Afamado productor y director de más de una treintena de títulos (en su mayoría westerns y films de terror), William Castle se hizo todo un nombre en la industria del cine gracias a sus producciones de bajo presupuesto. En la línea de un Roger Corman, combinando sus habituales labores como director con las de productor, elaboró productos de serie de B de forma rápida, barata y eficaz, lo que le hizo ganarse una notable reputación. Aunque si algo le hizo realmente famoso, fueron sus revolucionarias (entre comillas) e imaginativas triquiñuelas publicitarias.
Con tal de llamar la atención de la prensa y, por ende, del
potencial espectador, y conseguir una repercusión añadida a sus estrenos, Castle
hurdía una serie de trucos para la proyección de sus películas. Todo empezó con
su primer film como productor, “Macabre”, para la cual dispuso enfermeras y
coches fúnebres aparcados fuera de las salas de cine, e hizo que con cada
entrada se entregara un seguro de vida (con una póliza de 1.000 dólares) en
caso de que el espectador muriera de miedo durante el visionado de dicha película.
“Macabre” fue todo un éxito y Castle no dudó en recurrir a
toda una variedad de trucos (no siempre tan efectivos) para sus siguientes
proyectos, y que iban desde hacer flotar un esqueleto frente a la pantalla
durante los últimos minutos de “House on Haunted Hill”(1959) a incluso hacer
partícipe a la audiencia del destino final del villano en “Sr. Sardonicus”
(1961), entregándole así al espectador una tarjeta con un pulgar que brillaba
en la oscuridad y que éste podía mantener hacia arriba o hacia abajo para
decidir si el señor Sardonicus se libraba o no de la muerte (curiosamente, el
público jamás fue clemente con el personaje, por lo que el final alternativo
nunca llegó a proyectarse).
La figura de Castle, con sus simpáticos e ingeniosos trucos,
fue indirectamente homenajeada por Joe Dante en “Matinee”, uno de sus films más
personales y reivindicables. Y es que pese a la abundancia de títulos, algunos
de ellos muy competentes e incluso convertidos ahora en clásicos del género
(véase House on Haunted Hill, de la que se hizo un olvidable remake a finales
de los 90), la fama de Castle se ha reducido casi siempre a esta anecdótica
particularidad, la cual ha sido imitada a posteriori por otros cineastas y
productores.
La película que nos ocupa, “Strait-Jacket”, dirigida por el
propio Castle y conocida por nuestras tierras como “El caso de Lucy Harbin”, no
se libró tampoco del uso estos trucos, y a la entrada de los cines los
espectadores fueron obsequiados con pequeñas hachas de cartón. Por qué hachas,
os preguntaréis. Pues porque como bien muestra el cartel de la película, ésta
es la brutal arma homicida que emplea nuestra asesina protagonista.
La historia comienza
cuando Lucy Harbin llega a casa y encuentra a su marido acostado en la cama con
su amante. En un salvaje arrebato de furia, Lucy agarra el hacha que emplean
para cortar madera y decapita a ambos en presencia de Carol, su hija pequeña.
Tras 20 años encerrada en un hospital psiquiátrico, Lucy es dada de alta y
enviada a vivir con su hermano Bill y su cuñada Emily, quienes se hicieron
cargo de la pequeña Carol en ausencia de sus padres.
El difícil encuentro
con una Carol ya adulta y el doloroso recuerdo de los terribles actos del
pasado, perturban el bienestar mental de Lucy, evidenciando que quizás no esté
del todo recuperada y que, en el peor de los casos, pueda retomar sus viejas
costumbres asesinas.
Quizás no tan conocida como “House on Haunted Hill”, y sí
más denostada por parte de la crítica que aquella, lo cierto es que “El caso de
Lucy Harbin” es uno de los trabajos más
sugerentes y notables del William Castle director. Lo que de algún modo
demuestra que las mejores obras no son siempre las que perduran en el recuerdo del
colectivo cinéfilo.
Rodada en blanco y negro y con un presupuesto visiblemente
modesto, la cinta está protagonizada por una sesentona Joan Crawford en el papel de la “demente” Lucy
Harbin. Crawford fue una de las pocas estrellas (de las más importantes y mejor
pagadas) del cine mudo que sobrevivió a la aparición del sonoro. Por aquella época
(los 60), sus años de gloria habían quedado atrás, si bien aún pudo retrasar un poco más su
retirada del cine prestándose a cintas como ésta. Para algunas actrices de su edad, como Barbara
Stanwyck o Bette Davis (con la que coincidiría en la popular “¿Qué fue de Baby Jane?”, un
hecho insólito teniendo en cuenta la consabida mala relación que existía entre ambas),
el género de terror o el thriller supusieron una nueva vía de escape para
seguir manteniendo a flote sus carreras. A estas cintas, frecuentes durante los
60 y 70, se las conocía coloquialmente como psicho-biddy,
hag horror o Grande
Dame Guignol, siendo su principal característica el estar protagonizadas
por peligrosas y mentalmente inestables mujeres de edad avanzada.
En ese sentido, Crawford
consigue en este psico-drama toda una
prodigiosa composición que despierta en el espectador distintos y encontrados sentimientos
hacia su personaje. Desde la inquietud y repugnancia por sus violentos asesinatos
o la desaprobación por sus coqueteos con el prometido de su hija, hasta la lástima
y la compasión que nos evoca cuando se nos muestra como una corriente e
indefensa anciana.
La angustia y sufrimiento constantes de Lucy van mermando
paulatinamente sus esfuerzos por mantenerse en un estado mental saludable. Es
tanto el miedo a sucumbir a una recaída para quienes la rodean (su hija, su
hermano, su médico…) como para ella misma. Más aún cuando las circunstancias a
las que se ve abocado su regreso se van enturbiando poco a poco a medida que
algunas personas empiezan a desaparecer…
Lo cierto es que el devenir de la trama sugiere una
aproximación bastante primeriza de la que a posteriori podrían a ser los sanguinarios
mecanismos del slasher. El guión del escritor y guionista Robert Bloch (más
conocido por ser el autor de la novela “Psicosis“) se guarda un as en la manga
de cara al desenlace; un golpe de efecto al que la habilidad de Castle tras la
cámara permite dotar de mayor credibilidad.
Prácticamente todas las decapitaciones que presenciamos
ocurren fuera de plano. Castle opta por sugerir antes que mostrar, aprovechándose
de un constante juego de sombras muy
apropiado y que responde, sin duda, al interés de éste por el buen funcionamiento
de los acontecimientos que concluyen la historia. Así es como el director se
permite manejar la atención del espectador a su antojo, convirtiendo en
imprevisible algo que, a día hoy y con tanto cine visto a nuestras espaldas,
resulta bastante más deducible.
La experiencia nos convierte en perros viejos, pero eso no
nos priva de disfrutar de una inquietante
y perturbadora serie B genuinamente camp. Un cinta que pese al paso del tiempo
aguanta bien el tipo y nos deja como legado una asesina absolutamente
desquiciada que bien merece un
recordatorio dentro de la galería de famosos homicidas del género.
Por otro lado, las últimas palabras de Lucy probablemente representen
mucho mejor que otras películas lo que es el verdadero “amor de madre”. Un desenlace perfecto. Y como guinda del pastel, un simpático detalle final con el
logo de Columbia alterado para la ocasión: tras el último plano, la dama de
la antorcha aparece decapitada, con la cabeza a los pies y sin llama en la
antorcha.
Una práctica, la de recrearse con el logo del estudio,
bastante habitual en nuestros días, pero poco frecuente en aquellos tiempos (y menos aún de forma tan sádica).
P.D.: No está de más añadir que al William Castle productor
le debemos todo un clásico del género: “Rosemary's Baby”, bautizada en
nuestro país con el desafortunado título de “La semilla del diablo”.
Valoración personal:
2 comentarios:
Pues la verdad es que no la conocía pero la tendré en cuenta porque por lo que comentas vale la pena darle un visionado.
Excelente reseña como siempre.
P.D.: Aquí en Argentina a Rosemary´s Baby la han traducido como "El Bebe de Rosemary". Se ve que fue una de las pocas cosas bien que hicimos, jaja.
Lo de las traducciones de los títulos en España son todo un show digno de análisis. Se han cometido -y se siguen cometiendo- verdaderas aberraciones en ese aspecto.
Me consta que en latinoamérica también hacen de las suyas en este tema. Supongo que es lo que nos toca sufrir a los hispanoparlantes.
Saludos ;)
Publicar un comentario