
Aferrándonos a eso, uno espera como mínimo ver un buen espectáculo, pero nada más lejos de la realidad.
Por un lado, el dinero invertido ha resultado ser insuficiente (ya tiene delito) para crear unos dignos efectos especiales para una película en la que se dan cita serpientes gigantes, dragones voladores, enormes lagartos, etc.
El resultado es bastante pobre, a medio camino entre el barato telefilm y los blockbusters yanquis, y a ratos pareciendo más un videojuego que una película. De todas formas, si nos olvidamos de lo que ha costado (económicamente hablando) y reducimos nuestras exigencias, podemos disfrutarlos sin más.
El mayor problema, y básicamente lo que hunde por completo toda la película, es un guión escrito con los pies, con una historia mal contada, llena de incongruencias y sin sentidos y apoyada en una pareja de actores sumamente pésima, sobretodo el muy mediocre prota masculino.
La película empieza en la época actual para pocos minutos después trasladarnos al pasado mediante un extenso flashback metido de la forma más torpe posible. En él, un niño (el protagonista) escucha la vieja historia que le cuenta un anticuario acerca de una leyenda coreana sobre un Imoogi -según el folklore, una criatura gigante que se encarga de salvaguardar la Tierra- malvado que irrumpe en una aldea en busca de un poder que lo convertirá en un dios-dragón. Ese poder reside en el interior de una joven aldeana -identificada debidamente con una curiosa marca de nacimiento en forma de dragón- y la protegen un viejo mago (una especie de Gandalf asiático) y un joven guerrero (enamorado de la aldeana en cuestión).
El malvado Imoogi, al no lograr su propósito cuando la pareja de enamorados se suicida (toma ya!), está condenado a esperar 500 años para volver a intentarlo. Y así es como en la actualidad, los personajes de la leyenda, reencarnados en unos jóvenes y guapetones americanos de Los Ángeles (!!), deberán hacer frente de nuevo a la monstruosa criatura.
La historia en sí, con unos buenos efectos especiales, un guión más elaborado y unos actores que conozcan el significado de las palabras “interpretar” y “expresividad”, daría para una entretenida película fantástica, pero la inutilidad de Hyung-rae Shim convierte esto en todo un despropósito.
Los personajes desaparecen y aparecen de la nada según convenga en la trama, y las escenas se suceden una tras otra sin conexión alguna. Las acciones y decisiones que toman los personajes son por momentos absurdas (la chica protagonista, a raíz de unas pesadillas relacionadas con su destino, decide llamar a la policía para acto seguido encontrarse recluida en un hospital!). Los diálogos son, en su mayoría, tan insulsos que uno se aburre cada vez que los personajes parlotean entre sí.
La pareja protagonista, tras conocerse, tarda apenas unos minutos en besuquearse a orillas del mar, como si entre ellos el amor y la pasión desenfrenada hubiera surgido al primer contacto visual.
La estancia en cuarentena en un hospital de Los Ángeles significa encerrar bajo llave a alguien en una habitación normal y corriente vigilada por un policía gordinglón. Y ser disparado a menos de dos metros de distancia te deja un rato inconsciente pero ni te mata ni te hiere.
Con tales estupideces, las apariciones de la serpiente gigante resultan ser los únicos momentos que nos sacan del tedioso aburrimiento que supone todo lo demás.

Shim además tiene la original idea de meter un poco de humor en la historia, algo que agradeceríamos si éste no fuera tan rídículo (parecen chistes sacados de alguna Scary Movie de turno)
El cúmulo de idioteces e incongruencias que se acumulan en “Dragon Wars” hace imposible su disfrute. Tan sólo tres secuencias salvan la película de la mediocridad más absoluta:
La primera es el ataque a la aldea 500 años atrás; la segunda es la batalla que tiene lugar en la ciudad entre el ejército estadounidense y las fuerzas del mal (los citados dragones voladores y lagartos contra helicópteros y tanques): y la tercera es la pelea final entre el Imoogi malvado y el Imoogi bueno, que por fín hace acto de presencia en, por supuesto, el momento más oportuno (salvando a los protas de una muerte inminente, como no podía ser de otro modo)
Son pues, estas tres secuencias las que consiguen entretenernos un poco pese a que los fx no sean ninguna maravilla (también es cierto que los hay peores). Eso sí, beben en su mayoría de otras producciones tipo King Kong o Godzilla (versión Roland Emmerich), y algunos planos parecen sacados de un film de Michael Bay.
Como es lógico, la película, prevista en España para ser estrenada en cines (en EE.UU. lo hizo en septiembre del 2007), ha acabado en las estanterías del videoclub, que es básicamente el lugar donde debe estar. Así que si os dejais caer por ahí, que nos engañe su bonita carátula (de lejos, lo mejor junto a la banda sonora de Steve Jablonsky) porque lo que os vais a encontrar es un costoso y aburrido subproducto que nada tiene que envidiar a los decepcionantes blockbusters made in USA salvo su reparto de estrellas hollywoodienses.
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