Una vez asumido que un libro de apenas 300 páginas iba
convertirse, por obra y gracia de Peter Jackson y su equipo, en una nueva
trilogía de películas, tan sólo restaba esperar a que se estrenaran para
determinar si por lo menos el invento había valido la pena.
Al respecto, mucho opinarán que sí, que pese a las licencias
cometidas en “El Hobbit, un viaje inesperado”, Jackson ha devuelto a Tolkien a
la gran pantalla con el mismo acierto que tuvo con la saga de El Señor de los
Anillos (ESDLA). Para otros, en cambio, el regreso a la Tierra Media no podría
haber sido más decepcionante y lejano del esplendor de aquella primera y
maravillosa trilogía.
Como ya dije en su momento, ESDLA y El Hobbit no son lo mismo, pese a que ambas obras sitúen
sus acontecimientos en la Tierra Media e incluso compartan personajes. Mientras
que una es un épico relato fantástico de la eterna lucha del bien contra el mal,
la otra es un relato de fantasía a mucha menor escala. Resulta inevitable,
pues, que la majestuosidad de una empequeñezca la modestia de la otra. De cara
a su traslación al celuloide, el resultado es equiparable en magnitud, de modo
que le sea imposible a Jackson siquiera acercarse a la gran epopeya representada
en ESDLA.
No obstante, la intención del director parece haber sido la
de encontrar el equilibrio entre mantenerse fiel al espíritu más bien infantil del
cuento original de Tolkien, y desplegar la grandeza visual y emocional de la
trilogía precedente. Y si bien el
resultado queda lejos de la perfección, también lo está del fracaso.
Pese a los distintos defectos que se le puedan achacar a
estas dos primeras entregas, lo cierto es que volver a la Tierra Media es y
será siempre un placer del que sólo Jackson sabe hacernos disfrutar.
Muchos consideran que el director se ha limitado a
ofrecernos un “más de lo mismo”, pero de peor calidad. Ese “más de lo mismo”
es, precisamente, lo que uno debería esperar y desear encontrarse. De hecho, de
haber optado por algo diametralmente opuesto o bien muy diferente a lo visto
con anterioridad, los palos a Jackson le hubieran llovido igual o con mayor
saña. Si uno acude a las películas de El Hobbit buscando algo distinto, debo
indicarle que su predisposición es la incorrecta.

En cuanto a la calidad, obviamente eso ya es muy subjetivo,
y ahí es donde realmente uno es libre de considerar a esta nueva trilogía como
una pérdida de tiempo o como un regalo. En mi opinión, algunos de los errores cometidos en “El Hobbit, un viaje inesperado” se
solventan en “El Hobbit: La desolación de Smaug”, al mismo tiempo que se
cometen de nuevos. Ahora bien, considero que en ambas entregas las virtudes le ganan a la partida a los defectos,
especialmente en el film que nos ocupa, el cual logra ser mucho más disfrutable y entretenido que su predecesor.
Nos encontramos nuevamente con toda la trupe al completo
(Bilbo, Gandalf y los 13 enanos) justo en el lugar y en el momento en el que
nos dejó la anterior cinta, es decir, con nuestros amigos logrando librarse por
los pelos del enésimo ataque de los orcos, y más cerca ahora de su ansiado destino:
la Montaña Solitaria.
Aunque lo que reste de viaje no sean más que un puñado de
kilómetros, los peligros que acechan a nuestros protagonistas no son pocos. Los
orcos les siguen pisando los talones, y para llegar hasta la Montaña Solitaria
todavía tendrán que atravesar angostos caminos plagados de dificultades y
enemigos a los que combatir (atención a su desagradable tropiezo con unas
antipáticas y hambrientas arañas gigantes, parientes cercanas de Ela la araña).
Por ello, el viaje resulta esta vez mucho menos
monotemático. La diversidad de escenarios
y la aparición de nuevos personajes, algunos de ellos inéditos hasta el
momento (Tauriel, Bardo), permite insuflar
aires semirenovados a la saga. En ese sentido, el despliegue de medios
vuelve a ser impresionante, tanto en la recreación de los mencionados
escenarios (fantástica la Ciudad del Lago), que logran dar color y forma a los
lugares y ambientes descritos por Tolkien, como por el poderío visual que
Jackson impregna a las imágenes (siempre apoyándose, en parte, en la colosal
partitura de Howard Shore). Claro que la
joya de la corona en esta entrega es Smaug, el grandioso y magnífico dragón
que custodia el copioso tesoro robado a los enanos, y al que Benedict
Cumberbatch presta su grave y solemne voz.

Por contra, la construcción
de la trama a base a de virtuosas (y
algo aparatosas) set-pieces acrecenta,
en ocasiones, la sensación de estar
presenciando un mero videojuego; uno en el que los personajes van pasando
de un nivel de dificultad a otro hasta alcanzar el enfrentamiento con el final-boss de turno (en este caso, el
dragón Smaug). De ahí que la épica se traduzca más en una consecución de desbocadas secuencias de acción insertadas con el
único afán de prolongar nuestro asombro a lo largo de las casi tres horas de
metraje. Todo muy lícito, por supuesto, y es innegable que gracias a ello Jackson
consigue que el ritmo no decaiga nunca y se mantenga la intensidad y el vigor
de la aventura siempre en lo más alto. Pero en el camino se sacrifica la parte más
emocional de la historia, visible ésta tan sólo en breves instantes de la
narración.
Otro escollo insalvable, dado el concepto de “división” en
el que se fomenta la adaptación, es el hecho de que no presenciemos una
historia completa con su inicio, su nudo y su desenlace. De algún modo, la
imposibilidad de concluir la trama implica “simular” esas partes para que la sensación
al término de la proyección no sea de satisfacción incompleta. Esto es algo que
se consigue a medias, pues justo en el desenlace es cuando se alcanza el mayor
clímax de la cinta y cuando, de repente, todo termina en un enorme coitus interruptus.
Del mismo modo ocurría en ESDLA y en otras tantas
franquicias que deciden segmentar sus entregas en más de un capítulo. “El
Hobbit: La desolación de Smaug” es una parte del viaje que se inició con “El
Hobbit, un viaje inesperado” y ha de terminar con “El Hobbit: Partida y regreso”,
por lo que esa sensación es común a todas las entregas. De todos modos, se
trata de un escollo ya asumido antes de entrar en la sala, y por tanto de menor
importancia.
De cara a la tercera y última entrega, poco quedará que
desgranar del cuento adaptado, por lo que será más bien la película que sirva
de puente definitivo entre esta trilogía y ESDLA, cuyos acontecimientos son
cronológicamente posteriores. Ya en ésta hace acto de presencia un viejo
conocido que a más de uno pondrá los pelos de punta, y no me refiero al hierático
de Légolas.
Mientras tanto, nos queda disfrutar de esta imperfecta pero muy entretenida y divertida
montaña de rusa que es “El Hobbit: La desolación de Smaug”. Aventuras al
más puro estilo Peter Jackson, tanto para lo bueno como para lo malo.
Valoración personal: