Las películas con niños malvados ya son casi un subgénero en sí mismas. Las hay de todo tipo y condición, a veces con un único niño dando por saco y otras veces con todo un grupo juntándose para hacer daño. El sexo de la criatura no suele ser demasiado relevante, si bien es cierto que son los niños, y no las niñas, los que más predominan en este tipo de cintas.
La maldad de estos niños puede ser inducida por algún tipo de fenómeno natural o sobrenatural, como así no los han demostrado películas como “La semilla del diablo” (Rosemary's Baby) o “La profecía” (The Omen), ambas por obra y gracia del mismísimo Satanás; “Los chicos del maíz”, “El Exorcista” (aquí con una niña algo más mayor) o “El pueblo de los malditos” (Village of the Damned)
En otras ocasiones, se trata simplemente de genética y condición humana, que puede aflorar por motivos de envidia, como en la reciente “El hijo del mal (Joshua)” o simplemente ser maldad pura y dura sin motivaciones externas, como la aclamada “El Otro” o “El buen hijo”.
Incluso en el cine español encontramos todo un referente de esta vertiente, como es “¿Quién puede matar a un niño?” de Narciso Ibáñez Serrador, cuyo título ya es bastante sugerente, teniendo en cuenta que enfrentarse a estos niños supone, en la mayoría de casos, todo un dilema moral. Y es que no es lo mismo defenderse de un psychokiller, un alienígena o un monstruo, que de un niño, quien seguramente nos provoque remordimientos o incluso incapacidad para responder con similar o mayor violencia.
Este tipo de dilemas, entre otras inquietudes, son las que nos presenta The Children, una cinta de terror inglesa inédita en nuestro país -al igual que la muy recomendable Eden Lake- y dirigida por Tom Shankland, director de cierta experiencia televisiva que dio el salto al largometraje con “Waz”, película que no he tenido el gusto de ver pero de la que tampoco he leído críticas muy positivas.
La historia gira en torno a dos familias que pretenden pasar juntas unas tranquilas y divertidas vacaciones navideñas en casa de uno de ellas, en medio del frío y nevado bosque. Los padres se distraen conversando y bebiendo o juegan con los niños en la nieve. Todo parece idílico hasta que el comportamiento de algunos de sus niños empieza a romper la harmonía. Los pequeños parecen estar enfermos y se comportan de forma extraña, con una actitud, a ratos, arisca y rebelde. Pronto, lo que parecía ser una simple rabieta, se convierte en toda una pesadilla para los padres, que ven como sus propios hijos intentan matarlos.
Las críticas que había leído hasta el momento acerca de este film eran, ciertamente, bastante entusiastas, pero prefería desconfiar un poco para no llevarme una decepción demasiado grande. Y por ello debo decir que esta vez la sorpresa ha sido para bien, ya que sin ser ninguna maravilla ni aportar demasiadas novedades al “subgénero”, la dirección que imprime Shankland es muy eficaz, manteniendo en su inicio un logrado desasosiego, para rematar luego con un tercio final más sangriento y desolador, y todo ello sin descarrilar por el camino. También ha ayudado a ello un guión que no se anda con rodeos y un conjunto de interpretaciones solventes, tanto por parte de los adultos como de los más jóvenes.
El primer tramo nos presenta a todos los protagonistas, y ya de forma temprana empezamos a intuir quién o quiénes serán los primeros niños en dar problemas. El motivo del cambio de comportamiento entre la chiquillería parece ser algún tipo de virus, o eso intuimos, dado que en ningún momento llega a ofrecerse al espectador una respuesta concreta. Eso, en parte, puede ser un punto a favor o en contra dependiendo como uno se lo tome.
En este caso, las pistas se dejan entrever de forma clara aunque no contundente, y por ello el misterio se hace más fuerte a medida que avanza el metraje y nunca se pierde el interés por esa incógnita, por mucho que las “gamberradas” de los niños centren nuestra atención la mayor parte de la película. Por otro lado, a veces es mejor conocer una respuesta a medias, intuirla o dejarla en la propia imaginación del espectador, que ofrecer una resolución endeble, absurda o que simplemente no nos convenza. Así que en ese sentido, creo que director y guionista han obrado de forma correcta en el planteamiento que mueve toda la acción.
El segundo tramo es mucho más malsano y desagradable (en el buen sentido de la palabra, si es que lo hay), y se ponen de manifiesto los dilemas morales que he comentado al inicio de la crítica. Defenderse, y por tanto, luchar contra el ataque de tus propios hijos o de tus sobrinos, que para más inri, no tienen ni 10 años, pues no es nada fácil. Y por suerte ese hándicap está presente aquí, de modo que no se trata de la contemplación de la violencia por la violencia, ni tampoco el director pretende deleitarse en lo macabro de la situación como muy probablemente harían algunos directores franceses. Aquí subyace una lucha psicológica contra uno mismo, basada en el hecho de afrontar la violencia de unos niños trastornados que en el fondo, no dejan de ser víctimas fortuitas (no son niños malignos por naturaleza, sino que “algo” los ha transformado en lo que ahora son: psicópatas asesinos)
Así es como SPOILER la madre de uno de ellos queda profundamente afectada cuando, para salvar la vida de su otra hija, termina sacrificando, sin pretenderlo conscientemente, la del hijo atacante; o cuando ésta misma prefiere dejar que la asesinen antes que volver a matar a uno de esos lobos con piel de cordero FIN SPOILER. También es interesante la negación de algunos protagonistas ante lo que está sucediendo, rechazando admitir lo más improbable, y dando por hecho lo más factible (SPOILER cuando padrastro y tía acusan a la adolescente Casey de ser la culpable de todo el embrollo, incapaces de ver y reconocer la maldad en los más pequeños de la casa FIN SPOILER)
Por esta serie de motivos, por muy sobado que esté el tema de los niños malditos, The Children” logra convencerte y a la vez incomodarte (yo soy de los que me hubiera cepillado a los niños de la película sin pensármelo dos veces, pero que de seguro me sentiría impotente de tratarse de mis propios hijos)
La historia, escrita por Paul Andrew Williams, escritor y director de películas como London To Brighton o The Cottage (ésta última, ni me convenció ni me hizo gracia), es resultona y se desarrolla en un ambiente nevado y aislado, la mar de apropiado para la ocasión, y el director sabe sacarle partido a ese conjunto, ajustando la duración de forma adecuada (poco más de hora y cuarto) y optando muchas veces por no mostrar explícitamente según que situaciones, lo cual es todo un acierto por su parte.
Nada me asegura que su anterior trabajo esté al nivel de ésta The Children, pero quizás ahora me atreva a echarle un vistazo a “Waz”, salvo que algún lector del blog me aconseje rotundamente lo contrario.
P.D.: Del final podríamos intuir ciertas cosas. SPOILER O bien que la adolescente Casey está algo trastornada por los hechos ocurridos (cosa poco probable, dada la entereza de su personaje), o bien que el virus, o lo que aquello sea, ha terminado afectándola también a ella. La segunda hipótesis cobra más fuerza si tenemos en cuenta que la niña más mayor de todas, Miranda, es la que más tarda en transformarse, y que antes de subirse al coche, Casey vomita, siendo éste uno de los síntomas más claros de la afección. De este modo, podríamos deducir que el “virus” ataca de menor a mayor, dejando ese final abierto, no tan abierto. FIN SPOILER