John Carter (2012) – Andrew Stanton
Antes siquiera de que el término “ciencia-ficción” existiera
como tal (fue acuñado –o más bien popularizado- por Hugo Gernsback en 1926 con
la publicación de la revista
Amazing
Stories), la literatura contaba ya con autores que escribían relatos sobre
viajes fantásticos y mundos perdidos. Muchos de aquellos pioneros “involuntarios”
del género han gozado de una popularidad que se ha extendido hasta nuestros
días, y de ahí que hoy no nos resulten desconocidos nombres tales como Julio
Verne, H. G. Wells, Arthur Conan Doyle o Edgar Allan Poe, más conocido éste
último por sus relatos en el campo del horror. Sin embargo, aquellos autores
que surgieron con la sana vocación de crear obras para un mercado en plena
ebullición, encontraron en los
pulps
la vía perfecta para desplegar toda su imaginería literaria.
Los pulps fueron
publicaciones de pequeño tamaño y llamativas portadas a color impresas en papel
barato (confeccionado –y de ahí el nombre- en pulpa de madera o de celulosa)
que aparecieron a principios del siglo XIX y subsistieron hasta mediados del
mismo. Especializados en el relato y la historieta, estos magazines podían
adquirirse a un precio asequible gracias a su bajo coste de producción, y en
ellos se podían encontrar historias de todo tipo, si bien las que marcaron –y
proliferaron en- este soporte fueron precisamente las de corte fantástico. De
ahí que en cierto modo se haya considerado la “ficción pulp” como un género
(aglutinador de conceptos y autores) más que como un medio, que en el fondo es
lo que era.
A lo largo de esos cincuenta años, en estos pulps llegaron a
escribir, durante su primera etapa, autores de tan –a posteriori- reconocido
prestigio como H. P. Lovecraft o Robert E. Howard, y en siguientes incursiones
aclamados escritores de ciencia-ficción como Isaac Asimov, Philip K. Dick, Ray
Bradbury, Arthur C. Clarke, Frank Herbert o Robert A. Heinlein.
Una de las revistas precursoras fue The Argosy, a la cuál siguieron otras célebres como la ya citada Amazing Stories (que le inspiró a un
servidor para darle título a este humilde blog) o Astounding, su más directa rival en el mercado. Si bien estos dos
pulps se centraban en la temática de ciencia-ficción, también surgieron otros
que acogieron géneros como el terror (Weird
Tales) o el policiaco (Detective Tales), o que destacaron por contar las aventuras de heroicos personajes como
Doc Savage o The Shadow, quiénes llegaron a tener una segunda
vida en las viñetas (considerándose así como los padres o, mejor dicho, los
abuelos de los héroes y superhéroes actuales).
Dentro del pulp de ciencia-ficción
o fantaciencia, si aplicamos el término con el que se conocerían esas historias
a caballo entre la ci-fi y la fantasía épica, hallamos a uno de sus autores más
prolíficos: Edgar Rice Burroughs. Conocido por su más popular creación, ese
héroe ataviado únicamente con un taparrabos llamado Tarzán (que, al igual que
el Conan de Howard, germinó sucedáneos e imitadores varios; Ka-zar, Ki-Gor…),
Burroughs alimentó la imaginación de los jóvenes lectores de la época
escribiendo historias que transcurrían en lugares exóticos plagados de feroces
criaturas, de inhóspitos parajes, de valientes y hercúleos guerreros y de
exuberantes damiselas. Historias donde primaba la aventura pura y dura y cuyo
afán literario - el mismo que el de escritores coetáneos- no iba más allá que
el de proporcionar horas de entretenida y sana evasión. Así es como de su pluma
surgió el héroe John Carter, protagonista de esa “Serie marciana” formada por
once novelas ubicadas en un Marte ficticio llamado Barsoom.
La historia sigue a un veterano de guerra, el ex capitán John Carter (Taylor Kitsch), que tras esconderse en
una cueva huyendo de la implacable persecución de los indios es transportado de
forma inexplicable hasta Marte. Una vez allí, Carter se verá envuelto en un
conflicto de proporciones épicas con los habitantes del planeta, entre los que
se encuentran Tars Tarkas (Willem Dafoe) y la cautivante Princesa Dejah
Thoris (Lynn Collins). En un mundo al borde del colapso, Carter
redescubrirá su humanidad al advertir que la supervivencia de Barsoom y su
gente está en sus manos.
La obra de
Burroughs no sólo inspiró a escritores coetáneos y posteriores sino que influyó
sobremanera en el cómic, la televisión e incluso el cine. Quizás una de las
producciones más representativas acerca de la huella que John Carter ha dejado
en la cultura popular sea Star Wars, algo que el propio George Lucas ya ha
admitido en alguna ocasión. Tanto su saga como otras películas o seriales han
bebido a menudo de las mismas fuentes, y entre ellas se encuentra, por supuesto,
Burroughs. De ahí que en cierto sentido lo que nos muestra esta película no nos
resulte para nada novedoso. El cine se ha alimentado tanto de las aventuras de John
Carter, que llegada la hora de llevar al personaje a la gran pantalla, al
público le embarga una inevitable sensación a déjà vu. De hecho, no fueron
pocos los que, con la aparición de los primeros avances, tildaron al “John
Carter” de Disney de ser una burda copia o una mezcla de películas ya conocidas
como la ya nombrada Star Wars, Prince of Persia, Conan y un largo etcétera.
Algo similar le ocurrió hace unos años al Solomon Kane de Robert E. Howard,
cuyo primera aparición en cines llegó después de que Stephen Sommers se inspirara
en él para crear su “Van Helsing”, un fallido pupurrí entre el cazavampiros de
Bram Stoker y el Kane de Howard.
Lo que para muchos supone
un material original y admirable, para otros, desconocedores (y con todo el
derecho del mundo, por supuesto) de la obra precedente, no es más que otro
pastiche que suena a ya visto. Por ello a algunos nos duele que John Carter
haya tardado tanto en pasarse al celuloide, pero también es cierto que la
tecnología actual es la que ha permitido plasmar con mayor fidelidad y calidad aquél
mundo y aquellos seres que Burroughs concibió en su vasta imaginación.
Los impedimentos
técnicos, cuando no la estrechez de miras, es lo que han retrasado tanto la llegada
de un John Carter cinematográfico. En los años treinta hubo un primer intento
de llevar a cabo una adaptación en formato animado bajo el amparo de MGM, pero
el proyecto no llegó a cuajar por la falta de interés de los exhibidores. En la
década de los 50, el maestro del stop-motion Ray Harryhausen se mostraría interesado
en trasladar semejante material a la gran pantalla, pero no sería hasta treinta
años después, en los ochenta, cuando los productores Mario Kassar y Andrew G.
Vajna (Acorralado, Desafío total) se hicieron con los derechos para Walt
Disney Pictures con la idea de producir una cinta que supuestamente tenía a Tom
Cruise en la piel John Carter y al artesano John McTiernan en la silla de
director. Obviamente, jamás vio la luz.
El momento en el
que más cerca estuvo de hacerse realidad fue en 2005, cuando el proyecto recayó
en Paramount y en las manos de Jon Favreau tras pasar por las de Robert
Rodríguez y las de Kerry Conran (
Sky Captain y el mundo del mañana). Sin
embargo, el estudio no renovó los derechos, prefiriendo decantarse por la
franquicia de Star Trek con J.J. Abrams a la cabeza, y Favreu acabó retirándose
y recogiendo los bártulos para irse con Marvel a rodar su primer gran éxito, “
IronMan”.
Esto nos lleva a
2007, cuando Disney recupera de nuevo los derechos y se anuncia a bombo y
platillo que Pixar debutará en el campo de la acción real dejando la dirección
de John Carter a cargo de un hombre de la casa, Andrew Stanton (Buscando a
Nemo, Wall-E). A muchos se nos pusieron los dientes largos y empezamos a
salivar con la idea de que el estudio del flexo fuera el responsable de tal
hazaña. Pero cuál fue la sorpresa que con los primeros afiches de la película
no había rastro de mención alguna a Pixar, quedando de ésta tan sólo el nombre
del director como única conexión con el estudio y presentándose al mundo una
superproducción genuinamente Disney. Por el camino, además, el título perdería
el “de Marte” para quedarse en un escueto “John Carter” (que suena más a biopic
que a cinta de aventuras). Esto último me disgustó sobremanera, si bien tras el
visionado de la película reconozco que el recorte ha quedado bien justificado.
Digamos que Carter se gana el apelativo en el transcurso de los acontecimientos
que tienen lugar en esta primera –y probablemente única- película.
El filme de Stanton
aborda el nacimiento del héroe haciendo acopio tanto de su primera aparición
literaria en “Una princesa de Marte” como de su continuación, “Los dioses de
Marte” (toda la parte relacionada con los Therns), lo que le ha permitido a
Stanton y a su equipo de guionistas confeccionar un guión con el que rellenar
ciertos recovecos que encerraba el universo marciano de Burroughs. Así es como
el viaje de Carter de la Tierra a Marte goza aquí de una explicación que a su
vez está ligada a uno de los elementos clave de la trama. Estos pequeños
detalles, tomados más a la ligera en la fuente literaria, están aquí más
mimados.
La fusión de ambas
novelas, no obstante, resta protagonismo a algunos personajes que acompañaban
la primera aventura de Carter. Sarkoja, por ejemplo, un ser despreciable y de
lengua viperina relegado aquí a un papel muy secundario, o el personaje
encarnado por James Purefoy, Kantos Kan, que podría haber dado más juego como
aliado de Carter y Dejah Thoris, quiénes ejercen finalmente como principales pilares
de la historia junto a Sola y Tars Tharkas.
De todos modos, mi
pretensión nos ni mucho la de realizar una exhaustiva comparación entre novela
y adaptación. En primer lugar, porque no creo que lo necesite, valiéndose
perfectamente de un juicio exclusivamente cinematográfica por mi parte para juzgarla
como el entretenimiento que es; y en segundo lugar porque no tengo dichas
novelas frescas en la memoria y no quisiera que mi memoria pez me jugara una
mala pasada que me dejara en evidencia.
Lo que sí me veo
obligado a apuntar es la redefinición y actualización de dichos personajes.
Carter pasa de ser un orgulloso confederado a un ex soldado buscador de oro
resentido con su pasado militar y su gobierno por culpa de una tragedia del
pasado, lo que le otorga algo de fondo al héroe, emparentándose en ocasiones
con el no menos habitual rol de antihéroe. Claro que las reticencias iniciales de
Carter a ayudar a los demás duran lo que su consciencia es capaz de aguantar
sin sentir la necesidad de hacer lo que debe, ya sea por ética como por amor. Y
es que el público siempre busca, en este tipo de historias, al héroe de nobles
valores, y no iba ser Disney quién no se lo diese.
Dejando de lado el
look melenudo, lo cierto es que físicamente Taylor Kitch da el perfil de John
Carter, si bien no es un actor que desborde demasiado carisma y eso hace que el
personaje se resienta poco, pese a los vanos intentos de los guionistas por
introducir líneas jocosas en sus diálogos que lo hagan parecer un héroe más
socarrón.
Por su parte, Dejah
Thoris es toda una mujer de armas tomar en consonancia con la mujer moderna. De
la arcaica damisela en apuros pasamos ahora a una princesa marciana guerrera y
que sabe valerse por sí misma. Tampoco luce tan ligerita de ropa como Burroughs
la describió (“… completamente desnuda, excepto sus ornamentos muy bien
forjados…”), algo que ya era de esperar tratándose de una superproducción
de corte familiar. No obstante, a nivel físico se ajusta al prototipo imaginado
y descrito por Burroughs, con su espléndida cabellera negra como el tizón, su
piel de un tono rojizo como el cobre, de rostro extremadamente bello (mérito
aquí a la abrumadora belleza natural de Lynn Collins) y de facciones exquisitas
y magníficamente delineadas.
Dejah Thoris
es la princesa de Helium, ciudad poblada
por la raza humanoide de Barsoom (conocida como los Marcianos Rojos) y que está
en constante conflicto con sus semejantes de la ciudad de Zodanga. Y John
Carter se verá envuelto en medio de esta guerra al tiempo que intenta ganarse
la confianza de otra de las razas pobladoras de este extraño Marte: los Tharks,
unas gigantescas criaturas verdes provistas de un par de brazos a cada lado del
cuerpo y de unos largos colmillos inferiores que sobresalen amenazantes de sus
fauces.
La recreación de
estos eres, así como la de otras formidables criaturas que hacen acto de
presencia en la película (los grandes monos grises del coliseo Thark; el
simpático y veloz Whoola, esa especie de fiel perro guardián que acompaña a
Carter a todas partes) están perfectamente recreados por ordenador, si bien
tampoco estamos ante la anunciada “revolución tecnológica” que tanto quisieron
vendernos durante la preproducción del proyecto. Y es que tras la aparición de
Avatar, que mostró una notable mejoría técnica en el campo de la motion capture
(un tema del que ya hablé en su día en la respectiva crítica de la película),
algunos estudios como Disney han fanfarroneado con la posibilidad de superar su
CGI o su 3D. Tras la fallida intentona con Tron Legacy, “John Carter” iba a ser “la nueva Avatar” en
materia de efectos especiales, y aunque el resultado es meritorio (faltaría más
teniendo en cuenta que se han gastado 250 millones de dólares), no hay
sensación alguna que de esto sea el cacareado no va más.
De todos modos, es
evidente que el trabajo visual y el diseño de producción son una de las grandes
bazas de esta película, sino la única. El problema de filme de Disney reside en
que no se le saca todo el provecho a los elementos de los que se dispone, y pese
a contar con un universo idóneo, la película es, en cierto modo, muy poco
espectacular. Su impacto reside en el despliegue virtual, pero no goza de la
representación adecuada para dejarnos boquiabiertos ni para hacernos vibrar en
la butaca. Al poco acierto en la dirección de actores de Stanton se une su
falta de dinamismo y su pobre ejecución de las secuencias de acción.
La espectacularidad
de John Carter reside en lo que muestra pero no en cómo lo muestra, es decir,
en los increíbles monstruos y las esplendorosas naves, pero no en cómo se
utilizan éstos. El universo creado por
Burroughs brinda un espacio único para el desarrollo de atractivas batallas y
lujosas escenas de acción, pero Stanton no alcanza nunca ese cénit.
La tan promocionada
secuencia de Carter peleando con dos grandes monos grises se queda en nada y
menos, así como los distintos enfrentamientos entre Carter y los Tharks o entre
éstos y los marcianos rojos terminan sabiendo a poco. La acción, que se
concentra principalmente al principio y al final del metraje (dejando el
espacio intermedio algo huérfano de altos picos de adrenalina), es llamativa
pero escasamente contundente. La película está falta de épica (por mucha
enfatización que intente otorgarle Michael Giacchino a través de su notable
banda sonora), falta de verdadera emoción pulp que nos haga desear vivir una
aventura similar a la de John Carter. Se puede decir que logra entretener pero
no cautivar, y quizás ese sea el motivo por el cual tuvo una tibia acogida
entre el público, la mayor parte del cual no se mostró excesivamente entusiasta
con el resultado. Las cifras no han acompañado a “John Carter”, que sufrió un
decepcionante recibimiento en suelo americano y una mejor aceptación en el
extranjero (sobre todo en Australia y en países europeos como España, Francia,
Alemania, Reino Unido y Russia) que, sin embargo, no la salvan del descalabro
económico.
Disney ha invertido
demasiado dinero en la adaptación de unas novelas centenarias que muy pocos
conocen. No es lo mismo adaptar a Burroughs (cuyo famoso personaje es Tarzán y
no Carter) que adaptar algo como Harry Potter, que cuenta con legiones de fans
por todo el mundo. Tampoco ha habido ninguna estrella de la lista A (un Hugh
Jackman o un Brad Pitt, por ejemplo) que tire del carro para atraer a las masas
a las salas de cine y, lo que es peor, durante la promoción todo sonaba a ya
visto, lo que ha hecho despertar muy poco interés en el espectador potencial de
la película. Amén de que el tono familiar en ocasiones deriva en lo infantil,
algo que no le ha beneficiado nada.
De todos modos, no
siempre existen motivos que justifiquen un fracaso, y en este caso no hay
ninguno en particular que apoye en demasía el palo que ha recibido John Carter.
Es cierto que no ha contentado como debía y que no es la gran película de
aventuras que se esperaba y que debía haber sido, pero antes que ella se han
estrenado producciones muchísimo peores que, sin embargo, han acabado arrasando
en taquilla (al lector se le ocurrirán buenos ejemplos, así que no es necesario
que servidor los cite). Por esa razón creo que el trato que ha recibido el
“John Carter” de Disney es algo injusto.
El estudio anunció
unas pérdidas de alrededor de 200 millones de dólares, lo que ha dejado al
filme de Stanton sin posibilidad alguna de conocer una secuela. Y es una
verdadera lástima porque el universo de escribió Burroughs tiene mucho
potencial en pantalla y se le podría sacar todo el jugo en futuras continuaciones,
siempre y cuando estuvieran a los mandos de un equipo capacitado para ello (el
detalle más curioso de esta adaptación ha sido, a mi juicio, el mezclar
realidad y ficción, convirtiendo a Burroughs en un personaje más de la
película).
Un servidor desea sumergirse
en más aventuras con sabor pulp, desea ver y conocer más sobre Barsoom, desea volver
a encontrarse con el valiente John Carter y la hermosa Dejah Thoris… Pero
parece que habrá que esperar unos años a que eso ocurra y sean otros los que lo
intenten de nuevo.
Quizás “John
Carter” fuese un fracaso anunciado, y quién sabe, quizás con el tiempo hasta se
convierta en pieza de culto, pero lo que está claro es que hoy en día para
producir un entretenimiento de 250 millones de dólares hay que confiar mucho en
el producto que se está realizando, y probablemente en Disney han pecado de
optimistas. Sus pretensiones (y sus promesas) no se han visto cumplidas ni en
lo artístico (calidad mejorable) ni en lo económico (cero beneficios), y este
duro revés seguramente afectará a futuras decisiones que tome el legendario
estudio del ratón en materia de blockbusters.
Valoración personal: