viernes, 30 de agosto de 2013

“Dolor y dinero” (2013) – Michael Bay



Nunca he tenido problemas para reconocer lo que a otros cinéfilos les cuesta horrores o consideran un pecado: que me lo puedo pasar teta con las películas de Michael Bay. Evidentemente, no con todas ellas, pero algunas sí han hecho las delicias del crío palomitero que llevo –y todos llevamos- dentro. Sin ir más lejos, “La Roca” me parece una de las mejores películas de acción de todos los tiempos (y su mejor obra, de lejos), y no me canso de verla; como tampoco me canso de ver “Armageddon” (co-escrita, por cierto, por el ahora idolatrado J. J. Abrams) o “Dos policías rebeldes” (aunque la secuela ya no la aguante tanto). Incluso la primera hora de “La isla” me parece ciencia-ficción de primer nivel (lástima que luego se reduzca a una larga y agotadora persecución).  
 
Un buen día, sin embargo, mi condición de espectador eventualmente satisfecho con su cine tocó fondo con la llegada de la franquicia “Transformers”. Si bien la primera entrega logró mi aceptación (no sin ciertos reparos), sus deleznables secuelas consiguieron que detestara profundamente los niveles de estupidez y saturación pirotécnica a los que el director me sometía. Es cierto que los excesos siempre han formado parte de su sello, pero en aquellas dos ocasiones rebasó el límite que mis sufridoras neuronas podían soportar.

Cuando creía que ya no había esperanza de recuperar al director que una vez llegué a defender (el cine también necesita, para bien o para mal, a cineastas de su condición), éste anunció su siguiente proyecto: una comedia de acción de bajo presupuesto (sic) inscrita en el mundo del culturismo. Las palabras “bajo presupuesto” sonaban especialmente extrañas –e intrigantes- para un director poco dado a trabajar con menos de 100 millones en sus bolsillos.

Bay, imagino que algo harto de rodar espectáculos multimillonarios con amasijos de hierro como protagonistas (que, todo sea dicho, le han hecho de oro), decidía cambiar de aires y apostar por algo diferente e inusual en su filmografía. Una película en la que, irónicamente, presenciamos al Bay más desatado y descarado; un Bay cuyos excesos encuentran su razón de ser en el delicioso disparate que es “Pain & Gain”.

La historia, por muy increíble que parezca (y lo parece mucho), se basa en hechos reales, algo que el director, consciente del grado de surrealismo imperante a lo largo del metraje, considera a bien recordar en un momento dado de la cinta (especialmente cuando más absurda y menos creíble resulta). Obviamente, todo hecho real pasado el celuloide cuenta con sus licencias y libertades creativas, pero a grandes rasgos, la historia de nuestros tres ineptos protagonistas es verídica, y ese puntito de “realidad radiografiada” le da un plus importante, aunque no sea especialmente significativo para disfrutar de la película.


Estamos en los 90. Daniel Lugo (Mark Wahlberg) es un exconvicto y culturista que trabaja como entrenador/preparador físico en un gimnasio de Miami. Si bien está medianamente satisfecho con la vida que lleva, siente que está estancado y que nunca prosperará ni conseguirá más de lo que ya tiene. Lugo aspira a más, y ese “más” lo quiere de inmediato. Para elevar su estilo de vida optará por la vía rápida y “fácil”. Su idea consiste en pegarle el palo a uno de sus forrados clientes, Victor Kershaw (Tony Shalhoub). Para ello, necesita la ayuda de otros dos compinches/socios: su amigo Adrian Doorbal (Anthony Mackie); y un recién llegado al gimnasio, el también exconvicto Paul Doyle (Dwayne Johnson).

El plan: secuestrar a Kershaw y extorsionarlo (lo que incluye unas sesiones de tortura) para que acceda a traspasar sus activos a Lugo. ¿Qué podría salir mal? Pues prácticamente todo.

El problema es que nuestros tres protagonistas no son unos lumbreras, precisamente, sino más bien todo lo contrario. Tres zoquetes con mucho músculo hiperdesarrollado pero con poca materia gris en sus cerebros de mosquito. No es de extrañar que dos de ellos hayan dado con sus huesos en la cárcel.

A medida que transcurren los días, el plan va de mal en peor, y lo que empieza como un simple secuestro acaba convirtiéndose en una espiral de violencia que escapa a su control.

Somos testigos de su estupidez supina y de sus, en consecuencia, continuos tropiezos y malas decisiones, y verdaderamente nos preguntamos si, más allá de la ficción añadida, pudo haber tres tipos tan inútiles como para originar todo el relato que sirve de base para el guión. Y es que aquí el director mete en la coctelera a Tarantino, Ritchie, los Coen y, por supuesto, al propio Michael Bay, para cascarse una delirante comedia criminal que no duda en satirizar “el sueño americano” y, si hace falta, ensalzarlo al mismo tiempo que lo pisotea. Y recordemos que esto lo dirige un tipo encantado de ondear la bandera yanqui en casi todas sus películas.

 
Pero semejante trama también le sirve de excusa perfecta para dar rienda suelta a sus caprichos visuales, aglutinando en su estilo videoclipero tanto la cámara lenta (eficazmente insertada) como la cámara al hombro, y permitiéndose el lujo, por exigencias de guión (o al menos esta vez podemos creer que sí), de rodar planos en los que las bellezas de turno muestran sus encantos a cámara. 

Pero no nos engañemos,  pues ante todo hay un guión. Un guión que es disparatado, violento, absurdo y en ocasiones hasta de mal gusto, pero que conforma la ida de olla más descacharrante, sarcástica y bienvenida de la reciente filmografía de Bay. Una locura que contagia al espectador y le hace disfrutar, e incluso encariñarse, de sus tres catetos protagonistas. Y ahí hay destacar cómo Walhberg y Johnson se adueñan por completo del show orquestado por Bay. Los intérpretes no sólo se dedican a lucir sus vigoréxicos músculos, sino que también exhiben una genial vis cómica dentro de la insensatez de sus personajes. 

Con “Pain & Gain” Bay se redime de sus pecados, si bien esta reconciliación con el director parece que nos va a durar poco, pues ya está inmerso en el rodaje de “Transformers 4”, entrega que éste aceptó firmar a cambio de que el estudio le financiara la cinta presente (es el precio que hay que pagar cuando trabajas bajo a los designios de la industria de Hollywood). 

Pero que nos quiten lo bailado, ya que ahora toca disfrutar de su última obra, y ésta es una gamberrada violenta e hilarante que de seguro no dejará a nadie indiferente. Puede que esté  destinada a dividir al público (o la amas o la odias, sin término medio), y que peque de no saber condensar mejor la trama (dos horas son demasiados minutos), pero al fin y al cabo ofrece bastante más que la ensalada de tiros, explosiones y testosterona habitual del director. Pero que mucho más.

P.D.: Algunos se quejarán de la traducción española del título por “Dolor y dinero”. Pero podría haber sido peor, pues "Secuestra como puedas" o "Tres idiotas y un rehén" le viene al pelo, aunque yo hubiese optado por un solemne “Michael Bay Unchained”.



Valoración personal:

jueves, 15 de agosto de 2013

“Elysium” (2013) - Neill Blomkamp



Hace algunos años, Neill Blomkamp fue elegido por el mismísimo Peter Jackson para encargarse de la adaptación a la gran pantalla del popular videojuego “Halo”. Y pese a que el proyecto finalmente no logró la financiación necesaria para salir adelante, el director neozelandés sabía que tenía entre manos un diamante en bruto, por lo que decidió producirle a aquel joven cortometrajista su primer largometraje alejado de las ligas mayores de Hollywood. Basándose en un corto propio, Blomkamp sacó adelante, con el apoyo de Jackson, “District 9”, un modesto film de ciencia-ficción que cautivó al público y causó sensación entre la crítica gracias a su original planteamiento. Un debut interesante y, en líneas generales, muy correcto, pero que en opinión de quién esto escribe llegó al mundo arropado por unos halagos bastante desorbitados.

Aún así, hubo que reconocer que se vislumbraba en Blomkamp un tipo talentoso y, aún más importante, a un autor (algo difícil de encontrar en estos tiempos cuando se habla de cine de género). Alguien con un estilo visual muy personal y con unas ideas y una visión muy concretas de lo que debe ser el cine de ciencia-ficción. Y eso es algo que queda patente tanto en sus cortometrajes como en su ópera prima, y que queda perfectamente asentado en éste su segundo trabajo como director-guionista.

Si en “District 9” Blomkamp urdía un poderoso alegato contra el racismo (una parábola del “apartheid” con alienígenas), en esta ocasión carga las tintas contra la inmigración y la diferencia de clases. Para ello, el director nos sitúa en un mundo superpoblado en el que la clase más poderosa y adinerada disfruta de una vida de lujo en Elysium, una paradisíaca estación espacial en órbita con la Tierra (algo así como la utópica ciudad flotante de “Alita, ángel de combate” de Yukito Kishiro); mientras que el resto de la población malvive en un planeta exhausto sumido en la pobreza y la delincuencia. A esta parte del mundo pertenece nuestro protagonista, Max (Matt Damon), un  hombre corriente (y con un lado rebelde) que vive el día a día trabajando en una fábrica e intentando no meterse en líos. 

Como todo habitante de la Tierra, Max ha aspirado vivir en Elysium. Pero ese sueño, vivo y esperanzador cuando apenas era un crío, se ha ido marchitando con el paso del tiempo hasta desvanecerse por completo. El Max adulto termina por resignarse a sobrevivir en el lugar que, por imposición, le corresponde habitar. Hasta que un buen día… viajar a Elysium se convierte en un asunto de vida o muerte.


Blomkamp aprovecha este marco de ciencia-ficción para construir una mordaz crítica socio-política con la inmigración como epicentro de su discurso (no es casual que una buena parte del reparto sea de origen mexicano, teniendo en cuenta las tiranteces con sus vecinos de al otro lado de la frontera), y de un modo más genérico y amplio acentuando su reproche a la sociedad de clases constituida (de toda la vida) en base a criterios meramente económicos.  Todo esto envuelto  bajo un manto de efectos especiales integrados de forma realista en el entorno y espectaculares secuencias de acción que existen por y para guión. Y es que si algo tiene claro Blomkamp, es que los fuegos de artificio no son suficientes, por sí solos, para mantenernos atentos a la pantalla. El director tiene la sensibilidad suficiente como para interesarse por ofrecer “algo más” al espectador. El mensaje político subyacente es certero y, en última instancia, es lo que le hace ganar enteros al conjunto, especialmente hacia el final, donde se combina a la perfección el lado humano de la historia con la espectacularidad y violencia de las escenas de acción que despliega Blomkamp. Acción que en ocasiones, y muy a mi pesar, resulta sumamente mareante, llegando al punto en que el enfrentamiento final entre Max y su némesis (un sorprendente Sharlto Copley muy alejado del Wikus de “District 9”) resulta tan movidito que uno se entera de absolutamente NADA de lo que ocurre. Pero en compensación, el director nos regala unos cuántos momentos de salvaje violencia que el mismo Paul Verhoeven hubiera firmado encantado. 

Porque  “Elysium” no deja de ser un blockbuster en toda regla que, entre otras cosas, nos devuelve al Matt Damon más letal (¡cuánto echamos de menos a Bourne!); un actor que aporta credibilidad tanto en lo físico como en lo emocional, cualidades éstas indispensables para su personaje. 

Si “District 9” era más bien un amago de filme palomitero (en su tramo final, sobre todo), aquí las intenciones se dejan bien claras desde el principio, logrando además ofrecer un entretenimiento con trasfondo, cosa que siempre es de agradecer. Y es que al fin y al cabo, la ciencia-ficción siempre ha sido un buen instrumento para exponer y analizar cuestiones vitales del ser humano como individuo y/o como sociedad, un rasgo que parecía estar perdiéndose en su vertiente cinematográfica y que Blomkamp ha sabido recuperar.



Valoración personal:

viernes, 9 de agosto de 2013

“Pacific Rim” (2013) - Guillermo Del Toro



Si todo hubiera ido sobre ruedas, quizás una de las películas a estrenarse en la cartelera de este año hubiese sido la adaptación cinematográfica de “En las montañas de la locura” de H.P. Lovecraft. Por desgracia para nosotros, y sobre todo para Del Toro, Universal se negó a concederle al director mexicano el abultado presupuesto que exigía, y menos cuando éste pedía una clasificación R-Rated para la película. Ni la presencia de Tom Cruise como estrella protagonista ni el apoyo de James Cameron como productor hizo que los mandamases del estudio cambiaran de opinión. Pese a su dedicación y constantes esfuerzos, Del Toro veía cómo su ansiado proyecto se iba al garete por una cuestión meramente económica. 

Pero a veces, cuando una puerta se cierra, otra se abre, y por esa nueva apertura se coló Pacific Rim. Y es que con la agenda libre tras la cancelación de dicha adaptación, Del Toro fichó para Warner Bros. con el fin de encargarse de una mastodóntica (y nunca mejor dicho) superproducción basada en un concepto muy simple y, a su vez, muy suculento: una guerra entre monstruos y robots gigantes. Así, sin más.

Como concepto en sí, resulta tan atractivo como delirante, y más propio de la exaltada imaginación de un crío de cinco años que de un guionista hecho y derecho. Pero he aquí que en Warner decidieron apostar por ella en vistas de tener entre manos un buen pelotazo revientataquillas. Desgraciadamente, y al tiempo que escribo estas líneas, esto no está siendo así. Casi 200 millones de presupuesto son muy difíciles de recuperar (y más aún de superar) y la película de Del Toro no es que empezara con muy buen pie. El tibio recibimiento en el mercado doméstico está siendo compensado por el mercado internacional (Asia, sobre todo), pero el camino a recorrer es largo y tortuoso, y los números no parecen augurar el mínimo exigible para que en Warner den luz verde a la deseada/anunciada secuela. De todos modos, cuentan con un as en la manga llamado merchandising, y que bien jugado podría resolverles la papeleta.

Beneficios a parte, de cara al público lo que importa es la calidad final del producto a ofrecer, y en ese sentido puede aventurarme a afirmar, sin temor a dudas, de que “Pacific Rim“ es el primer (y esperemos que no el último) gran entretenimiento del verano

Legiones de monstruosas y gigantescas criaturas de otra dimensión, denominadas Kaiju, se colaron en nuestro mundo a través de una grieta submarina. Para combatir a estos gigantes se diseñó un tipo especial de arma: enormes robots, llamados Jaegers, que son controlados simultáneamente por dos pilotos cuyas mentes están unidas en un puente neural. Pero con los años, el enemigo ha ido aprendiendo de las derrotas y haciéndose más fuerte, por lo que  incluso los Jaegers proporcionan ahora poca defensa ante sus incansables ataques. A punto de la derrota, las fuerzas que defienden a la humanidad no tienen otra opción que recurrir a dos insólitos héroes: un ex piloto acabado (Charlie Hunnam) y una aprendiz que reclama su gran oportunidad (Rinko Kikuchi). Ambos deben unirse para llevar a cabo la última misión que podría, de una vez por todas, poner fin a la guerra.


Pacific Rim da exactamente lo que promete. Ni más ni menos. Esto es, hostias a mansalva entre robots gigantes y monstruos todavía más gigantes. Pero lo hace con dos dedos frentes, sin tomar al espectador por idiota. Ya sólo por eso merece todo nuestro apoyo.

Pese a la condición de “encargo” que sobrevuela al proyecto, lo cierto es que Del Toro ha sabido impregnarlo de su sello personal, y su punto friki y su cariño a la hora de hacer las cosas se notan, y mucho,  en el resultado final.

Es cierto que si uno acude a una cinta de estas características es porque busca, principalmente, una buena dosis de entretenimiento con sus toneladas de pirotecnia y efectos especiales. Y la cinta lo da, pues es todo un recital de destrucción masiva; una orgía de acción a base de espectaculares y feroces combates entre robots que parecen salidos de algún manga/anime de mechas (la influencia de Mazinger Z, Evangelion, Macross o Robotech es más que evidente) y terroríficas criaturas dignas de medirse las fuerzas con el mismísimo Godzilla. De hecho, no es casual que se les apode kaiju, palabra japonesa que significa bestia extraña y que denomina precisamente al subgénero al que pertenecen las películas del citado monstruo japonés.

Pero he aquí que Del Toro, co-guionista junto a Travis Beacham (“Furia de titanes”), no se ha olvidado de que en medio de semejante apocalipsis hay también unas personas que están librando el combate de su vida, la última batalla por la supervivencia de la especie. A estas personas se les dota de unas características concretas y de unos conflictos internos que, aún respondiendo a clichés sobradamente conocidos, aportan el factor humano necesario para que el espectador se involucre debidamente en la historia. No les vamos a pedir a los guionistas un exhaustivo perfil psicológico de sus personajes, pero sí que nos ofrezcan lo suficiente para que, más allá de las tortas, sepamos que bajo esas toneladas de acero hay unas personas que respiran, sufren, aman… Unas personas que, en el fondo, deben y tienen que ser los verdaderos protagonistas de la película, y que debe importarnos lo que les ocurra a lo largo de la trama. 

 
Si algo se le puede achacar al guión, no obstante, es la falta de una visión más amplia del conflicto; una perspectiva algo más diversa y profunda sobre cómo afecta al resto de mortales esta inimaginable invasión “alienígena”, puesto que sólo contamos con el punto de vista del combatiente, del soldado (ya sea un piloto, un Mariscal o una rata de laboratorio). 

Pero aparte de ese pequeño detalle, lo cierto es que se agradece la inclusión de personajes secundarios estrambóticos que aportan el puntito más friki (si es que toda la película no es ya una gran frikada) y humorístico; personajes como los dos científicos (el chalado –un clon de J.J. Abrams- y el raro) y el que interpreta Ron Perlman, una especie de “hombre de negocios” que saca partido de la invasión kaiju para hacerse rico vendiendo (en el mercado negro) ungüentos y todo tipo de productos (fármacos, drogas, abono…) confeccionados a partir de los restos de los monstruos abatidos en combate. Lo que de paso le permite al director endosarnos a su amiguete Santiago Segura en un cameo bastante prescindible.

Evidentemente, el holgado presupuesto le permite a la cinta de Del Toro lucir unos esplendidos efectos digitales que ayudan a hacer “real” una premisa tan marciana como la que nos ocupa. Si echamos la vista atrás, nos encontramos con todo un –pecaminoso pero entrañable- precedente enmarcado dentro serie B, “Robot Jox”, que nos sirve para aseverar el salto tecnológico que se ha producido en los últimos 20 años. Una evolución que a día de hoy hace posible plasmar en el celuloide la idea más descabellada que a un guionista se le pueda ocurrir. Claro que esta tecnología, en manos insensatas, puede dar lugar a verdaderos esperpentos, pero a diferencia de, por ejemplo, las Transformers de Michael Bay, “Pacific Rim” sí respeta la inteligencia del espectador.  Eso, y que sepa sobrevivir a sus propios excesos, la convierten en un entretenimiento de lo más saludable y que, sin duda, hará las delicias del crío que todos llevamos dentro.
 
P.D.1: Al poco de empezar los créditos finales, tenemos una simpática escena de regalo. 

P.D.2.: Bonita dedicatoria al final de los créditos.



Valoración personal:

sábado, 3 de agosto de 2013

“Guerra Mundial Z” (2013) - Marc Forster



Es evidente que en los últimos tiempos la temática zombie ha experimentado un auge considerable, ya no sólo en materia cinematográfica sino también en otras disciplinas como el cómic (The Walking Dead, Zombies vs Cheerleaders), la televisión (Dead Set o la propia adaptación de The Walking Dead), los videojuegos (Left 4 Dead, Dead Island) y, sobre todo, la literatura (Guerra Mundial Z, Cell). Tal ha sido su apogeo, que la moda, lejos de mostrar signos de agotamiento, sigue gozando de muy buena salud, por lo que se intuye que a los no muertos aún les queda cuerda para rato en el mundo de los vivos. 

No obstante, ha llegado un punto en que el mercado ha quedado sobresaturado. La explotación del concepto zombie ha sido tan excesiva (sobre todo en cine y literatura, dos artes que a menudo suelen ir de la mano), que de entre toda la oferta urge discernir entre lo que es un producto elaborado a conciencia de otro prefabricado que se aprovecha del tirón del momento.

Dentro del sector literario, tenemos un cuantioso y jugoso catálogo ante nosotros, destacando especialmente la cantera nacional de escritores que están forjando una producción de novelas (Apocalipsis Z, Y pese a todo, Los caminantes…) cuyo éxito parece corresponderse, en la mayoría de los casos, con su calidad. Pero más allá de nuestras fronteras, otros escritores han saboreado el éxito con sus pesadillescos relatos de temática zombie. Entre ellos se encuentra Max Brooks (hijo del director Mel Brooks y de la actriz Anne Bancroft), una de los principales revitalizadores del género, quién en 2003 escribió  "Zombi - Guía de supervivencia", un elaborado e ingenioso manual en el que el autor explicaba detalladamente cómo sobrevivir a un apocalipsis zombie.  A éste best-seller le siguió, tres años más tarde, otro más: “Guerra mundial Z”  (World War Z: An Oral History of the Zombie War), en el que se relataba una ficticia guerra mundial contra los zombis.

 La particularidad de “Guerra Mundial Z” (y en opinión de un servidor, uno de sus mayores atributos), reside en tener una estructura narrativa a modo documental, presentando una serie de entrevistas a los supervivientes y que se van agrupando cronológicamente por capítulos, perteneciendo cada uno de estos capítulos a un periodo concreto del largo conflicto (desde la aparición de los primeros infectados hasta el fin de la guerra contra la plaga zombie). Obviamente, con semejante estructura y dada su extensión, resulta cuanto menos complicado de adaptar en un simple largometraje. De hecho, lo más indicado sería, en este caso, una serie de televisión.  


Sin embargo, la “adaptación” que nos ocupa ha decidido ignorar por completo todo lo escrito por Brooks en su libro para, aprovechando el tirón del título, inventarse su propio apocalipsis zombie. Un apocalipsis en el que los no-muertos parecen  una marabunta de hombres-hormiga capaces de trepar altísimos muros e incluso rascacielos. Un atributo a la mitología zombie que, aunque innovador,  no deja de resultar un tanto ridículo, más cuando el abuso de CGI convierte la amenaza en una, a veces, risible masa de monigotes pixelados muy poco creíbles (un defecto similar que arrastraba “Soy leyenda” de Smith). Por fortuna, no toda la acción de la cinta se basa en este tipo de aglomeraciones zombie, pues también existen secuencias mucho más intimistas, por así decirlo, en las que el suspense prevalece por encima de la espectacularidad y los fuegos de artificio; momentos que nos devuelven al auténtico y genuino espíritu del subgénero zombie (la persecución por las escaleras del edificio, el ataque en el interior del avión o la “misión final” en el centro de salud).

La película tampoco invierte demasiado el tiempo en presentar al personaje o personajes protagonistas (siendo Pitt el eje absoluto sobre el cual se sustenta la trama), de modo que la acción no se hace esperar, y en seguida somos testigos de cómo se desata el caos; de cómo una infección que parece imparable se propaga por todo el globo a una velocidad increíble.

En medio del infierno desatado, aparece un rayo de esperanza encarnado en Gerry Lane (Pitt),  un antiguo investigador de Naciones Unidas que, por el bien de su familia (y de paso del del resto de la humanidad), pondrá su vida en riesgo viajando por el mundo con el fin de hallar una forma de frenar el avance de la letal epidemia. Argumento que, por supuesto, no tiene absolutamente nada ver con la novela de Brooks, pues como ya he comentado al inicio, de ésta no queda más que el título. Y es una lástima, pues de haberse ceñido mínimamente a la historia que se relataba en sus páginas, podríamos haber estado ante una película muy diferente y que hubiese marcado la diferencia dentro del subgénero zombie. Sin embargo, lo que tenemos ante nosotros no es más que otro entretenido pero olvidable producto palomitero made in Hollywood. Así que pese a sus puntuales virtudes (las agradecidas dosis de tensión y las solventes pinceladas dramáticas) la sensación general es la de oportunidad perdida; oportunidad para hacer algo distinto que se alejara del típico-tópico escenario de terror post-apocalíptico en el que los protagonistas, acechados por los hambrientos no-muertos, huyen de un apuro  para meterse en otro, y así hasta la aparición de los títulos de crédito. World War Z es eso, y poco más.  

El subgénero convertido en blockbuster para toda la familia, esto es, acción a raudales y (casi) ni una gota de sangre (o al menos nada que resulte demasiado perturbador para el público asistente).



Valoración personal: