprendiendo con un
nivel de calidad que hasta el momento le era impropio. No olvidemos que sus
primeros pasos en la animación digital (Chicken
Little, Descubriendo a los Robinsons) no fueron especialmente brillantes,
siendo ampliamente superados por otros estudios; entre ellos, los amos y
señores del invento: Pixar. Claro que todo eso cambió cuando adquirieron la
compañía del flexo por nada menos que 7.400 millones de dólares (ya se sabe que
la máxima de Disney es “si no puedes con la competencia, ¡cómprala!”) y los
directivos creativos de éste pasaron a controlar ambos estudios de animación.
El salto de
calidad ya se notó con la estupenda “Bolt”. Luego llegó otra genialidad,
“Enredados”; y ahora “Rompe Raplh es la confirmación del buen (buenísimo)
estado de salud que goza la animación por ordenador de esta casa. Curiosamente,
a medida que Disney ha ido subiendo peldaños, Pixar los ha ido bajando, primero
con ese paso en falso que fue “Cars 2” (un mediocre caprichito de John
Lasseter; y esto lo dice un ferviente defensor de la primera entrega) y luego
con la reciente “Brave”, una película simpática pero muy lejos del nivel que
habitualmente nos suelen ofrecer. Y ya no es que uno le pida a gritos que nos
arranquen las lágrimas de nuevo (algo en lo que son expertos), pero sí una historia
más trabajada y no tan tontorrona (y mira que la cosa prometía…)
Pero
volvamos a Rompe Ralph, porque aquí nuestro protagonista es un grandullón
que está hasta la coronilla de ser el malo de la función, y que busca cambiar
su suerte para ganarse el respeto y el cariño del que ahora no goza.
Lamentablemente, cumplir su deseo no será nada fácil, y lo peor es que por el
camino causará grandes complicaciones al
mundo arcade del que forma parte.
Por el camino Ralph se redescubrirá a sí mismo y lo hará
viviendo la aventura de su vida, dándose cuenta de que hay cosas más importantes
y valiosas que ganar una medalla (véase la amistad, por ejemplo).
El periplo de nuestro protagonista pasa primero por meterse
en un moderno videojuego
de acción en primera persona (el clásico shooter, en el argot videojueguil) llamado “Hero’s Duty”, pero la mayor
parte de la acción transcurre en su siguiente parada: Sugar Rush, un videojuego de flamantes
coches de carreras que discurre en un mundo confeccionado a base de
dulces, lo que provoca en el espectador un ardiente y constante deseo de querer
llenarse la boca de golosinas y chucherías varias.
Y es que a imaginación
a la hora de recrear los escenarios y los distintos personajes es desbordante,
aunque la verdadera guinda del pastel son
las cuantiosas referencias al mundo de los videojuegos. Y las hay de todo
tipo: desde cameos de personajes icónicos (Sonic, Zangief, Pac-man) a juegos en
concreto (Street Fighter, Invasores del espacio, Come-Cocos), pasando por guiños
más generacionales (el joystick de Super Nintendo). Claro que en Sugar Rush también
se permiten hacer guiños alimenticios, especialmente los relacionados con la
comida que tanto gusta los críos (y a muchos mayores).
Esto convierte la película en un contenedor de “product
placement” de grandes proporciones, aunque es evidente que esa no es la
intención primordial (¿o sí?). En cualquier caso, el chute de nostalgia y el gustazo para el espectador que se ha criado
con juegos de 8bits no tiene precio.
En relación a esto último, resulta muy curioso –e ingenioso-
cómo los personajes pertenecientes a los juegos más antiguos presentan un
movimiento menos fluido que se corresponde con su movilidad dentro de su propio
juego. Los habitantes del edificio que es demolido continuamente por Ralph,
entre otros, parecen moverse a 15 fotogramas por segundo. Claro que con Ralph y
Félix eso no sucede… Y no es que sea un “fallo” estrictamente sino más bien una
pequeña licencia en beneficio de la película; para que los principales
protagonistas sean lo dinámicos que se les exige.
Pero para protagonistas, la picarona Vanellope, a
la que Ralph conoce en Sugar Rush. Otro personaje repudiado por sus compañeros,
pero por motivos distintos a los suyos. Entre ellos se establece una relación,
inicialmente, de conveniencia, pero poco a poco se irán cogiendo cariño
mutuamente, como era de esperar. Y eso que esta simpática muñequita es una adorable robaescenas
del copón.
Pese a las eventuales -e inevitables- concesiones humorísticas de cara a los más peques de la casa (gags de carácter bastante infantil), es el público adulto quién probablemente más disfrute de la amena y nostálgica diversión retro que nos propone “Rompe Ralph”. Y eso es gracias a la complicidad que se establece con nosotros desde el primer instante. Cierto es que se echa de menos una mayor variedad de escenarios teniendo en cuenta el abanico de posibilidades que ofrece la premisa, pero aún así la idea funciona de maravilla y los generosos guiños nos sacan amplias sonrisas a cada rato.
Pese a las eventuales -e inevitables- concesiones humorísticas de cara a los más peques de la casa (gags de carácter bastante infantil), es el público adulto quién probablemente más disfrute de la amena y nostálgica diversión retro que nos propone “Rompe Ralph”. Y eso es gracias a la complicidad que se establece con nosotros desde el primer instante. Cierto es que se echa de menos una mayor variedad de escenarios teniendo en cuenta el abanico de posibilidades que ofrece la premisa, pero aún así la idea funciona de maravilla y los generosos guiños nos sacan amplias sonrisas a cada rato.
Y
por suerte, esta vez tampoco hay que lamentar excesivos intrusismos en el
doblaje, el cual recae mayormente en nuestros honorables profesionales
(Coronado, que lo hace de pena, y el resto de “invitados” ajenos al mundillo se
limitan a soltar cuatro frases mal contadas).
P.D.:
Con tal de reforzar aún más las odiosas comparaciones con Pixar, la película
viene precedida por “Paperman”, un cortometraje que mezcla con mucho encanto animación
tradicional y digital. Una delicia en todos los aspectos.
P.D.2:
Lo peor es que a éste lo precede un abominable videoclip de un pandilla de detestables
justinbiebers españoles que, al parecer, son el grupo revelación del año (claro que sí…) y que han sido elegidos
para cantar una de las canciones de la banda sonora. Una tortura en todos los
aspectos.
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