
Dejando a un lado el marcado carácter político de aquella, Kauffman aborda esta nueva versión con notable solvencia aportando leves cambios que ayudan a adaptar la historia a los tiempos que corrían.
Tras unos créditos iniciales que nos dejan entrever la procedencia de los invasores, el director nos presenta poco a poco los personajes y también nos informa de cómo empieza toda la invasión (los primeros planos a las plantas, los niños recogiendo las flores, etc)
La acción se situa en San Francisco, con Elizabeth (Brooke Adams) y Matthew (Donald Sutherland) como principales protagonistas. Es la primera la que empieza a percibir cambios en el comportamiento de su marido y la que recurre al segundo para que la ayude.
Pero no es su marido el único caso, sino que rápidamente otros ciudadanos empiezan a mostrar una actitud pasiva y fría antes sus semejantes. A medida que los casos van augmentando, Elizabeth y Matthew empiezan a sospechar que algo o alguien esta interfiriendo en la conducta de la gente, aunque desconocen el cómo y el porque.
A nuestros protagonistas se les une una pareja de amigos interpretados por Jeff Goldblum (aún no muy conocido por aquella época) y Veronica Carwright; y también un psiquiatra encarnado por Leonard Nimoy (el televisivo Spock de “Star Trek”). Juntos tratan de descubrir que está sucediendo y porque todos actuan de esa manera.
Alejándose del tópico de una invasión alienígena con platillos volantes, aquí se nos presenta la posibilidad de que los seres invasores se introduzcan en nuestro planeta mediante esporas que infectan nuestras plantas y las muta de tal forma que surja una nueva especie. Como si de un parásito se tratara, esta nueva planta ataca al ser humano copiando su ADN y fabricando una copia exacta, un clon, carente de cualquier tipo de emoción y que sustituye al “original”.
Poco a poco el número de plantas augmenta y el número de infectados es cada vez mayor. Si nada lo detiene, en muy poco tiempo -quizás en cuestión de semanas o meses- toda la población del planeta Tierra estará sometida al invasor. No quedará resto del ser humano, pues sus nuevos pobladores serán simples réplicas incapaces de tener ningún sentimiento.
A su modo de ver, es la mejor forma de crear una civilización igualitaria que pueda vivir en perfecta armonía sin que interfiera el odio, la envidia, la ambición u otras emociones que tan sólo aportan al hombre la desgracia y su propia autodestrucción.
De forma pausada Kauffman nos introduce en la trama y nos muestra como avanza la invasión y como los protagonistas, desesperados, tratan de buscar ayuda y evitar que la plaga se extienda.
El suspense es constante a lo largo del film, aunque en algunos momentos decae debido sobretodo al exceso de metraje (hora y media hubiera sido más que suficiente) y una cierta falta de ritmo. También la sucesión de acontecimientos es bastante esquemática y los personajes aparecen y reaparecen a veces sin demasiada justificación, lo que nos impide considerarla como una obra redonda.
No envano, la ambientación está lograda, con una fotografía apropiada que juega a menudo con las sombras, y una música tan o más estridente que los propios sonidos que emeten los alienígenas (que, a modo de curiosidad, resultan ser chillidos de cerdo)
Como remake queda por debajo de su antecesora, pero aun así consigue crear un climax de inquietud que le hace ganar puntos, un terror psicológico que se apodera del espectador y que concluye con un escalofriante final (lo mejor del film, sin duda) que ya ha pasado a los anales del género. Además cuenta con un reparto de lo más competente y unos efectos especiales modestos pero efectivos.
Por último, citar los cameos de Kevin McCarthy -protagonista de la versión anterior- como el hombre que se lanza sobre el coche de Matthew; el de Robert Duvall al inicio del film columpiándose en un parque (bastante innecesario, la verdad); y Don Siegel como taxista.