Partiendo de un relato de William Gibson, la historia nos situa en un futuro no muy lejano, donde las corporaciones luchan por el poder de la información, un poder que puede enriquecerlas y una información que puede cambiar el curso de los acontecimientos.
En este contexto tenemos a Hiroshi, un reputado ingeniero genético cuyos conocimientos pueden poner patas arriba cualquier concepto o teoria antes establecida por los científicos, o simplemente sacarse de la manga una vacuna contra la gripe, por citar un caso hipotético.
Dos corporaciones son las que se rifan los servicios del sr. Hiroshi, un hombre dificil de comprar. Por una lado está la japonesa Hosaka y por el otro la alemana Maas.
Los japoneses deciden contratar los servicios de unos espías para que recapten los datos suficientes sobre Hirsohi para poder utilizarlos a su favor y de algún modo ganarse su confianza.
Los espías Fox (Christopher Walken) y X (Willem Dafoe), una vez recogida toda la información, contratan a una joven y atractiva prostituta para que seduzca al famoso ingeniero y así lo atraiga hacía Hosaka, la megacorporación japonesa.
La premisa es cuanto menos interesante, siempre viniendo de la mentalidad de Gibson. El problema es saber llevarla de forma eficiente, algo bastante dificil dados los resultados.
Hay que reconocer que las obras de Gibson son, la mayoría de veces, dificiles de trasladar al cine. Prueba de ello es “Johnny Mnemonic”, una fallida traslación de una novela del autor montada a modo de apabullante despliegue visual y vacío contenido argumental, en pos siempre de la acción más superflua y del lucimiento de su estrella protagonista, un Keanu Reeves en alza después del éxito de “Speed” (uno de las mejores películas de acción de los 90, dicho sea de paso)
El mayormente sobrevalorado Abel Ferrara se atrevía con un relato de Gibson allá por el 98 dándole un tratamiento poco convencional a la historia, algo que no tiene por que ser negativo (todo lo contrario), siempre y cuando se le dé consistencia y garra al asunto. Esto, obviamente, no ocurre en New Rose Hotel, donde el discurso se reduce a los mínimos, empaquetando el marco argumental en dos personajes y medio, es decir, en Fox, X y de vez en cuando y para, entre otras cosas, subir la testosterona masculina, la prostituta Sandii (Asia Argento).
Todo lo demás -especulaciones, traiciones, tratos, espionaje, etc- ocurre de oídas, pues todo se fundamenta en base a los personajes interpretados por Walken y Dafoe y en sus diálogos reveladores, que a ratos son lo más interesante de una insípida y terriblemente aburrida película.
Al citado Hirsohi lo vemos siempre a través de grabaciones espía y lo que sabemos de él lo conocemos por boca de Fox (Walken). El plan de seducción vemos cómo se prepara pero no cómo se ejecuta, lo cual le resta muchos puntos al desarrollo de la trama.
Dafoe y Walken cumplen con sus respectivos papeles, pues no de ser así el bostezo del espectador sería aún más atronador. Asia Argento se limita a desprender sensualidad por cada poro de su piel, pero poco más. De hecho, se abusa de sus escenas de cama y en ocasiones no aportan nada a la historia.
Para terminar de rematar, todo el farragoso entramado se resuelve a modo de flashbacks durante unos eternos 20 minutos finales. Estos flashbacks o bien son escenas ya vistas o bien escenas creadas para la ocasión y que relatan sucesos no vistos con anterioridad pero de suficiente valía para entender según que cosas. Si esto se hace de forma cuidada y con cierto ritmo, no hay problema alguno en encasquetárselos al espectador (aunque no soy muy partidario de resolver una película de este modo). Pero aquí Ferrara abusa de ellos, llenando el metraje final de un exceso de información que por reiterativa y lonjeva acaba cansando.
El director, que ajerce también de co-guionista, desaprovecha una historia prometedora que en ningún momento tiene fuerza. Ni siquera conocemos la magnitud de los acontecimientos que pueden sucederse, ya que apenas se contextualiza la historia. No sabemos nada de este probable futuro no muy lejano, ni de sus pobladores ni de sus ciudades. Las megacorporaciones no son más que unos nombres en medio de la nada más ambigua.
A Gibson aún se le resiste el medio cinematográfico, pues aún nadie es capaz de trasladar sus novelas de forma contundente, ni hacerlas atractivas ni tan siquiera para el buen amante del género.
Y el que se atreva a adaptar el “Neuromante” debe aprender de los errores de Abel Ferrara y Robert Longo, y saber que forma y lenguaje usar, sobretodo para no convertirlo ni en un pseuproducto comercial para las masas ni en un aturdimiento cerebral de pretencioso envoltorio y poca sustancia.
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