
Pero hay vida más allá de Leone, y hubo otros directores que
trataron, con mejor o peor fortuna, este subgénero. De entre todos ellos,
destacaría, a título personal, los otros dos “Sergios” del trío de ases del spaghetti
western: Sollima, con títulos como “Cara a cara” o “El halcón y la presa”; y
Corbucci, con “El gran silencio” y “Django”. Precisamente éste último filme
daría pie a una serie de producciones que poco o nada tenían que ver con la de
Corbucci, pero que se vendían mucho mejor al público si se incluía el nombre de
“Django” en el título. Y es que los italianos han sido siempre unos expertos a
la hora de vender falsas secuelas (y si no que se lo digan a “Terminator”, “Alien”,
“La noche de los muertos vivientes” y un sinfín más de superproducciones de
Hollywood afectadas por el exploitation italiano). Claro que en este caso, todo
quedaba en casa.
Tarantino, fan confeso del western y, sobre todo, del spaghetti, ha decidido, como buen conocedor
y admirador del mismo, contribuir a la causa tomando prestado el nombre de Django (y su
inconfundible sintonía) para rendirle su
particular homenaje al subgénero.
King Schultz
(Christoph Waltz), un cazarecompensas
alemán, se halla tras la pista de los peligrosos hermanos Brittle, pero sólo
Django (Jamie Foxx), un esclavo que
conoce a dichos hermanos, puede conducirlo hasta su recompensa. Schultz
adquiere a Django con la promesa de liberarlo una vez capturen a los Brittle:
vivos o muertos.
El éxito que obtienen
en su cometido convierte a Django en un hombre libre, pero ambos deciden no
separarse y seguir juntos su camino. Con el tiempo y la experiencia adquirida,
Django va perfeccionando su destreza con el revólver con un único objetivo:
encontrar y rescatar a Broomhilda (Kerry Washington), la esposa que perdió hace tiempo en el mercado de esclavos.
Tarantino ha sido
siempre un director muy personal e inclasificable. Antes que cineasta o
guionista es, como muchos otros currantes del medio, un cinéfilo empedernido, y
durante su juventud se nutrió de tantos y tan diversos referentes, que su cine
se ha convertido en una auténtica batidora de géneros y conceptos. Es por ello
que en esta ocasión no se iba a limitar
a rodar un simple spaghetti western
sino a su rodar SU propio spaghetti,
un conglomerado de referentes tanto clásicos como modernos que juguetean con el
subgénero a base de recuperar y tambalear sus más firmes cimientos. Y por eso
no ha de extrañarnos que el director tenga la osadía de encasquetarnos un tema
hiphopero en medio de un western, y que no sólo no moleste (pese a su evidente
anacronismo) sino que además sea recibido con los brazos abiertos. A fin de
cuentas, Tarantino es Tarantino, guste más o guste menos, y sabemos de sobra
que eso significa no tener que ceñirse a las reglas. Y es que a veces, las
reglas están también para saltárselas, y si te apellidas Tarantino, con más motivo
todavía.
En cualquier caso, tampoco hay que asustarse porque el
repertorio musical, además de permitirse foráneas inclusiones que van desde el
soul al funky, también hace las delicias del aficionado con piezas autóctonas del
imprescindible Ennio Morricone, entre otras joyitas –no tan conocidas- del
eurowestern. Una banda sonora que sirve de acompañante a una violenta (y exageradamente sangrienta, a veces incluso
demasiado) historia de venganzas, un
tema medianamente recurrente en la filmografía del director.
El personaje de Django evoluciona de impotente esclavo a
cazador implacable por una causa: recuperar a su mujer. Que Schultz se cruce en
su camino es toda una bendición. No sólo le instruye en el arte de matar y
cazar bandidos, sino que le otorga un bien muy preciado y escaso para el hombre
negro: la libertad. Y con esto último brazo el brazo, Django aviva la llama de
la esperanza y los deseos de volver a estrechar entre sus brazos a su amada,
una esclava ahora propiedad de Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), amo y señor
de la infame plantación “Candyland” (juego de palabras al canto).
Dos hombres y un destino. Dos cazarecompensas con distintas
motivaciones pero con un fin común: hacer justicia. Y un vil ricachón que no
sabe la que le espera… Y como telón de fondo, la esclavitud, tema tratado a
ratos con aspereza pese al tono desenfadado que recorre todo el metraje.
A caballo entre el
más sincero tributo y la más caprichosa y desvergonzada parodia, “Django
Desenadenado” deviene en un descacharrante
western con regusto blaxplotation
al que prácticamente no le tiembla el
pulso pese a su extensa duración, la cual resulta de lo más llevadera. Y si
bien no acusa de falta de ritmo, sí es cierto que en su último tramo rompe un
poco el ansiado clímax final. Justo en la cúspide del relato, tras un brutal
baño de sangre que hubiese firmado encantado el mismísimo Peckinpah (aunque a mí
me ha recordado más al apoteósico desenlace del Scarface de De Palma), la
historia vuelve a empezar, entre comillas, para deleitarnos luego con el
verdadero y definitivo final. Una pequeña parada en boxes que, al principio,
descoloca un poco, pero que enseguida nos vuelve a reenganchar a la trama casi
sin darnos cuenta. Y ese sería el mayor
“pero” que un servidor podría sacarle a lo que viene a ser uno de los grandes y más gratificantes divertimentos del pasado 2012
(uno al que tampoco le falta “fondo” para sostenerse en pie y dejarte huella). Un festival de referencias embutidas dentro
de un apetitoso marco, el western, y bajo el sello inconfundible de un
Tarantino en pleno forma y, por suerte, menos enamorado de sí mismo que de
costumbre (causa ésta de arruinar un film tan prometedor como Death Proof
para convertirlo un aburrido ejercicio de egocentrismo).
Un show en el que brillan especialmente unos magníficos Waltz y DiCaprio. El
primero, como el sarcástico Schultz, dando una lección de cómo comerse con
patatas al protagonista que da título a la película (un más que correcto –y
sobradamente chulesco- Jamie Foxx), con su condescendiente sonrisa y su agudo
dominio de la palabra; el segundo, en la piel del perverso Candie, soltándose la
melena por primera vez en mucho tiempo, dejando a un lado sus torturados y
trágicos personajes para divertirse con la hilarante e histriónica -en el mejor
sentido de la palabra- composición del villano de turno. Lástima que,
nuevamente, la Academia se haya vuelto a “olvidar” de él (cada día está más
cerca del Oscar Honorífico; o puede que ni eso).
Mención especial también para un divertidísimo Samuel L. Jackson, impertinente a la par que
sumiso esclavo que hace las veces de mano derecha y consejero de Candie. Su
personaje, a priori secundario, da mucho más juego del esperado.
Tarantino nutre su relato con momentos cómicos impagables (la secuencia de los sacos); con hipervitaminados tiroteos que alegran
la vista a todo fan de John Woo; con zooms
de cámara genuinamente setenteros que alimentan nuestro goce más retro; y
con flashbacks que, en su mayoría, sirven para dar a conocer los detalles más
dramáticos de la historia de Django. Los
eléctricos diálogos son serenos y no se andan por las ramas. Parece que
Tarantino ha madurado mucho como guionista en ese aspecto, y pese a que sus fans
más acérrimos echen de menos esos largos diálogos marca de la casa (y que casi
siempre resultaban, en mi opinión, superfluos o poco relevantes para el devenir
de la trama), es evidente que su ausencia, lejos de ser un defecto, juega en
beneficio de la narración. Las
perogrulladas (bien contraladas ya en “Malditos bastardos”) se quedan aparcadas
para dejar espacio a lo estrictamente necesario, sin que ningún diálogo o
palabra esté de más, y propiciando momentos
de gran intensidad (la acalorada cenita en la residencia de Candie).
El spaghetti western
–al estilo Tarantino- regresa a nuestras pantallas con más fuerza que nunca
para proporcionarnos dos horas y pico de sana diversión sin complejos, sin
ataduras y sin remilgos de ninguna clase. El “maldito bastardo” del far west ha llegado a la ciudad, y su
nombre es Django (la D es muda).
P.D.: El cameo de Franco Nero, el Django original, no podía
faltar. Luego hay pequeños papeles para Bruce Dern, Don Johnson, James Remar y
Jonah Hill. Aparece hasta Tom Savini (hay que estar atento para localizarlo), e
incluso el propio Tarantino (tan mal actor como siempre) se reserva sus minutos
gloria. A Zoe Bell, en cambio y si no ando equivocado, no le vemos más que los
ojos. La presencia del gran (ver Justified)
Walton Goggins sabe a poco en un rol previsto inicialmente para Kurt Russell.
Valoración personal: