Con ventas superiores a los siete millones de ejemplares y figurando durante años en las listas de los libros más vendidos, “La vida de Pi” de Yann Martel se convierte ahora en largometraje de la mano del director chino Ang Lee (Tigre y dragón, Brokeback Mountain), quién se sumerge por primera vez en el efecto estereoscópico.
Lee adapta una novela considerada, hasta el momento,
imposible de rodar. ¿Motivos? Quizás el hecho de transcurrir la mayor parte de
la historia a bordo de un bote salvavidas y que uno de sus principales
protagonistas sea un tigre de Bengala. Claro que a día de hoy no hay
prácticamente ningún obstáculo que no se pueda solventar a golpe de efectos
digitales. Y aquí éstos llenan la pantalla durante buena parte del extenso pero ameno metraje.
La historia comienza
en Montreal, cuando un joven escritor en busca de inspiración se encuentra con
Piscine Militor Patel (Irrfan Khan),
un hombre que podría contarle una historia verdaderamente increíble con la que llenar
las páginas de su próximo libro. ¿Y cuál
es esa historia? Pues la de cómo sobrevivió a un naufragio a bordo de un bote
salvavidas junto a un tigre de bengala (sic).
El encuentro entre el escritor y Piscine sirve a Lee para
utilizar al protagonista de esta historia como principal narrador de la misma,
lo que le permite efectuar de forma eventual pequeños saltos en el tiempo que nos devuelven
al presente y que permiten aligerar la monotonía del relato, al mismo tiempo
que se aprovecha para puntualizar en los pequeños detalles (lo que en primera
instancia ya se resuelve con el bien empleado recurso de la voz en off).
Antes que nada, Piscine nos cuenta que fue criado en
Pondicherry, la India, al lado de tigres, cebras, hipopótamos y otras exóticas
criaturas dado que su padre (Adil Hussain) era propietario de un zoológico. La
inquietud del joven le llevó a interesarse por la fe y la religión de distintas
culturas, desarrollando su propia teoría de la vida y de la naturaleza humana
(y animal) a través de un compendio de todas ellas. También nos cuenta, a
través de una simpática anécdota, de dónde viene su nombre y cómo acabó
adoptando la abreviatura de Pi.
A la edad de 17 años es cuando se ve obligado a abandonar su
país natal y dejar atrás a su primer amor. El negocio familiar está estancado y
sus padres deciden emigrar para conseguir una vida mejor. Para ello, se embarcan en un carguero japonés
dirección a Canadá, con todo el zoológico a cuestas para poder venderlo a un
nuevo propietario.
Desgraciadamente, el feroz temporal provoca el hundimiento
del carguero y sólo Pi logra sobrevivir a la catástrofe. Ahí es cuando empieza
su fantástica y gran aventura a bordo de un bote a la deriva en medio del
Océano Pacífico con un peculiar compañero de viaje: Richard Parker, un enorme
tigre de bengala más interesado en devorarle que en hacerle compañía.
Pi tiene que ingeniárselas de mil maneras para evitar acabar
entre las fauces del tigre sin tener que deshacerse de él. Y es que Pi no le
desea ningún mal al animal, por lo que tratará de amaestrarlo en medio del
desolador panorama, como si mantenerse con vida en un bote en medio de la
inmensidad del océano y hacer frente a las inclemencias del tiempo no fuera ya
suficiente martirio.
Al principio, la situación no aventura éxitos, pero poco a
poco se irá estableciendo una curiosa e inesperada relación entre ambos
náufragos. El hombre y la bestia juntos con un único fin: sobrevivir.
“La vida de Pi” es una
mágica y espectacular fábula cuyo mensaje (muy new age) puede calar mejor o
peor, pero que sin duda no dejará a nadie indiferente.
Lee ofrece una clase magistral de cómo aprovechar la
tecnología para contar una increíble historia con la que deleitar al
espectador. Su portentoso despliegue visual llena la pantalla de vivaz colorido y de
imágenes espectaculares, y los amantes del 3D seguramente vean
recompensados esos euros de más que paguen por la entrada.
A título personal, considero el tramo inicial algo pesado (y un tanto naïf), pero una vez
tenemos al Pi adolescente en escena (excelente trabajo del debutante Suraj
Sharma), la película toma un fuerte impulso y el ritmo ya no decae.
Pero lo mejor aún está por llegar, porque lo que realmente
deja huella es el tramo final; esos minutos en los que SPOILER -- nos revelan “la otra historia”, y todo lo que hemos
visto hasta el momento cobra un nuevo significado, mucho más profundo y cruel
de lo que nos imaginábamos.
Aunque en beneficio de un público mayoritario, se comete el
error de explicar demasiado las cosas… La
“explicación para bobos” en boca del escritor, quién repasa uno a uno los
animales y los identifica con las personas reales a bordo del bote, está de más.
No era necesaria. El relato de Pi nos lo deja todo suficientemente claro, pero
guionista y/o director no quisieron arriesgar y confiar en la perspicacia del
espectador, por lo que nos lo recalcan con una explicación sencillita y rapidita,
por si alguien no se ha enterado del carácter metafórico que se les otorgaba a
los animales. -- FIN SPOILER
En cualquier caso, el mensaje permanece. “La vida de Pi”
aboga por la fantasía como válvula de escape, por la necesidad de creer en lo
inconcebible para evadirnos de la realidad. Y no siempre de la misma manera ni
con el mismo fin (de ahí que al mensaje se le atribuyan también connotaciones
religiosas).
La historia de Pi es
un viaje físico, emocional y espiritual lleno de peligros, pero en dónde
también hay espacio para la esperanza. Una
aventura contra la todopoderosa madre naturaleza y contra la propia naturaleza
del hombre. Una fábula sobre la fe y sobre la condición humana.
P.D. Hay un gran trabajo detrás de la recreación digital del
tigre de bengala, tanto en su apariencia (generosamente realista) como en la
naturalidad de sus movimientos. Sin embargo, el ser conscientes que de no hay
tigre alguno delante del actor sino un mero efecto de ordenador (por lo menos
la mayor parte del tiempo), le resta
algo de emoción al relato.
Valoración personal:
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